Barquito 2
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Después de varios meses en que con Gigi nos dimos con todo pero sin ir más allá del uso de dedos y lenguas, llegaron las vacaciones y con ello una desagradable sorpresa.
Ya he contado que mi madre era viuda y trabajaba para mantenerse y mantenernos a nosotros en aquellos institutos que, si bien otorgaban becas, no eran totalmente gratuitos y como la cosa venía mal económicamente, decidió que con esa base de educación ya teníamos suficiente como para asimilarnos a un colegio del Estado.
A mis dos hermanos mayores los inscribió en escuelas técnicas, al mayor para estudiar mecánica – tornería y esas cosas –, al segundo en construcción, que era la profesión de mi padre y a mí en un Normal para que tuviera la chance de ser maestra.
Acostumbrándome rápidamente a esa nueva vida, descubrí con disgusto que también debería reemplazar a la muchacha que limpiaba y hacía las compras, con lo que, además me convertí en la sirvienta de la casa; sin embargo, esa libertad de hacer lo que quería y cuándo lo deseaba compensaba el ir al colegio, estudiar y traquetear de aquí para allá.
Con la falta de la vieja, la casa era un viva la pepa, ya que mis hermanos traían a sus amigos, tomaban cerveza, jugaban a las cartas y hasta en un par de ocasiones los acompañaron unas chicas con las que sostenían apasionados franeleos, sin llegar a encamarse.
Cómo yo encontraba consuelo en la masturbación, me satisfacía encerrada en mi pieza mientras pensaba qué cosas sucederían en el living pero nunca me atreví ni siquiera a tratar de espiarlos.
Una tarde en que volví del colegio, ni bien entré al vestíbulo, no me extrañó escuchar el rumor de una conversación y encaminándome al living, encontré que Ricky y Beto, dos amigos de su hermano, se hallaban enfrascados en animada conversación en uno de los sillones; en realidad eran mucho más que amigos de Salvador, ya que desde que tenía uso de razón habían correteado por la casa y solían entrar y salir de ella como si fuera la propia.
Saludándolos contenta porque ya no estaría sola, deje el portafolios – en aquella época no había mochilas – sobre una mesita baja y me derrumbé entre los dos para recostarme contra el mullido respaldo, puteando contra la educación y el calor que ya en noviembre me hacía sudar la gota gorda; mientras ellos me interrogaban sobre la diferencia entre el instituto y la secundaria, mentalmente comparé como mi reciente explosión hormonal acortara las diferencias físicas con ellos, ya que tan solo un año atrás, yo era una flacucha de piernas largas, desgarbada y sin formas y ellos, a punto de cumplir los dieciocho, habían alcanzado su pleno desarrollo físico como hombres.
Desparramada sobre los almohadones y sin intención, me crucé de piernas dejando ver mis ahora rollizos muslos saliendo generosamente por debajo de la corta pollera tableado y la alegría candorosa con que recibí los intencionados comentarios de los chicos sobre la efervescente expansión de mis formas, se vio turbada por el roce de una mano de Ricky sobre una rodilla; desde los siete años había jugado con esos chicos sólo tres años mayores, pasando oportunamente por la etapa de “jugar al doctor” y a varios juegos más que expusieran mi cuerpo a distintos manoseos de los muchachos, pero hacía ya meses en que, instintivamente y con pretexto del secundario, había esquivado esas confianzas.
El momento y la circunstancia “especial” de tener que estar sola con ellos por varias horas, me dijeron que esa mano que acariciaba mi otrora huesuda rodilla ya no quería jugar conmigo sino otra cosa más desasosegante; tampoco en aquellos juegos me había limitado a ser participante pasiva y sabía perfectamente a qué conducían esos manoseos.
Por otra parte, estaba atravesando esa etapa adolescente en que no se es nena ni señorita, por lo menos en lo formal, ya que súbitamente mi cuerpo había devenido en el de una verdadera mujer, con largas y torneadas piernas, un trasero respetable y unos senos que a veces me avergonzaban por su generosidad, obligándome a no usar corpiño para disimular su volumen y caminar inclinada hacia delante.
