CALENDARIOS DE FIN DE CURSO
Cómo se las apaña una adolescente para conseguir las ventas que necesita para acudir a un viaje grupal..
LOS CALENDARIOS DE FIN DE CURSO
Prólogo
Hace un par de años acepté una pre jubilación muy bien pagada que me ofreció mi empresa -un importante grupo bancario- y héteme aquí que de pronto me vi con 52 años; buen cuerpo; ganas de marcha; una buena cuenta bancaria y nada por delante que me supusiera una obligación que no fuera otra que la de disfrutar de mi nueva vida. Y vaya si la disfruté.
A mis espaldas quedaban más de 30 años de fiel servicio a la que fue mi empresa, con todo lo que eso significaba; un divorcio no gravoso -mi ex tiene una profesión liberal, que sigue ejerciendo-, por lo que no satisfago ninguna pensión; y la lógica, pero pasajera, decepción de que aquello que un día creí que era “para siempre”, pero que el paso del tiempo demostró que tenía fecha de caducidad.
El divorcio ocurrió hace casi 10 años y aunque costó mucho al principio, el tiempo cumplió su inexorable función y al final la herida cauterizó y está absolutamente superado. No tuvimos hijos, lo cual me permite estar absolutamente libre de cualquier atadura sentimental.
Decidí comenzar mi nueva vida de jubilado temprano dándome el capricho que siempre anhelé: conocer a fondo Nueva Zelanda.
Allí permanecí dos largos meses, empapándome bien de sus costumbres y disfrutando de sus inigualables y bellos paisajes.
A la vuelta de aquel viaje soñado; me planteé cómo ordenar lo poco o mucho de tiempo que me quedase de vida por delante.
Mi actualidad
Nunca he sido amigo de las multitudes y elegí como residencia una mediana localidad costera del mediterráneo, en la que adquirí un cómodo apartamento en una urbanización cerrada, cuyos bloques de viviendas, de cuatro alturas, estaban bastante separados entre sí, con amplios espacios verdes y zonas comunes entre ellos. Esa vivienda tenía, además, la ventaja de que el complejo solo estaba más o menos ocupado los meses de verano y los clásicos puentes. El resto del año era un remanso de paz: no pasaba del 30% su nivel habitual de ocupación.
Eso concordaba muy bien con mi idiosincrasia; soy bastante solitario e individualista. Mi trato con los vecinos no es que fuera escaso; era nulo, de plena nulidad.
El complejo no estaba en primera línea de playa, pero tampoco lejos. Llegar a ella tan solo requería un cómodo paseo.
Entre los elementos de disfrute común se contaban dos piscinas; una instalación deportiva polivalente y un gimnasio, con sauna y sala de masajes por hidroterapia. Todo un lujo. Los servicios de limpieza y mantenimiento se encontraban incluidos dentro de los gastos de comunidad. Eran algo altos, pero me lo podía permitir y me confería la ventaja de no tener preocupaciones en ese aspecto.
La vecinita
Pero se dio la circunstancia de que, precisamente en mi edificio y piso -el tercero-, justo la vivienda frente a la mía, estaba también habitada durante todo el año. La ocupaban un hombre, soltero, casado, viudo o divorciado, que sé yo, y una jovencita que tendría apenas 15-16 años. La muchachita en cuestión tenía la manía de ducharse sin correr la cortina de la ducha y dejaba siempre abierta la ventana del baño, no sé si para que se oreara, por descuido o intencionadamente; vete a saber. Y esa ventana daba a un patio interior al que, lógicamente, también daba la de mi baño. La tenía siempre frente a mí, a una docena de metros de distancia.
La vecinita en cuestión era metódica donde las haya. Todos los días, absolutamente todos, a las 7:30 de la mañana se ponía en marcha aquel maravilloso espectáculo, -en el que yo tenía localidad de preferencia-, consistente en la más completa y total higiene de aquel escultural cuerpo, de la que no se libraba ni el más recóndito recoveco de su anatomía, por escondido que estuviera.
Y ¡qué cuerpo tiene la chiquilla! Ni un gramo de más, pero tampoco de menos. Cada cosa en su sitio, con la orientación que debía tener y con el aditamento capilar adecuado a su edad.
En román paladino: tenía unas tetas del tamaño justo, tiesas y con los pezones apuntando al cielo; un culo redondo, pero no rotundo, y una mata de pelo rojizo adornando el pubis; arregladito, sí, pero sin rasurar ni depilar. Como a mí me gustan. El resto no desmerecía en nada lo que ya he descrito. Cara agraciada, luciendo algunas pecas, vientre plano, y piernas fibrosas, supongo producto de hacer algún tipo de ejercicio de forma habitual. Las pecas las descubrí un día en que la observé a través de unos prismáticos que traje de mi viaje a Nueva Zelanda. A veces me da por hacer de voyeur y para ello no desprecio la tecnología.
Pero además de todo eso, la niña tenía descaro. Y ¡qué descaro! Estoy seguro de que en alguna ocasión me descubrió en pleno éxtasis contemplativo. Pero eso no alteró en nada su costumbre: siguió duchándose del mismo modo, como si quisiera restregarme su cuerpo por la cara; o por la vista, para ser más preciso.
Los promotores de la Urbanización habían editado un folleto en el que hacían hincapié en la belleza de las vistas al mar y a la montaña que tenía el complejo. No eran malas, ciertamente, pero si hubieran incluido las “vistas” que yo tenía desde la ventana de mi cuarto de baño, seguro que les habrían quitado todos los apartamentos de las manos en menos de una semana.
Por la diferencia de edad entre nosotros jamás se me ocurrió tomar una iniciativa para intentar cualquier tipo de aproximación a ella, en ningún aspecto. Además, eso no iba nada con mi carácter. Haría el más espantoso de los ridículos. ¿Qué excusa plausible podría poner para ello? Absolutamente ninguna.
Pero el pasado mes de Octubre sucedió algo que trastocó por completo mis esquemas.
La proposición
Serían las diez de una mañana cuando sonó el timbre de mi puerta. Me pregunté quién sería. Era muy raro, pero debía ser alguien de dentro del complejo, porque no era el telefonillo del vídeo-portero el que sonaba: era el timbre directo de la puerta del descansillo. Quizá alguien de mantenimiento, -pensé.
Fui a la puerta y antes de abrir oteé por la mirilla a fin de averiguar quién llamaba. Descubrí la cara de mi vecinita, que mostraba un evidente gesto de impaciencia por lo que ella debió pensar que era una tardanza injustificada en abrir.
