Alicia 17/25
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por evloguer.
Alicia 17
Al día siguiente me desperté pensando en la conversación que tuvo mi angelito con Marga.
Mientras tomábamos el desayuno le miraba la boquita esperando que se decidiese a largar el rollo.
Comimos rapidito para aprovechar los minutos que nos restaban para estar en esa posición, ella con su camisón de dormir sentadita en mis piernas y yo con las manos reptando por todo su cuerpito, cuando lograba sacar mi boca de esos labiecitos le preguntaba que más habían hablado, si le había contado de lo nuestro.
Como toda respuesta me llevó de la mano a su dormitorio, pensé que ya se cambiaría para ir al colegio pero abrió su cajonera y me tendió una bombachita.
Parecía otro recuerdo que me estaba dando pero enseguida pude apreciar unos finos bordados, una textura que decía claramente que no se trataba de la bombachita de mi hija.
Me dijo que habían conversado de muchas cosas, algunas tan íntimas como para intercambiar su ropita interior, supongo que la que traían puesta ya que Margarita no andaría por ahí con un repuesto.
También dijo que era demasiado para contarme ahora, que me daba esa prendita como adelanto para que vaya imaginando la situación.
Se puso el uniforme y salimos de la mano, nuestros dedos se comunicaban que había grandes cosas en puerta.
Esa mañana me dediqué a trabajar con gran entusiasmo, pude finalizar todos los pedidos de mi empleador, Peñafiel se pondría contento cuando le mandase todo listo.
A la hora exacta partí hacia el colegio para buscar a mi hija, saludé con un beso a Mary pero no le quise mencionar a la nueva amiga de mi nena, la tomé de la mano y nos fuimos a casa.
Apenas entrar ya estaba olvidando que me debía relatar algo, tenerla allí abrazada lograba que hasta me olvidase de respirar.
Si respiraba era solamente para sentir el aroma de su cabellera, mi boca únicamente servía para estrellarla contra su pielcita, si tenía manos solamente eran para recorrer su cuerpito.
Estaba a punto de meter la cara entre sus piernitas, quería comerme bien esa puchita, cuando amasando mi pelo susurró que mejor hacíamos el almuerzo, nos quedaba todo el día para que diese su relato completo.
Preparamos algo livianito siempre rozando piel contra piel, casi no se podía trabajar con tantos choques.
Ella ya se había librado del molesto uniforme enfundándose en la ropa suelta, la tenía sentada en las piernas y mi mano pugnaba por meterse debajo de su bombachita, una de algodón, no como la que estaba sobre mi tablero de dibujo.
Fuimos al sillón y la tuve que llevar alzada, no podía retirar mi mano de su pielcita.
Comentó distraidamente que su nueva amiga era muy alta, que le causaba envidia.
Para consolarla le dije que mi reina se llamaba Alicia y era única en este universo, que lo demostraba al arrodillarme cada vez que quería alcanzar su carita.
Le expliqué que la altura de Margarita solamente obedecía a la contextura de sus huesos, que por dentro era una nena como ella, aún más temerosa y con mucho menos experiencia.
Esto la relajó un poco, parecían impresionarle las cosas exteriores, que la otra nadaba en riqueza, que era más alta, que tenía un vestuario impresionante y todas esas cosas.
Yo solamente percibía el alma que latía dentro de esos cuerpos, percibía la vibración de la voz que indicaba unos pensamientos que no correspondían con las palabras emitidas; me fascinaba leer entre líneas todos esos mensajes subliminales que desnudaban al interlocutor.
Luego de ésto, al fin inició su relato:
Margarita le contó que rondaba a su padre hace un tiempo considerable, necesitaba de unos brazos que la mimen, desde que no había una mujer en la casa el clima era tenso.
En el revistero del baño halló unas publicaciones con fotos muy explícitas, mucho más explícitas que las esterilizadas charlas sobre sexualidad que le impartían en el colegio.
Esas fotografías hacían ver con otros ojos al hombre que había conocido toda su vida, el padre que la bañaba siendo bebita también tenía ese trozo de carne entre las piernas, ese trozo se pondría rígido antes de penetrar la carne femenina.
