Amante compartido
Querida, quiero describir cómo sucedió lo nuestro. Sí, te quiero, pero me gusta más tu madre..
¡Nunca me imaginé esto contigo! Tu madre y yo somos amantes desde que tú tenías 12 años. Me viste muy pocas veces y creías que sólo era una amistad más de tu madre. Alguna vez viste fotos donde ella y yo estábamos en la oficina donde trabajamos o en reuniones de festejos de fin de año y yo era uno que otro sujeto cuyo nombre saltaba en las pláticas con sus amigas. “Te emocionas al escucharlo hablar, no te hagas tonta”, decían tus amigas y tu rostro sonriente se sonrojaba. Alguna vez le preguntaste a tu madre “¿Lo admiras mucho?”, refiriéndote a mí, “Sí” fue todo lo que te dijo y cambió el rumbo de la plática. Al morir tu padre, me viste con más frecuencia al realizar visitas a tu casa, aunque mis encuentros con tu madre siempre habían sido discretos y en moteles, después, sin la presencia de tu padre, continuamos el sexo de la misma manera, pero, en ocasiones, después de cenar, nos quedábamos en la sala cuando ya te habías ido a acostar. Nos tomábamos de la mano, nos besábamos y, a veces nos metíamos mano bajo las ropas. Escondida tras las cortinas de la habitación adjunta a la sala y arropada por su oscuridad, pudiste ver cómo nos amábamos entre besos, abrazos, cariños y palabras dulces, pero nunca hubo coito. Eso era suficiente para que tú te masturbaras.
En otra ocasión, tuviste que utilizar la laptop de tu madre para hacer una tarea de la universidad porque la tuya no servía. La terminaste pronto y te pusiste a curiosear en sus archivos. Descubriste un extenso archivo comprimido con contraseña. Se trataba de documentos de texto e imágenes. Lo copiaste. Al siguiente descuido de tu madre, examinaste y copiaste las contraseñas que ella utilizaba en las distintas páginas que usaba. Pacientemente las ordenaste y fuiste probándolas con el archivo comprimido, hasta que éste cedió con una.
Los documentos escritos resultaron ser la correspondencia caliente y pudiste darte cuenta, por las fechas, de que tu papá fue un cornudo durante varios años, que a tu mamá no le habría importado embarazarse de mí pues, intuías, que tu padre creería suyo al crío. Afortunadamente yo cuidé de que eso no ocurriera. Pero también comprendiste que tu madre se decía “puta” a sí misma porque le gustaba coger con otro, pero también me decía “puto” a mí porque la satisfacía y me usaba. Por si los documentos no fueran suficiente, había muchas fotos de tu madre y yo posando desnudos, en algunos casos, se leía en las almohadas el nombre del hotel donde fueron tomadas. Te masturbaste diariamente mirando mi desnudez y mi ostentosa erección lista para ofrecérsela a tu madre en la boca. En unos videos más recientes, le pedía a tu madre, con palabras soeces que me chupara la verga y se la enterrara hasta el fondo de su vagina; mi falo era cubierto por la imagen de las nalgas y la espalda de tu madre antes de suspenderse la toma. En uno antiguo, escuchabas a tu madre decirme “Tómate tu desayuno, es papaya con leche condensada” y a mi preguntando “¿De quién es la leche?” y yendo mi cara hacia su pubis. “Del mismo buey que ordeño para esto”, contestabas añadiendo “Hoy me gané un ‘Te amo’ por mi eficiencia en la ordeña”. Tus confusiones aumentaban porque no imaginabas a tu madre expresarse de esa manera. Pero también accediste a su diario y corroboraste que tu padre no tenía respeto por tu madre, ella era una sirvienta y la usó para eso y para coger cuando no obtenía lo mismo de otra. Entendiste en toda su magnitud los desprecios y enojos de tu padre, así como las lágrimas frecuentes de tu madre.
