Así se conquista una de trece – Capítulo III – Quiero MIRARTE
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Stregoika.
Así es que se conquista una de trece
Capítulo i – presentación de un consagrado culiador de colegialas
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Los que hayan leído cuentos míos sabrán que las colegialas me arrechan como ninguna otra cosa.
Esto que les contaré me ocurrió en un colegio inmenso, de unos 2000 estudiantes.
No era un colegio de ricos, como para tener historias color de rosa.
De hecho, en los colegios de ñeritas siempre es más rico trabajar porque las chicas son mucho más abiertas – de mente, y si las trabajas un poco, también de piernas -.
Yo me la pasaba prendido por la convergencia de varias razones, como la liberación en que vivían esas niñas, sus faldas cortas y los pantimedias gris claro en los que consistía el uniforme.
A ver, hay quienes nunca volvieron a pisar un colegio después de su propia vida de colegial, y fantasean con las colegialas como si fueran un manjar prohibido.
Hay quienes logran dejar atrás la tentación por las polleritas solo porque nunca las volvieron a ver de cerca.
Hay quienes trabajan en colegios y les da igual (aunque son muy pocos) y hay quienes trabaja(ro)n en colegios, como su servidor; y viven ardiendo en deseos por las colegialas, por sus carnes rebosantes de colágeno que las convierte en frutos sexuales inasibles, bombas de feromonas, musas de fantasías, máquinas eróticas… seres con tal poder de atracción que literalmente embrutecen a un hombre.
Macabro mecanismo de la naturaleza para preservar la especie!
Yo, me desenvolvía en mis labores sin que fuera evidente mi lado oscuro.
En medio de clases, actividades extra-clase, deportivas y culturales, mi yo interior estaba en constante calor, viéndoles las piernas a las niñas, esperando siempre ver un poco más, o si no había ya nada más que ver, entonces durar un poco más viendo.
Ese uniforme me encantaba, esas medias grises clarito, a veces brillante me ponían a mil.
Y sobre todo porque eran apenas algunas chicas las que se ponían bicicletero encima.
Si bien mi mente en perenne calentura disfrutaba de ver debajo de las jardineras aún si tenían bicicletero, pues verlas sin biciletero era mucho más rico.
Las pantimedias eras de esas que cambian de textura cuando llegan a la base de las piernas, y tienen una especie de panty labrado sobre ellas.
No sé nada de confecciones para describirlo debidamente, pero cualquier hombre heterosexual me entenderá lo arrechador que es verle eso a una chica, sobre todo a una colegiala.
De solo escribirlo se me está parando.
Las chicas adoraban pasar los períodos de descanso sentadas en enormes grupos en los prados, recostadas unas sobre otras.
Parte del embrujo reproductor de la pervertida naturaleza, era verlas en plena confianza entre sí, amontonadas, con sus faldas olvidadas, ignoradas, puestas sobre ellas por requisito, pero levantadas por anarquía.
O no sé, siempre me pregunté si las colegialas mostraban tanto las piernas y un poco menos sus entrepiernas y nalgas, por calentar intencionalmente a los hombres; o creían que por llevar pantimedias ‘no pasaba nada’.
Si supieran que hay muchos como yo a quienes las pantimedias nos prenden aún más que la piel viva…
Y para empeorar el cuadro, estos montones de chicas adolescentes siempre, no solo están ‘mostrando todo’, sino recostadas sobre la cola o las tetas de sus compañeras.
Alguna vez en otro cuento mío lo dije: Entre ellas si pueden ver y tocar, y lo hacen en público, para que se arrechen los demás.
Imagina una colegiala de esas recién, pero recién desarrollada, como un croissant que acabas de sacar del horno, que está en su punto, que está que se come solo y que, tú eres consciente que hace un minuto todavía estaba crudo.
Típica muchacha que sabe lo buena que está, es la más alta del salón, se siente la mamá de la camada porque está estrenando tetas, los jeans apretados se le ven mejor que a las demás, y sobre todo porque tiene a toda la comunidad dividida: entre los que se hacen la paja por ella y los que no quieren hacérsela sino que están detrás de ella como perros.
Ahora imagínenla en uniforme, sobre los prados del colegio, usando de almohada el culo de una amiga que máximo está tan buena como ella.
La chica apoya bien el cachete sobre las prodigiosas nalgas de su compañera, y lo que más te remuerde las tripas es que no lo disfrute, que no se voltee a comerle el culo, sino que sea algo tan rutinario como usar los pies para caminar.
Por el contrario, está embobada con su Smartphone, usando la neurona para controlar sus dos pulgares y con ellos al aparato.
Y por ello mismo, si la jardinera le tapa o no la cola, no es importante.
