Atrapada por mi hermana (real)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Crystal69.
Me gustaría decir que mi infancia fue la de una niña normal… pero convendría definir primero qué es lo normal para una niña.
El crecer sin un padre fue difícil, la ausencia del cariño paternal, los llantos secos de mi madre cada vez que recordaba la situación que dio paso a su divorcio… sus sueños rotos y las incontables noches de soledad eran sin duda algo muy difícil de soportar para mí.
No obstante, había algo que siempre me animaba, una pequeña chica a la que incluso adoro hoy, y esa es mi hermana Clarisa.
Papá se fue cuando ella todavía era muy pequeña, y ni siquiera se molestó en pelear la custodia de ninguna de nosotras.
A esa edad me preguntaba por qué los adultos siempre eran tan complicados, e incluso ahora, con mis diecinueve años, puedo decir que no los termino de comprender.
Y ella, que actualmente tiene dieciséis, mucho menos.
En cierta manera es un alivio saber que Clarisa no sufre por la ausencia de papá, porque a la corta edad en la que fue negada del amor de uno, no había adquirido la suficiente madurez como para saber lo distinta que sería su vida en el futuro sin él.
Creo que es por eso que ella es la pequeña “rebelde” de la casa, la chica problema que se la vive dando algunos dolores de cabeza a mamá y a mí, que tuvimos que ver por su educación tanto mental como intelectual.
Pero… en éstas líneas no quiero hablar acerca de cómo fue nuestra travesía, sino de aquellos pequeños momentos confidenciales entre nosotras que nos permitieron unirnos más en esos tiempos de desolación.
Y qué mejor secreto puede haber entre hermanas, que la primera vez en la que me descubrió teniendo aventuras con mi novio.
En ese entonces yo me había hecho novia de un fulano amigo mío de la primaria a quien no veía desde entonces.
Nunca nos llevamos bien.
Él siempre se la pasaba molestando a las niñas de mi salón y la mayoría le odiábamos.
No obstante, cuando vi a Hugo de nuevo, me llevé una buena impresión de él, pues el muy cabrón se había metido al gimnasio, y su cuerpo era por demás atractivo, con fuertes brazos, un rostro cuadrado al estilo alemán y unos ojos negros tan infantiles que me recordaban al travieso chico del colegio.
A Clarisa no le causó mucha gracia conocerlo.
Los naturales celos de hermana menor, por supuesto.
En ese entonces yo tenía poco mas de 16 años, y ya me consideraba lo suficiente madura como para tomar ciertas decisiones de las que no me hubiese arrepentido hasta más adelante.
—No entiendo por qué no te cae bien —le dije a Clarisa durante una cena, y ella se limitó a farfullar algunos improperios.
Ella tenía unos 14 años de edad, y la rebeldía estaba comenzando a afectarle un poco su loca cabeza.
—No me gusta.
Se me hace mamón (mamón, en mi país, es como decir desagradable, ridículo, creído, etc).
Hasta mamá lo dice ¿verdad?
Por todo, mi madre sólo se rió nerviosamente y se fue a lavar los platos.
—Pues ni modo, lo invité a cenar.
—¿Ya es tu novio? —preguntó mi madre desde la cocina.
—Sí…
En ese momento, mi madre consideró que ya era oportuno tomar eso como tema de apertura para darle a Clarisa la plática sexual sobre hombres, erotismo, enfermedades, vicios… etc, pero como las reacciones de mi pequeña hermana no vienen al cuento, se las dejaré a su imaginación.
Total que yo hablé con mi madre para que me no me avergonzara frente a Hugo.
Él era unos meses mayor que yo, y pese a todo lo que ellas pudieran decir, para mí sí era un chico maduro y con aspiraciones.
Planeaba estudiar medicina, o algo enfocado a las ciencias de la salud.
—De acuerdo, aunque me molesta que te avergüences de nosotras.
Si tu padre viviera…
—Si él viviera, yo sería lesbiana, de seguro.
—Da igual.
Mientras te quieran.
También hablé con Clarisa, que estaba en su habitación.
Dijo que se encerraría allí toda la noche y no saldría a ver al mamón de mi novio.
Así es ella.
Un poquito cruel cuando se le antoja.
Tiene ese… don de sentir el aura de las personas.
Una intuición bastante fuerte a decir verdad.
Total, que Hugo llegó a casa a cenar.
Eran las siete de la noche, y durante un rato nos la pasamos en la sala jugando en el Xbox de mi hermanita, que obviamente no se puso muy contenta cuando lo supo.
Mamá es contadora.