Algunas ilustraciones mostraban a niñas extremadamente jóvenes, ella suponía que las nenas aún no tendrían la capacidad para excitar a un varón, que no podrían sentir cosas maravillosas como evidenciaban esas fotografías de criaturas siendo penetradas mientras sus caritas demostraban el placer que les daba.
Así que urdió un plan de conquista: le mostraría partes de su bombachita usando vestiditos cortos, no le resultaba fácil con su altura que hacía parecer cortita toda prenda.
Con cualquier pretexto tomaba las manos de su papito o se agachaba para dejar bien a la vista su colita.
Nada, el hombre era de madera.
Hasta que recordó que siendo chiquita rompió un jarrón al estar correteando por la casa, debía ser un jarrón importante porque su padre se enojó mucho y la subió a sus rodillas, levantando su vestidito le aplicó varias palmadas que la dejaron lloriqueando un rato y paradita en un rincón.
Era el método necesario para que su padre le mire y toque la cola, pero ya no podía romper un jarrón, debía buscar algo más grave y sustraerle un cigarrillo de la cajetilla no sería ningún problema.
Funcionó: apenas hallada la colilla por el padre enfurecido, la puso en posición sobre sus rodillas y levantó el negligee sin misericordia, solamente a la vista de esas nalguitas titubeó un poco, recordaba que él había lavado esa colita sucia cuando era beba, tenía el derecho de darle unos merecidos azotes.
Los últimos palmazos que azotaban esas trémulas carnes ya no parecían tan furiosos, se distanciaban en el tiempo como indicando que una mirada se posaba allí, podía sentir su bombachita que quería enterrarse entre los globitos y unos amables dedos que se metían por la canaleta para volver la prenda a su lugar.
Al retorcerse por el dolor podía sentir que algo oprimía su pancita, algo más abajo tal vez, y su padre le dijo que era una cochina, que había soltado chorritos de pis en su bombachita y la humedad lo evidenciaba.
Se fue corriendo al baño mientras el papi se ponía rápidamente un libro sobre la falda, se tapaba algo con eso.
La cola le ardía pero no tanto como su tajito, tuvo que acariciarse aquella rajita hasta que todo se normalice mientras estaba sentada sobre un trapo mojado para aliviarse por atrás.
Al acostarse aquella noche el padre entró a su habitación y se sentó al borde de la cama, recordaba esa pose de cuando era chiquita y él venía a leerle un cuento.
Le pidió perdón, que él jamas sería capaz de levantarle la mano pero todo había sucedido el día que perdió un negocio importante, venía furioso de la calle.
Se agachó y besaba con ternura la cabellera de su hija, depositaba besos por toda la carita buscando su perdón mientras la mano acariciaba la parte que había recibido sus palmazos, esa colita que se dibujaba entre las sábanas.
Margarita le dijo que habían dejado marcas esos golpes tan fuertes, para mostrarle se destapó y dió la espalda a su papito.
Este se agachó bien para mirar y efectivamente allí estaban las huellas enrojecidas, conmovido y lleno de ternura le acarició suavemente toda la zona afectada, sus dedos también llegaban hasta las piernas y le dijo que era culpable de eso, que curaría todo con muchos besitos.
Ella, sin hacerse rogar, se dobló bien para que su colita quede totalmente disponible para la curación, los labios paternos tampoco perdieron su tiempo y depositaron todo su amor en esas nalguitas, hasta en el valle que las separaba, con un dedo apartaba esa tirita de la canaleta y besaba allí adentro, también le pareció sentir una lengua que pasaba por su hoyito marrón pero tal vez imaginaba cosas.
Su bombachita demostraba algunos signos de humedad por adelante, y pasando un dedo por allí el padre le confesó que fue cruel al decirle que se había hecho pis, que lo disculpase por eso también.
Al final se retiró de la habitación caminando raro, parecía que algo le molestaba en el pantalón, y sin decirle siquiera que tenía una linda colita, solamente un "hasta mañana".
