BARQUITO 25
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Acostumbrado a las enfermeras, tanto en casa como en hospitales, a mi marido no le agradó demasiado que quien suplantara a Graciela fuera un hombre y para peor, negro. No tenemos nada en contra de ellos pero era la primera vez que diariamente deberíamos tener contacto físico con él e instintivamente nos retrajimos.
Sin embargo, Baldo resultó ser una persona deliciosa; colombiano de origen pero hijo de brasileños, había venido a la Argentina a estudiar medicina y aunque ya estaba recibido pero sin la residencia hospitalaria completada, trabajaba como enfermero para mantener a su mujer e hijito. Resultó que también era músico y como nos quiso hacer oír algunas cumbias y boleros que compusiera, lo hizo en mi piano para que Arturo escuchara.
Con el paso de los días y viendo la poca relación que tenía su español caribeño con el “argentino”, fuimos enseñándole algunos costumbrismos porteños ya que él tenía escaso contacto con sus condiscípulos en la Facultad y estábamos seguros que de seguir así sería pasto fácil para las bromas al momento de su trabajo en las salas hospitalarias.
De explicarle los de uso cotidiano pasamos al lunfardo que es nuestro “argot” tanguero e inevitablemente caímos en las denominaciones que le damos a lo relacionado con el sexo; divertidos en la comparación, en la que cosas que allá son normales pero aquí son consideradas sucias y viceversa, fuimos derivando hacia las diversas denominaciones que poseen las vulvas y vergas y, como ya no le molestaban las referencias a su negritud, hicimos referencia al mito del tamaño que les atribuyen.
Aquí sí resultó picado en su orgullo y se molestó mientras nos aseguraba enfáticamente que, por lo menos en su caso, no era una leyenda; divertida por ese enfado, le dije desafiante que no fuera narcisista y que si tanto lo enorgullecía nos lo demostrara; un poco corrido por nuestra burlona invitación, nos preguntó perplejo y especialmente a mi marido, si efectivamente queríamos verla y ante nuestro entusiasta asentimiento, remiso a hacerlo, se bajó los pantalones y por el bulto debajo del boxer tenía razón.
Años sin ver un buen falo me conmovieron y dejando de lado todo recato ni pudor, sabiendo que Arturo estaba tan entusiasmado como yo, me acuclillé frente suyo para ir bajándole el calzoncillo y, efectivamente una monstruosa verga negra como jamás viera abultaba todavía tumefacta; levantándola con los dedos, la introduje a la boca para cerrar los labios y ejercer con la lengua una dura presión que la aplastaba contra el paladar y las muelas.
Con los años había acumulado experiencia y me sabía dueña de una técnica especial que encantaba a los hombres; metiéndola cuando aun era un colgajo carnoso, me gustaba macerarla con la lengua contra el paladar y las muelas y a medida en que iba convirtiéndose en un falo y crecía en la boca, la retiraba y haciendo un anillo con pulgar e índice, la masturbaba apretadamente para conseguir su erección.
Cuando tuvo ya una cierta rigidez, envolví al glande entre los labios para hacerlos ceñir la carnadura y ejecutar un corto movimiento de arriba abajo con la cabeza hasta el surco y mientras me embelesaba en la mamada, encerré al tronco con las dos manos para hacerlas moverse en sentidos opuestos; ahora sí era el falo que me gustaba y en tanto efectuaba envolventes caricias con los dedos en la testa, descendí a lo largo del miembro para encontrar el rugoso escroto y yendo más allá en mi angurria, invertí la cabeza para alcanzar con la lengua al ano donde me extasié estimulando los apretados esfínteres.
Baldo roncaba suavemente y entonces me detuve para sacar al pantalón y calzoncillo de sus tobillos y haciéndolo sentar en el sillón indicándole que apoyara los glúteos en el borde con las piernas abiertas levantadas, volví a acuclillarme y apoyando las nalgas contra los talones en una posición que es muy cómoda a las mujeres, me incliné para retomar los lambeteos desde donde los abandonara; sosteniendo levantado al falo que ya era tan desmesurado como el de Raúl, mientras lo sobaba rudamente, abrí la boca para albergar casi toda la bolsa de los testículos y ejecutando un movimiento de succión que hacía introducir al escroto en ella, lo sorbí y succioné con inmensa felicidad durante unos momentos, tras lo cuales excité con la punta de la lengua la base del tronco.
