Alicia 16/25
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por evloguer.
Alicia 16
Mientras nos dirigíamos en silenciosa caravana hacia la cama grande, yo no hallaba forma para acomodarme la delatora montaña del pantaloncito.
Cuando nos acomodábamos, la mirada de mi angelito estaba fija en ese sitio y parecía temer que el animalote hablase de más.
Quedé en un extremo con las chicas al medio de la cama y tenía a Mary rozándome la piel pero no podía toquetearla.
Mi señora desde el otro extremo hablaba con su hija en tono conciliador, de madre consejera, le decía que era normal que a un nena grandecita ya le llamasen la atención esos bultos, que no era la culpa de papá ya que la naturaleza solita lo hacía excitar al ver a su esposa.
Estas palabras ya hacían efecto en Mary, que muy absorta en la conversación madre-hija meneaba su trasero para recordar la dureza mencionada.
Mi señora le explicaba que en pocos años aparecerían las señales de que se estaba convirtiendo en una señorita, que esa partecita entre sus piernas traería sorpresas.
Para graficar sus dichos pasaba lentamente la mano por la bombachita de su hija, apretaba el dedo en aquel tajito para disipar las dudas.
Yo tenía la mano en la cintura de María y quería replicar las explicaciones, mis dedos tenían urgencia para meterse en su puchita pero me debía hacer el tonto espectador, lo máximo permitido era liberar el falo de su encierro y pasearlo por esa cola enfundada en bombachita.
Entre esas explicaciones agregaba: una nena que había sufrido abusos desde chiquita luego tenía necesidades de sentir un hombre, que aquí teníamos uno y podríamos demostrar la teoría.
Un temblorcito en el estómago me indicaba que podrían venir lecciones interesantes.
Con sólo una mirada que nos dirigió ya sabíamos que estaba otorgando el permiso para que procedamos, mis manos se dispararon a las piernitas de Mary y mi nena observaba azorada sin entender si podría manejar la situación.
Le susurró a la madre que se debería sentir agradable ser acariciada así, recibiendo en respuesta también susurrada que era delicioso, que entre mujeres también se podía hacer, mientras su mano se metía debajo de la bombachita de mi cielito.
Me encelaba pensando que solamente mis manos tenían el derecho de entrar allí, para eso era el padre, pero después de todo la madre también tendría sus derechos.
Como mi angelito parecía bien atendida me dediqué a levantar un poco el camisón que ocultaba el show a ofrecer, esa bombachita también tapaba la visión y la bajé despacito.
Quería mantener los movimientos lentos para no asustar a mi hija que estaría aprendiendo.
Siempre desde atrás, le masajeaba las tetitas diciendo que esas carnecitas se pondrían grandes para amamantar a un futuro hijo, un hijo que se fabricaba metiendo un falo erecto en esa ranurita que ya acariciaban mis dedos.
A mi nena ya le estaba gustando el jueguito y lo confirmó al meter su mano en el centro del pantie más grande, debía retribuir todas esas sensaciones que le estaba obsequiando su mamita.
De reojo pude observar que ya no estaba la mata de pelos, se la había afeitado y su vagina pelada parecía más pequeña, hasta más apetitosa.
Yo conservaba mi pelambrera y le estaba haciendo cosquillas a ese trasero que ahora se movía más, se retorcía al sentir mis dedos que aceleraban en esa imberbe puchita que ya me había recibido, esa puchita que para demostrar que no tenía pelitos quedó bien a la vista al doblar la pierna sobre la mía, de paso quedaba más abierta esa vaginita que debía invadir.
Pasando la punta del glande por la zanja de su cola, dejaba asomar un pedacito al pasear por la rajita delantera, mi nena miraba y se pasaba la lengüita por los labios, debería sentir sed la pobrecita.
Despacito fui hundiendo la barra de carne en esa conchita palpitante, lástima que mi señora se perdía el espectáculo ya que cerraba los ojos sintiendo varios deditos que le entraban, mi nena quería meter su puño entero allí.
La estuve pistoneando un buen rato mientras mis manos le acariciaban todo lo que tenían a su alcance, así hasta que sus soniditos se transformaron en un grito, había logrado un orgasmo bestial.
Yo quería seguir para alcanzar el mío, pero mi señora dijo que no fuese bruto, que no le acabase adentro, que le podría refregar el canal de atrás hasta lograrlo.
