Alicia 23/25
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por evloguer.
Alicia 23
Estaba sentado en mi oficina mientras mordía furiosamente un prenda pequeña, íntima, que habría ocultado varias veces un bollito mientras su tajito se humedecía para regalarle esos jugos.
Quería arrancar trozos de tela a mordiscones y tragarme un pedacito de Alicia, a mi reinita que se demoraba en el bendito teléfono.
Apenas llegó Alicia estaba por treparse a mi regazo pero la dejé paradita entre mis piernas, ella se tomaba de mis rodillas mientras sus ojitos aterrizaban en mi prominente erección.
Con manos cariñosas masajeó ese bulto por encima del pantaloncito hasta que liberó al monstruo dejándolo pegado a su naricita.
Le daba pequeños lengüetazos en la punta jugando con su muñeco, hasta que sus manitas lo agarraron apretando bien fuerte y se lo metió en la boca.
Linda imagen de mi hijita viendo una cabellera que se movía hacia adelante y hacia atrás, cuando se acercaba podía observar mi pene desapareciendo dentro de esa boquita sonriente.
Estaba a punto de suministrarle una mamadera con leche calentita cuando me cortó la inspiración para seguir su relato, pero no aflojaba sus dedos para percibir las vibraciones de sus palabras que se transmitían al trozo de carne.
De su boquita fluía:
Luego de mostrar sus atributos e informar del tratamiento médico a su padre, Margarita se retiró a su habitación esperando escuchar unos pasos que la siguiesen.
Las esperadas pisadas no llegaban y la nena se acostó de panza sobre la cama, al fin entró el hombre haciendo grandes zancadas y llevando un papelito en la mano.
Informó a su hijita que había hallado el número telefónico de un enfermero para que venga a aplicar el tratamiento.
Margarita notó que se le estaba derrumbando la estantería y le comentó que sería vergonzoso, que el doctor también se había ofrecido para darle la primer dosis pero ella atisbaba las varoniles manos haciendo movimientos sospechosos detrás del escritorio, parece que el degenerado se estaba masturbando mientras la miraba lascivamente.
No podría mostrar su cola desnuda a un desconocido, además para qué llamar a alguien si su papito sabría hacerlo.
Además esas manos ya habían pasado por la zona cuando era bebita, la habían bañado y mil cosas más.
Se estaba formando una protuberancia en el pantalón y estuvo agradecido cuando su hijita le pidió que venga sentarse, así podría disimular su creciente humanidad.
Se sentó en la cama mientras su nena se movía para recostar su cabeza sobre las piernas, lo usaba de almohada y de paso le quedaba muy cerquita esa barra de carne que ya era muy notoria.
Doblaba las rodillas y pateando lentamente dejaba que su deshabillé se fuese desplazando, ya lo tenía al borde de la cola con los muslos destapados.
Con vocecita de nena caprichosa le pidió que le contase cosas de antaño, decía que su memoria se diluía en el momento de perder a su mamá y quería recuperar esa parte de su vida.
El hombre dibujaba historias en el aire con mucha facilidad ya todo eso era muy reciente para él.
Contaba que su mamá la quería muchísimo y la mimaba demasiado, pero que la criatura buscaba más contacto con el padre, una persona siempre ocupada con sus negocios que pocas veces podía dejar a su hijita que se le trepe al regazo.
Los únicos momentos lindos eran cuando se estaba bañando y la nenita entraba corriendo sin golpear siquiera.
Se sacaba la ropita y la dejaba tirada en el suelo para meterse en la bañadera, sabía que el papito no se escaparía ahora, que no estaba ocupado con sus fríos números.
El hombre se ponía a su espalda para que la criatura no le viese sus partes mientras la enjabonaba cariñosamente, le pasaba la esponja por todo el cuerpito y le hacía cosquillas gruñendo como si fuese el lobo feroz.
Le contó a Margarita que esos momentos distendidos le hacían olvidar todo para jugar con su hijita.
La nenita actual ya tenía pensamientos diferentes, acostadita sobre las piernas del padre trataba de recordar esos momentos, se imaginaba unas fuertes manos que le bajaban por la pancita y le pasaban una esponja por el bultito, imaginaba que la estaría sosteniendo por la espalda y dejando deslizar la mano quedaba agarrando sus nalguitas, que tal vez esos dedos querían meterse por la canaleta posterior y lavarla profundamente.
Claro que solamente imaginaba pero no podía mencionar nada, estaba como distraída mientras una gran mano le acariciaba los cabellos y la carita.
Le pidió que vaya a traer una crema de manos y le aplique la medicina de una vez, sonaba impaciente y el papá partió caminando como un robot, parecía que estaba jugando pero realmente trataba de disimular una molestia en su pantalón.
Volvió con la crema y en pantaloncito deportivo, hacía calor y así estaba más cómodo.
También traía un tubito de crema anestésica que hizo reír a la nena y decirle que el supositorio era una cosa pequeña, que no estaban por realizar una intervención quirúrgica.
