Así se conquista una de trece – Capítulo III – Quiero MIRARTE
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Stregoika.
(.
) Así que seguí día tras día haciendo lo mío.
Laura me sonreía con adoración al encontrarnos por ahí y yo le correspondía.
Cada vez me imaginaba haciéndole el amor con poesía o taladrándola sin piedad, según estuvieran mis ganas.
Laura solía sentarse en la primera fila para mostrarme las piernas, las cruzaba bien y se fijaba que la falda estuviera lo suficientemente subida.
Había aprendido a coquetearme, y me ponía a mil muchas veces.
Yo, tenía la suficiente destreza para mirarla sin desconcentrarme de mis asuntos – a ver, ¿a quién creen que están leyendo, a un aficionado? – y perfectamente hacía las clases mientras me deleitaba las retinas mirándole las piernas a mi Laura.
Me parece verla ahí con el esfero en la boca, la rodilla bien levantada y sacudiendo el piecito suavemente.
Reconocer que estaba así expresamente para mí, me excitaba montones, pero durante esas semanas evité pajearme o imaginármela cuando me echaba a Tatiana o a Jessica, de grado décimo; porque sabía que ya pronto llegaría el momento y quería que fuera a todo dar.
Parte de la espera consistía en que solo podría ser en el mismo colegio, por la dificultad de verme con ella por fuera, porque era muy niña.
Sería demorado, pero llegaría.
Las cosas empezaron a ponerme más ansioso cuando ella, no conforme con exhibirme sus piernas cruzadas, hasta bien arriba; empezaba cruzarlas justo cuando yo la miraba.
A veces llevaba bicicletero y otras veces no.
Cuando no se lo ponía, el pulso se me disparaba: la muy putica se quedaba varios segundos con las piernitas bien abiertas para mí, mirándome con ese gesto de ‘te gusto ¿cierto?’.
Poder verle ese parchecito que envuelve su jugosa vagina, que se supone debe permanecer sin ser visto por uno, es una experiencia mística.
No sé si pueda explicarlo.
Podría comerle el coñito a una colegiala mil veces y aun así querría volver a verla mal sentada, con la falda de adorno.
Y ojalá no verle los panties, sino las lycras, los pantimedias.
El upskirt, el nylon y las colegialas, tres fetiches en uno, una niña de colegio mal sentada y mostrando todo… la fórmula completa para pararme el pito y desatar mi instinto conquistador de culicagadas.
No obstante sabía que no debía presionar nada, que el momento llegaría por sí solo, y una vez sucediera sería infinitamente mejor que planeándolo.
Y así fue, el día llegó:
Izada de bandera.
Todos los séptimos a cargo.
Más de cien estudiantes participando en presentaciones que durarían todo el día.
Yo lo sospechaba pero prefería no crearme expectativas, Laura tendría una presentación y la vería de particular, ojalá en falda… y corta… ehemm.
Dije que sin expectativas.
– hola profe – me saludó como siempre, de un saltito y poniéndome la mejilla.
“mamassita cada día está más rica” pensé.
– hola mi amor – dije.
– voy a bailar hoy, tienes que verme.
– claro que voy a MI-RAR-TE – me lamí los labios por dentro.
Laura sujetaba las solapas de mi bata blanca mientras hablábamos.
Cualquiera que nos estuviera viendo, habría dicho “están que se comen”.
Yo, hacía rato no me sentía tan cargado, tan pesado.
Pero todo se lo estaba guardando a ella.
– ¿y qué te vas a poner? – pregunté con lascivia.
Esperaba que me dijera que una microfalda o algo así, que me arrechara más.
– ya vas a ver – dijo coquetamente y se marchó.
“Esta culicagada ya sabe portarse como una mujer” pensé.
La vi alejarse caminando, contoneando su hermoso culo debajo de esa jardinera.
Iba modelando para mí.
Cogió una bolsa, donde deduje que tenía su vestuario, y volvió a salir rumbo a los baños.
Mi mente explotó.
“ya es hora, de aquí y ahora no pasa” pensé.
– Laura, ven acá.
Los baños están atestados.
Cámbiate acá.
los salones en cambio tenían uno que otro pelagatos, y el de Laura, estaba vacío.
Todo mundo estaba en formación o preparando sus números.
Era el momento ideal.
Valió la pena esperar.
– Bueno profe – sonrió ella.
Ya sabía mis intenciones, o parte de ellas.
Volvió a modelar a mi lado de regreso al salón, me miró flirteándome y cerró la puerta.
En el siguiente instante se me subió todo, ver esa puerta cerrada y verme a mí afuera, pensando que Laura estaba ahí a un pasito empelotándose… toqué.
“que no se me note el desespero, que no se me note” pensé.
– ¡Laura!
– ¿señor? Respondió sorprendida desde adentro.
– ¡abre!