Manteniéndome en una expectante calma, sentí la mano de Ricky subiendo exploratoria por el muslo hasta perderse por debajo de la falda, a la vez que la de Beto iba desabotonando lentamente la camisa para dejar parcialmente los senos al descubierto que, desnudos de prenda alguna, cayeron como dos grandes peras; casi por compromiso pero sabiendo que sería inútil, dejé escapar una iracunda negativa que fue rápidamente acallada por los labios de Beto que, muy suavemente encerraron a los míos en infinitamente tiernos besos.
En realidad eran los primeros desde que ya no lo hacía con Gigi y no sabiendo cómo reaccionar, dejé estar blandamente mi boca en el entendimiento de que respondería atávicamente; así fue, y pronto me encontré estirando los labios para envolver aquellos más grandes y recibir la visita de una lengua inquisitiva que me excitó mientras sentía como la mano de Ricky llegaba a la entrepierna y exploraba con las yemas de los dedos el bulto de la vulva para luego subir por la ingle hasta la cintura e introduciéndose por el elástico de la bombacha, aventurarse por el bajo vientre hasta alcanzar la apenas poblada alfombrita de vello y, seguramente para no asustarme, se retiró para ir al encuentro de la teta.
Involuntariamente cerré los ojos y me repantigué aun más en el asiento mientras alzaba un brazo colocando la mano sobre la nuca de mi amigo para profundizar el beso, sintiendo como su mano comenzaba a palpar suavemente una teta mientras que la de Ricky llegaba para hacerle competencia en la otra; los roces de los dedos eran tan delicados que me producían aquel cosquilleo que despertara Gigi y que nacía en los riñones para subir por la columna hasta la nuca y desde allí expandirse por el cuerpo hasta picanear mis entrañas.
Quien no podía ser sino Ricky, me tomó por la nuca para hacerme ladear la cara y pronto era su lengua tremolante la que se hundía entre los labios pretendiendo competir con la mía que enseguida se adaptó al juego y se trabó en dura batalla en tanto mis labios eran succionados por los gruesos del muchacho; independientemente de eso, la mano ya no acariciaba al seno sino que lo amasaba y sobaba como para comprobar su solidez y la boca de Beto, comenzó a deslizarse por el cuello. Tras quitarme la camisa de ese lado, fue escurriéndose por la piel hasta escarbar en el hueco que forma la axila y produciéndose allí el nacimiento del seno, siguió esa curvatura hasta arribar a la base donde la comba producía una arruga sobre el abdomen.
Salvo en la cama del internado, nunca había experimentado algo semejante y deduje que ese fuego que parecía arder en mis entrañas y se esparcía por todo el cuerpo era la misma calentura que con aquella amante y comprobé que así era cuando, inconscientemente y entre los labios ocupados por el beso, comencé a emitir pequeños jadeos y gemidos y que al contacto de la lengua tremolante de Beto escarbando en la rendija que yo sabía siempre alojaba sudores inevitables acrecentó, en tanto me prendía a la boca imitando los furiosos besuqueos del muchacho.
A pesar de mi ignorancia e inexperiencia con hombres, no era tan tonta como para ignorar las verdaderas intenciones de mis amigos y en qué finalizaría todo aquello pero, si bien experimentaba dudas y temores, también sabía que esa era una circunstancia por la debería pasar ineludiblemente en algún momento y, pensando en los riesgos que correría de entregarme a cualquier tipo desconocido que incluso pudiera manchar públicamente mi imagen, preferí hacerlo con quienes compartía todo desde hacía diez años.
Relajándome totalmente, me entregué blandamente a sus manos y bocas de manera tan ostensible que los muchachos comprendieron que tenían vía libre y, al tiempo que recrudecía la intensidad de los besos de Ricky a mi boca, la lengua de Beto trepó lentamente por la comba del seno hasta establecer contacto con el borde de la aureola que coronaban disparejos gránulos y por unos momentos se concentró en ellos azotándolos con anhelosa curiosidad.