La cura milagrosa había funcionado, ya no le ardía nada el trasero, solamente la rajita de adelante que tuvo que ser consolada con unos dedos que se movían despacito en la penumbra, unos dedos que se imaginaban pertenecer a otras manos, a una varoniles manos que la habían llevado al borde del precipicio pero sin arrojarla al vacío.
La forma en que mi nena desarrollaba su relato me producía imágenes vívidas, yo quería besarle también toda la colita a mi chiquita, quería demostrarle todo mi amor.
Ella seguía contando cosas pero ahora estaba de pancita sobre la cama, apenas apoyada en los codos para sostenerse la cabecita entre las manos.
Mis dedos levantaron despacito ese camisón y querían reproducir exactamente lo relatado, acaricié toda esa colita hermosa pero tuve que bajarle la bombachita para poder besarla bien.
Mis labios depositaban besitos por todas esas nalguitas, tuve que pasar la lengua por el centro para completar la imagen y me detuve en su hoyito marrón, me tocaba adorar ese agujerito divino, al rato me dediqué al huequito de más abajo, a ese que está en un tajito que lo quiere esconder.
Las chicas habían olvidado un fibrón sobre la cama y tuve que tomarlo para darle un mejor uso, lo mojé con saliva y apunté a su culito, entraba deliciosamente mientras mi nenita cerraba los ojitos para sentir mejor.
Con la lengua me dediqué a su puchita, con un dedo de la otra mano auxiliaba en la operación y lo metía bastante hondo en ese agujerito prohibido, en esa vaginita que ansiaba recibirme completamente.
Así hasta que su cuerpito se empezó a sacudir tan fuerte que me indicó que había logrado mis propósitos, entre los gemidos de mi beba y los temblores de su piernitas se me disiparon las dudas.
Me puse a comerle la boquita buscando las palabras que se hubiesen trabado allí, al final empezaron a fluir:
A la mañana siguiente el hombre despertó a su hija con una bandeja del desayuno, recordaba que una vez tuvo que comer en la cama por estar enfermita, pero esta atención nunca la había recibido.
Realmente se estaba ganando su perdón con tantos cariñitos.
Se quedó sentado al borde de la cama y le daba las galletitas en la boca, parecía estar atendiendo a una bebita.
Cada rato acomodaba sus cabellos para que no se metan en el humeante tazón, los acomodaba y quedaba acariciando esa cabecita, metiendo los dedos entre el pelo, parecía que deseaba consolarla de una gran pérdida, tal vez su propia pérdida de tiempo sin abrir los ojos y percibir aquella nena que tenía en la casa, su nena, su propio amorcito tan frágil y suave a pesar de esas largas piernas.
Apenas entró a la sala para sentarse al piano, interrumpió sus pasos con cara preocupada y quiso saber de esa parte castigada, si había logrado curar un poquito.
Como Margarita no podía verse la espalda se dobló aferrándose al taburete y le pidió que se fijase.
Esta vez el camisón no fue levantado con furia, tomándolo del ruedo lo fue subiendo lentamente, parecía temer que sus manos lastimasen a la nena que ya sufría pequeños temblores, al final lo dejó enrollado sobre su espalda.
Esperaba sentir unas manos en sus glúteos, pero solamente era observada con detenimiento, unos ojos llenos de amor buscaban todas las perspectivas para mirar esas carnecitas redondas.
Al final llegaron los dedos acariciantes, recorrían esos globitos donde habían aterrizado con saña, tuvo que agregar la boca para curar resquicios de su locura pasada.
Otra vez esos dedos sacaban la tela que se empecinaba a meterse en esa zanjita y le dijo que deberían comprar otra clase de bombachitas, que éste modelo podría lastimarle la colita.
Para curarle bien esas molestias le separó los cachetitos con ambas manos y repasó la zanjita con la lengua, arriba y abajo, en alguna pasada parecía detenerse haciendo presión sobre un fruncido huequito, ese huequito que se había lavado bien para sacarle el olor a caquita.