O al menos no más que lo que sea que haya en esa pantalla táctil.
Cuando recién se sentó, se acomodó bien la falda, pero en un par de minutos el Smartphone le consumió los recursos mentales y no se pudo ocupar de si mostrarle o no al mundo su jugoso trasero.
Ahora, copien estas dos chicas y péguenlas 10 o quince veces en lugares diferentes.
Así es el panorama en una secundaria durante el descanso.
Sí, otros ven principalmente cosas muy diferentes, pero para mí, todo lo demás se obnubila.
Mi obsesión por sus culos es como mi Smartphone, no quiero saber de nada más.
Hago casting: Las que tienen bicicletero largo, lástima.
Las que tienen bicicletero tan corto que parece un cachetero, rico.
Las que no tienen bicicletero… ayúdame Dios.
veo culitos y más culitos bien empacados en mallas grises brillantes, algunos tan rebosantes que estiran la costura entre las nalgas.
A veces una que otra se mueve con brusquedad, jugueteando con sus amigas, y las carnes se les mueven como una gelatina bien cuajada.
Se me para…
Afortunadamente dejé los principios y la doble moral a un lado, por el bien de mi salud mental.
Me encantaba mi lado oscuro y lo juntaba con el de las estudiantes con frecuencia.
Hay varias etapas en el ascenso a este estadio de perversión, como la de profe inexperto mirón, que obtiene mala reputación de inmediato; la de profe que se aguanta las ganas de mirar y se da cuenta que el período de prueba pasa en pocas semanas, y las chicas empiezan a abrirse de piernas frente a él o a subirse las faldas para acomodarse los pantimedias sin problema; la de profe que alguna vez se enamoró perdidamente de una estudiante, la de profe de quien varias estudiantes se enamoraron perdidamente, todo sin la menor consecuencia, la de profe que se comió a la niña de once y antes del grado, también a su madre; y finalmente, la de culiador de colegialas consagrado.
Aunque yo me retiré en la cumbre.
Algunos colegas llevaban muchos años de ser sondas excavadoras de culos de colegialas, pero yo no pude pasar de los dos años, pues estaba metiéndome en terrenos demasiado peligrosos porque, por alguna razón que no entiendo bien, la arrechera me superaba, y entre más colegialas diosas me cogía, más quería.
Aunque había comido tanto culo y tanta panocha de colegiala, aún me portaba como un pobre reprimido, pues hasta me fascinaba hacerme debajo de las escaleras para ver culos en bicicletero.
Si seguía así, el riesgo sería incalculable.
Me di cuenta de que ya no tenía el control de mis ganas, sino que ellas me tenían bajo control a mí, cuando me aficioné a culiar niñas ya menores, de séptimo grado y a culiármelas en el colegio.
Es justamente una historia de esas las que os voy a compartir, así que prepararos porque os la vas a jalar.
Capítulo ii – “De esta manera es que se conquista una niña”
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Laura, grado séptimo tres, el peor del colegio, donde estaban los más problemáticos.
Parte de los conflictos que hacían a estos chicos especialmente difíciles, eran de índole familiar.
Había no solo consumo y tráfico de drogas, vandalismo y delincuencia y violencia, sino prostitución.
Desde que oí sobre ello, me dio curiosidad y excitación.
Había el rumor que a Laura se la comía un tío, o algo así.
Y yo no lo culpaba, pues Laurita estaba como para chuparse los dedos.
Recuerdo como si fuera ayer, la primera vez que la vi:
– profe, mírela, no tiene la blusa del colegio – me dijo una niña, acusando a Laura.
cuando volteé a mirarla, quedé con la boca abierta.
Laura, estaba sentada en su puesto, cambiándose de blusa, como si tal cosa.
La que recién se había quitado estaba en su regazo y estaba apenas desenvolviendo la otra.
Por lo pronto, no tenía más que una camiseta que por fuerza podía contener esas tetazas recién brotadas.
Se le veía debajo un delgado, casi transparente sostén rojo, con las copas tan reducidas que solo le dibujan un retorcido triángulo sobre cada pezón.
Y tenía frío, porque tenía los pezones salidos.
La chica me sonrío mientras yo estaba petrificado con la boca abierta.
Su sonrisa era perfecta, de reina de belleza, era blanca – “como una yuca”, decían sus compañeros -, tenía el cabello negro y abundante, lacio pero no liso.
Sus facciones eran típicas de niña de trece años, esa ternura de pómulos prominentes y nariz que termina en una pequeña redondez imposible de dibujar.
Siguió desdoblando la blusa entre sus manos y con el movimiento de los brazos apretaba y soltaba alternadamente ese glorioso par de tetas.
Se me paró.
