Aylen conoce a un viejo pervertido.
Esta historia es ficción, cualquier parecido a mi realidad es mera coincidencia. Como una chica llamada Aylen conoce a un viejo pervertido en Telegram.
Aylen conoce a un viejo pervertido.
Soy Aylen, una chica de 21 años con un fuego adentro que no se apaga nunca. Mi cabello negro y liso me cae hasta la cintura, mis tetas medianas apretadas en una blusa ajustada de tirantes, los pezones marcados porque nunca uso bra. Mis jeans rotos se pegan a mis caderas, mostrando el contorno de mi pucha depilada bajo la tela. Vivo en un departamentito en Coyoacán, lleno de posters de bandas y un sillón viejo donde paso horas con mi laptop, buscando videos que me hagan mojar la puchita. Mi vicio es ver nenas de 8 a 10 años siendo cogidas por viejos pervertidos, sus vergones abriendo rajitas apretadas, llenándolas de mecos hasta que chorreen. Me pongo cachonda con cada gemido, cada grito, cada verga gorda metida en una boquita pequeña. Me masturbo como loca, mis dedos metidos en mi papaya, escurriéndome a chorros mientras imagino ser yo la que mira en vivo, tocándome mientras esas nenas son destrozadas.
Esta noche estoy tirada en el sillón, las luces apagadas, solo el resplandor del monitor iluminando mi cara. Mis jeans están en los tobillos, mi pucha lampiña brillando con jugos vaginales, los labios hinchados mientras froto mi clítoris con dos dedos. Abro un video en una página oscura de la deep web, uno de mis favoritos. Es una nena de 9 años, con coletas rubias y una faldita rosa levantada hasta la cintura. Está en una cama mugrosa, de rodillas, mientras su papá, un cabrón de unos 40 con la panza peluda y una verga gruesa como mi muñeca, le mete el tolete por la puchita. La nena llora al principio, sus ojitos azules llenos de lágrimas, pero pronto gime, “Papi, más duro,” mientras su rajita rosada se estira, lubricante y jugos claros. El papá gruñe, sus manos gordas apretando las nalguitas flacas de la niña, sus dedos dejando marcas rojas. La coge sin piedad, la verga entrando y saliendo, los labios de la pucha abiertos, brillando con lubricante. Luego la pone de lado, levantándole una pierna flaca, y se la mete por el culo, el ano chiquito abriéndose como una flor. La nena grita, “¡Papi, me duele, pero no pares!” y él embiste, sus huevos peludos chocando contra su piel. Al final, se deslecha en su cara, chorros de leche de macho espesa, blanca, salpicando sus mejillas, metiéndose en su boquita mientras ella lame, tragando el semen viscoso, sus labios temblando.
Cambio de video, mi pucha palpitando, mis dedos metidos hasta el fondo, escurriéndome en el sillón. Este es de una morrita de 8 años, morena, con trenzas, en un baño sucio. Su papá, un tipo flaco con tatuajes, la tiene sentada en el lavabo, las piernas abiertas, su puchita lampiña brillando bajo la luz. Él está de rodillas, lamiendo su rajita, su lengua gorda metiéndose entre los labios rosados, chupando el clítoris pequeño mientras la nena gime, sus manitas aferradas al borde del lavabo. “Papi, qué rico,” suspira, sus caderas moviéndose. Él se para, su verga dura, venosa, goteando presemen, y la penetra despacio, la puchita apretada tragando la punta, luego todo el palo. La nena grita, su rajita con un poco de lubricante, pero pronto está jadeando, pidiéndole más. Él la coge duro, el lavabo temblando, los azulejos fríos contra las nalguitas de la niña. Luego la voltea, poniéndola contra la pared, y se la mete por el culo, el ano chiquito estirándose, goteando lubricante. “¡Papi, cógeme más!” grita ella, y él se deslecha adentro, el semen escurriendo por su ano, goteando al piso. Yo me vengo a chorros, mis jugos empapando el sillón, mi clítoris palpitando mientras grito, mi cuerpo temblando de placer.