Me quedé de piedra. Era la última persona que esperaba encontrar al otro lado de la puerta. Lo primero que supuse es que querría reprochar mi actitud de voyerista; pero para eso ya había tenido muchas ocasiones desde que me descubrió por primera vez… y nunca hizo nada. Tardé algo en reaccionar y dudé si abrir, o no hacerlo, aparentando que no estaba.
Pero su voz, un tanto airada, me sacó del ensimismamiento.
— ¡Joder! abre ya, capullo. Sé que estás ahí. No seas borde.
Esos improperios, que me lanzaba a pleno grito para que los pudiera oír desde dentro, no me dejaron otra opción que no fuera la de abrir la puerta. Además, me pudo la curiosidad y, sobre todo, notar que la verga se me ponía contenta. Apenas hacía un par de horas que la había visto ducharse y la chiquilla tenía un cuerpo de escándalo. Puede que fuera un borde, como dijo, pero no soy ciego y sabía apreciar una buena hembra. ¿Qué coño querría? Al fin, abrí la puerta.
— ¿Qué quieres con tantas prisas?
— ¡Hostias! Ya era hora de que me abrieses. Me estaba entumeciendo de tanto esperar. ¿Estabas cagando, o qué?
— Oye, oye, jovencita, ¡modera tu lenguaje! Me has tildado de capullo y de borde, pero tu pregunta no es borde: es una grosería.
Sin hacer caso a mi observación entró como un torbellino, pasó directamente al salón, dejó medio tirada en el suelo la mochila que llevaba cogida por los tirantes, y se sentó sobre mi sillón favorito, -prácticamente se tiró sobre él-. Eso me molestó.
— Después de esta irrupción, mejor dicho, invasión de mi intimidad, ¿Se puede sabes qué cojones quieres?, – inquirí, empleando en mi voz toda la aspereza de que fui capaz.
— Vengo a hablar contigo. De negocios. Y no tengo tiempo que perder. ¡Menuda mañanita me espera!
— Pues si no tienes tiempo que perder, no lo pierdas. ¡Puerta! No tengo ningún tipo de negocio que tratar contigo.
— Eso es lo que piensas. ¡Pero qué borde eres, tío! Al menos deja que te explique el tipo de negocio. Seguro que te interesará.
— Si esa es la única forma que tengo para librarme de ti, tendré que soportarte; adelante. ¡Desembucha!
— Como parece que solo conoces mi cuerpo, -hice un gesto de incomprensión-; sí, sí, no disimules; te he pillado varias veces babeando en tu baño espiándome cuando me ducho, y conviene que sepas no solo cómo es mi cuerpo, también cómo me llamo; soy Lara y ya sabes donde vivo: en la puerta de enfrente.
— Sé perfectamente dónde vives. Esa información es superflua, -repliqué, cortante-.
— ¿Cómo te llamas tú? O prefieres me dirija a ti como: mirón. Aunque es lo que en realidad eres, resulta poco elegante ¿No crees? De todas formas no eres lo peor del vecindario. Hay un viejo que de vez en cuando intenta tocarme el culo si me lo encuentro en el portal o en el ascensor y si se me cae una braguita del tendedero ya me puedo despedir de ella: el conserje nunca la ha visto en el patio. Debe tener ya una buena colección. Lo que te decía… que no me extraña que tú seas un mirón; este bloque está lleno de pervertidos. Y el complejo, no digamos. Pero, sigamos. ¿Cómo coño te llamas?
— Ignacio. Pero, al grano. ¿Qué te traes entre manos? ¿A qué índole de negocio te refieres?
— A un negocio que estoy convencida que te va a interesar. Un negocio de tipo, digamos… sexual.
— ¿Estás ofreciéndote? Pensé que te contentabas solo con ponerme cachondo cuando te duchabas. ¿Quieres guerra, Lara? ¿Tan escasa andas de pretendientes que has de recurrir a tu “mirón”, como me has calificado? Pues ya ves, chica; vista así, de cerca, creo que ya no merece la pena que te siga observando. En las distancias cortas bajas muchos enteros. Lo siento mucho, Lara, no me interesas -rechacé, cáustico.
— ¿Has soltado ya todo tu veneno, Ignacio? No te tires faroles. No estás como para eso. Para conseguir una caricia mía, te arrastrarías y me lamerías las botas, si te lo pidiera; para que te dejara joderme, venderías tu alma al diablo. Y ni aun así podrías lograrlo. Pero, no, no te preocupes. No me ofrezco yo; ¡qué más quisieras! Te voy a ofrecer algo diferente, y será un buen negocio para ti… Nacho, -es mucho más de colegas que hacen negocios-. Ignacio es muy del siglo pasado.
— Muy segura te veo de que tu oferta me resultará irrechazable. ¿Se puede sabes de una puta vez con qué tratas de embaucarme? Mi tiempo es muy valioso y no me gustaría seguir perdiéndolo
— Antes de presentar mi oferta, una pregunta. ¿Cuánto pagas por las furcias que a veces te vienen a visitar? Yo también soy muy “observadora” ¿sabes? Con alguna de ellas he coincidido en el ascensor y vaya pinta tienen las niñas. Jovencitas, eso sí, pero verdaderos putones. Lo que voy a ofrecerte seguro que será mucho más económico; de primera calidad y casi, casi, a estrenar. Digamos… Kilómetro cero de actividad sexual.
— Bueno, dejemos estar las puyitas revanchistas, y, repito: al grano, Lara. ¿A qué coño de negocio te refieres?
— A mí ya me conoces. Tengo quince años y estoy en el Insti. Este año termino la ESO y se está planeando un viaje de fin de curso a Canarias, al que quieren que asistan alumnos y alumnas de los diferentes cursos. Para conseguir fondos se han editado unos calendarios, digamos eufemísticamente un tanto “artísticos”, en torno a las diversas actividades, culturales y deportivas, que se llevan a cabo en el Insti; ya sabes de esos que parece que ofrecen mucho pero no enseñan nada. Pero que a vosotros, los machos salidos, os incitan de cojones. Se han creado equipos de venta y los de cuarto curso hemos sido designados como jefes de grupo. Cada equipo ha de colocar determinado número de calendarios y así obtener una cifra de ingresos para costear el viaje.
— Ya te veo venir. Quieres que te compre el calendario.