La reacción natural ante esa deslumbrante belleza era la intención de copular, de reproducirse, de taladrar el coñito en cuestión, eyacular dentro, mientras el resto del cuerpo está en un éxtasis celestial por la conquista y el contacto con el otro cuerpo, ese tan deseado, por la consumación de algo tan querido.
Eso, lo de la eyaculada, y otros sentimientos secundarios e igual de inevitables como la intención de poseer y proteger, la ansiedad por la impotencia –temporal- de consumar.
Qué tetas, santa madre, pero qué tetas! Si su tío, padrastro o lo que fuera se la quería echar, pues no era por nada.
En días siguientes, no perdía oportunidad para hablar con ella y ganarme su confianza.
Las chicas de colegios pobres son cien veces más fáciles de abordar, porque son precisamente sus problemas el ángulo a explotar.
Las niñas de colegios ricos no te ven como padre, ni como confidente, sino como coima.
Difícil asunto, pero no imposible.
Valga agregar en este paréntesis que a las chicas pobres, quieres sondearles hasta el alma por el culo, pero una niña rica puede obsesionarte sentimentalmente, o dicho sin asco, puede ‘enamorarte’- lean “el último amor prohibido”-.
Es una de las cosas que quiero analizar de mi corta pero aun así, basta experiencia de penetrador de colegialas.
Al poco tiempo, a punta de preguntarle por sus problemas y escucharla, no me había ganado solo la confianza de Laura, sino su afecto.
Como lo dije, en niñas pobres es muy fácil.
Cuando me veía a lo lejos, corría hacia mí para abrazarme de salto y saludarme.
Siempre ponía la mejilla para que yo le diera un beso.
Ah.
esa mejilla; tan rellenita y pulpita… “¿cómo tendrá esas vulvitas?” me preguntaba a mí mismo cada vez.
No me podía sacar de la cabeza esas tetas, y empezaba también a obsesionarme por el resto de ella.
Cada vez que hablábamos, le miraba la jardinera con tanto morbo y tantas ganas que parecía que mis ojos tuvieran rayos x.
A estas alturas no sé si fueron las ganas que movieron mi imaginación o si fue realidad, pero la escasa luz que pasaba a través de su falda me permitía ver por fracciones de segundo su silueta.
Siempre que estaba frente a ella se me paraba el pito.
En casa, querí a matarme a pajas por ella, pero me resistía y mantenía en conflicto tenerle tantas ganas a una niña tan joven.
No por mí, yo nunca tuve conflictos conmigo.
Pero es que las de décimo y once – mi menú principal – ya eran lo suficientemente putas, estaban más tocadas que el himno nacional… pero Laura… pues también, pero… no sé; no estaba seguro de querer pasar esa barrera.
Se me revolvía la cabeza de planear tan fríamente y con tanta malicia como llevármela a un laboratorio o algo, manosearla y ponerla a chupar… era muy osado.
Con las grandes, uno se ponía una cita donde fuera y listo.
Muchas eran más recorridas que uno mismo.
Pero Laura… ella muy probablemente todavía pedía permiso para salir.
Pero esas tetas, dios mío, ESAS TETAS!!!
– Ven al laboratorio y me ayudas a organizar los materiales – le dije.
Ella acudió complacida.
Aunque fue acompañada, me deshice rápido de la otra niña, con el achaque de hablar algo delicado con Laura.
Mientras organizábamos los materiales, le lancé la pregunta:
– Laura, ¿es cierto lo que dicen de ti?
ella se frenó asombrada.
– tú sabes que puedes confiar en mí.
– ¿qué dicen de mí? – me miró a los ojos.
– que alguien es abusivo contigo.
– es un chisme, lo agrandaron todo.
– cuéntame qué pasó.
– en una fiesta de los 15 de una amiga, un amigo del papá de ella me mostró la verga.
“Aquí tengo una que también quiere conocerte” pensé.
– ¿¡en serio!? Y, ¿cómo fue, o qué?
– no, pues llevaba mirándome toda la fiesta como si quisiera violarme, cuando yo bailaba se sentaba a mirarme y se tocaba, y al final me sorprendió en la entrada de los baños y se lo sacó.
– ¿y tú qué hiciste?
– salí corriendo de ahí y me preguntaron qué pasó, yo conté y se fueron a buscarlo pero ya se había desaparecido.
Pero alguien contó eso acá y ya se pusieron a decir que fue mi tío, que me violaron, que me violan todos los días…
– ¿y tú te asustaste mucho? – yo estaba dirigiendo la conversación a mi antojo.
O Sea, a sus tetas.
– pues en el momento… pero ya después bah! – respondió ella.
– ¿te puedo hacer una pregunta? – modulé la voz para inspirarle aún más confianza.