Tiene un despacho donde hace todas sus gestiones a empresas, así que normalmente está ocupada en el momento menos oportuno.
Esa noche de viernes la suerte jugó para mí, si podría decirse así, y mamá salió pues a atender unos problemas con cierto cliente.
—Cuídate, no vayas a hacer nada malo —me dijo con un guiño del ojo.
Hablando en retrospectiva, mamá ya sabía, como toda madre conocedora de sus hijas, que Hugo me metería la mano por debajo de la falda, y que yo me dejaría.
Cosa que sucedió.
Nada mas ella se fue, dejamos de prestarle atención al juego y nos sumimos en una sesión de besos babosos con lengua.
Yo me había puesto una minifalda suavecita, y llevaba debajo sólo unos cacheteros rosados, mis favoritos, con encaje blanco y un sujetador a juego que me apretaba los pechos.
Mi novio ya me había metido mano un par de veces, sobre todo en el cine, cuando nadie miraba.
Solía hurgar dentro de mi escote o apretarme los pezones.
Ante la adrenalina de estar solos, sus inquietudes se hicieron mas fuertes y luego de calentarnos con los labios, noté que él me tomaba la mano y me obligaba a meterla dentro de sus pantalones.
Cosa que hice, claro, y el calor del pene fue sensacional.
Literalmente se me hizo la vagina agua.
Necesitaba de inmediato sentir ese miembro en mi boca cuanto antes.
El pecho me latía desfasado, prodigioso ante la perspectiva de sexo.
Quería hacerlo ya, sin dramatismos, sin nada de romanticismo ni cosas cursis como el encanto de la primera vez.
Un rapidín.
Una mamada rápida.
—Espérame tantito.
Me alisé la falda y fui al cuarto de Clarisa para ver si dormía.
Me asomé.
Obviamente estaba acostada, tapadita en la cama y con el aire acondicionado a tope.
La muy cabrona había hecho berrinches para que mamá le pusiera clima a su cuarto, y sólo ella tenía ese lujo.
Nosotras, abanicos de techo.
Como Clari dormía, me fue fácil llamar a Hugo.
Él correspondió de inmediato, con los pantalones tensos por su erección.
Entré a mi cuarto y me tiré sobre la cama.
Pensaba mamarlo cuanto antes, así que me quité, en el transcurso en el que accdedía a mi habitación y cerraba la puerta, la blusa y la minifalda.
Cuando me vio con los cacheteros rosados y el sostén a juego, no se tomó nada de tonterías (según él) de juego previo.
Se quitó la camisa de un tirón, se bajó los pantalones y los boxers.
La tenía tiesa, tiesa de verdad.
—Ven, bebé — le dije con un gesto sensual, y cuando estuvo cerca, me llevé el miembro a los labios y mamé la carne caliente que me ofrecía.
La polla, al igual que él, era de constitución gruesa, venuda, con apenas una pelusilla de vello púbico.
No me importaba.
Era riquísima, de huevos grandes y firmes.
Se recostó sobre la cama con el pene apuntando al techo.
Separó las piernas y yo me deshice de los cacheteros.
Era la primera vez que me veía desnuda, y no pudo aprovechar la vista porque, en el frenesí del sexo, me senté sobre él.
Me había depilado (suelo hacerlo, el vello en esa zona me es desagradable), y atrapé el pene entre mis labios vaginales, entre los jugos tibios que manaban de mi conchita virgen todavía.
Sí… virgen a esa edad, actualmente no es que se vea muy a menudo.
La lubricación abundante que produzco (y que a veces es incómoda para mí) logró cero fricción entre el caliente pene y yo.
Cabalgué.
Sentía mi cabello ralo acariciando mi espalda, mis tetas rebotando, añorando por salir del sostén.
Me apoyé en el pecho de Hugo.
Él estaba riéndose de placer, de incredulidad ante lo que hacíamos.
Y yo, salvaje, no dejaba de simular ser penetrada.
Tentaba mi coño, lo hacia desear abrirse para al fin meter esas carnes dentro de mí.
Gemí.
Mi clítoris chillaba, y yo, que sabía que Clarisa estaba dormida, no pude dejar de lanzar agudos jadeos.
—¡Uy, sí! ¡Así!
—Ya, quiero meterla.
—Espera un momento.
Me quité el sujetador.
Antes, antes de quitarme la virgnidad, quería que él probara mi coño.
—Cómeme la concha —le dije, y me coloqué, pues, con un 69 con él.
Los hombres a veces son muy poco gentiles.
Ese cabrón me abrió las nalgas con fuerza y literalmente hundió su lengua dentro de mi vagina.