— No; los míos ya los tengo vendidos. Los comprará el vejete del segundo A; el toca-culos. Y si no lo hiciera se enteraría su mujer de las maniobras que intenta conmigo… y eso no le conviene para nada. Le tengo bien pillado. Los que quiero que compres son los de unas chiquillas de segundo, a las que les cuesta un huevo venderlos. Ellas son monísimas, pero todo el desparpajo que tienen con el sexo desaparece cuando se trata de vender los calendarios.
— ¿También van las de segundo al mismo viaje?
— Claro; es un viaje grupal. Imagínate para alguna cría de trece años. Un viaje de nueve días, con dos findes por delante, y libre de los padres. Juerguecitas, algo de alcohol, más de libertinaje, y ¿por qué no? sexo; quizá hasta haya bastante sexo. Porque a pesar de estar vigiladas por monitores y profes, -no todos ellos son trigo limpio-, habrá sexo. Seguro. Y ninguna se lo quiere perder. Su única garantía de hacerlo es vender los calendarios. El viaje cuesta una pasta y los padres de algunas no están por apoquinar los euros necesarios. Así que ellas tienen que buscarse la vida. Es a ellas a las que te ofrezco: chicas jovencitas a cambio de la compra de sus calendarios.
— ¿Me estás ofreciendo sexo con alumnas de 2º de ESO a cambio de comprarles los calendarios?
— ¡Joder, qué sorpresa!; si hasta piensa el tío, ¡y saca conclusiones acertadas! A lo mejor, además de obsesiones perversas de voyeur, queda todavía un resto de inteligencia dentro de ese cráneo de neandertal.
— Ya te he dicho que dejemos las puyas. Termina de una puta vez con tu ofrecimiento.
— Bueno; como quieras. ¿Pre jubilado? ¿Rentista? A mí no me parece que vivas mal: tienes un buen coche; te visitan putas de “alto standing” y aún estás algo potable. Creo que puedes permitírtelo. Además, te gustan las jovencitas y no lo sabes disimular: desde que he empezado a hablar no has dejado de mirarme el escote. Tú también eres tan pervertido como el vejete o el conserje.
— Pero, Lara. Me estás hablando de chicas de 2º de ESO. ¡Solo tienen trece años!
— Bueno, sí. ¿Qué pasa sin son alumnas de 2º? No creas que son vírgenes por eso. Te dije de kilómetro cero, no a estrenar. Es decir, con el rodaje ya hecho pero con casi todas sus cualidades; como cuando estaban recién salidas de la cadena de montaje.
— No volvamos a las andadas, Lara. No insistas. No. No estoy tan desesperado como para eso. ¡Una chiquilla de 2º de ESO! Tendría que estar loco. Ni hablar. Ya puedes largarte. Búscate otro pederasta que cargue con sus calendarios.
— Estarías loco si te perdieras esta oportunidad. Pero, bueno, allá tú. En este caso tendría que hablar con mi padre. Tiene mucha influencia en la Urbanización y también con las autoridades Municipales, ¿sabes? Si yo se lo pido te puede hacer la vida imposible. Tengo fotos de esas furcias que vienen a verte. Alguna creo que no resistirá la prueba del DNI. ¿Estás seguro de que todas tienen más de 18 años? Además, también puedo decirle a que me acosas.
— No sigas por ahí, amiguita, -dije con sorna-. Eso no lo podrías demostrar. Sería tu palabra contra la mía. Y te saldría muy caro.
— ¿Eso crees? Pues, para tu información: tengo en el móvil varias fotos de tí, en la ventaba de tu baño, con unos prismáticos dirigidos directamente a la mía: eso es, como poco, invasión en la intimidad de una menor… y podría calificarse de pedofilia, o pederastia, si hubieras trapicheado con ellas; ¡la que te podría caer! Mi padre cree todo lo que le digo. Tengo bastante ascendencia sobre él. Pero si colaboras… no diré nada. Tú decides.
— Además de alcahueta, chantajista. No lo esperaba de ti.
— No me conoces más que de vista, y desnuda, Nacho. No tienes ni puta idea de lo que soy capaz cuando quiero conseguir algo. Rúmialo toda la tarde. Mañana por la mañana vendré con una de ellas. Piénsalo y no malgastes tu tiempo con algún canal de porno. También sé que los frecuentas. Aquí los tabiques son ligeritos y se oye todo ¿o es que crees que yo no me entero de nada? El sexo en vivo es mucho mejor que enlatado. A tu edad ya deberías saberlo… y preferirlo.
Lara se levantó y se dirigió a la puerta.
— ¡Ah! Se me olvidaba dejarte un calendario. Para que veas cómo son. No se te olvide; mañana a esta hora vendré con ella.
Diciendo esto, sacó un calendario de la mochila y cuando salió lo dejó sobre el mueble de la entrada.
Tiempo de reflexión
Lara tenía razón. Con alguna frecuencia acudían a casa algunas “chicas de compañía”, por decirlo suavemente, con las que tenía buen sexo. Todas muy jovencitas, por supuesto. Ya que pagaba una buena pasta por ellas no quería que fueran unas resabiadas.
Algunas eran tan jóvenes que yo también dudaba seriamente de que fueran “legales”, en cuanto a su edad, para ejercer el oficio más viejo del mundo. Pero eran cariñosas, eficientes, y me dejaban satisfecho. Valía la pena pagar lo que me costaban.
Esa tarde no requerí los servicios de ninguna de ellas, a pesar de que ya me acuciaba un tanto el deseo, y más después de escuchar la curiosa proposición de Lara.
Si fuera ella la que se me hubiera ofrecido no habría dudado en pagarle a buen precio esos calendarios de la discordia. Lo cierto es que en mis fantasías sexuales Lara ocupaba un lugar preeminente.
Salí un rato después a tomar el aperitivo y comer cerca de la playa –todavía hacía un tiempo benigno– y después de un buen paseo para bajar la comida, volví a casa para disponerme a trabajar en uno de mis hobbys favoritos: el montaje, decoración y pintura de figuras de plomo. Es una tarea que requiere de mucha paciencia y pulso firme, pero a mí me relaja mucho; y esa tarde necesitaba tranquilizarme más que otras. Pero la verdad es que no pude alcanzar el mínimo de concentración que requiere tan laborioso trabajo.
Lo tuve que dejar porque no podía desterrar de mi mente el ofrecimiento de Lara. ¿Sería verdad lo que dijo, o era un farol?