En tanto jugueteaba golosa con la lengua y enjugaba los jugos naturales que él exudaba junto al inevitable sudor de esa zona, concentré el accionar de la mano a una especie de yugo que formaban índice y pulgar para estregar exclusivamente la sensibilidad del surco, poniendo la cabeza de costado para abrir la boca inmensamente abracé entre los labios la gruesa base del falo; succionando apretadamente, fui subiendo lentamente hasta arribar a donde los dedos habían irritado la piel y, después de refrescarla con la lengua, separé los labios e introduciendo entre ellos la punta ovalada del glande, empujé para que se introdujera a la boca como si fuera una vagina, tarea en la que no cesé hasta sentir una pequeña nausea que reprimí y entonces, iniciar la retirada con la misma presión pero rastrillando incruentamente con los dientes la piel.
Acariciando mi corto cabello mientras alababa mis habilidades orales, Baldo contenía los bramidos de placer pero esos elogios no hicieron sino acicatearme y multipliqué la intensidad de la mamada, hasta que, inspirada por mi calentura, me paré para hacerle bajar las piernas manteniéndolas abiertas y subiéndome al asiento con los pies apoyados en los almohadones, me acaballé y descendiendo el cuerpo, fui penetrándome profundamente con la fenomenal verga; cuando la sentí atravesando las paredes vaginales para dilatar la estrechez del cuello uterino y la vulva restregando contra la áspera pelambre masculina, asenté las nalgas sobre los muslos de Baldo para quitarme el vestido por encima de la cabeza al tiempo que mis tetas quedaban expuestas a la mirada del joven al que le pedí me las chupara.
Ya el tamaño del falo, todavía no del todo rígido, superaba el tamaño del consolador del arnés y esperando que aun me diera más placer, asida al respaldo del sillón me di impulso para hacerlo traquetear dentro mío, sentí como él tomaba entre sus manos mis tetas un tanto fláccidas pero todavía contundentes, para empezar a sobarlas al tiempo que llevaba su boca a los pezones a chuparlos con tanta intensidad que arrancó una mimosa queja en mí.
Aquel galope era maravilloso y buscando elevarme cuanto podía sin que el falo saliera de la vagina, me dejaba luego caer violentamente para sentir como la punta excedía al cuello uterino para raspar duramente el ahora inútil útero; el esfuerzo de la jineteada, el experimentar semejante goce con el tránsito de la verga y mi propia calentura colocaban en mi pecho y boca profundos jadeos y sollozando de placer, fui dejándome caer hacia atrás sostenida por las manos de Baldo; cuando conseguí sostenerme apoyada con las manos en sus rodillas, levanté las piernas para envolverlas en la cintura del muchacho y, en esa posición, me di impulso para penetrarme hacia delante y atrás en una magnífica cópula que me hizo proclamar sonriente el goce que obtenía.
Baldo debía esforzarse para mantenerme en esa posición y mi ímpetu le hacía agradecerme tanto denodado entusiasmo pero, llegado un momento, me detuve súbitamente y dejándome caer arrodillada sobre el piso, busque la verga chorreante de mis propios jugos para introducirla a la boca con ávido engolosinamiento; era que el degustar el áspero sabor de esas mucosas vaginales constituía uno de mis mayores placeres y así, por largos minutos, me sacié en esa fuente de placer hasta que, ahíta, mi cuerpo me exigió volver a satisfacerme con el falo. Dándome vuelta, me levanté y flexionando las rodillas para ir bajando el cuerpo, cuando estuve cercana al miembro, lo busqué a tientas con una mano para guiarlo hacia el sexo y embocándolo en la vagina, volví a apoyarme en las rodillas del hombre para reiniciar un moroso galope que me placía.
