Así me hice mujer
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Mi historia no tiene nada de original. Éramos pobres hasta de ilusiones. Cuando todavía no alcanzaba la edad para casarme mi padre me vendió a un ranchero que tenía todas las de ganar. Fue mi madre la que me llevó al rancho, se arrodilló en la tierra y mientras me alisaba el cabello me dijo las palabras más sabías que podía
—Mira hija, hay un hombre en la vida de cada mujer al que nunca hay que decirle que no. Manuel Iturria es ese hombre en tu vida. A lo que te diga dile que si. Lo que sea que te haga, acéptalo. Eso es lo que hacemos las mujeres y con él aprenderás a ser una.
Me abrazó y me mandó para la casa grande. La verdad es que mi vida no se volvió muy diferente. Yo servía en la cocina y hacía todos los quehaceres que me mandaran. Pero por las tardes el mismo Manuel Iturria me mandaba llamar a su oficina, me hacía sentar en sus piernas y me enseñaba a leer y escribir. Manuel era un hombre alto, que olía a caballo y a sudor. Era todo un señor ya entrado en años y cuando me montaba en sus piernas sentía su barriga contra mi espalda. Él era amable conmigo y muy tranquilo. Me ponía las manos en los muslos y me los separaba. Durante los primeros días sus manos acariciaban la carne de mis piernas, de una u otra forma acababan debajo de mi ropa, ya fuera en mi pecho donde me frotaban los pezones o dentro de mis calzones donde apoyaba los dedos sobre mi concha. Lo que no variaba era la dureza que sentía contra mis nalgas. Manuel me acomodaba cada cierto tiempo, me subía sobre sus piernas y yo sentía su cosota dura en mi trasero.
La segunda semana que estuve en su casa sus dedos ya estaban dentro de mi concha. Primero quietos y luego moviéndose dentro y fuera mientras yo trataba de aprenderme las vocales. Aunque al principio me tomó por sorpresa el primer dedo que me invadió, recordé las palabras de mi madre y me dejé hacer. Pronto tuve dos y hasta tres. Manuel me besaba el cuello y sus dedos glotones chapoteaban entre mis piernas.
—Que rica esta mi nena —me decía—, te tengo que poner los dedos dentro para que un día te quepa mi palo. Ahorita no te entra, pero ya veras que con mis dedos te agrandaré la conchita.
A la tercera semana me tenía que quitar los calzones apenas entraba en su oficina. Él para estar más cómodo se abría el cierre del pantalón y se sacaba su palo. Me enseñó a ser educada y antes de empezar las clases me paraba entre sus piernas abiertas, saludaba su palo con mi lengua y manos. Algunas veces él quería que me metiera la cabecita en la boca y yo lo hacía. Luego, con su palo bien parado, me sentaba en sus piernas, su palo contra mis nalgas, sus dedos en mi concha, sus labios en mi cuello. Ya entonces al final de la clase, cuando cerraba mi cuaderno, él me hacía caballito hasta que su palo escupía su leche en mi trasero.
Como él decía la concha se me fue haciendo grande porque ya me cabían hasta cuatro dedos. Entonces empezó a ponerme los dedos también en la cola, eso me dolía un poco pero luego de un rato me acostumbraba. Para enseñarme lo que hacían las mujeres me trajo unas revistas que revisabamos juntos luego de las clases. Había muchas fotos de hombres y mujeres desnudos, los palos de ellos estaban dentro de las conchas y las colas de ellas. Manuel me iba enseñando cada foto mientras sus dedos estaban bien dentro de mi concha y mi cola.
—Tú eres mi mujercita y tienes que hacer estas cosas conmigo. Mira que caras de gusto tienen, cuando un hombre le mete el palo a su hembra hasta los ojos se le ponen en blanco de lo rico que siente. ¿A ti te gustan mis dedos?
Me gustaban cada vez más, cuando me frotaba mucho por dentro sentía como cosquillas y a veces me temblaban las piernas. Hubo otro cambio entonces y Manuel me mandó a dormir con él en su cama. Decía que hacía mucho calor y que teníamos que dormir desnudos. Él me ponía los dedos dentro donde decía que estaba fresquito y húmedo. Con el tiempo no podía dormir si no me ponía sus dedos en mi concha o en mi cola y me hacía ese rico frotar. Por las mañanas despertaba con su palo duro y baboso entre mi trasero. Me lo frotaba entre las nalgas y en la concha, cuando me daba su leche me la metía con los dedos en la cola.
Cuando mas calor hacía y ya me cabían los cinco dedos trajo una película que puso una noche. Yo estaba fascinada. Un hombre le daba palo por la cola a una mujer, me acosté boca abajo en la cama para mirar la película y Manuel se puso atrás mío. Pronto sentí algo húmedo entre mis nalgas y cuando volteé a mirar lo vi lamiéndome la cola. Me reí pero me dejé hacer. Sentía un hormigueo en mi cola y un calor que me corría por las piernas. Sin darme cuenta yo misma empecé a empujar mis nalgas contra su lengua. Pronto me metió los dedos, les daba vuelta, los abría y yo me quejaba entre el gusto y el dolor
—Hoy te haré mujer —me dijo—, ya es hora de que conozcas mi palo.
Se fue al baño y volvió con un pote de vaselina. Volvió a meterme los dedos y yo me estremecí por el tacto de la vaselina en mi cola. Cuando sentí su palo en la cola supuse que si sus dedos me dolían esto me dolería más, pero igual que luego me daban gusto los dedos, su palo me lo daría también. Me dolió mucho. Cuando él me puso la cabeza dentro sentí que me rompía. Conforme avanzaba sentía que se me iba agrandando la cola cada vez más. Me quejaba con pujiditos y ayes, pero sin quitarme. Pensé en mi madre y lo que me dijo. Manuel era el hombre de mi vida al que no le podía decir que no, si quería ponerme el palo en la cola yo tenía que obedecer.
—Ya lo tienes todo dentro mi nenita. Que cola más rica, está bien caliente y como aprieta.
A mí se me habían escapado unas lágrimas. Él no se movió. Miré la pantalla donde otro hombre le metía el palo a la mujer por la cola. Le gustaba porque ponía cara de gusto. Sentía la barriga de Manuel contra mi espalda, su palo dentro de mí debía llegarme hasta la garganta. Manuel me abrió las piernas y me quejé.
—Te lo haré suavecito reina. Aguanta, nenita. Cuando te eche la leche dentro serás mi mujer. Te lo haré todas las noches y verás como te gustará. Hasta me pedirás más.
Sentirlo moviéndose me hizo gritar. Sentí que mi cola no lo dejaba ir, y hasta pensé que me arrancaría la piel porque se quedaría pegada a su palo. Pero no paso, sacó su palo y me lo metió, una y otra vez. Sentía dolor, pero ya al final se me calentaron las nalgas y las piernas y el gustito me brincó en la concha y se desvaneció sin que pudiera sentirlo bien. Manuel me rellenó de leche, me llenó de besos y me chupó la concha. Me retorcí de gusto entre sus brazos y sentí el gustito en la concha hasta caer rendida. Por la mañana me hizo mujer por la concha, que me dolió mucho menos. Así fue como aprendí a ser mujer.
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