– ¡ahorita profe!
– ¡abre ya!
– ¿por qué?
cuatro segundos de silencio y…
– quiero MIRARTE.
otros cuatro segundos de nada, cien veces más largos que los anteriores.
maldita coyuntura interminable.
¿qué va a hacer? ¿Estará marcando en el celular? ¿lo estará pensando? ¿se estará desnudando? ¿gritará? Por dios, algo, lo que sea, pase ya…!
sonó el clanc del pasador.
El corazón se me iba a salir (y la verga también).
Laura abrió.
Se asomó y su expresión me asombró.
Si mi propio poder y suerte me tenían con miedo, ahora me tenían aterrorizado.
La radiación cósmica en sus ojos estaba fulgurando.
Sentí ganas de casarme con ella.
La niña me abrió paso, inspeccioné los alrededores y entré.
Ella misma cerró la puerta detrás de mí.
El salón tenía unos enormes ventanales que daban a un gigantesco potrero y después de este, a unos apartamentos en obra gris.
Si justamente en ese momento había justamente ahí, alguien con un catalejo observándonos, merecía ver el espectáculo.
Laura se quitó el saco del uniforme en un parpadeo.
“Dios mío, mamasssssssita” pensé.
Hacía mucho no la veía sin saco, con la jardinera bien ajustada sobre su linda figura.
Y esas tetas, por dios, esas tetazas, estaban ahí guardaditas y llenas de pasión, esperando ser cariñosamente exprimidas.
– ¿quieres mirar? – me preguntó.
Yo asentí.
Su siguiente movimiento fue agacharse unos centímetros, sin dejar de mirarme.
Se agarró el ruedo de la jardinera y se incorporó.
Con una lentitud hipnótica fue recogiendo los brazos y destapándose la piernas.
Al final se había subido toda la falda.
Estaba ahí de pie, paradita elegantemente, con una pierna soportando el peso y la otra recogidita, sosteniéndose el faldón a la altura del pecho.
– mira todo lo que quieras – me dijo.
El lubricante salía a raudales de mi glande inflamado, y el corazón estaba por sufrir un colapso.
Creo que mis manos temblaban como las de un paciente de Parkinson.
Este servidor que tantos culos de colegialas había lamido, estaba hecho un manojo de nervios ante su nueva conquista, de trece tiernos años.
Sin embargo miré, miré todo lo que ella quiso mostrarme.
Detallé hilo a hilo sus pantimedias, desde los tobillos hasta la cadera y desde la cadera hasta el pubis.
Me arrodillé ante ella.
Puse mis manos en sus pantorrillas, y el tacto con la textura de sus medias me electrocutó.
Por haberme acercado, tenía su fragancia llegándome a la cara sin ninguna inhibición.
Mi vista, mi tacto y ahora mi olfato estaban al máximo, como agua en ebullición, como papel cediendo impotente, arrugándose y ennegreciéndose entre las llamas.
La existencia no tendría ningún sentido sin poderse entregar a ese frenesí sensorial de vez en cuando, sería mejor suicidarse.
Era momento de girar la perilla y aumentar la tensión.
Deslicé mis manos hacia arriba, acariciándole las piernas sobre sus pantimedias.
También acerqué mi cara a su pelvis, con la boca abierta.
Mis manos habían recién llegado a sus nalgas, y ella respondió con un pequeño contoneo.
Era indudable que estaba mojándose como una cascada.
La consciencia no me alcanzaba para disfrutar tanto de tantas formas y al mismo tiempo.
Supongo que uno pasa a un estado superior de la existencia que le permite no sufrir un corto circuito; porque, tenía sus redondas nalgas en mis manos, con los hilos de sus pantimedias estirados, sintiendo su calor; y su entrepierna a un centímetro de mi boca.
Estaba dándome una sobredosis de su aroma, olor a jardinera limpia y planchada, a piel delicada bañada con jabón suave, y a vagina florecida y colorada, húmeda, palpitando de ganas.
Puse mi boca abierta sobre el parchecito que le cubría el pubis, y presioné sin usar los dientes, muy despacio.
Por sus gemidos, imagino que estaba en un estado similar al mío, no dueña de toda la descarga de millones de Teravatios en su cuerpo.
El placer ahora se manifestaba también por mis oídos.
Los gemidos le salían solos, no se podían modular ni detener.
Es la recompensa del sexo que todos buscamos, ese éxtasis.
Le masajeé las nalgas y emitió otro gemido y otra vez dibujó un círculo horizontal con el pubis.
Debía estar empapada, por sus movimientos, por el rico olor… empecé a chupar.
De vez en vez retiraba mi boca y le veía el parchecito cada vez más mojado.
Metí los dedos en su cintura y le bajé las medias.
Ella cooperó moviendo las piernas para que las medias cedieran.