Escozores de distinta variedad y magnitud recorrían externa e internamente en forma aleatoria mi cuerpo para enquistarse definitivamente en sitios muy especiales y cuando la mano con que Ricky estrujaba agradablemente al otro seno también se dedicó a estimular con las uñas esa aureola, supe que definitivamente estaba entrando a un mundo de goces y placeres que desconocía totalmente y al cual quería aprovechar integramente; acariciando el ondulado cabello negro de mi amigo y mientras con la otra mano le recorría la espalda con los dedos engarfiados, abandoné un instante su boca para proclamar a ambos mi fervoroso asentimiento y un susurrado reclamo de que me hicieran cuanto quisieran para convertirme en mujer.
Seguros ya de que mi pasividad no era debido al miedo sino a una verdadera necesidad, los dos encerraron entre sus labios mis gruesos pezones para comenzar a succionarlos en una mamada casi infantil pero que me llevó a arquearme de placer y entreverando mis dedos en la cabellera de los hombres, prorrumpí en estridentes, repetidos e histéricos sí que tuvieron como respuesta inmediata la profundización de los chupones que paulatinamente fueron incorporando la colaboración de los dientes en incruentos pero dolorosamente exquisitos mordisqueos.
Gigi no había sido tan agresiva y no dando crédito al goce que me provocaba el martirio de los dientes, sacudía inconscientemente la pelvis y cuando la mano de alguno de los dos traspuso la cintura de la falda y el elástico de la bombacha para estimular con la yema de un dedo al clítoris, creí enloquecer de tanta dicha.
Viéndome tan entusiasta, Ricky abandonó el seno para colocarse arrodillado en el piso y tras sacarme la falda conjuntamente con la bombacha, me abrió las piernas, encogiéndomelas para contemplar fascinado el sexo; como comprobara con un dedo, el Monte de Venus estaba apenas cubierto por una leve capa velluda y, gracias a su esmero anterior, la arrugada capucha del clítoris asomaba de la prieta rendija de una vulva escasamente abultada.
Creyéndome todavía una criatura a pesar de mi desarrollo físico y no queriendo hacer de aquello una violación más sino convertirme en una hembra que con el tiempo se convirtiera en una amante complaciente que inclusive planeaban compartir con otros amigos, acercó la cara y noté que su olfato fue invadido por característicos aromas marítimos de todas las mujeres; con esa fuente de inspiración, sentí cómo estiraba la lengua y en suaves vibraciones de la punta fue recorriendo la oscura alfombrita, pasó por el clítoris, recorrió lentamente la rendija hasta encontrar la cerrada caverna de la vagina y tentado por algún duende maligno, transitó el pequeño periné hasta encontrar el oscuro hueco del ano.
Ignorante de que este no pertenecía sexualmente al área genital pero sintiéndolo parte de esta por la intensidad del placer que me produjera la lengua en ese recorrido, respondí al tremolar de la lengua con la exaltada repetición de mi asentimiento que, sintiendo como Ricky había ido introduciendo levemente la punta del índice, se convirtió en un leve menear de la pelvis y en un lloriqueante pedido de que me dieran más placer aun; yo sabía que por nuestra amistad apenas podían reprimir el deseo loco de poseerme de una vez y Beto fue alternando la actividad de labios y dientes en las tetas, complementándolo con retorcimientos del otro pezón entre los dedos y crueles hundimientos de las uñas a la carne.
A pesar del sufrimiento y los dolores, yo creía que eso era parte del sexo normal entre hombres y mujeres y ansiando convertirme en una para disfrutar plenamente de aquello, entre lloriqueos, suspiros, jadeos y risitas histéricas, di paso al disfrute masoquista que iba ganándome y abriendo más las piernas naturalmente encogidas, sentí que, mientras el dedo se hundía parcialmente en la tripa, otros dos separaban los labios mayores para poner al descubierto el interior de la vulva.