El buscó con un dedo pulgar la oscuridad del ano y en medio de mis reclamos sobre que así me gustaba más y que me penetrara hasta conseguir un verdadero orgasmo, me sodomizó tanto como pudo con el grueso dedo mientras yo subía y bajaba, salía y entraba del falo con una ferocidad envidiable, hasta que, proclamándolo por mis rugidos contenidos, la presión de los músculos vaginales sobre la verga y la líquida mucosa que la envolvía para luego escapar hacia fuera para chorrear por la vulva, comprendí que estaba acabando; conteniéndome hasta sentirme vacía, salí del falo y dando media vuelta para caer nuevamente de rodillas, me abalancé para saborear el espeso semen como si fuera un néctar.
Todavía jadeante, vi como el colombiano con el falo pendulando, nos decía que si las cosas se hacían había que hacerlas bien y a él le faltaba penetrarme como se debía; cediéndole la iniciativa, dejé que me hiciera poner en cuatro patas sobre el asiento y sentí como sus dedos exploraban la nalga para luego indagar en la hendidura que los llevó directamente hacia el ano, después de estimular al cerrado haz de esfínteres, fue introduciendo un largo y huesudo dedo mayor en el recto en medio de mis bramidos de exacerbado goce.
Mirando como Arturo se congratulaba visualmente ante mi segura culeada por aquella verga portentosa; tuve que reconocer que esa mínima sodomía me gustaba y predisponía sexualmente, Ya el dedo no me complacía en el ano y la fuerte figura joven del negrito contra mis espaldas me excitaba sintiendo como las delgadas manos del enfermero se deslizaban acariciantes por mis brazos y desde los hombros palpaban los dorsales mientras él me susurraba que alzara un poco el cuerpo para que los dedos buscaran solícitos las tetas colgantes; apoyándome en los brazos estirados, los senos quedaron a su disposición y se apresuró a acariciarlas como comprobando la tersura de la piel para luego ir sobándolas y al sentir la dureza de los músculos, comenzó a estrujarlas con mayor empeño.
Con mimosos gruñidos, hamaqué apenas el cuerpo como denunciando mi mansa entrega y mientras mezclaba caricias con apretujones a las tetas bamboleantes, él hizo que índice y pulgar de una mano se adueñaran de los pezones y mientras dos dedos de la otra mano exploraban sobre los labios mayores de la vulva hinchada por la calentura, comenzaron a apretar y retorcer exquisitamente la mama.
A mí se me hacía mentira que a esta edad estuviera gozando tanto de aquel sexo con un hombre al que aparentemente atraía y estimulándolo en sordos murmullos en los que expresaba mi contento, me aflojé totalmente, al punto que él arreció el retorcer al pezón al tiempo que dos dedos se introducían a la vagina para recorrerla en amplios semi círculos que me hicieron prorrumpir en fervorosos pedidos de que me cogiera así hasta hacerme alcanzar el alivio de lo que ya a esa altura encendía fogones ardientes en el bajo vientre.
Los dedos buscaron en la parte anterior del canal vaginal escaso de mucosas lubricantes, esa callosidad que denunciaba al punto G y cuando lo encontraron, lo estimuló en tal forma que comencé con profundos gemidos de goce y, complementando lo que él hacía en el interior del sexo, llevé una mano hacia la entrepierna para restregar entusiasta al clítoris; viéndome tan excitada, fue introduciendo paulatinamente más dedos al sexo cuyos esfínteres se dilataban sin oposición y considerando la sequedad de los tejidos, dejó caer una notable cantidad de saliva sobre ellos para lentamente ir introduciéndolos alternadamente a la vagina.
Yo había gozado muchísimo cuando me hicieran lo que ahora llaman fisting y sentía la necesidad de volverlo a experimentar; alentando sordamente a Baldo pero pidiéndole cuidado y paciencia para poderlo aguantar, sentí como é iba metiendo de costado a índice, mayor y anular para después de varias movimientos de rascado, ir enderezándolos y, agregando a pulgar y meñique doblados hacia la palma, muy despaciosamente, casi con irritante morosidad, iba metiéndolos al canal de parto y, sintiendo nuevamente aquel sufrimiento que conllevaba la maravillosa recompensa del placer más intenso, lloriqueaba quedamente en medio de bramidos pero, cuando toda la parte huesuda de los nudillos pasó los esfínteres y estuvo dentro, el alivio del menor grosor de la muñeca me hizo suspirar satisfecha.