En Telegram, donde intercambio videos con otros enfermos como yo, me topo con un viejo de 50 años, un tal “DonRafa69”. Su foto de perfil es una sombra borrosa, pero sus mensajes son puro fuego. “Me encanta ver nenas abiertas por vergas gordas,” escribe, y mi pucha se moja solo de leerlo. “A mí también, cabrón,” respondo, mis dedos volando en el teclado. “¿Qué te gusta más? ¿Verlas chupar o que las partan por el culo?” Él contesta rápido: “Las dos, pero nada como meterles la verga en la puchita hasta que tiemblen de placer, y luego llenarles la boca de mecos. ¿Tú qué haces cuando ves esas cosas, Aylen?” Sonrío, mis dedos rozando mi clítoris mientras escribo: “Me toco la pucha hasta escurrirme, imaginando que estoy ahí, viendo cómo las cogen. Me encanta cuando gritan y piden más.” Él responde: “Joder, morra, eres de las mías. ¿De dónde eres? Yo estoy en la CDMX.” Mi corazón se acelera. “No mames, yo también. Coyoacán. ¿Tú?” “Narvarte,” escribe. “Estamos cerca. ¿Te animas a vernos y platicar de esto en vivo?” Mi pucha palpita, la idea de conocer a un viejo pedófilo como yo me prende. “Hecho. ¿Perisur, en el área de comida rápida? Nadie va a sospechar si parecemos padre e hija.” “Perfecto,” responde. “Mañana, 6 de la tarde. Lleva algo corto, quiero verte las piernas.” Me río, ya imaginando lo que viene.
Llego a Perisur con una falda negra cortita, mis muslos morenos a la vista, la tela apenas cubriendo mi pucha depilada, que ya está húmeda de solo pensar en lo que viene. Mi blusa blanca escotada deja mis tetas medianas al borde de salirse, los pezones duros marcándose sin bra, un collarcito plateado brillando en mi cuello. El área de comida rápida está llena de ruido, familias comiendo hamburguesas, adolescentes riendo, pero nadie me presta atención mientras camino hacia la mesa donde está Don Rafa. Es un viejo de 50 años, robusto, con el pelo canoso corto y una barba recortada. Su camisa de cuadros está un poco arrugada, y los jeans gastados se pegan a sus piernas musculosas. Sus ojos oscuros me recorren de arriba abajo, deteniéndose en mis muslos, y una sonrisa sucia se le dibuja en la cara. “Aylen, ¿verdad?” dice, su voz grave, mientras se levanta a medias para saludarme. “Ponte cómoda, morrita, que aquí nadie va a sospechar que somos dos enfermos hablando de nuestras cochinadas.”
Me siento frente a él, cruzando las piernas para que mi falda suba un poco más, dejando ver el borde de mis nalgas. “Don Rafa, no mames, pensé que eras puro pedo en Telegram,” digo, sonriendo, mis uñas rojas tamborileando en la mesa de plástico. Él se ríe, sus dientes amarillentos asomando. “Nada de eso, pequeña. Soy de los que hacen lo que dicen. ¿Y tú? ¿De verdad te la pasas tocándote viendo nenas partidas por vergones?” Asiento, mi pucha palpitando bajo la falda. “No hay nada que me moje más. Ver una puchita de 8 años abierta por un tolete gordo, disfrutando, gimiendo… uff, me escurro a chorros.” Él se inclina hacia mí, su aliento oliendo a café. “Cuéntame, Aylen, ¿cuál es el video que más te calienta?” Sus ojos brillan, y siento mi clítoris hincharse mientras me preparo para soltarle todo.