Me debatía entre el deseo por disfrutar de una sesión de sexo con una cría tan jovencita, y el miedo de que ello pudiera tener funestas consecuencias para mí. La tentación de poseer carnalmente a una casi niña y el pánico al riesgo que implicaba.
Cené muy ligeramente y vi una de mis películas favoritas. Una de esas que a pesar de haberlas visto docenas de veces nunca te aburres con ellas. Me acosté bastante temprano.
La visita
El día siguiente lo inicié con mi rutina habitual: mirar por la ventana del baño para contemplar el cuerpo de Lara, pero ese día, por raro que parezca, tenía la ventana cerrada. ¿Me querría castigar?
Puntualmente, a las diez de la mañana sonó repetidamente el timbre de la puerta, como si el visitante tuviera mucha urgencia por que se le abriese.
A través de la mirilla vi que se trataba de Lara. Parecía estar sola y abrí la puerta sin dudar.
Pero me había engañado miserablemente. Lara entró al igual que ayer, como si fuera un huracán, pero en esta ocasión no llegaba sola; junto a ella se coló, -porque eso es lo que hizo: colarse-, una chiquilla, casi impúber, que se había ocultado a mi vista colocándose pegada a la pared a un lado de la puerta, a fin de evitar ser descubierta cuando observé por la mirilla.
— ¡Hola Nacho! ¿Has dormido bien? Como ves, yo cumplo mi palabra. He venido con mi oferta en vivo. Qué ¿Te gusta? Es la mejor del grupo. Si no te gusta tengo otras aún más tiernas que esta.
Aunque pueda resultar extraño, la visión de Lara, y sobre todo su acompañante, me había dejado sin capacidad de respuesta.
— Vamos hombre, reacciona. ¿Qué me dices?
— ¡¡Largo de aquí!! ¡¡Desapareced las dos de mi vista!! Rugí desaforadamente.
— Tranquilo; tranquilo. No seas así. No me la asustes. ¿No ves la carita que ha puesto? Al menos deja que te ofrezca una de sus degustaciones. Te aseguro que te cautivará.
— Lo que quiero es que me dejéis en paz y salgáis las dos por esa puerta, ¡INMEDIATAMENTE!
— Sosiégate, Nacho. Ayer llegamos a un acuerdo. Yo ponía la chica y tú le comprabas los calendarios, ¿Recuerdas?
— Yo no llegué a ningún acuerdo contigo, Lara. Jamás pensé que lo que me propusiste pudiera ser en serio.
Busqué con la mirada a la cría, pero mientras discutía con Lara, no advertí que la chiquilla se había colado en mi habitación, se había desnudado y allí asomaba, medio oculta por la jamba de la puerta.
Lupe
— Ven aquí, mocosa. No te escondas, -le grité desaforadamente.
— La chiquilla salió de su escondite y se me presentó, con los brazos caídos y sus manitas cruzadas una sobre otra, tratando de ocultar su sexo, mirando al suelo, vergonzosa
— ¡Lupe, no te hagas la mojigata! -Gritó Lara-. Sabes a lo que has venido; no tienes que disimular. ¡Quita las manos de ahí! Deja que Nacho te vea bien entera.
Frente a mí había una chiquilla menudita, con los brazos colgando a ambos lados de su tronco, pelo rubio, ojos azules, algunas pecas, labios húmedos y dientes con una acusada separación en las paletas superiores. En su torso presentaba unas abultadas protuberancias, -con un pequeño pezoncito rosado en su centro-, augurando que pronto serían unos buenos pechos, aunque aún no podían considerarse como tales, pero suponían ya un magnífico proyecto. Su vientre era plano, blanquísimo y, lo que me sorprendió sobremanera, es que su zona vaginal, apenas cubierta de una pelusilla rubia, estaba abultada en extremo; los labios de su vulva estaban muy hinchados, con un ligero enrojecimiento y su rajita muy marcada. Era una vulva que aparentaba ser de más edad.
— Lara. ¿Es que no te das cuenta? ¡Es casi una niña!
— Un poco joven sí que es, pero no tanto; las tengo más jóvenes aun. Si quieres, llamo a alguna.
— Te repito. Es casi una niña ¿Cuántos años tiene?
— Yo qué coño sé. Tengo varias muy jovencitas y no las distingo bien. A ver, Lupe, dile a Nacho los años que tienes
— Trece; acabo de cumplirlos el mes pasado, -respondió Lupe con una vocecita titubeante.
— ¿Lo ves, Nacho? No es tan niña. Tiene trece años.
— Pero, Lara. ¿Qué jodida idea tienes tú de cuándo se deja de ser niña?
— ¡Joder! Es muy fácil. Dejas de ser niña cuando los tíos te gustan mogollón y haces todo lo posible para que te follen. Eso es dejar de ser niña. Y no creas que serás tú el primero que se la cepille. Lupe está muy entrenada. Que le pregunten al monitor de gimnasia. Anda, cuéntale a Nacho desde cuando te follan.
— Hace más de seis meses. Unos meses después de cumplir los doce; mi hermana pequeña que tiene un año menos que yo también ha jodido ya; el mes pasado.
— Estáis locas las dos y queréis volverme loco a mí también. Largaos de una puta vez. ¡¡Fuera las dos de mi casa!!
— Pero, ¿Por qué, Nacho? ¿No te gusta Lupe? ¿Prefieres a esas pelanduscas que a veces te visitan? Esas te sacan la pasta y Lupe solo quiere ir a Canarias. Te saldrá mucho más barata y harás una buena obra; le pagarás parte de su viaje.
— Sigues sin entender, Lara. ¡¡¡Lupe es una niña!!! ¿No te das cuenta? Solo tiene trece años
— Pero hace más de seis meses que follo. Y lo hago muy bien. Dijo Lupe, haciendo pucheritos. Y me estoy poniendo muy cachonda. Si lo que te preocupa es mi edad, puedes estar tranquilo; apuesto a que no hay casi nada que me puedas enseñar. El sexo para mi es de lo más normal. Tampoco me importaría hacer todo lo que me pidieras. Absolutamente todo. Prueba y verás.
— Tú también estás loca, Lupe. Lara te ha comido el coco.
— Eso no es verdad. Lara no me ha convencido para que venga. Como me resultaba difícil vender los calendarios fui yo misma la que le sugerí que podría utilizar mis encantos para venderlos. Lara me preguntó qué estaría dispuesta a hacer para conseguirlo y le dije que estaba dispuesta a todo. ¿Pero a TODO? Me preguntó. A ver, Lupe, ¿Qué has hecho hasta ahora? Hace seis meses que me desvirgó el profe de gimnasia y desde entonces he jodido con más de doce pollas diferentes, chicos del instituto y hasta con el Director. Puedo demostrártelo, le respondí a Lara.