– tú puedes preguntarme lo que quieras – afirmó.
Eso hizo que un flujo extra de sangre irrigara mi sexo.
– ¿ya habías visto un pene?
– pues no – contestó con frescura – pero no me dio miedo, me dio como… rabia.
era el momento de atacar.
– es que hay hombres muy frustrados sexualmente.
Degenerado hijueputa… – agregué – perdóname.
Para ella, oír un profesor decir una grosería era una experiencia completamente nueva, y le gustó.
Por otra parte, nos sirvió para llevar nuestra confianza un grado más allá.
Esbozó una leve sonrisa.
– apuesto que eras la niña más bonita de esa fiesta, aún más que tu amiga de 15 – continué yo.
– ¿por qué? – sonrió ella.
– a ver: de por sí que eres una niña hermosísima, muuuy linda – ella sonrío más -, si hasta en uniforme te ves adorable.
En traje de fiesta, imagino que enamoras a más de uno, y eso es normal, pero lo que no debería pasar es que se sobrepasen.
O sea, hay quienes te ven con adoración, como yo –ella sonrío ampliamente, pero yo proseguí para disuadir el mensaje – pero también hay quienes te ven con perversión.
¿Cómo era tu vestido?
– ¡tengo fotos! – se precipitó a sacar su celular.
yo sabía que eso iba a pasar.
Eso y todo lo demás que pasaría.
Me mostró las fotos y me llené de deseo.
Tenía un vestido de color rosa, de esos que aparentan ser de falda hasta mitad del muslo, pero en realidad es un traslúcido velillo.
La falda estaba en realidad debajo y era cortísima, con el ruedo a ras del pubis.
El vestido volvía a ser solo velillo muy ceñido entre la cintura y el busto, y en este, un escote que se llevaba muy bien con esos portentosos teteros.
Un chal y un peinado bonito.
De trece añitos pero qué cosota, qué treintamamita, como para no dejar agujero sin mamárselo.
Navegué en su Smartphone contemplándola en cada foto, en especial aquellas done aparecía sentada.
Si bien muchos podían calificar a otros de degenerados por querérsela echar, incluyéndome, nadie podía discutir que las niñas de esa edad ya eran todas una guarras.
Laura posaba para cada foto bien empeñada en lucir sus senos, apretándolos con los brazos, o mostrar las piernas, cruzándolas bien alto.
– en esta se te ve todo… – bromeé.
– nooo! – Renegó ella, rapándome el celular – qué boleta.
la conversación estaba adquiriendo lentamente el tono que yo buscaba.
– pero se te ve que no te afectó que te hayan… pues… acosado.
– nooo….
Que un tipo me muestre la verga no acaba con mi vida.
Nooo pues!
– vuelvo a lo mismo: NADA justifica a un degenerado, pero tienes que aprender una cosa:
– ¿Qué? – se paró derecha para escucharme.
– que eres muuy PRO-VO-CA-TI-VA, y no todos los hombres se portan decentes.
Justo lo que yo sospechaba, en esa fiesta estabas causando infartos.
– ay tan exagerado, profe…
– a eso exactamente me refiero! Lo que para ti es normal, para otros puede ser muy provocativo.
¿Sabes lo sensual que eres? No en serio… esa falda que llevabas era muy cortita, y si a cualquier hombre normal eso le EN-CAN-TA, imagínate a un degenerado.
Tienes que cuidarte, precisamente porque eres un re-BIZ-CO-CHO-TE.
– ay profe – sonrió y miró a otra parte – no es para tanto, pero gracias…
– ya sabes, sobre todo cuando haya mucha gente, mide cuánto vas a provocar.
Nada más así en uniforme, Laura; a veces estás sentadita mostrando todas las piernas hasta arriba y uno se EM-BOBA.
Dicho esto, ella tuvo la reacción que yo buscaba.
Se contoneó como niña consentida.
Yo tenía puestas todas mis energías en provocarle reacciones físicas, que lubricara un poco ¿por qué no? Y lo estaba consiguiendo.
– La mayoría de las veces uno le dice a una niña – continúe yo, mientras ella seguía meciéndose – que se trate de sentarse bien, pero otra veces uno lo piensa dos veces.
– ¿por qué? – me preguntó con un hilito de voz, aún sonriendo.
– porque uno no sabe cómo lo van a tomar.
De pronto van y creen que uno se la pasa mirándolas.
– Tú, profe, me puedes decir que se me está viendo todo, y yo me siento bien sin problema.
Yo jamás pensaría mal de ti.
volví a cambiar el tono de mi voz para seguir.
Era tan profesional que debería trabajar en radio:
– ese es el problema, Laura – me le acerqué y empecé a susurrar – a mí me FAS-CI-NA mirarte.