“Uno que vi anoche,” empiezo, mi voz baja, como si estuviera confesando un pecado. “Una nena de 9 años, rubita, con coletas deshechas, en una cama mugrosa. Su papá, un cabrón panzón con una verga como de 20 centímetros, se la está metiendo por la rajita. La morrita llora al principio, sus ojitos azules llenos de lágrimas, pero luego se pone bien puta, pidiéndole a gritos que la coja más duro. La pucha a tiene bien abierta, los labios rosados estirados, goteando jugos y lubricante, mientras el viejo gruñe y le aprieta las nalguitas flacas. Luego la voltea, le mete la verga por el culo, y la nena grita, ‘¡Papi, me duele, pero no pares!’ El ano chiquito se le abre, y el cabrón no para, embistiendo hasta que se deslecha en su cara, chorros de mecos espesos salpicándole la boca, metiéndosele en los ojos. Ella lame todo, tragando el semen viscoso, y yo me vine tres veces tocándome.” Mi respiración está agitada, mis muslos apretados bajo la mesa, mi pucha empapada.
Don Rafa se lame los labios, su mano descansando en su entrepierna, ajustándose los jeans. “Pinche morra, qué rico cuentas,” dice, su voz ronca. “A mí me gusta uno de una morrita de 8 años, morena, con trenzas, en un baño de motel. Su papá, un tipo flaco con tatuajes, la tiene en el lavabo, las piernas abiertas, lamiéndole la puchita. La lengua gorda le chupa el clítoris, los labios rosados brillando con saliva y jugos. La nena gime, ‘Papi, qué rico,’ y él se para, saca una verga venosa, goteando presemen, y se la mete despacio. La puchita se abre, apretada como mierda, pero ella se mueve, pidiéndole más. Luego la voltea contra la pared y se la mete por el culo, el ano chiquito abriéndose, goteando lubricante. Al final, se deslecha adentro, el semen escurriendo por su culito, y ella sonríe, lamiendo los restos de la verga.” Me muerdo el labio, mi mano bajo la mesa rozando mi muslo, tan cerca de mi pucha que siento el calor. “No mames, Rafa, ese es otro de mis favoritos,” digo, mi voz temblando de calentura.
“Cuéntame de ti, Aylen,” dice él, inclinándose más, sus ojos clavados en mis tetas. “¿Cómo empezaste con esta onda?” Respiro hondo, mi pucha palpitando mientras recuerdo. “A los 8 años, mi padrastro me desvirgó. Era un cabrón de 35, con una verga gorda, venosa, que me hacía babear. Una noche, entró a mi cuarto, yo estaba en mi camita, con mi pijamita de flores. Me levantó la falda, me bajó las pantaletas, y me lamió la rajita. Sentí su lengua caliente, áspera, metiéndose entre mis labios, chupando mi clítoris chiquito. Me dolió cuando me metió un dedo, pero también me encantó, mi puchita se mojó por primera vez. Luego sacó su verga, la frotó contra mi raja, y me la metió despacio. Sentí cómo me abría, como si me partiera en dos, la sangre goteando por mis muslos. Pero el dolor se volvió placer, y pronto estaba gimiendo, ‘Papi, cógeme más.’ Me cogía todas las noches, a veces por la pucha, a veces por el culo, y yo aprendí a chuparle la verga, a tragarme sus mecos salados, espesos, que me llenaban la boca. Desde entonces, no puedo parar de pensar en nenas como yo, siendo cogidas por viejos como él.”
Rafa gruñe, sus manos apretando la mesa. “Puta madre, Aylen, eres una perra de las buenas.” Se ajusta los jeans, y veo el bulto de su verga dura. “Yo desvirgué a la hija de un amigo cuando tenía 26. La nena tenía 8, una morrita flaca con trenzas largas. Estábamos en su casa, su papá borracho en el sillón. La llevé a su cuarto, le dije que era un juego. Le quité el vestidito, sus calzoncitos de ositos, y le lamí la puchita, tan chiquita que apenas cabía mi lengua. Estaba seca al principio, pero se mojó, gimiendo bajito. Saqué mi verga, dura como palo, y se la metí despacio. La pucha era tan apretada que casi me vengo al primer empujón. Sangró un chingo, pero ella se aferró a mí, pidiéndome más. La cogí duro, sus nalguitas temblando, y luego por el culo, el ano chiquito abriéndose con un chingo de lubricante.