Alucinado por esa vista única, Ricky fue reconociendo con la punta vibrante de la lengua los meandros carnosos con exasperante lentitud, fustigó a los colgajos, sin penetrar la vagina, enjugó las gotas de fragante flujo que manaban para después ascender adentrándose en el hueco, escarbó un momento en la dilatada uretra y luego se enfrentó a la ventana traslúcida que aprisionaba al clítoris.
Sin cesar en el corto vaivén del dedo que me sodomizaba, incrementó el vibrar de la lengua para atacar a la cabecita con forma de bala, haciendo que con ello aumentaran los ayes, gemidos y suspiros con que manifestaba mi complacencia y luego de unos momentos, envolvió entre los labios todo el conjunto para succionarlo apretadamente mientras lo estiraba para procurarle mayor volumen; casi aullaba por el placer y mi pelvis se meneaba con mayor intensidad, cuando Ricky fue desplazado por Beto y mientras este tomaba su lugar sobre el sexo, él volvió a subir hasta mi rostro congestionado que con los ojos cerrados y la boca entreabierta proclamando mi satisfacción, sacudía de lado a lado la cabeza apoyada en el mullido respaldo del sillón.
Tomándome por el mentón, Beto detuvo los vaivenes para incitarme con la punta de la lengua hurgando el interior de los labios y los sabores y aromas desconocidos de mi propio sexo cumplieron su cometido, ya que mi lengua salió al encuentro de la suya para trabarse en un delicioso combate; murmurando mimosas palabras ininteligibles, esta vez fui yo quien propició el encuentro de los labios para iniciar profundos besos al tiempo que envolvía con las manos su cabellera.
Pensando en cómo y cuánto nos divertiríamos durante las horas de que disponíamos, fui casi devorando su boca en inacabables besos de ahogante hondura y en un momento dado, sentí cómo tomaba mi mano para conducirla a su entrepierna en la que me hizo tomar contacto con la verga; guiándola con los suyos, hizo que mis dedos la palparan con suavidad y, a pesar de la flaccidez que todavía tenía, instintivamente o por curiosidad, sopesé su volumen y después de recorrer tiernamente el amorcillado tronco, permití que me iniciara en un leve movimiento masturbatorio.
Simultáneamente, Beto se solazaba tanto como él en mi sexo pero, aprovechando la erección ya avanzada del clítoris, lo encerró con pulgar e índice para hacerlo rotar entre ellos con creciente presión en tanto ejercía una exquisita maceración de los labios menores, lo que causó una reacción casi automática en mi, haciéndome acelerar el restregar de la verga y, cuando Ricky se arrodilló junto a mi para dirigir el falo endurecido sobre mi boca al tiempo que me pedía se lo mamara, acezando como una bestia asustada, le contesté balbuciente que no sabía cómo.
Pacientemente, me aleccionó de lamerlo y chuparlo como si se tratara de un helado de cucurucho al tiempo que con los dedos ejercía un tránsito ascendente y descendente para estimularlo y mantenerlo erecto; aun a pesar de mi calentura, del deseo que me carcomía y de la confianza que tenía en ellos, la vista de la verga tumefacta me produjo cierta repulsión pero lo que Beto me hacía en el sexo con lengua, labios, dientes y dedos terminó por enajenarme y haciendo vibrar torpemente la lengua sobre el desnudo glande del que él había corrido el prepucio, probé por primera vez ese gusto entre salado y dulzón.
Ducho en hacérsela mamar, sacudió la punta contra los labios e instintivamente los separé para darle cabida entre ellos e iniciar una mezcla de besos con chupeteos que fueron entusiasmándome; obedeciéndole, ejercí con las manos un lento movimiento adelante y atrás y cuando él me empujó la cabeza para que la verga penetrara más adentro, abrí casi con voracidad la boca, permitiendo que el miembro entrara hasta que el glande me provocó una arcada al rozarme la garganta.