Con otros dedos repasaba una mancha de humedad que se estaba agrandado en la bombachita, lanzó entre risas: "que cochina mi bebita, siempre haciéndose pis".
Al final tuvo que pararse y agradecerle por la curación, le dió un beso en la mejilla pero la cabeza que se movía hizo que aterrizace sus labios casi en la boca del padre, éste se hacía el distraído pero unos ojitos miraban de reojo hacia abajo, esa protuberancia en el pantalón con algo de humedad que mojaba la tela indicaba que el camino tomado era el correcto.
Ya era mucho hablar y tuve que sellar los labios de mi chiquita con un beso que le cortó la respiración, las manos que sostenían su carita no permitieron que cambie de posición mientras le absorbía el alma através de esos tiernos labiecitos.
Mi nena le contó a la amiga que en casa había superado esa etapa, que todo había iniciado con su prominente colita pero que ahora tenía un novio en casa, más que novio a su amantesclavo.
Le dijo que la azotaina fue muy buena idea pero que se le agotaban los argumentos, que debía mantener el fuego encendido con algo para continuar, y que los supositorios eran la mejor salida.
Su madre tenía recetas del hospital, medicamentos, lo que necesitase solamente debería pedírselo, así como consejos para una nueva vida, una vida en la que no conocía de pieles uniéndose más allá de unas fotografías.
Mi mente aun deliraba vaticinando la terapia de supositorios con Marga, una mano la tenía apretando las nalguitas de mi Alicia y recordando el delirio del primer supositorio que le apliqué, la primera vez que tuve esa colita divina entregada por su dueña.
Como resorte mi cabeza quedó sepultada entre sus tibias montañitas y la lengua desesperada trataba de lamerle todo y principalmente el anito.
Mi chiquita se acomodaba de panza sabiendo lo que venía, pero con vocecita de criatura malcriada preguntó:
-Papito, estoy olvidando lo que se siente cuando un supositorio me entra por el culito, ¿ podrías recordarme la sensación de hacer caquita hacia adentro ? –
Sus dulces palabras casi me hacen acabar al instante, y apenas humedeciendo mi garrote con saliva se lo pasé entre las nalguitas.
Su puchita emanaba bastante humedad que fuí recolectando para llevarla a su asterico marroncito, de tan desesperado le metí el glande en la conchita y ambos contuvimos la respiración.
Ella me pedía hace tiempo que la desvirgase pero siempre temí lastimarla, pidiéndole perdón por casi desflorarla le susurré al oído que por la colita no le dolía nada y como ejemplo ya tenía la punta candente entrándole por el culito.
Mi amorcito ya respiraba agitada al tener enterrado la mitad del pito en su anito y levantó la cola un poquito para que vaya entrando el resto.
Esta parte ya era más difícil, el anillo de su culito parecía doblarse hacia dentro mientras le metía lentamente toda la barra de carne.
Al llegar hasta el fondo mi chiquita lanzó un gritito divino, estaba llegando al orgasmo solamente siendo enculada, antes la debía preparar mucho para ir elevando la presión pero nuestra conversación acerca del supositorio ya la tenía volando.
Tomada de las caderas me maravillaba de la ternura de mi bebita temblando mientras le entraba un pitote por la colita, aun le duraban los estertores mientras se la sacaba despacito para enterrarla nuevamente hasta el fondo.
No solía ser así de brusco pero mi pene penetrándola bruscamente le hacían prolongar el orgasmo, el problema es que yo no podía continuar ese ritmo sin vaciarme dentro de su tripita.
La sensación de estar aplicándole un enema a mi bebita hizo que se la enterrase aun más profundamente en el culito, parecía que la estaba partiendo en dos al darle la mamadera anal.
Quedé rendido acostado sobre su espalda y dormitamos unos instantes mientras el bicho se ablandaba retirándose lentamente de ese culito que solamente deberia sentir algo saliendo.
Mi amorcito decía que algo tibio le estaba saliendo por la colita y le mojaba las piernas, no pude reponderle mientras le comía la boquita, debía dejar allí toda mi alma, eran los labiecitos sagrados de mi reina Alicia.
(continuará)
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