La nena gritaba bajito, ‘Tío, no pares,’ mientras su culito se abría más, la sangre y el lubricante goteando por sus muslos flacos. Me la cogí hasta que no pude más, y me desleché en su puchita, el semen espeso llenándola, escurriendo por sus labios rosados, mezclándose con la sangre. Desde ese día, supe que no podía parar, Aylen. Cada nena que veo es una oportunidad para partirlas con mi verga.” Don Rafa se inclina más cerca, su voz baja, sus ojos brillando con una lujuria enferma que me hace mojar la pucha bajo la falda. Mi clítoris palpita, mis muslos apretándose mientras imagino cada detalle de su historia, mi mano rozando el borde de mi falda, queriendo tocarme ahí mismo en el área de comida rápida de Perisur.
“No mames, Rafa,” digo, mi voz temblando de calentura, mis tetas subiendo y bajando con mi respiración agitada. “Me imagino a esa morrita, su puchita chiquita abierta por tu tolete, gimiendo mientras le llenas la cara de mecos. Eso me pone bien loca.” Él sonríe, sus dientes amarillentos asomando, mientras se ajusta el bulto en los jeans. “Y tú, Aylen, ¿cómo sigues después de tu padrastro? ¿Sigues buscando vergas que te hagan acordarte de él?” Me río, echándome para atrás, mi falda subiendo un poco más, dejando ver el encaje negro de mis choninos. “Mi padrastro me enseñó a amar la verga, Rafa. Después de él, empecé a buscar videos, primero de porno normal, luego de nenas más chiquitas. Me pongo a mil viendo cómo las parten, cómo les meten el palo por todos lados, cómo gritan y se mojan. Pero lo que más quiero es verlo en vivo, estar ahí, tocándome mientras un viejo como tú destroza a una nena de 8 años.”
Rafa gruñe, sus manos apretando la mesa, y siento el aire entre nosotros cargado de electricidad. “Pinche morra, eres un peligro,” dice, su voz ronca. “¿Te imaginas estar conmigo mientras cojo a una nena? ¿Tú tocándote, grabando cómo le abro la puchita?” Mi pucha se contrae, un chorrito de jugos mojando mi tanga. “No mames, Rafa, eso sería el cielo. Quiero ver cómo le metes la verga, cómo la haces gritar, cómo le llenas el culo de leche.” Él se lame los labios, sus ojos clavados en mis tetas. “Entonces vámonos, Aylen. Hay un hotel aquí cerca, en Insurgentes. Vamos a cogernos como si fuéramos padre e hija, ¿te late?” Mi corazón se acelera, mi pucha palpitando tan fuerte que casi duele. “Hecho, viejo. Vamos a echarnos un palo que no se nos olvide.”
Caminamos rápido por Perisur, el bullicio del centro comercial desvaneciéndose mientras salimos al estacionamiento. Subimos a su coche. En el camino al hotel, no hablamos mucho, pero su mano descansa en mi muslo, sus dedos rozando la piel cerca de mi pucha, haciéndome temblar. Llegamos a un hotel de paso en Insurgentes. Pagamos la habitación, una suite con una cama grande, sábanas blancas y un espejo en el techo. Apenas cerramos la puerta, Rafa me jala contra él, sus manos gordas apretando mis nalgas, su boca en mi cuello. “Vas a ser mi nena de 9 años, Aylen,” gruñe, su aliento caliente contra mi piel. “Y yo voy a ser tu papi, que te va a partir con mi verga.”