La irrupción me causó risas, un aumento en la presión sanguínea y disparó la poca cordura que me quedaba.
Me debatí entre dejar que me cogiera, que me la clavara en el culo o que me diera de beber su esperma.
Cualquier cosa con tal de saciar mis deseos mas vulnerables y primitivos.
Me llevé el miembro a la boca, mamándolo con fuerza desenfrenada, tratando de hundírmelo al fondo de la garganta con especial galantería.
Me podía mirar en el espejo de mi tocador, allí, desnuda, con un pene grande entre mis labios.
Me reí de mí misma.
—Soy buena en esto —me dije mientras chupaba y chupaba.
Apreté sus huevos.
Quería el semen ya, mi dulce premio, mi alimento, mi lechita caliente para poder dormir en el mundo de los sueños plagados de orgasmos y erotismo.
Me saqué el miembro.
Lamí el glande con cuidado y le di besitos tiernos para después atacarlo con mis dientes.
Me sentía como un gato jugando con un ratón.
—¡Ayyy! ¡Puta madre! —gritó Hugo antes de lanzar la descarga de semen.
La primera me dio en el rostro.
Sonreí.
La segunda si me la tragué, y me quedé un ratito con la polla entre los dientes, sintiéndome en paz al degustar ese semen líquido, caliente, delicioso.
Sentir como se ponía suavecito al bajar la erección y poder, de esa forma, manipularlo con mi boca a mi antojo.
Ah… el semen… manjar de Dios creado para que nosotras, las mujeres, pudiéramos disfrutar de él.
Y entonces, la puerta del cuarto se abrió.
Demasiada coincidencia, diría yo.
Era Clarisa.
—Oig… ¡Ay, puta madre! —gritó nada mas entrar al vernos.
—¡No mames! —exclamé (quiere decir, en mi país, algo como “¡Carajo!”)
me apresuré a levantarme, aterrorizada.
Durante se segundo, pensé que había sido mi madre.
Clarisa se quedó en la puerta.
Estaba pasmada.
Permaneció allí como por dos segundos antes de retroceder y cerrar de un portazo.
Dejando de lado el drama que le dio a Hugo porque creía que iba a ser acusado a mi madre, yo me vestí tan rápido como pude.
Tomé lo primero.
Mis cacheteros y la blusa.
Me los coloqué y salí para perseguir a clarisa.
Ella estaba en la sala, jugando con el Xbox.
—¡Oye, pendeja, al menos toca!
—La próxima que dejen mi Xbox encendido, ya no se los volveré a prestar —fue todo lo que dijo con un aire tranquilo, resignado.
Una seriedad que nacía del estado de confusión al que había llegado a sus catorce años luego de ver a su hermana en acción.
—Ah… no le digas a mamá.
Se encogió de hombros sin despegar la vista de la televisión.
—Nah.
Qué me importa.
Me quedé allí, parada como una idiota.
Estaba tan, tan avergonzada, que tenía la mente en blanco.
Clarisa le puso pausa al juego.
Cruzó las piernas.
Traía unos cortos shorcitos deportivos y mostraba sus largas piernas juveniles.
Lo digo porque poco después, esas piernas se volverían su orgullo, incluso hasta ahora.
Y también lo digo porque, a los catorce años, ella tenía el autoestima un poco bajo: todavía no le crecían las tetas en su totalidad, tenía un poco de acné y la piel grasosa en su coqueta carita.
Para mí, era encantadora aun con esos detalles.
Me sonrió con la misma vergüenza que yo.
Bueno, tal vez no la misma.
—Tienes lechita en la cara.
—¡Me lleva la chingada!
No pude estar mas avergonzada.
Eso fue todo.
Un leve guiño de sus ojos.
Me fui, echa un mar de nervios.
Esa noche Hugo se fue y no volvió a la casa hasta nunca durante los seis meses que duró nuestro noviazgo.
Además siempre le eché la bronca de que nos habían atrapado por su culpa, porque con sus calenturas de follarme, el muy burro no había cerrado con seguro.
Bueno, también yo había dado eso por echo, y poco después Clarisa me diría que nunca pensó que yo estuviera haciendo un 69 con ella en la casa.
No obstante, desde esa experiencia, la relación con mi hermanita se volvió mas cercana.
Creo que se debe a que teníamos un secreto que guardar, una confidencia.
Mamá no estaría feliz de que yo me hubiera destapado tanto, casi a punto de perder la virginidad en mis días fértiles, sin que mi pareja usara condón.
—Ya me devolverás el favor —dijo Clarisa con una traviesa sonrisa.
Y vaya que, un año después, tuve que regresárselo.
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