Rogándole que me hiciera acabar, abrí más las piernas e incrementando con vehemencia el restregar al clítoris, en una dicotomía entre dolor y goce, sentí al puño cerrado moverse dentro como un ariete que asocié a esos dolores en la zona inguinal que preanuncian la explosión sexual; por primera vez en mucho tiempo, todo mi cuerpo generaba estallidos y cosquilleos que creía irrecuperables y en mi mente bullían sinfín de ideas morbosas de cuanto me deleitaría con el sexo de aquel muchacho quien, abandonado la posición sobre mí, se acuclilló detrás para manejar mejor el brazo que ahora movía aleatoriamente y con unos cambios de ángulo que me volvieron loca de placer pero, la gota que rebalsó el vaso, fue el pulgar de la otra mano sodomizándome delicadamente y así, con semejante traqueteo, alcancé no un orgasmo pero sí una de aquellas lechosas y abundantes eyaculaciones que chasqueó sonoramente al escapar entre el brazo y los esfínteres para ir deslizándole cosquilleante por el interior de los muslos.
Con la cabeza gacha y en medio de ahogados jadeos por el sufrimiento de la mano y la fortaleza de la eyaculación, sentí como separaba las nalgas y ponía la lengua tremolante a escarcear en la lisura del fondo para ir descendiendo morosamente hasta arribar al ano.
Inclinándome más y con la frente apoyada entre los brazos cruzados, seguí atentamente lo que iba haciéndome a través de las tetas y el hueco entre las piernas; la exquisitez de la lengua sobre el ano me producía cosquilleos olvidados y proclamando mi susurrado asentimiento que surgía sibilante entre los dientes apretados por la crispación nerviosa al intuir lo que vendría a continuación, menee la grupa arriba y abajo de manera inconsciente.
Envarando la punta de la lengua, Baldo la apretó contra la negra cavidad y como por ensalmo, a ese reclamo, los esfínteres se distendieron para cederle paso al órgano que se adentró un par de centímetros en el recto y. ejerciendo un ligero vaivén con la cabeza, obtuvo de mí enfervorizados ayes invocando a Dios; ya convencido de que era una entusiasta cultora de las sodomías, sacó la lengua para reemplazarla por índice y mayor a los que hundió inmisericorde a la tripa ante mis repetidamente insistentes ¡sí!.
Haciendo girar la muñeca, recorrió casi todo el interior de la tripa y cuando era evidente que yo hacía un esfuerzo por contener los gemidos, se arrodilló bien cerca mío y tomando la verga endurecida por los movimientos masturbatorios de su otra mano, la apoyó sobre los esfínteres que habían vuelto a retraerse; Baldo conocía el efecto que su verga producía a la mujeres cuando las sodomizaba y por eso, como pretendía hacer de aquello un disfrute para quien era tan generosa con él, fue empujando muy despacio, a pesar de lo cual no pudo evitar mi estremecimiento al tiempo que nalgas y ano se contraían apretadamente.
Aunque sólo era la cabeza del falo, yo esperaba la penetración con el lógico temor por lo que era y, bajando más el torso para que la grupa fuera más accesible, le rogué en mascullado reclamo entre los dientes apretados que fuera despacio; hacía mucho que no tenía sexo anal con una verga verdadera y por la dimensión del falo que ya conocía bien, me preparé para esa dilatación inicial que seguramente me haría sufrir como cada una de las que luego disfrutara tanto y cuando el muchacho apretó fuerte, el dolor que experimenté en los músculos se me hizo tan insoportable como siempre.
El decidió apurar el trámite y pujando decididamente, hizo penetrar al falo unos buenos cinco centímetros provocando que yo bramara de dolor mientras de mi pecho brotaban sollozos denotando el llanto contenido, pero simultáneamente, de mi boca jadeante salieron entrecortadas palabras diciéndole que así era como me gustaba; yo estaba tan feliz por aquella culeada que ya no me importaba el sufrimiento ni el llanto que cubría mis mejillas sino el deseo de sentir a semejante verga deslizarse por entero en el recto y hamacando el cuerpo, yo misma fui al encuentro del maravilloso falo.