Me río, empujándolo hacia la cama, mis manos ya desabrochando su camisa. “Sí, papi, cógeme como si fuera tu hijita,” digo, mi voz aguda, imitando a una nena pequeña, mientras me quito la blusa, mis tetas saltando libres, los pezones oscuros duros como piedras. Rafa se baja los jeans, su verga saliendo dura, gruesa, venosa, el glande morado goteando presemen. Es un tolete de unos 18 centímetros, gordo, con venas marcadas, y mi pucha se moja más solo de verlo. Me arrodillo frente a él, mi falda todavía puesta, y me meto su verga en la boca, mis labios estirándose alrededor del glande, la lengua lamiendo el presemen salado, viscoso. “Mmm, papi, qué rica verga,” murmuro, mi voz de nena, mientras chupo, mi lengua girando alrededor de la punta, saboreando la piel cálida, el olor almizclado llenándome la nariz. Mis manos acarician sus huevos peludos, pesados, mientras mi boca sube y baja, saliva goteando por mi barbilla, manchando mi falda.
Rafa gime, sus manos enredadas en mi cabello, empujando mi cabeza para que me trague más de su tolete. “Así, mi nena, chupa la verga de papi,” gruñe, sus caderas moviéndose, metiéndomela hasta la garganta. Me atraganto un poco, pero sigo, mis labios apretados, mi lengua lamiendo las venas, el sabor salado volviéndome loca. Mi pucha está chorreando, los jugos corriendo por mis muslos, manchando el suelo del hotel. Me levanto, me quito la falda y la tanga, mi pucha depilada expuesta, los labios rosados hinchados, brillando con jugos. “Papi, cógeme la puchita,” digo, tirándome en la cama, abriendo las piernas, mis dedos separando los labios para mostrarle mi clítoris hinchado, goteando.
Rafa se sube encima de mí, su verga dura rozando mi raja, el glande deslizándose entre mis labios, untándose con mis jugos. “Mi nena, qué puchita tan rica,” dice, y me la mete despacio, la punta abriendo mi raja, estirándome. Siento cada centímetro, la verga gorda llenándome, mis paredes apretadas abrazándola. “¡Ay, papi, qué rico me partes!” grito, mis caderas moviéndose, mi pucha chorreando jugos que mojan las sábanas. Él embiste duro, sus huevos chocando contra mis nalgas, el sonido húmedo de su verga entrando y saliendo llenando la habitación. Me coge como si fuera una nena, sus manos apretando mis tetas, pellizcando mis pezones, mientras gimo, “¡Más, papi, cógeme más duro!” Mi clítoris roza contra su pelvis, enviando chispas de placer por mi cuerpo, mi pucha apretándose alrededor de su tolete.
Me voltea, poniéndome a cuatro patas, mi culo en el aire, mi pucha goteando jugos por mis muslos. “Ahora por el culo, mi nena,” gruñe, escupiendo en mi ano, su saliva cálida corriendo por mi piel. Siento la punta de su verga presionando mi culito, abriéndolo despacio, el dolor mezclándose con el placer. “¡Papi, me duele, pero no pares!” grito, imitando a las nenas de los videos, mientras su tolete se hunde, mi ano estirándose, quemando, pero mi pucha chorreando más. Me coge el culo con fuerza, sus manos agarrando mis nalgas, sus dedos clavándose en mi piel.
Mis nalgas tiemblan con cada embestida, el espejo en el techo reflejando mi cuerpo arqueado, mi cabello negro desparramado sobre la espalda, mis tetas balanceándose al ritmo de los golpes de su verga en mi culo. “¡Papi, párteme el culo!” grito, mi voz aguda, como si tuviera 9 años, mientras mi pucha chorrea jugos que gotean por mis muslos, empapando las sábanas del hotel. Rafa gruñe, sus manos gordas apretando mis caderas, sus uñas clavándose en mi piel morena. “Eres una putita, mi nena,” dice, su voz ronca, mientras su tolete se hunde más profundo, mi ano apretado estirándose, quemando con cada empujón. Siento la verga llenándome, las venas rozando las paredes de mi culo, el dolor mezclándose con un placer tan sucio que me hace temblar. Mi clítoris palpita, y meto una mano entre mis piernas, frotándolo con furia, mis dedos resbalando en los jugos espesos que escurren de mi pucha. “¡Ay, papi, qué rico me coges!” gimo, mi cuerpo temblando, al borde de un orgasmo que sé que va a ser brutal.