Se las bajé hasta las rodillas y le miré la cuca.
Tal como me la imaginaba, una sombrita de vello muy suave, recién salido, jamás depilada, y colorada por las ganas…
Vvista, tacto, olfato, oído y ahora… el gusto.
Le comí la vagina a Laura como si fuera por supervivencia.
Sonoras chupadas, lamidas, besos, besitos, más chupadas ruidosas.
Qué delicia de labios y qué jugos tan finos y apetecibles.
Quisiera verme ahí ahora, masajeándole las nalgas y mamándole la vagina, arrodillado ante su loca divinidad, mientras ella, comedida, se esforzaba por seguir de pie, gozando con los ojos cerrados y sosteniéndose la jardinera arriba.
Ya no tenía control, el animal había salido y estaba a cargo.
Ps, creo que nadie que le mame la vagina a una hermosa niña de trece años, pueda controlarse.
Me puse de pie y como una fiera le halé el peto de la jardinera hacia abajo.
Quería chuparle y estrujare esas tetas que en principio, fueron lo que me enamoró de ella.
Laura, prestamente se llevó las manos a la espalda para soltarse la cremallera, y la jardinera cayó.
Laura tenía un brasiér azul, pequeñito como el que yo ya había visto.
También se lo quitó enseguida.
Sus tetas de diosa saltaron al aire, liberadas, gloriosas, hermosas.
Se las chupé como un loco.
Mientras le hacía círculos con la lengua sobre los pezones, me di cuenta que intentaba alcanzar mi entrepierna.
Me solté los pantalones.
En el siguiente instante tenía a la colegiala más jovencita que me haya hechado, arrodillada ante mí dándome una mamada.
Sentía esa boquita calientita y esa lengua húmeda.
no podíamos quedarnos tanto tiempo, era demasiado el riesgo.
-¿quieres que te penetre? – pregunté casi sin aire.
– sííí – rogó ella.
Tiró uno de sus zapatos y se quitó la media de una pierna.
Puso la colita en la mesita del profesor y levantó la rodilla hasta el hombro.
Se lo metí.
Le bombeé como un perro salvaje, mientras nos dábamos besos pornográficos, le miraba las tetas saltando, o le daba besos y le lamía en el cuello.
Toda la carga que me tenía guardada para ella, estaba caliente y lista para entregar.
¿me le vengo adentro, tenemos un bebé y me quedo con ella? Mientras le mordía el cuello con los labios y le daba verga frenéticamente, me cuestionaba dónde acabar.
De verdad me gustaría casarme con ella, de solo acordarme la manera en que me miraba… pero esa era una ridícula fantasía.
Se lo saqué y me vine como un caballo sobre su jardinera, que estaba toda arrugada en torno a su cintura.
Ella se complacía con el morbo de verme eyacular, sobre todo por el hecho de que eyaculaba por ella, y me pegaba su pelvis a los huevos mientras le chorreaba leche encima.
No paraba de correrme, seguía teniendo contracciones y disparándole semen a ella, cada vez menos, un poco menos, un poco menos, menos… ella respiraba profusamente y me acariciaba el pecho.
Sentí que la sangre abandonaba mi cabeza, creí que iba a dormirme o a desmayarme.
Respiré…
– mi amor… – le dije y la besé apasionadamente.
Miré por última vez – ese día- , sus tetas redondas y su panochita colorada, ahora con los vellitos empapados y aplastados.
– yo creí que eras virgen… – dije.
ella me frenó con una burlona risa.
– su fuera virgen, me habría mandado al psicólogo que ese viejo me hubiera mostrado la verga.
Pero yo no le tengo miedo a las vergas.
lo siguiente que hizo fue restregarse en la mano el reguero de semen que tenía en los senos y sobre todo en la jardinera.
– se siente bien – dijo.
– ¿tienes novio? – le pregunté, asustado.
– sí claro.
Eres tú.
Bueno, esa es mi historia de cómo probé la dulce cosita de una colegiala de trece años.
Luego me contó que desde los once años, un tío la tocaba, le hacía regalos y la trataba muy bien, veían videos porno, hasta que la convenció de mamárselo y eventualmente le hundió la verga en su cosita.
Laurita era una putita muy bien entrenada y deliciosa.
Yo me obsesioné con cogérmela todos los días, pero eso obviamente era imposible.
Terminé retirándome por los problemas que me estaba generando el buscar un día tras otro estar con ella, en el laboratorio, en los baños, en el salón al descanso….
Pero es que ella no cooperaba, pues se portaba más y más candente.
Un día me regaló un upskirt con una peculiaridad muy especial: le había recortado el parche a sus pantimedias y tenía la vagina a la luz del día.
La verdad, por más consagrado culiador de colegialas que sea uno, dar clase al tiempo de verle la vagina a tu estudiante favorita, ya era inmanejable.
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