Con esta información, te enfrentaste a tu madre, quien tuvo que aceptar nuestra relación. Te contó lo que ya sabías de la correspondencia leída, pero te quedó claro que se trataba de amor y también de lujuria y deseo conque deseaba ser tratada. Tú le confesaste que después de leerme y ver mis fotos, te invadió el deseo de ser desflorada por mí. Ella trató de convencerte que eso no era correcto, que debería ser alguien a quien tú amaras y, de preferencia, que te casaras con él. “¿Para que me pase lo que a ti con mi papá? No, yo quiero probar el amor de alguien que sí sabe darlo” Dijiste y desarmaste sus argumentos. Y yo acepté la propuesta transmitida y suplicante de tu madre.
Ahora, estoy sentado en la alfombra, ya tu madre nos ha desnudado a ambos. Me abrazas y restriegas tus senos pequeños pero muy firmes en mi cara picándome con los turgentes pezones en los párpados de mis ojos cerrados. Me pides que te haga el amor y me niego. Tu madre está sentada tu lado, también desnuda, sonriendo por los embates con los que me haces padecer ya que mi pene se ha puesto duro y yo sigo sin aceptar tus requiebros.
—¡Ja, ja, ja, qué te puede pasar, ella ya es mayor de edad! —Dice alegremente asintiendo que me sigas acosando. Yo extiendo mi mano hacia el pubis de tu madre y le acaricio el pelambre.
—¡Tu hija no, eres tú la que me gusta para hacer el amor! — Le digo a tu madre y jalo suavemente sus vellos.
—Pues cógetela a ella, —me contestas besándome la frente y acariciándome con suavidad la cara al acunarla entre tus pequeñas y duras chiches— y después a mí…
Tu madre sigue riendo provocativa, se acuesta y abre las piernas para que mis dedos recorran la humedad de sus labios. Tú, poniéndote de pie, me restriegas en la cara los vellos húmedos de tu sexo, al pasar por mi nariz tu clítoris el olor a hembra deseosa me pone con la verga más tiesa. Tu madre me asegura el falo desde los huevos y te invita a sentarte.
—Siéntate poco a poco en su pene, mi Preciosa. Al principio sentirás un pequeño dolor y entonces te dejas caer para que quedes bien ensartada.
—¡Ay! —gritas al sentir la rotura del himen y te dejas caer, quedando empalada, mientras te escurre una lágrima, la cual enjugo con mi lengua.
Tu corazón se acelera, tu madre acaricia mis huevos y me dice “Permanece quieto, ella sabe lo que sigue”. En efecto, con tu cadera inicias un movimiento en círculos y tu semblante cambia mostrando una sonrisa y, sin dejar de moverte, me das un beso. Mientras tu lengua juega con la mía, tu madre limpia mi escroto con un pañuelo algunas gotas de sangre que escurrieron de tu vagina.
—Ya eres una mujer, mi niña —dice mostrándonos la mancha roja que limpió—. Trátamela con delicadeza y amor —me dice al oído y truena un beso en mi oreja.
Tu movimiento cambia para subir y bajar sobre mi verga con frenesí. Tus gritos indican que estás teniendo un abundante orgasmo. Te tomo de la espalda y bajo mis manos a tus nalgas para ayudarte con el peso en el mete y saca desaforado en el que se ha transformado tu movimiento. Beso tus pezones y los lamo cada vez que pasan por mi rostro. Das un último alarido y, sin soltar tus brazos de mi cuello, recargas tu cuerpo sobre el mío. Me acuesto con lentitud para dejarte sobre mí. Tu madre nos mira satisfecha, haciéndome señas de que me mantenga calmado, a la vez que tus sollozos y lágrimas le ensanchan la sonrisa. Sus manos acarician los vellos de mis piernas.
Cuando ya estás calmada, me giro para dejarte bajo de mí y comienzo a moverme para darte otros dos orgasmos. “¡Eres un puto!” me gritas antes de besarme. Te vuelves a calmar. Ahora tu madre te ayuda a sentarte sobre mí. La experiencia que desde niña has tenido en las almohadas y los respaldos del sillón, la pones en práctica sobre mi falo que sigue turgente. Tu cara está sudorosa y continúas cabalgando hasta que viene un orgasmo más y quedas yerta sobre mi pecho.
Al rato, tu madre te ayuda a levantarte, te da el pañuelo para que te limpies la vulva. Lo miras y notas los restos de tu flujo baboso pintados con tenue mancha rosa, la sangre que quedaba de tu himen.