— Es verdad, Nacho. No te ha mentido. Lupe es un desastre como vendedora, pero una artista con el sexo. Me he informado bien sobre ello. La he visto hacerlo.
— ¿Cómo que le has visto hacerlo? ¿Le has visto joder?
— Pues claro. Lupe me lo quiso probar. Me dijo: mañana voy a tirarme al Director, en su casa; voy a ir nada más salir de clase. Me dio la dirección. Escóndete por allí cerca y me ves llegar; así lo compruebas.
— Así que la espiaste. Y eso ¿Qué prueba? Solo que fue a casa del Director. Que entró en el portal, pero quizá ni siquiera subiera a su casa.
— Es que no me limité a verla llegar, Nacho. Cuando pasó un tiempo prudencial subí, abrí la puerta sigilosamente, me quité los zapatos y me deslicé con mucho cuidado hasta la habitación, de la que salían unos gemidos entrecortados.
Escuchando eso mi cara debía ser un completo muestrario de mi escepticismo. No me creía una puta palabra de todo aquello.
— Veo la cara incrédula que pones, Nacho. ¿Piensas que me lo estoy inventando?
— Qué cara quieres que ponga. Esto parece un folletín.
— No. Espera… no me preguntes. Da la puta casualidad que el Director del Insti es mi padre y la jodida Lupe estaba en mi casa, jodiendo con mi padre delante de mis narices. ¡Y cómo jodía la mocosa! Cuando Lupe me vio se quedó de piedra. Eso pasó hace tres semanas. Como ella está en 2º no me reconoció. El Insti es grande y entre 2º y 4º hay mucha diferencia. Nos movemos en unos grupos muy distintos. Para nosotras, las de 2º están en un mundo aparte. Son unas crías, salvo excepciones; por ejemplo: Lupe.
— No me lo puedo creer. Estáis intentando liarme. Podría hasta comprarte los calendarios si con ello te ganas ese viaje. Pero no me arriesgo a follarte. Eres una cría, casi una niña. Me juego pasar el resto de mi vida entre rejas.
— No debes sentirte culpable. ¿Quién se va a enterar? Ni Lupe ni mi padre tienen el más mínimo interés en que todo esto llegue a saberse. Aquí solo estamos los tres. Lupe y yo seremos una tumba. ¿Vas a ser tú el que me denuncies por corruptora de menores por haberte ofrecido a Lupe y traerla hasta aquí?
Me sentí totalmente superado, si aquello era una broma ya se estaba pasando de castaño oscuro. De hecho estaba decidido a mandarlas a las dos a la puta calle, pero cuando volví la cara y vi a esa muñequita rubia que me sonreía de pié, completamente desnuda, mirándome de una forma tan angelical, no tuve fuerzas para resistirme a su embrujo.
Lupe parecía una figurita de porcelana. No pretendía engañar a nadie: era realmente una niña desnuda. Su exagerada juventud saltaba a la vista.
Pese a que cruzaba los brazos por la espalda y erguía su busto intentando aumentarlo, como si de un ejercicio de gimnasia se tratara, a Lupe apenas le sobresalían las tetitas del pecho. Las areolas de sus pezones eran pálidas, con un garbancito prominente en el centro que hacía las veces de pezón en aparente erección. Al bajar la mirada, pasé sobre su vientre plano. Continué descendiendo y descubrí su sexo, lampiño, tremendamente abultado, con la rajita perfectamente visible y muy marcada. Esa imagen terminó con mis últimas defensas.
Mi retirada
— ¿Verdad que te gusto mucho, Nacho? Dijo Lupe, sin más.
Aquella inocencia y simplicidad me desarmó.
Lupe mostraba su cuerpo desnudo ante mí. No se estaba quieta; se movía ligeramente de un lado a otro sobre sus pies, juntos y firmes, como si se estuviera meciendo, muestra sin duda de una mal disimulada inquietud. Y por si quedaba alguna duda acerca de sus intenciones para conmigo, me susurró:
— ¿Quieres que empiece a chupártela? Porfa, déjame que te la mame, suplicó Lupe con voz melosa, mordisqueándose el labio.
Tengo bastante facilidad de palabra, pero juro que aquel día no supe qué responder ante aquella preciosidad de criatura que se me ofrecía.
— Balbucí algo que parecía ser un rechazo, pero Lara me interrumpió antes de que llegara a expresar con claridad lo que quería ser una negativa en toda regla.
— Ya te expliqué que mis chicas están muy bien preparadas, me repitió Lara, no exenta de malicia, al comprobar que la expresión de mi cara anunciaba que mi rendición incondicional estaba a punto de producirse.
La mamada de Lupe
La escena que aconteció después la recuerdo como en un sueño. Sin que tuviera que poner nada de mi parte me encontré de repente sentado en el sofá de cuero, con los pantalones a la altura de los tobillos, las piernas abiertas y Lupe arrodillada en medio de ellas succionando mi polla con una facilidad pasmosa. Ponía extraordinario interés en lo que hacía y no estaba exenta de pericia; al contrario, me demostró una gran habilidad para llevar a cabo el “trabajito” que pretendía realizar.
Después de los primeros tres o cuatro intentos de tragarla pude constatar que no era la mía la primera verga que visitaba su cavidad bucal. Desde luego; no era una novata. Su digamos profesionalidad me hizo pensar que, más bien al contrario, ya tenía una larga trayectoria en aquellas lides: la intensa y absoluta determinación con que trataba de engullirla por completo dejó fuera de toda duda mi convencimiento de que Lupe parecía estar destinada a ser una traga-pollas de campeonato.
Lupe se comportó con la boca como una verdadera fiera conmigo. Movía su cabeza de un lado para otro, tratando de encontrar la mejor posición para introducirse el máximo de longitud de mi cipote. Su producción de saliva era inacabable, lo que facilitaba el deslizamiento de mi torpedo hasta lo más profundo de su boca.
Allí acababa siempre, tropezando con la difícil tarea de conseguir rebasar su campanilla, en la que yo percutía una y otra vez con la punta de mi verga cada vez que regalaba a Lupe una de mis embestidas. Al sentir mis embates, Lupe preguntaba.
–¿Te gusta cómo lo hago, Nacho?