Ricky fue dejándose caer en el asiento para arrastrarme con él hasta que quedé con el torso retorcido, momento en que Beto me alzó la piernas sobre el sillón y haciéndome arrodillar para que siguiera mamándosela a su amigo, me las separó lo suficiente para dar cabida a su cabeza y fue alternando los lengüetazos y succiones entre la vulva y el ano.
Verdaderamente estaba entusiasmada por la satisfacción que me daban y a pesar de que la sodomía del dedo me resultara dolorosa en las primeras penetraciones, las disfrutaba como un complemento a lo que las bocas ejecutaran en mi sexo e imbuida por esa propensión natural en las mujeres hacia todo lo sexual en la que un algo desconocido y atávico nos lleva, sin distingo de raza, religión, nivel social o cultura, a practicarlo con una naturalidad y sapiencia, en esa nueva posición más cómoda, masturbé reciamente al falo mientras acompañaba a los dedos con toda la boca.
Y así, con el pulgar de Beto penetrando al ano a la vez que dos dedos de la otra mano excitaban reciamente al clítoris y su boca entregándome infinitos placeres que correspondía con un instintivo menear de la pelvis, nos dejamos estar hasta que Ricky me incitó a no parar porque él estaba a punto de acabar y en medio de los vehementes movimientos de mi mano y los ronquidos de él, que alababa groseramente mis condiciones innatas para la prostitución con insultantes palabras que sin embargo me halagaron, recibí la desconocida erupción espasmódica del falo y que me vi obligada a tragar porque él presionó mi cabeza para que no pudiera retroceder; complacida por ese sabor agridulce que tenía resabios a postre almendrado, no sólo la deglutí con fruición sino que seguí chupando hasta que de la uretra no salió una sola gota más.
Sorprendentemente o porque ese era el momento justo en lo físico y psíquico para que eso sucediera, no sólo estaba contenta por la actitud de mis amigos sino que tomaba la mía con una naturalidad pasmosa, sin vergüenza ni culpa, como algo que en algún momento debería suceder y así había sido, por eso y en tanto enjugaba de mis labios restos del delicioso semen, aunque estaba un poco fatigada por la falta de aire durante la mamada, acepté gustosa cuando los muchachos me pidieron que cambiada de lugar para chupar a Beto mientras Ricky se ocupaba de complacerme con boca y dedos.
Todo era tan nuevo y distinto que en cada cosa encontraba un algo desconocido que colocaba cosquillas distintas en mi cuerpo y aunque pareciera que la verga de Beto era sólo otra verga, notaba las diferencias de largo y grosor y el detalle del prepucio que en la de Ricky no existía por ser judío; por otra parte, este último poseía diferente técnica con dedos y lengua, lo que iba haciendo de esa nueva sesión algo totalmente singular que yo gozaba como si lo anterior no hubiera sucedido y de esa manera, entregada enteramente a complacerlos pero recibiendo como recompensa el descubrimiento de partes de mi cuerpo que hasta el momento permanecieran dormidas, me dediqué con ahínco a mamar esa verga maravillosa a la par que disfrutaba intensamente de la boca de Ricky en el sexo y sus dedos sodomizándome casi sañudamente.
Una vez alcanzada la eyaculación por mi amigo y el correspondiente premio de su leche que ahora degustaba con la fruición de un elixir, comprobamos que sólo habían pasado cuarenta minutos y que era mejor si concretábamos lo más importante sobre una cama y por eso dejé que me condujeran a mi cuarto; retirando la ropa de la cama para que no se ensuciara delatándonos y después de terminar de desvestirme, me hicieron acostar en el medio y advirtiéndole que me iban a coger bien cogiada como a una mujer adulta, por lo que pudiera serme doloroso, fueron haciéndome abrir las piernas y colocando una almohada debajo de la zona lumbar para mantenerme alzadas las nalgas, Ricky se arrodilló entre ellas y tras restregar su verga para hacerle cobrar mayor rigidez, la apoyó en la entrada a la vagina y advirtiendo por primera vez una señal de temor en mis ojos, me dijo cariñosamente que no tuviera miedo.