Se levantó el deshabillé hasta la espalda y le ofreció el trasero, unas temblorosas manos no sabían por dónde comenzar mientras con la vista recorría esas piernas que iban subiendo hasta convertirse en el montículo de una enfundada cola.
Como la nena tenía la cabeza para el otro lado no podía ver una mano que bajaba a la entrepierna para apretarse y masajear su creciente erección.
Solamente dijo "Apurate papito, meteme el supositorio en el culito".
Su voz tenía un metálico tono médico, no sonaba erótica pero ambos sintieron un escalofrío que les recorría el cuerpo.
Los grandes dedos se posaron en esa bombachita blanca y masajeaban en círculos esas nalguitas, el espectáculo era demasiado apetitoso para apresurarse.
Cuando se notó que la demora no justificaba le tomó el elástico de la prendita bajándola lentamente, no se la sacó del todo dejándola por las rodillas.
Parecía maniatada su hijita con esa tela que le impedía separar las piernas.
Tomó esos globitos desnudos con ambas manos y nuevamente le dió masajes circulares, esta vez se abría la canaletita posterior cada vez que le separaba las nalguitas, podía ver ese valle y ese fruncido punto que esperaba medicina.
Estaba por bajar la cabeza para mojar con la lengua ese agujerito cuando Margarita le recriminó que no sea cochino, que para eso era la crema de manos.
Margarita ansiaba que su padre le chupase el culito, pero no podría demostrarlo en esta etapa.
En este punto del relato quise reproducir la situación y llevé a mi Alicia al dormitorio, rápidamente se acostó dejando la cara sobre mis piernas y parecía que me estaba por morder la protuberancia pero le pedí que diese vuelta: su carita no podría mirarme mientras la curaba.
No perdí demasiado tiempo con su bombachita y se la saqué para tener esa carnecita cruda a la vista mientras mi cielito continuaba su relato con los ojitos cerrados, los cerraba para sentir el supositorio que le estaba entrando, aunque lo que estaba metiendo en su culito era mi dedo.
Igual hablaba y contaba:
El papá largó un chorro de la crema para manos en el traserito de su hija y con el índice desparramaba esa materia espesa y blancuzca que hacía imaginar que era otro tipo de cremosidad.
Despacito apretaba el centro marrón para distender el esfínter y ya le entraba un poquito del dedo, el pulgar acariciaba más abajo, allí donde un bultito amenazaba con morderle el dedo con ese tajito.
Esas caricias eran más disimuladas, se suponía que no estaba preparando esa zona.
Al final tomó el supositorio y se lo metió lentamente en el anito, Margarita temblaba y estaba a punto de explotar, con una voz que sonaba desarmada le pidió que vigile para que no se escapase el intruso.
Estuvo un rato sintiendo un dedo quietito dentro del ano y se incorporó para ponerse nuevamente la bombachita, la sesión estaba llegando a su fin.
Al mostrarle una mancha de humedad en el bultito de su bombacha le pidió que la disculpase por haberse hecho pis nuevamente.
El padre decía dudar que fuese orín y para comprobarlo se agachó para olerle la bombachita, ella lanzó un gemido al sentir la boca paterna apoyarse sobre su puchita y pasarle la lengua suavemente por la pierna donde iniciaba la tela.
Cuando sintió una mano de cada lado bajándole la prenda nuevamente, se abrió de piernas atenazando el cuello del papito.
Una lengua caliente y húmeda se posaba en sus partes íntimas, una lengua que besaba sus labios exteriores posándose sobre su puchita y moviéndose con velocidad creciente.
Marga no imaginaba que fuese tan delicioso que su padre le chupase la conchita obsequiándole tanto placer.
Cuando la boca hambrienta llegó a su clítoris creía desmayarse y casi ahorca al pobre hombre de tanto apretarlo entre sus piernas mientras disfrutaba de un tremendo orgasmo.
Mi empleador exhibía un tremendo bulto que su hijita liberó lentamente apretándolo con cariño, el pobre traía tanta excitación acumulada que se derramó sobre la mano que apenas iniciaba el vaivén.
Marga lo despidió con un beso casi apasionado, algo aliviada que no se la había metido por la vagina, la barra de carne parecía demasiado grande para su conchita recién lengüeteada y aún recordando que le había dolido cuando yo se la enterré en el culito.
.
Apenas Alicia finalizó su relato, se giró aun ensartada en mi dedo que no abandonaba su colita y metiendo la cabeza entre mis piernas se engullo la barra de carne, al menos se acordaba de mi sufriente espera.
Le quedaban a la vista mis peludas nalgas y entrecortadamente farfulló que se había olvidado de rasurar esa parte, su dedito buscaba dónde entrar y por suerte pude apretar fuerte los músculos que evitaban la intrusión.