Y me lo decía mirándome a los ojos, como si fuera una niña buena que se excusa después de una travesura y pide perdón.
–¿Quieres que siga?
Era una pregunta un tanto retórica por su parte, ya que sin esperar mi respuesta volvía a chupármela con una avidez inusitada. Parecía una chiquilla golosa chupando una piruleta. Ponía tanto énfasis en su mamada que de vez en cuando tragaba más de lo que su boquita admitía, cedía algo su glotis y se atragantaba cuando mi verga se introducía más allá de lo que su anatomía, aun en desarrollo, permitía. Para entonces las abundantes babas producidas por esa angelical boquita habían rebasado con creces sus labios y escurrían por su barbilla y descendían hasta casi empapar sus incipientes tetitas.
Cuando eso ocurría no abandonaba del todo su trabajo. Se tomaba un tiempo de relax activo y recorría mi polla con la lengua, desde los huevos hasta el glande; sorbía con delectación las gotitas blancas pre-seminales que brotaban por su abertura, para luego, una vez neutralizada la arcada que le produjo la excesiva penetración de mi verga, volver a ensartársela hasta el fondo con bríos renovados. Lupe era un verdadero prodigio mamando pollas. Como es natural, no conseguí el ansiado rebasamiento total de su campanilla y me tuve que contentar con llenarle la boca a tope.
Por muchas ganas e interés que Lupe puso en conseguirlo, y yo en que al fin pudiera lograrlo, su poca edad y el tamaño de mi polla, –poco más de 20cm–, hacían físicamente imposible que Lupe llegará a jalarse mi verga en su totalidad. La capacidad de dilatación de su boca era tal, para su corta edad, que pensé que dentro de un par de años sería capaz de tragarse la verga de un semental equino. -Alguna mamada de esas había visto realizar en una web porno brasileña.
Lara, por su parte, no parecía dar ninguna importancia a la felación que Lupe me estaba realizando casi frente a ella. Estaba entretenida wahtsapeando a través de su teléfono móvil. Al cabo de un buen rato, me preguntó:
–¿Qué tal te la chupa Lupe? A qué la mama muy bien, ¿verdad? Ya te dije ayer que lo pasarías de cine. Ya verás. Ya verás.
Calificar solo de “buena mamada” el trabajo que Lupe realizaba, se quedaba cortísimo para los méritos que atesoraba el buen hacer y las habilidades bucales de la jovencísima Lupe.
Su boca, de apariencia tan dulce, pequeñita y seductora, era todo un volcán que, más que escupir lava, parecía desear ser llenado con la erupción que, a no mucho tardar, yo la obsequiaría. La mezcla de sus labios carnosos, su lengua juguetona y su facilidad de succión me regalaron una mamada de lo más fantástico que hasta entonces había disfrutado; sin comparación posible con cualquiera de las putas que me visitaban.
Ya me había resignado a que no se la tragase por completo, cuando Lupe inesperadamente me preguntó, mejor diría que me rogó.
— Porfa, Nacho. Deja que lo intente una vez más. ¡¡Quiero tragarme tu polla entera!! No te preocupes por mí; empuja fuerte hasta que me la trague. Porfa, porfa, porfa. Me la quiero tragar.
A esas alturas de la fiesta yo no podía decir nada; bastante hacía con aguantar mi corrida con todas las fuerzas. El mayor esfuerzo que podía hacer era apartarle los cabellos para verle bien la cara mientras me la mamaba.
— Como quieras, Lupe. Eres una putilla como no podía imaginar. Si quieres polla la vas a tener. ¡Toma polla! –grité con fuerza, a la vez que agarré su cara entre mis manos y la enterré sobre mi verga con toda la fuerza de que fui capaz.
Mi grito llamó la atención de Lara, que se acercó a nosotros y se asombró de la capacidad de Lupe para engullir mi polla, a la que apenas le quedaban un par de dedos para estar completamente enfundada en su boca y garganta.
La visión de esa chiquilla de dorados cabellos dedicada a su faena entre mis piernas, era lo más tremendamente erótica y turbadora que había contemplado. Su respiración era muy entrecortada; sus ojos estaban semi-cerrados; tenía los pómulos hinchados y muy enrojecidos por la tensión que mi glande ejercía desde el interior de sus mofletes; líquidos pre-seminales, mezclados con las babas que Lupe generaba sin descanso resbalaban por su carita; incluso algunos borbotones caían de vez en cuando por la comisura de sus labios… todo eso conjugado confería a Lupe un singular aspecto, de lo más obsceno y angelical a la vez.
Una auténtica delicia para los ojos, que yo contemplaba extasiado desde una posición de privilegio: frente a ella y en un plano superior, con la perspectiva que esa situación me proporcionaba.
— Un poco más, Lupe. Solo un poco más. La tienes casi toda dentro
— Y tú no mires como una gilipollas, -me dirigí a Lara-. ¡Colabora, coño, colabora!
Lara salió de su ensimismamiento y ni corta ni perezosa se colocó detrás de Lupe y puso sus manos en la zona occipital de Lupe y cuando yo atraía su cara hacia mi polla, le grité.
— Empuja, coño, empuja.
Lara empujó y ese empujón final contribuyo a que la totalidad de mi verga acabase desapareciendo en el interior de la boca de Lupe, cuya nariz se estrelló contra mi pubis.
Mantuve unos segundos mi polla dentro, con su cara sujeta, y solo cuando vi que sus mofletes adquirían un color rojizo intenso la solté y la aparté un poco para que pudiera respirar.
Lupe boqueaba como si fuera un pez recién sacado del río, ansiosa por encontrar aire para sus pulmones, a la vez que una bocanada de vómito fue a empapar mi pubis y una parte del sillón; -menos mal que es cuero y enseguida Lara sacó un pañuelo y lo limpió.
Lara y yo nos quedamos absortos contemplándola, sin acabar de creer lo que habíamos visto. A mí me parecía estar soñando. Era insólito. Pero lo fue.
Una vez recuperada, Lupe se volvió a meter la polla en la boca, pero yo fui incapaz de otra cosa que dejarla hacer.
Llegó un momento esa mañana en el que podría decirse que mi presencia allí no era necesaria. La batalla era como algo personal entre la jovencísima mamona y el chupete que colgaba de mi entrepierna. El combate iba muy igualado pero Lupe tenía un as en la manga: utilizando los dedos, me acarició los testículos suavemente y con sólo ese gesto ganó la guerra. Yo estaba a punto de capitular y derramar en su boca toda la leche que tan a duras penas estaba logrando contener. Menos mal que Lara acudió en mi auxilio, otorgándome une pequeña tregua.