– ay, prooofe….
– respondió susurrando.
los siguientes instantes fueron claves.
Las reacciones de ella ante mi silencio serían las que decidirán el curso a tomar.
Me quedé ahí contando los segundos, que parecían años, un poco hincado, acercando mi frente a la suya.
Olía delicioso, y su aliento era como respirar en el paraíso.
Ella me miró a los ojos y se quedó quietecita.
Empecé a sentir ese típico dolor muy leve detrás de los testículos, porque la erección era total pero aún tenía los bóxer y los pantalones puestos.
Tres segundos más y seguía solo ahí.
Estábamos contemplándonos.
Me decidí a abrir las compuertas y lanzar la bomba de cincuenta megatones:
– Laura, ¿tú me dejarías darte un beso?
En mi mente, lo que en verdad quería era chupar entre sus labios vaginales y ahogarme en sus tiernos fluidos de amor, pero en el aire, el mensaje era uno solo: un beso en la boca.
Laura bajó la mirada y masculló algo.
Antes que el ambiente se amilanara, con un dedo le subí la carita y volvía a hablar:
– de verdad que eres la niña más hermosa que he visto – le acaricié el rostro – besar tu boquita debe ser como tocar el cielo.
ella dejó escapar un hilo de aire de su pecho, había perdido las fuerzas para retenerlo.
Fue algo muy parecido a un gemido.
Creo que ya estaba lubricando su cosita rica.
– dime que sí – cerré los ojos y fruncí el ceño para decir eso.
pasaron otros cinco segundos de inaguantable ansiedad.
Le volví a acariciar el rostro, con un tacto tan fino que no compartimos tacto sino calor y electricidad.
– sí – susurró ella.
la bomba detonó en un resplandor cegador.
Todo se volvió luz y fuego, el cielo mismo se incendió y el horizonte desapareció.
Sin miramientos, puse mi boca en la comisura de la suya.
Apreté un poco, y de inmediato avancé al centro de su boca.
Le chupé la boquita un par de segundos nada más.
Un modesto goteo de lubricante me enfrió la punta del pene, e imaginé que algo equivalente debió pasar con ella, allá bajo su faldita, bajo su pantimedia gris.
Qué delicia! Pero por obvias razones para un experto, no podía avanzar más tan pronto.
Me incorporé y tomé aire.
– ya sabes, Laura.
Debes cuidarte, por ti y por los que te queremos.
ella subió la mirada y tenía los ojos encendidos por un brillo hermoso.
Lo que ella sentía era más de lo que yo esperaba.
– vete a clase, y no se te olvide lo que hablamos.
– no se me va a olvidar nunca – me miró con esos ojos radioactivos y pasó a mi lado.
Yo, lo que quería era penetrarla y bombearle hasta explotarla.
Ella se marchó.
Me provocaba tener a ese imbécil que le mostró la verga en la fiesta y decirle “Estúpido, de esta manera es que se conquista una niña”.
A lo que a mí respecta, ya tenía a Laurita en bandeja de plata.
Capítulo iii – Quiero mirarte
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Sentía que no había nada que no pudiera lograr.
Para muchos hombres, el éxito se basaba en el dinero, para otros, en las mujeres, para otros, sus sueños particulares, sus pasiones artísticas y esas cosas.
Para mí eran las colegialas, y lo que recién había sucedido con Laura me ponía en un nivel que al mismo tiempo me enorgullecía y me asustaba.
Tenía que admitir paralelamente que tenía mucho poder y que, no sabía que hacer con él.
¿acaso podía tener la colegiala que quisiera? ¿si ya había pasado los límites, habría otros más allá? ¿si los hubiera, los pasaría también? Bueno, una partecita de mi cerebro estaba ocupada en eso, porque todo el resto estaba flotando en un sueño de romance y de placer, elevado a una potencia infinita por el carácter de prohibido, de marginal, de fuera del sistema, de más allá de lo constituido y de lo convenido.
Volaba al caminar por los pasillos, sonreía al hablar con la gente, el tiempo se me pasaba rápido y disfrutaba de cada momento.
Estaba consciente que había que ser muy paciente, y que cualquier acción que presionara los eventos, al contrario de apresurarlos, los impediría.
Por experiencia sabía que las cosas eran más deliciosas dejándolas fluir, y que actuando más de la cuenta, no serían ni siquiera menos agradables, simplemente desaparecerían.
Así que seguí día tras día haciendo lo mío.
Laura me sonreía con adoración al encontrarnos por ahí y yo le correspondía.
Cada vez me imaginaba haciéndole el amor con poesía o taladrándola sin piedad, según estuvieran mis ganas.