Recién acababa de tomar conciencia de que ese acto, doloroso o no, iba a cambiar definitivamente mi vida convirtiéndome en mujer y todo lo que eso implicaría de ahí en más y sin embargo, un deseo irrefrenable porque sucediera, me hizo alentarlo para que me hiciera ese favor y aferrando yo misma mis piernas abiertas por detrás de las rodillas para encogerlas hasta que rozaron mis tetas, me ofrecí voluntariamente a la penetración; Ricky fue incrementando la presión y pesar de que mi cara reflejaba el dolor de la dilatación mientras respiraba afanosamente con las narinas dilatadas, siguió empujando para que la verga venciera la oposición de los músculos que la apretaban como una mano y cuando la sentí golpear en el fondo de la vagina en coincidencia con un ahogado pero involuntariamente sonoro sí de mi boca, comenzó verdaderamente el coito.
La penetración había superado ampliamente toda expectativa y verdaderamente, el tamaño de la verga me superaba y eso hacía que los músculos se contrajeran instintivamente contra mi voluntad, lo que ocasionaba ese roce infernal de las carnes y sintiendo como internamente se producían en mi piel desgarros y laceraciones, me esforcé en relajarme, cosa que sucedió cuando la cabeza del falo golpeó el cuello uterino y por primera vez experimenté un ramalazo de pasión y goce tan intenso que proclamé mi asentimiento a los gritos .
Viéndome, con las tetas moviéndose caprichosamente y la grupa que con el encogimiento de las piernas cobraba otra dimensión, él no tuvo más contemplación e inició un ríspido vaivén con todas las fuerzas de su cuerpo puestas en el hamacarse y que tuvo como contrapartida un gimoteante ulular complacido que cada rempujón transformaba en un transitorio ay!.
Entre mis quejidos y asentimientos, se inclinó para asir entre los dedos las zangoloteantes tetas e inmovilizándolas, no sólo las manoseó reciamente sino que llevó la boca a abrevar en los pezones y manteniéndome las piernas encogidas por la presión de sus hombros, puso un cadencioso ritmo a la cogida.
Yo expresaba sin retaceos el placer que encontraba en ser poseída de esa manera y acariciaba su cabello con tiernos toqueteos al tiempo que asentía fervorosamente entre suspiros, ayes y quejidos, hasta que en un momento dado, Beto nos detuvo para indicarnos que ahora era su turno; esa alternancia que los hombres se dan normalmente con una prostituta, no significó para mí otra cosa que dar y encontrar placer con otro amigo y con una espléndida sonrisa en mi rostro, esperé con ansias recibirlo en mi cuerpo.
El no intentó penetrarme, sino que se acostó entre mis piernas ya automáticamente abiertas para, inclinándose con un pañuelo en la mano, no sólo secar la capa de sudor que el esfuerzo acumulara en mi cara, sino que siguió por el cuello hacia el pecho y tras enjugar de las tetas todo vestigio de transpiración, utilizando la tela como un elementote fricción, fue aprisionando un pezón para retorcerlo en distintos sentidos, arrancando en mí sorprendidas exclamaciones doloridas.
Súbitamente había cobrado conciencia del placer que obtenía por medio del dolor y ese pañuelo de aspecto inocente, al raspar como no lo esperaba la delicada piel de la mama, merced al empeño de Beto que simultáneamente fustigaba con la lengua y chupaba apretadamente a la otra, me hizo ser salvajemente gráfica en mis exclamaciones por las que lo incitaba a romperme toda y entonces, distrayendo la otra mano, él guió la punta de la verga hacia el agujero vaginal y ante mis jubilosos clamores, fue hundiéndola hasta que la punta separó la estrechez del cuello uterino.