— ¡¡Lupe!! –Bramó-. Este gilipollas ya está listo, ¡¿No te has dado cuenta?! Lo tienes a punto de reventar. Luego te quejas de que los tíos no te duran casi nada. Los exprimes a toda pastilla demasiado pronto.
— Perdona, Lara. Ya sé que me lo has repetido muchas veces, pero es que en cuanto empiezo a mamar una buena polla no sé pararme. ¿Te has dado cuenta cómo la tiene? Parece el mástil de la bandera del insti. Tiesa y dura como si fuese de acero.
— Ya veo; pero el negocio es el negocio, replicó Lara sin la menor muestra de interés. Dale un respiro, fóllatelo y termina con él de una puta vez. Ya sabes que tienes que estar en casa antes de que lo haga tu madre… se supone que todavía estás castigada por lo del otro día, ¿recuerdas? A quién sino a ti se le ocurre guardar en el móvil sus fotos en pelotas. Te lo advertí en docenas de ocasiones: ¡bórralas! Lupe, ¡bórralas!; pero tú, ni puto caso. Como el que oye llover. Y ya viste las consecuencias.
— ¡Sí, sí… ya voy! –Dijo la chiquilla, ansiosa por obedecer a su jefa.
Con la agilidad propia de una cría de su edad se colocó sobre mí y abriendo mucho las piernas buscó de inmediato mi verga con sus manos. Se inclinó un poco hacia adelante y su cabello se acercó a mi cara; una ola de su perfume, un tanto infantil, inundó mi nariz con mucha más intensidad que los a veces caros aromas de alguna prostituta de las que de vez en cuando me visitan.
Fue entonces cuando verdaderamente tomé conciencia de la gran disparidad de tamaño entre nosotros. Lupe luchaba por insertar mi verga en su coño y aun así la parte superior de su cabeza apenas llegaba a mi barbilla. Era todavía una niña, pero no había ninguna duda: sabía lo que a su pequeño cuerpo le gustaba y deseaba poseerlo cuanto antes.
Yo estaba acostumbrado a ciertos prolegómenos; algún que otro beso, más o menos apasionado; una sesión de magreo y sobo de glándulas mamarias, etc, pero a tenor de las continuas urgencias a que Lara la sometía con sus recomendaciones; -date prisa, que es para hoy, y otras lindezas de ese estilo-, Lupe parecía no tener tiempo para ello… ni yo tampoco: mi lado más animal pasó a dominar todos mis actos. Lo único que ya me interesaba era metérsela hasta el fondo; sentir su angosta vagina rodeando mi verga, obteniendo de Lupe todo el placer posible… y cuanto antes lo consiguiera, mucho mejor.
La mamada que me había efectuado tuvo el efecto de que mi excitación se elevase a la máxima potencia, y nada mejor que el coñito infantil de aquella jovencita para descargar mi pulsión.
Comienza el último asalto
La urgencia por acabar con mi tensión hizo que no esperase a que ella acertase a meter mi llave en su cerradura y la alcé como si fuese una pluma para luego dejarla caer, lentamente, en el lugar adecuado.
Lupe soltó un agudo chillido cuando mi cipote comenzó a abrirle las entrañas, pero eso no me detuvo y proseguí con su descenso para que terminara empalada en la polla. Tampoco ella hizo intención alguna de resistirse; no hizo nada por impedir que mi verga la fuese perforando paulatinamente el coño. Pudiera ser que al principio le doliera a morir pero no hacía falta más que verla contorsionarse y oír sus jadeos tratando de conseguir que la polla le entrase más adentro, para saber lo poco que debió durarle su tortura.
Poco tiempo después sus gemidos me hicieron saber que ella disfrutaba tanto o más que yo. En cuanto le metí el primer centímetro de polla por su agujerito noté que Lara no me había mentido: aquella preadolescente no era virgen, ni mucho menos.
Tendría aspecto de niña buena, sí, pero sus reacciones al follar en nada diferían de la más sucia de las putas, a la hora de querer asimilar en su interior la mayor cantidad verga posible.
Lupe pronto empezó a mostrar un incontenible deseo de ser montada duramente, y que la cabalgasen sin ningún tipo de contemplaciones. Lo explicitaba mediante el ansia con qué procuraba albergar cuanta verga fuera capaz de admitir en su interior, a base de intentar abrir más sus labios vaginales con las manos. Habéis de tener en cuenta que yo estaba más o menos tumbado sobre el sillón y que Lupe se había ensartado a horcajadas sobre mi cipote, de cara a mí. Como yo la sujetaba por la cintura sus manos estaban libres y las empleaba en eso: procurar abrirse más el coño cada vez que yo la elevaba un poco para luego hacerla caer sobre mi verga.
Pero tampoco hay que sacar las cosas de quicio; a veces soy un poco bestia, pero no soy un animal desalmado ni siquiera en los momentos en que estoy más cachondo que un mono lujurioso. Porque follarse un coñito tan estrecho como el de Lupe, a pesar de estar muy dilatado y distendido como era el caso, puede parecer de lo más apetecible pero también conlleva cierto peligro. Si tienes un mal giro, o un mal gesto, si adoptas una postura inadecuada y la verga se tuerce, ufffff… cuando ocurre algo así, el resultado es terrorífico. Ya tengo alguna experiencia sobre ello y duele… duele mucho, muchísimo.
Así que, consciente de las dificultades que podría acarrear la considerable diferencia de tamaños entre mi badajo y la funda en la que debería albergarlo pensé en no complicarme la vida. Lo metería hasta donde buenamente pudiera y sanseacabó.
Sin embargo la cosa no fue tan fácil; la disparidad manifiesta entre el volumen de mi falo y su vulva era abismal. Cuando logré introducírsela un poco más adentro todo fue más sencillo; la naturaleza suele ser sabia y a veces suple nuestras deficiencias. La fuerza de gravedad convertida en aliado, la elasticidad de su coño, la dureza de mi verga, y sus fluidos íntimos, que afloraban copiosamente lubricando el encuentro, hicieron el resto. Mi polla acabó desapareciendo completa en el interior del coñito de Lupe.
Al poco tiempo nuestros movimientos se acompasaron y a partir de ahí todo fue como un espectáculo de magia: uno de mis mejores polvos… y tengo una larga historia. Una verdadera sinfonía en la que mi polla y su vagina ejecutaban la misma melodía.