Laura solía sentarse en la primera fila para mostrarme las piernas, las cruzaba bien y se fijaba que la falda estuviera lo suficientemente subida.
Había aprendido a coquetearme, y me ponía a mil muchas veces.
Yo, tenía la suficiente destreza para mirarla sin desconcentrarme de mis asuntos – a ver, ¿a quién creen que están leyendo, a un aficionado? – y perfectamente hacía las clases mientras me deleitaba las retinas mirándole las piernas a mi Laura.
Me parece verla ahí con el esfero en la boca, la rodilla bien levantada y sacudiendo el piecito suavemente.
Reconocer que estaba así expresamente para mí, me excitaba montones, pero durante esas semanas evité pajearme o imaginármela cuando me echaba a Tatiana o a Jessica, de grado décimo; porque sabía que ya pronto llegaría el momento y quería que fuera a todo dar.
Parte de la espera consistía en que solo podría ser en el mismo colegio, por la dificultad de verme con ella por fuera, porque era muy niña.
Sería demorado, pero llegaría.
Las cosas empezaron a ponerme más ansioso cuando ella, no conforme con exhibirme sus piernas cruzadas, hasta bien arriba; empezaba cruzarlas justo cuando yo la miraba.
A veces llevaba bicicletero y otras veces no.
Cuando no se lo ponía, el pulso se me disparaba: la muy putica se quedaba varios segundos con las piernitas bien abiertas para mí, mirándome con ese gesto de ‘te gusto ¿cierto?’.
Poder verle ese parchecito que envuelve su jugosa vagina, que se supone debe permanecer sin ser visto por uno, es una experiencia mística.
No sé si pueda explicarlo.
Podría comerle el coñito a una colegiala mil veces y aun así querría volver a verla mal sentada, con la falda de adorno.
Y ojalá no verle los panties, sino las lycras, los pantimedias.
El upskirt, el nylon y las colegialas, tres fetiches en uno, una niña de colegio mal sentada y mostrando todo… la fórmula completa para pararme el pito y desatar mi instinto conquistador de culicagadas.
No obstante sabía que no debía presionar nada, que el momento llegaría por sí solo, y una vez sucediera sería infinitamente mejor que planeándolo.
Y así fue, el día llegó:
Izada de bandera.
Todos los séptimos a cargo.
Más de cien estudiantes participando en presentaciones que durarían todo el día.
Yo lo sospechaba pero prefería no crearme expectativas, Laura tendría una presentación y la vería de particular, ojalá en falda… y corta… ehemm.
Dije que sin expectativas.
– hola profe – me saludó como siempre, de un saltito y poniéndome la mejilla.
“mamassita cada día está más rica” pensé.
– hola mi amor – dije.
– voy a bailar hoy, tienes que verme.
– claro que voy a MI-RAR-TE – me lamí los labios por dentro.
Laura sujetaba las solapas de mi bata blanca mientras hablábamos.
Cualquiera que nos estuviera viendo, habría dicho “están que se comen”.
Yo, hacía rato no me sentía tan cargado, tan pesado.
Pero todo se lo estaba guardando a ella.
– ¿y qué te vas a poner? – pregunté con lascivia.
Esperaba que me dijera que una microfalda o algo así, que me arrechara más.
– ya vas a ver – dijo coquetamente y se marchó.
“Esta culicagada ya sabe portarse como una mujer” pensé.
La vi alejarse caminando, contoneando su hermoso culo debajo de esa jardinera.
Iba modelando para mí.
Cogió una bolsa, donde deduje que tenía su vestuario, y volvió a salir rumbo a los baños.
Mi mente explotó.
“ya es hora, de aquí y ahora no pasa” pensé.
– Laura, ven acá.
Los baños están atestados.
Cámbiate acá.
los salones en cambio tenían uno que otro pelagatos, y el de Laura, estaba vacío.
Todo mundo estaba en formación o preparando sus números.
Era el momento ideal.
Valió la pena esperar.
– Bueno profe – sonrió ella.
Ya sabía mis intenciones, o parte de ellas.
Volvió a modelar a mi lado de regreso al salón, me miró flirteándome y cerró la puerta.
En el siguiente instante se me subió todo, ver esa puerta cerrada y verme a mí afuera, pensando que Laura estaba ahí a un pasito empelotándose… toqué.
“que no se me note el desespero, que no se me note” pensé.
– ¡Laura!
– ¿señor? Respondió sorprendida desde adentro.
– ¡abre!
– ¡ahorita profe!
– ¡abre ya!
– ¿por qué?
cuatro segundos de silencio y…
– quiero MIRARTE.
otros cuatro segundos de nada, cien veces más largos que los anteriores.
maldita coyuntura interminable.