Rafa me jala el cabello, tirando mi cabeza hacia atrás, y me voltea, poniéndome de espaldas otra vez. “Abre la boca, mi nena,” ordena, su verga gorda frente a mi cara, brillando con lubricante, jugos y un poco de mi propia mierda. No me importa, estoy tan caliente que me meto su tolete en la boca, chupando con hambre, mi lengua lamiendo cada centímetro, saboreando el sabor almizclado, salado, mezclado con el dulzor de mis jugos. “Mmm, papi, qué rica verga,” murmuro, mi voz ahogada mientras me la trago hasta la garganta, mis labios estirados, saliva goteando por mi barbilla. Él gime, sus manos en mi cabeza, empujándome para que chupe más fuerte, su glande golpeando el fondo de mi garganta. Mis tetas tiemblan, los pezones duros rozando sus muslos peludos, mientras mi pucha se contrae, escurriendo jugos que mojan el colchón. “Chupa, putita, trágate todo,” gruñe, y yo obedezco, mi lengua girando alrededor de su verga, lamiendo las venas, succionando el glande morado hasta que siento sus huevos tensarse.
“¡Me vengo, nena!” grita Rafa, y un chorro de mecos espesos, calientes, me llena la boca, salpicando mi lengua, mi garganta. El semen es salado, viscoso, con un toque amargo que me hace gemir mientras trago, mis labios apretados alrededor de su verga para no desperdiciar ni una gota. Sigo chupando, ordeñando su tolete, mientras más chorros de leche de macho me inundan la boca, goteando por las comisuras de mis labios, manchando mi barbilla. Mi pucha explota en un orgasmo, mis jugos saliendo a chorros, empapando mis muslos, el colchón, mientras mis dedos frotan mi clítoris hinchado, mis paredes apretándose en espasmos de placer. “¡Papi, me vengo!” grito, mi voz ahogada por los mecos, mientras trago lo último de su semen, lamiendo la punta de su verga para limpiar las gotas finales. Me dejo caer en la cama, mi cuerpo temblando, mi pucha palpitando, los labios hinchados goteando jugos, mi ano ardiendo por la cogida.
Rafa se desploma a mi lado, su pecho peludo subiendo y bajando, su verga ahora suave descansando contra su muslo. “Pinche morra, qué cogidón,” dice, su voz agotada pero satisfecha. Me río, limpiándome los labios con el dorso de la mano, el sabor de sus mecos todavía en mi boca. “Papi, me partiste como quería,” digo, mi voz juguetona, mientras me acurruco contra él, mi mano rozando su pecho. “Pero esto no acaba aquí, Rafa. Quiero más. Quiero verte cogiendo nenas de verdad, sus puchitas chiquitas abiertas por tu verga, mientras yo miro y me toco.” Él sonríe, sus ojos brillando con la misma lujuria enferma que siento yo. “Eso está hecho, Aylen. Vamos a cazar nenas juntas, tú grabas, te tocas, y yo las parto. ¿Qué te parece?”
Me siento en la cama, mis tetas temblando, mi pucha todavía húmeda, mientras pienso en el plan. “Me encanta, viejo. Pero necesitamos ser cuidadosos. Nada de dejar rastros, nada de que nos cachen. Conozco un par de lugares, parques, colonias donde las morritas andan solas después de la escuela. Podemos acercarnos, ganarnos su confianza, y luego…” Me detengo, mi clítoris palpitando otra vez solo de imaginarlo. “Luego tú te las coges, Rafa, y yo grabo cada puto detalle. Cómo les abres la puchita, cómo les metes la verga por el culo, cómo les llenas la boca de mecos.” Él gruñe, su mano acariciando mi muslo, sus dedos rozando mi pucha empapada. “Eres una perra perfecta, Aylen. Vamos a hacer un equipo del carajo.”
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