Como la buena hijita que era, se tomó todo el biberón y hubiese pedido otro si no fuese que la calmé con dos dedos haciéndole un candadito, esos agujeritos de mi reina ya estaban aceptando juegos mayores.
Esa noche, luego de cenar y acomodados en nuestro sillón, me comentó que se había hecho muy amiga de Martita.
La mención de la rubia muñequita hizo despertar mi muñequito, esperaba que Alicia lo agarrase para jugar pero se hacía la distraída.
Dijo que hablaron mucho y que nuevamente la había invitado a almorzar.
Yo imaginaba que otra vez la sedaría para hacerle cosas más graves.
A la mañana siguiente mientras caminábamos de la mano hacia el colegio, me pidió que la vaya a buscar a la salida ya que era un agradable timbre el que anunciaba esa salida.
Mientras trabajaba estaba sonriendo, me sentía contento por Margarita que estaba logrando su cometido, me sentía contento por ver a esa nena rubia que vendría en un rato.
Impaciente, me fui un rato antes a buscar a mi nena.
Miraba con otros ojos a esa bandada de colegiales que se arremolinaban riendo.
Muchas de esas niñas tendrían sus historias privadas, tendrían sus amigos especiales que no podían mencionar.
Trataba de descubrir cuáles serían las protagonistas de esas candentes historias que aveces leía en una página de Internet.
Se llamaba eduardoso o pedrobear o alguna combinación de palabras que no recordaba.
No era importante el nombre del site, lo que destacaba eran esas historias que relataban las nenas, cada una desde su punto de vista percibía su historia haciéndola diferente.
Tenían en común que eran amadas por hombres mayores, que vivían una relación prohibida en una sociedad que no lograba comprender lo maravilloso de esas tiernas sensaciones.
No era el sexo explícito y directo que buscamos las parejas adultas, era un creciente oleaje que permitía crecer a esos corazoncitos para integrase al universo lleno de amor.
Miraba esas colegialas imaginándolas sentaditas a escondidas frente a la pantalla, bebiendo esas nutritivas letras que alimentaban sus ansias de escribir también, de plasmar en palabras el torbellino que las atormentaba de noche cuando debían calmarse la picazón entre las piernitas.
Estaba cavilando esas cosas cuando se asomó por la puerta el grupo conocido, mi reinita y Mary escoltaban a la rubia muñequita, la tenían en el centro y la apretaban jugando.
Mientras despedía a Mary no lograba sacar los ojos del angelito rubio, la saludé con un beso en ambas mejillas para tenerla cerca un segundito más.
Los ojos de mi hijita denotaban que sentía celos por mi cariñoso tratamiento con Martita cuando nos fuimos de la mano conversando.
Apenas entramos la nena rubiecita ya se sentía como en su propia casa, andaba por todos lados curioseando y tocando los libros que descansaban en la biblioteca.
Yo miraba embobado sus evoluciones, sus saltitos de bailarina que hacían que la pollerita tableada volase.
Mi hija refunfuñando en voz baja dijo que se iría a la cocina para preparar la comida.
Ya no quise seguirla para ayudar.
Cuando la muñequita se calmó me preguntó dulcemente si podía usar mi computadora, que era moderna y veloz, no como el trasto viejo que tenía en su casa.
La llevé de la mano aunque ya conociese el camino, era delicioso sentir esa manita tibia.
Se estaba por trepar a la silla para atacar el teclado pero la detuve de los hombros, la dí vuelta y me puse de rodillas para apreciarla mejor.
Le dije que era una nena preciosa y que no podía dejar de mirar su carita, que mis manos querían acariciar esa cabellera dorada.
Nuevamente se sonrojó pero ya no mirando hacia el piso: me obsequió con su mirada que rezumaba amor.
Soltando su cintura le tomé la carita entre las manos y dejé subir los dedos para se enreden en su pelo, ella entornaba los párpados como esperando que la bese pero mi boca se estrelló en su frente, le daba besitos por la nariz y volvía a subir, subía para aspirar su cabello y volvía para besar su frente, todo con una gran lentitud.
Cuando pude calmar un poco las ansias que me despertaba el tenerla tan cerquita, me preguntó por que no la había besado, que ella sabía que me gustaba hacer eso.
Estaba por comentarle que los hombres grandes no besan a las nenas, cuando su voz entrecortada hacía notar que quería decir más cosas.
Le dí un imperceptible piquito apenas rozando sus labiecitos y se soltó:
"cuando me quedé dormida me diste algunos besos, me contó Alicia que te vio hacerlo"
Yo estaba por desmayarme del susto pensando qué cosa le habría contado mi hijita, cuando entró y nos dijo que vengamos a comer una picada antes de la comida.
Me encontraba de rodillas con la cara blanca de miedo y Martita me tomó de las manos para levantarme y llevarme a la mesa.
Iba casi arrastrado por ese brazo y nos sentamos mientras mi cielito estaba cortando fiambres y quesos para acomodar daditos en un plato de madera.
(continuará)
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