¿qué va a hacer? ¿Estará marcando en el celular? ¿lo estará pensando? ¿se estará desnudando? ¿gritará? Por dios, algo, lo que sea, pase ya…!
sonó el clanc del pasador.
El corazón se me iba a salir (y la verga también).
Laura abrió.
Se asomó y su expresión me asombró.
Si mi propio poder y suerte me tenían con miedo, ahora me tenían aterrorizado.
La radiación cósmica en sus ojos estaba fulgurando.
Sentí ganas de casarme con ella.
La niña me abrió paso, inspeccioné los alrededores y entré.
Ella misma cerró la puerta detrás de mí.
El salón tenía unos enormes ventanales que daban a un gigantesco potrero y después de este, a unos apartamentos en obra gris.
Si justamente en ese momento había justamente ahí, alguien con un catalejo observándonos, merecía ver el espectáculo.
Laura se quitó el saco del uniforme en un parpadeo.
“Dios mío, mamasssssssita” pensé.
Hacía mucho no la veía sin saco, con la jardinera bien ajustada sobre su linda figura.
Y esas tetas, por dios, esas tetazas, estaban ahí guardaditas y llenas de pasión, esperando ser cariñosamente exprimidas.
– ¿quieres mirar? – me preguntó.
Yo asentí.
Su siguiente movimiento fue agacharse unos centímetros, sin dejar de mirarme.
Se agarró el ruedo de la jardinera y se incorporó.
Con una lentitud hipnótica fue recogiendo los brazos y destapándose la piernas.
Al final se había subido toda la falda.
Estaba ahí de pie, paradita elegantemente, con una pierna soportando el peso y la otra recogidita, sosteniéndose el faldón a la altura del pecho.
– mira todo lo que quieras – me dijo.
El lubricante salía a raudales de mi glande inflamado, y el corazón estaba por sufrir un colapso.
Creo que mis manos temblaban como las de un paciente de Parkinson.
Este servidor que tantos culos de colegialas había lamido, estaba hecho un manojo de nervios ante su nueva conquista, de trece tiernos años.
Sin embargo miré, miré todo lo que ella quiso mostrarme.
Detallé hilo a hilo sus pantimedias, desde los tobillos hasta la cadera y desde la cadera hasta el pubis.
Me arrodillé ante ella.
Puse mis manos en sus pantorrillas, y el tacto con la textura de sus medias me electrocutó.
Por haberme acercado, tenía su fragancia llegándome a la cara sin ninguna inhibición.
Mi vista, mi tacto y ahora mi olfato estaban al máximo, como agua en ebullición, como papel cediendo impotente, arrugándose y ennegreciéndose entre las llamas.
La existencia no tendría ningún sentido sin poderse entregar a ese frenesí sensorial de vez en cuando, sería mejor suicidarse.
Era momento de girar la perilla y aumentar la tensión.
Deslicé mis manos hacia arriba, acariciándole las piernas sobre sus pantimedias.
También acerqué mi cara a su pelvis, con la boca abierta.
Mis manos habían recién llegado a sus nalgas, y ella respondió con un pequeño contoneo.
Era indudable que estaba mojándose como una cascada.
La consciencia no me alcanzaba para disfrutar tanto de tantas formas y al mismo tiempo.
Supongo que uno pasa a un estado superior de la existencia que le permite no sufrir un corto circuito; porque, tenía sus redondas nalgas en mis manos, con los hilos de sus pantimedias estirados, sintiendo su calor; y su entrepierna a un centímetro de mi boca.
Estaba dándome una sobredosis de su aroma, olor a jardinera limpia y planchada, a piel delicada bañada con jabón suave, y a vagina florecida y colorada, húmeda, palpitando de ganas.
Puse mi boca abierta sobre el parchecito que le cubría el pubis, y presioné sin usar los dientes, muy despacio.
Por sus gemidos, imagino que estaba en un estado similar al mío, no dueña de toda la descarga de millones de Teravatios en su cuerpo.
El placer ahora se manifestaba también por mis oídos.
Los gemidos le salían solos, no se podían modular ni detener.
Es la recompensa del sexo que todos buscamos, ese éxtasis.
Le masajeé las nalgas y emitió otro gemido y otra vez dibujó un círculo horizontal con el pubis.
Debía estar empapada, por sus movimientos, por el rico olor… empecé a chupar.
De vez en vez retiraba mi boca y le veía el parchecito cada vez más mojado.
Metí los dedos en su cintura y le bajé las medias.
Ella cooperó moviendo las piernas para que las medias cedieran.
Se las bajé hasta las rodillas y le miré la cuca.