—¿Crees que quede preñada? —le preguntas a tu madre.
—No lo creo, mi niña, mi puto no se vino, por lo general se sale de mí cuando va a eyacular. De ahora en adelante, usa un condón si quieres tener más diversión de esta. Deja que él te limpie bien —dice volviéndote a colocar en cuclillas sobre mi cara.
Yo te tomo de las nalgas y chupo el clítoris y los labios. “¡Qué rico!”, exclamas tomándome de la cabeza y mueves tu coño sobre mi cara. Yo soporto estoicamente el embate de tus ganas y siento el sabor salado de otra venida más que tienes. Tu madre se ha sentado en mi palo inhiesto y salta apachurrando mis huevos entre mis piernas. No aguanto más el placer y le lleno la vagina. Escucho los gritos de ambas y suelto otra descarga. “¡Así puto, vente que te estoy sintiendo!” exclama tu madre y tú te levantas volteando el rostro para ver su cara gozosa.
—¡Mamá, te puede embarazar! —dice afligida.
—No, desde que murió tu padre me puse un DIU, para evitar eso —le aclaras después de terminar de darse sentones—. Ahora, límpialo tú y saborea esta miel —dice levantándose y señala mi verga yerta, embarrada de semen y flujo que también se ha escurrido en mis bolas.
Miras indecisa, quizá sientes asco, pero ella te inclina y tu abres la boca. “Exprime lo que aún le queda en el tronco” te dice antes de ponerse a lamerme y chupar mis huevos. Acaricio el pelo de ambas, una cabeza en cada mano. Tus chupadas reviven mis ganas y viene un pequeño chorro más que deglutes saboreando ese nuevo placer.
Descansamos acostados y exclamas. “¡No estuvo completo, mañana iré a ponerme un DIU!”. Tú contestas “Bueno, ahora mi puto tendrá más trabajo y podrá hacerlo en esta casa”. Ahora yo, que sólo tenía una puta, tendré dos.
¡Ah, caray! ¿Es fantasía i así te ocurrió?
No es fantasía, ni me pasó a mí. Es una explicación que alguien, cercano a mí, hace un recuento de su nueva situación.
¿Cómo está? ¿Tienes también relaciones sexuales con la hija de tu amante, y con la anuencia de ella?
No soy yo, pero el protagonista sí está en esa situación.
A juzgar, esto no te pasó a ti, no forma parte de tu manera de ser (tener una amante durante tantos años y cogerte a una chica 20 o + años menor que tú) ¿De dónde lo sacaste?
Efectivamente, esta situación fue algo que le ocurrió a un amigo, lamento mucho no haberlo aclarado previamente en el relato. Prometo dejar clara la situación en mis próximos textos.
¡Órale! Cuando mi hija iba en la Primaria, la llevé a mi trabajo y conoció a Bernabé. Ella insistía en que la llevara al trabajo cuando no tenía clases porque le gustaba estar allí ya que mi amante la trataba bien. Sin embargo, no dudo que alguna vez me haya visto a mí tallarle el pene o poniéndole mis nalgas para que me diera un repegón. El asunto es que cuando dejé de trabajar, ella se acordaba de mi jefe y se ponía alegre al recordarlo. Hace poco me preguntó por él y si me recomendaría para trabajar allí.
Después de leer esto, creo que no la ayudaré, no vaya a ser otra cosa…
Por parte de esta mujer, desde niña, también hubo una observación de la admiración, y mucho más, que tenía la madre por el sujeto y, al parecer, la hija la fue asimilando como propia, incluidos los deseos por el hombre, no sólo la justificación de la infidelidad, sino también el uso sexual que le daba a ese hombre: «ese es mi puto», decía en su diario para referirse a él.
¿Estás segura que tu hija no ha visto tus fotos con Bernabé y los relatos donde nos cuentas tu vida sexual? Si es así, no creo que haya mayor problema si no la conectas con tu amante, de lo contrario… quizá ya sea un deseo que ella quiere cumplir y sí sepa cómo llegar a satisfacerlo.
La verdad, así de kocas están las muchachas de hoy. Pero son selectivas: La mía no se acerca a mi esposo (mi amasio), Pero ya je dijo a José que quire con él. Lobueno es que ya se va a casar.