Sintiendo esa predisposición, él me aferró por las caderas y, tras zampar de un solo golpe toda la carnadura dentro del culo, comenzó un vaivén que me hizo proclamar mi alegría por verme poseída de tal manera y que ahora sí estaba disfrutándolo como loca; reflejando mi goce, alcé el torso para colocar los brazos estirados y así me di envión para proyectar sonoramente las nalgas contra la pelvis de Baldo que, satisfecho por haberme conducido a su terreno, imprimió aun más fortaleza a la sodomía en medio de mis alabanzas.
Después de unos momentos en que nos prodigamos en la culeada, él fue enderezándome para después, sin sacar el falo del ano, ir recostándose hacia atrás en el asiento y comprendiendo que esperaba de mí, acompañé el movimiento hasta que él quedó horizontal y entonces, con las piernas encogidas, inicié un lento galope que me hacía sentir al falo socavándome; paulatinamente y asida con las manos al brazo del sillón, continué el galope pero ahora a la elevación y la caída, agregué un ir y venir hacia adelante y atrás que me sacaba de quicio.
Admirado por mi actitud; Baldo sacó el falo del ano y haciéndome acostar en el medio del sillón con los hombros apoyados escasamente en el respaldo y la cabeza doblada en un ángulo imposible, me hizo encoger las piernas hasta que las rodillas rozaron mi cara y así, con toda la región genital oferente, se impulsó nuevamente en intensa sodomía que yo recibí jubilosamente entre el chas-chás de las carnes mojadas de jugos y sudores; encantada por esa nueva posición, recordé cuanto goce obtuviera con la del arado y estirando las piernas hasta hacerlas tocar la pared y poniendo en juego esos conocimientos del yoga, aferré mis tobillos para luego y sosteniéndome en esa posición en que mi entrepierna se exponía enteramente, ensayar un leve movimiento de hamaca que iba elevando paulatinamente mis caderas; eso embraveció al muchacho y sosteniéndome por las caderas, volvió a penetrarme con fiereza y en medio de mis exclamaciones jubilosas, fue incrementando cada vez más el ángulo hasta que ya, con el torso casi vertical y apoyada sólo en mus hombros y cabeza, él tuvo que cambiar de postura.
Yo había presentido y deseado semejante final para la culeada y doblándome cuanto pude, con la nuca doblada en un ángulo insólito, conseguí que las rodillas se enderezaran totalmente y así, le reclamé que me poseyera hasta que acabáramos los dos; toda retorcida, mi sexo y ano se le entregaban oferentes y él, colocándose acuclillado con un pie sobre el asiento, paseó la punta de la verga por sobre el ano que aun permanecía dilatado y finalmente la embocó en la vagina para iniciar un acuciante vaivén que me hizo proclamar mi contento.
Luego de seis o siete de esas profundas penetraciones, la sacó para buscar nuevamente la hondura de la tripa a la que metió totalmente el miembro y entre mis grititos de contento, se instaló acuclillado entre mis piernas para someterme a una infernal penetración hasta que, en medio de mi exaltado agradecimiento por la obtención de la satisfacción total, él sacó al pene del ano y volcó en mi boca abierta la contenida melosidad del semen hasta, a pesar del trabajo de su mano, ni una sola gota más surgió del falo.
Realmente había sido una cogida fantástica y en tanto nos higienizábamos, conversándolo junto con Arturo y enterándolo de mis inclinaciones lésbicas a las cuales ya satisfacía una joven, decidimos dejar a nuestras mutuas necesidades, tiempo y oportunidad la prosecución de esas relaciones que ahora me resultaban gratificantes al ser cogida o culeada por tal portentosa verga real.
A los sesenta años que acabo de cumplir el este 12 de junio, me considero enteramente plena y difícilmente vuelva a intentar renovar semejantes vínculos con otras personas cuando alguna de ellas ya no forme parte más de nuestras vidas, pero entretanto, trataré de gozar de ese sexo desmedido y desviado como casi toda mi vida, hasta que Dios disponga lo contrario.
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