Tal como me la imaginaba, una sombrita de vello muy suave, recién salido, jamás depilada, y colorada por las ganas…
Vvista, tacto, olfato, oído y ahora… el gusto.
Le comí la vagina a Laura como si fuera por supervivencia.
Sonoras chupadas, lamidas, besos, besitos, más chupadas ruidosas.
Qué delicia de labios y qué jugos tan finos y apetecibles.
Quisiera verme ahí ahora, masajeándole las nalgas y mamándole la vagina, arrodillado ante su loca divinidad, mientras ella, comedida, se esforzaba por seguir de pie, gozando con los ojos cerrados y sosteniéndose la jardinera arriba.
Ya no tenía control, el animal había salido y estaba a cargo.
Ps, creo que nadie que le mame la vagina a una hermosa niña de trece años, pueda controlarse.
Me puse de pie y como una fiera le halé el peto de la jardinera hacia abajo.
Quería chuparle y estrujare esas tetas que en principio, fueron lo que me enamoró de ella.
Laura, prestamente se llevó las manos a la espalda para soltarse la cremallera, y la jardinera cayó.
Laura tenía un brasiér azul, pequeñito como el que yo ya había visto.
También se lo quitó enseguida.
Sus tetas de diosa saltaron al aire, liberadas, gloriosas, hermosas.
Se las chupé como un loco.
Mientras le hacía círculos con la lengua sobre los pezones, me di cuenta que intentaba alcanzar mi entrepierna.
Me solté los pantalones.
En el siguiente instante tenía a la colegiala más jovencita que me haya hechado, arrodillada ante mí dándome una mamada.
Sentía esa boquita calientita y esa lengua húmeda.
no podíamos quedarnos tanto tiempo, era demasiado el riesgo.
-¿quieres que te penetre? – pregunté casi sin aire.
– sííí – rogó ella.
Tiró uno de sus zapatos y se quitó la media de una pierna.
Puso la colita en la mesita del profesor y levantó la rodilla hasta el hombro.
Se lo metí.
Le bombeé como un perro salvaje, mientras nos dábamos besos pornográficos, le miraba las tetas saltando, o le daba besos y le lamía en el cuello.
Toda la carga que me tenía guardada para ella, estaba caliente y lista para entregar.
¿me le vengo adentro, tenemos un bebé y me quedo con ella? Mientras le mordía el cuello con los labios y le daba verga frenéticamente, me cuestionaba dónde acabar.
De verdad me gustaría casarme con ella, de solo acordarme la manera en que me miraba… pero esa era una ridícula fantasía.
Se lo saqué y me vine como un caballo sobre su jardinera, que estaba toda arrugada en torno a su cintura.
Ella se complacía con el morbo de verme eyacular, sobre todo por el hecho de que eyaculaba por ella, y me pegaba su pelvis a los huevos mientras le chorreaba leche encima.
No paraba de correrme, seguía teniendo contracciones y disparándole semen a ella, cada vez menos, un poco menos, un poco menos, menos… ella respiraba profusamente y me acariciaba el pecho.
Sentí que la sangre abandonaba mi cabeza, creí que iba a dormirme o a desmayarme.
Respiré…
– mi amor… – le dije y la besé apasionadamente.
Miré por última vez – ese día- , sus tetas redondas y su panochita colorada, ahora con los vellitos empapados y aplastados.
– yo creí que eras virgen… – dije.
ella me frenó con una burlona risa.
– su fuera virgen, me habría mandado al psicólogo que ese viejo me hubiera mostrado la verga.
Pero yo no le tengo miedo a las vergas.
lo siguiente que hizo fue restregarse en la mano el reguero de semen que tenía en los senos y sobre todo en la jardinera.
– se siente bien – dijo.
– ¿tienes novio? – le pregunté, asustado.
– sí claro.
Eres tú.
Bueno, esa es mi historia de cómo probé la dulce cosita de una colegiala de trece años.
Luego me contó que desde los once años, un tío la tocaba, le hacía regalos y la trataba muy bien, veían videos porno, hasta que la convenció de mamárselo y eventualmente le hundió la verga en su cosita.
Laurita era una putita muy bien entrenada y deliciosa.
Yo me obsesioné con cogérmela todos los días, pero eso obviamente era imposible.
Terminé retirándome por los problemas que me estaba generando el buscar un día tras otro estar con ella, en el laboratorio, en los baños, en el salón al descanso….
Pero es que ella no cooperaba, pues se portaba más y más candente.
Un día me regaló un upskirt con una peculiaridad muy especial: le había recortado el parche a sus pantimedias y tenía la vagina a la luz del día.
La verdad, por más consagrado culiador de colegialas que sea uno, dar clase al tiempo de verle la vagina a tu estudiante favorita, ya era inmanejable.
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