No tan mala idea, pero pasando el glande por entre esos montículos apretados, separándolos un poquito para recrear la vista, vi un agujerito que no se notaba desde la posición de las mujeres; ese anito era perfecto para empujar lentamente admirando su culito abriéndose para recibir la barra de carne mientras le enterraba el miembro allí.
La cara de Mary no denotaba que estaba siendo penetrada nuevamente, su mano apretando la de Alicia le comunicaba las sensaciones de algo entrando por su ano, yo trataba de demorarme y apenas bombeaba, trataba de introducirme bien hondo en ese culito y aprovechar ahora que su dueña no podría quejarse, al final no aguanté más y dejé correr el enema en el intestino de María.
Mi cara de goce contagió a la nenita que recibía los dedos de la madre, también inició sus convulsiones indicando que las lecciones habían sido fructíferas, lástima de las manitas aferrándose tan fuerte que se estaban clavando las uñitas.
Quedamos todos rendidos y felices con la terapia familiar, mi cielito sonreía dulcemente y tuve que estirarme para darle un besito en los labios mientras mi mano acariciaba su pancita, también tuve que acariciar la mano de mi mujer que cubría su puchita, ya era natural luego de lo que vivimos.
Mary le daba las gracias a mi señora por prestarle el marido, estaban por relatarse las experiencias y los ojitos de Alicia me anunciaron que era hora de abandonar la habitación.
Fuimos a darnos una ducha sabiendo que no necesitaríamos escondernos tanto, caminábamos de la mano pero casi desnudos.
El agua tibia nos acariciaba los cuerpos y me dediqué a curar con muchos besitos su mano lastimada; luego nos enjabonamos mutuamente, era delicioso sentir que nuestras manos lograban hacer temblar al otro aunque hace un ratito había temblado más fuerte.
Alicia dijo que ella había gozado pero que su amiga había recibido placer por ambos huequitos, que no era justo.
La escuchaba mientras mi dedo enjabonado estaba entrando en su colita y mi lengua buscaba darle placer por adelante.
Esa carita, esa voz suplicante, esa mirada dulce, me convencieron para darla vuelta contra la pared y morder un poco esos glúteos pequeñitos, preparar con la lengua la entrada posterior para el visitante que había vuelto de la muerte.
Ese culito era más chiquito que el visitado recientemente, pero era el de mi reina, era el único que merecía todas mis atenciones.
Como estábamos enjabonados, entrar en su anito no fue tan difícil como otras veces, mis dedos se desesperaban en su tajito pero llevarla a la cima se demoraba, también tardaba mi eyaculación ya que no estábamos repuestos aún.
Era mejor ya que permaneceríamos más tiempo juntitos, cada vez lograba entrarle mas profundamente por detrás y cuando sentí que comenzaba a vibrar le dí la estocada que enterró toda la carne en su culito, la abrazaba con desesperación mientras mis chorros le lavaban la tripita.
La saqué del baño llevándola alzada y apenas envuelta con una toalla, nos cruzamos con las dos que venían tomadas de la mano a usar el baño y nuestras miradas no sabían si reprochar al otro o justificar lo que estaba a la vista.
Por la noche, llevando la amiga a su casa le pregunté si le había hecho doler, que estaba entusiasmado por su obligado silencio y le bombeé el trasero con mucha desesperación, pero su carita sonriente me dió a entender que estaba todo bien.
Alicia le apretaba el brazo como indicando que ella también me había recibido en su culito, que ella era la única dueña de ese mástil de carne, que solamente prestaba transitoriamente a su esclavo para sentirse magnánima con las amigas, tenía razón: yo le pertenecía.
Cuando volvimos a casa sonaba el teléfono: era Margarita desesperada que tenía un examen mañana y conocía mi especialidad para las matemáticas, el padre andaba ocupado y ya no tenía tiempo para un profesor particular.
Le tuve que dar la dirección y decirle que no habría problemas, que la esperaba en un rato.
Nos cruzamos una mirada cómplice con mi hija mientras le comentaba a la madre que esperábamos visitas, que ordenase un poco la casa antes de retirarse a dormir.
Al poco tiempo suena el timbre, era ella con un montón de carpetas bajo el brazo.
El chofer aguardaba vigilando que ingrese a la casa y de paso le ordenase a qué hora volver, lo despidió agitando la mano y diciéndole que volvería sola, que le dejaba libre el resto del día.
Traía un vestido que si bien era de un delgado tejido parecía valer más que muchos sueldos míos, se había puesto un perfume que dejaba su estela por toda la casa, parecía una mujercita mayor.