Al colocarme las piernas envolviendo sus muslos, una primitiva sapiencia me indicó cómo hacerlo y presionando con los talones en sus glúteos , me di envión para que la pelvis de él chocara con mi sexo y ante eso, se enderezó para asirme fuertemente por las caderas y elevándome hasta que quedé apoyada en los hombros, se arqueó para darle un impulso formidable al cuerpo que me hacía sentir cómo la punta se estrellaba tan adentro que parecía golpearme el estómago; gozaba del sexo como ni siquiera lo imaginara y utilizando las manos para sostener el cuerpo con los brazos apoyados en la cama en medio de groseras manifestaciones sobre cuanto me gustaba ser cogida de esa forma, me propulsé yo misma para hacer más satisfactorios los rempujones.
Reduciendo el ritmo del coito, Beto tomó mis piernas para luego ir haciéndome quedar de lado y sosteniéndome alzada la pierna izquierda, encontró un nuevo ángulo con el que penetrarme pero ante mis quejosos reclamos sobre que eso me dolía, tras cuatro o cinco rempujones, terminó de acomodarme para que quedara arrodillada boca abajo; desde esa posición, la nueva penetración sí que se me hizo insoportablemente placentera y en tanto él se afanaba en someterme por el sexo desde atrás, Ricky me despegó los brazos del colchón para colarse por debajo de mi a la vez que me pedía volviera a chuparle la verga.
La felicidad que el sexo con sus amigos me procuraba y la certeza de que luego de ese venturoso comienzo mi vida sexual sería una delicia por lo que suponía alcanzaríamos a disfrutar, me hizo recibir con júbilo esa propuesta y levanté la cabeza para buscar con la boca la amorcillada verga; al primer lengüetazo, comprobé que en el miembro quedaban todavía jugos de mi vagina y entusiasmada por ese aroma que me permitía conocer mi sabor más íntimo, lamí con ahínco toda la verga que él mantenía erecta con la mano y el goce que me entregaba Beto con aquel delicioso vaivén, me hizo abrir la boca con una desmesura de la que no me sabía capaz e introduciéndola bien adentro, la ceñí con los labios para luego iniciar un sube y baja de la cabeza que fue exaltándome tanto como la magnífica cogida.
La cópula se nos hizo tan placentera a los tres, que por unos momentos nos mecimos al unísono en un silencio total que sólo era roto por los chasquidos húmedos del falo que arrastraba mis abundantes jugos vaginales, pero cuando Ricky consideró que su verga ya tenía la rigidez necesaria, salió de debajo para reemplazar a Beto en las penetraciones; la mamada me había llevado a un grado de excitación que me hacía olvidar que hasta sólo rato antes absolutamente virgen de hombre y devenida ya en una hembra animal de incontinente lascivia, alabé la contundencia del falo de mi amigo al tiempo que comenzaba a hamacar el cuerpo espontáneamente adelante y atrás para recibir aun mejor la tan fenomenal penetración.
Claro que el propósito de Ricky no era someterme solamente en esa posición y mientras me daba indicaciones de cómo acompañarlo, fue dejándose caer hacia atrás hasta quedar acostado y entonces, con mis rodillas junto a sus muslos, sentí como la verga cobraba una presencia diferente, ya que con tan sólo moverse un poco, la padecía escarbando la vagina desde ángulos distintos a los anteriores; ya de la inocente chiquilina que jugara con ellos desde los cuatro años no quedaba el menor rastro y ahora era reemplazada por esa hembra animal que, sin saber lo que se proponía pero con la carga ancestral de todas las mujeres, inició un movimiento adelante y atrás que hacía al falo socavarla en consecuencia y, apoyándome en sus rodillas, me di impulso no sólo para incrementar ese acompasado vaivén sino que fui flexionando las rodillas, logrando que el cuerpo se alzara en un modesto galope que me hizo experimentar de manera inefable el goce de semejante cogida.