Se acercó mi nena para saludarla, algo tímida por el despliegue de riqueza de la otra, pero a las tres palabras ya estaban a los abrazos como grandes amigas.
Perdió su majestuosidad y le dijo que estaría encantada enseñándole música, que era muy fácil, mucho más sencillo que ese examen de mañana que la tenía preocupada.
Se tomaban de las manos como pasándose mensajes, esa visión me hizo pensar "no no no, aquí el único que pasa mensajes soy yo", pero no podía hacer nada y me dirigí a la oficina.
Al ratito asoman por la puerta y Alicia dice: "Perdoname papito por entretener a la alumna, toda tuya", para dar media vuelta y marcharse.
Ese "papito" aún flotaba en el aire mientras Marga entraba curioseando el tablero de dibujo y la biblioteca.
Despejé una mesa haciendo lugar para sus cosas y arrimé la silla giratoria a la suya, me dijo que era corta de vista y mejor se sentaba en mi falda.
Mientras hablaba movía el trasero poniéndome nervioso, por suerte anteriormente tuve dos descargas y logré mantener al amigo durmiendo.
Era de una facilidad pasmosa lo que tenía que explicarle, así bien de cerquita y haciéndole repetir los ejercicios repasamos todos los puntos del programa y hasta adelantamos por precaución.
Ya estábamos hablando de otros temas y ella feliz en la seguridad de que pasaría el examen tranquilamente.
Le confesé que parecía de más edad, que vi una señorita la vez que estaba ante el piano, y hasta cuando estuve en su casa a punto de besarla.
Contaba que lo heredaba de su madre, una mujer muy alta, mientras se movía como si estuviese molesta sentada sobre mis piernas y le ofrecí un asiento para que esté cómoda.
Me dijo que le encantaba sentarse en unas piernas tibiecitas, que en muy raras ocasiones lograba eso con su papá que siempre estaba ocupado, que él se había enojado al descubrir una colilla de cigarrillo y le había pegado.
Eso ya no me gustó: ¿como podía alguien pegarle a una criatura tan dulce?
Muy naturalmente se bajó y mientras se agachaba, levantando el vestido por detrás me mostró la cola: tenía unas marcas rojas que evidenciaban el castigo.
Pero más me llamó la atención esa bombachita, no era de esas comunes de algodón que usaba mi nena, era muy fina y tenía unos encajes bordados además de ser más chiquita, casi se le metía adentro de la raya.
Me dijo más bajito, casi en tono de confesión, que ella era la culpable, que había dejado la evidencia a la vista para llamar la atención, que el papá la ignoraba como si no estuviese en la casa, que al recostarse de panza sobre las rodillas del hombre mientras éste levantaba el vestido para pegarle, tuvo sensaciones deliciosas.
Yo no comprendía cómo eso podía ser lindo, que te peguen cachetazos no es nada agradable, pero si con eso conseguía que le presten atención: bueno, allá ella.
Nos fuimos a la sala y estaba mi nena mirando la tele, se levantó como resorte para hablar con Margarita y la arrastró de la mano hacia su habitación, quería mostrarle todo y parecía que tenían mucho de qué conversar.
No alcancé a sentarme y llama el padre, que si la hija había llegado bien, que la cuide porque era la luz de sus ojos, y no sé cuántas pavadas más.
Le dije que habíamos terminado de preparar el examen, que su nena lograría una nota altísima mañana.
Yo me retorcía por las ganas de abrazar a mi cielito, de preguntarle por la conversación que ya sonaba interminable, cuando unos pasos acercan a las dos personitas, no sé cuál estaba más radiante, parecían recién pulidas con un cepillo gigante.
Nos subimos al automóvil y salí rumbo a la casa de Peñafiel para devolverle a su hija.
Era algo tarde y no demoramos la vuelta a casa donde podría estrujar a mi angelito y comérmela todita.
Durante el viaje aprovechaba alguna calle oscura para prenderme de su boquita, no podríamos hacer tantos kilómetros sin beber algo, necesitaba calmar mi sed por aquellos labiecitos.
No lograba sacar la mano de sus piernitas y ella también usaba una sola para acariciar mi palanca de cambios.
Mientras usaba un dedo para acariciarle el tajito le preguntaba por la conversación secreta, yo necesitaba datos con urgencia pero mi angelito solamente sonreía con picardía.
Debí aplicar más besos para aflojar esos labios pero dijo que mañana me contaría con lujo de detalles.
(continuará)
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!