Animándome para que la flexión de las piernas fuera elevándome cada vez más y en el descenso consiguiera no sólo desplazar las paredes del cuello uterino sino que el glande escarbara en el mismo endometrio, Ricky consiguió arrancar de mi garganta una mezcla de ruego y exhortación que venía de la mano de lo que él hacía con un dedo pulgar en mi ano; con los ojos cerrados por el placer y la boca abierta en mudas exclamaciones que la falta de aliento por el esfuerzo convertía en roncos gemidos satisfechos, me debatí fervorosamente sobre el falo hasta que Ricky fue llamándome a sosiego para guiarme de manera que hiciera un giro de ciento ochenta grados sin salir de encima suyo y cuando finalmente el clítoris raspó contra la mata velluda de la entrepierna masculina, las manos de él me aferraron por los senos para hacerme inclinar sobre su pecho.
Cada nueva postura significaba un goce distinto que se emparentaba directamente con el sufrimiento, pero de tal forma que yo deseaba que jamás cesara ese divino martirio y arreglándomelas para quedar sobre las plantas de los pies, comencé a cabalgar la verga con tal intensidad que él tuvo que hacerme reaccionar y en tanto reanudaba los recios masajes a los senos, colaboró conmigo proporcionando a su pelvis un impulso hacia arriba que sí, me hizo prorrumpir en estentóreas frases de contento; mesándome los cabellos traspirados, lo alentaba a intensificar la cópula cuando sentí la boca de Beto escarbando en el nacimiento de la hendidura para luego ir escurriéndose hacia abajo hasta tomar contacto con el ano.
El contacto de la yema de un dedo con la tripa me hizo suponer que nuevamente sería sodomizada con él; y así fue, sólo que una vez que el mayor me penetró hasta que los nudillos le impidieron ir más allá y yo bajé instintivamente el torso para hacérsela más fácil, derramando abundante saliva en la raja, Beto fue introduciendo también el índice, sólo que esta vez ya no me gustó tanto y sin cesar en las flexiones de las piernas, me quejé mimosa pero, contradictoriamente, con los dientes apretados expresaba regocijada la calidad de goce que estaba obteniendo con agudos sí!.
Evidentemente, me adaptaba a los cambios con una notable capacidad física y así, entre gemidos y fervorosos asentimientos, disfruté de los tres dedos con que él finalmente me penetró a la par que enloquecía por los retorcimientos de Ricky a mis pezones y el falo socavándola como un ariete, hasta que se produjo lo inevitable; apoyando la cabeza del pene sobre los esfínteres que los dedos dilataran, Beto fue empujando lentamente y ante mis ayes que se transformaron en alaridos, la verga invadió al recto hasta que su pelvis se estrelló contra mis nalgas.
No era solamente la apreciable diferencia entre los dedos y la verga lo que me sacudía estremecida de dolor, sino que el roce de los falos ocupando a tripa y vagina me hacían sentir como si los delgados tejidos que las separaban hubieran dejado de existir y los falos se estregaban entre ellos sin obstáculo alguno; sin embargo, y reafirmando esa dualidad de sensaciones que por una u otra razón me enajenaban, el suplicio fue deviniendo en goce y eufórica por semejante descubrimiento sobre mi facultad para soportar a dos vergas simultáneamente, colaboré con ellos en incrementar los movimientos para que todo se desarrollara armónicamente, hasta que me anunciaron la próxima llegada de sus eyaculaciones pero estas no se concretaron como yo creía, sino que Beto retiró el falo de ano y esperó a que me se elevara para, cuando la verga de Ricky parecía a punto de escapar de la vagina, aprovechando la lubricación, la acompañó con la suya.
Nunca hubiera supuesto que mi sexo pudiera dilatarse tanto y dolorosamente comprobé que sí, porque cuando los dos falos lo ocuparon por entero y los muchachos comenzaron una sincronizada cópula, la exacerbación de mis sentidos junto con unas incontenibles ganas de orinar me hicieron sentir verdaderamente lo sublime y espantoso del acto al que yo misma me sumé hasta que, en medio de rugidos y bramidos de los hombres, una tibia catarata lechosa se derramó en mi sexo y con ella la beatitud de la satisfacción más absoluta que recordaría por años.
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