Hubo momentos en que creí que mi estoque se derretiría dentro del horno en que se había convertido el coño de Lupe. ¡Cómo follaba la chiquilla! No me cupo la menor duda de que esa dulce y adorable niña ya habría saboreado unas cuantas vergas antes de darse el homenaje que se estaba pegando con la mía.
Lupe hacía cosas increíbles que sólo se consiguen después de mucha práctica; hacía diabluras con las paredes de su vagina y esos movimientos no se aprenden con echar un polvo de vez en cuando con algún adolescente tan novato como ella. Se veía con claridad que allí había un trabajo previo de aprendizaje. ¿Quizá el monitor de gimnasia o, por qué no, el Sr. Director, padre de Lara? Quienquiera que fuese hizo un fantástico trabajo con aquel pequeño coño. Y Lupe lo asimiló maravillosamente bien.
Llegó un instante en que Lupe se rindió y a partir de ahí me concedió la iniciativa y se dejó hacer. Quizás en un principio Lupe tuviera la intención de marcar el ritmo, pero fui yo el que llevó las riendas de la cópula. Agarraba con fuerza su culito con las manos, y utilizaba su vulva para darme todo el placer imaginable en el capullo mediante penetraciones lentas, pero profundas. Lupe se limitaba a acurrucarse contra mi pecho, lanzando gemidos ahogados cada vez que mi cipote rellenaba toda su cavidad vaginal. Lupe ronroneaba como una gatita en celo.
–¡Qué buena polla tienes, Nacho! ¡Cómo me jodes! ¡Dame más duro!
— ¿Te gusta, putita?
— Mucho, Nacho. Me estás jodiendo mejor que nadie.
— Eso es que habrás follado poco, Lupe. A fin de cuentas eres una cría.
— Y unos cojones una cría. Anda que no es larga la polla del profe de gimnasia, y ne la meto hasta el fondo. Pero aguanta poco.
— ¿Quieres que acelere? Parece que Lara tiene prisa para que llegues pronto a casa.
— ¡Qué le den por el culo a mi madre! Si llego tarde, que se joda, pero ahora fóllame fuerte y duro. Me está gustando mucho.
— Está bien, putilla. Haré que te corras cuanto antes.
— Si luego me sigues jodiendo no me importa, porque la verdad es que estoy ya muy cachonda. Como para correrme.
Mi bestia se desboca
En la lucha por ver quien aguantaba más antes de correrse mi verga resultó victoriosa; una serie de sucesivas e intensas contracciones vaginales fueron la señal de que la pequeña putita estaba a punto de rendirse. Lupe, por fin, se había fundido por dentro. Para que no me quedara ninguna duda, Lupe me clavó sus uñitas en los hombros, donde se afianzaba para apalancar sus movimientos de vaivén. Me dejó unas pequeñas marcas, pero me sentí recompensado con ese reconocimiento.
Yo no me esperaba tal declaración de guerra. Quise tomar cumplida venganza y lo que hasta entonces había sido una plácida pero intensa follada la transformé en un intensísimo y salvaje polvo. Mi cambio de actitud la pilló desprevenida; Lupe no esperaba tanta rudeza por mi parte.
A partir de entonces Lupe se convirtió en una marioneta en mis manos; subía y bajaba, botando inerte al son que yo marcaba, y gritaba… Lupe únicamente gritaba. Y lo hacía cada vez más fuerte.
— Nacho, cabrón. ¡Para! ¡¡Para!! ¡¡¡Paaaraaaa!!! Me vas a reventar el coño. ¡¡Me estás destrozando!!
— ¿Quieres que pare, zorra? Ya decía yo que solo eras una putilla aficionada. Qué poco me has durado.
Lupe se rebeló ante mi desprecio. Se encorajinó, quiso desafiarme y eso fue su perdición.
— De eso nada. ¡Sigue follándome duro! No te importe. Aunque me destroces el coño. Estoy cachondísima.
Podría haberme contentado con imprimir un ritmo más rápido y constante a mis penetraciones hasta acabar llenándole el coño de esperma, pero levanté la mirada y vi a Lara que nos observaba boquiabierta, con una expresión alucinada que jamás olvidaré. Parecía que por fin había encontrado algo mucho más interesante que su puto teléfono móvil. Inclusive se agachaba de manera inconsciente para tener un mejor ángulo de visión de la follada.
— ¡Acércate y mira!, cabrona, le ordené. Toma buena nota de lo que te espera, porque la próxima vas a ser tú. A ti sí que te destrozaré el coño en cuanto te coja por banda.
En otra situación creo que Lara me habría mandado a la mierda, pero en aquel instante la curiosidad venció su arrogancia y poco menos que se arrastró hacia el sofá, hasta que su cara quedó en primerísimo plano, a menos de un palmo nuestros sexos. Lara babeaba con los ojos desorbitados y su mirada ensimismada dirigida a mi polla, como si no hubiera otra cosa en el Universo.
Confieso que entonces me pasé mogollón de brusco y llegue a ser hasta violento para con Lupe. Pienso que me exalté en exceso al verme tan intensamente observado por Lara mientras me follaba a aquella chiquilla. Lo cierto es que perdí la cabeza y Lupe fue la pagana de mis excesos.
Tiré de ella hacia abajo y le clavé la verga todo lo más profundo que pude. La niña gritó como si estuviera pariendo y no era para menos: no tengo una polla monstruosa, pero los poco más de 20ctm que le inserté de un brusco y terrorífico envite fueron demasiado para su coño. Teniendo en cuenta el tamaño del coño de Lupe lo que siguió fue un abuso por mi parte.
Lupe gemía, y lloraba con desconsuelo. Gruesos lagrimones descendían desde sus ojos y llegaban a caer sobre sus incipientes tetitas, implorándome.
— ¡Sácamela, cabrón! Me estás destrozando el coño. ¡Para! por favor, ¡para! Gimoteaba lastimera. ¡Hijo de puta, sácamela!
— Ni lo sueñes. No te la pienso sacar hasta que me salga de los huevos, aunque te parta en dos.
Manejando a Lupe como si fuera una muñeca hinchable, la levanté de sobre mi polla y abandoné el sillón, que fue ocupado por Lupe. Allí le abrí las piernas al máximo, apoyando sus talones en los brazos del sillón, dejando completamente expuesto su coño a mi vista. Lo tenía completamente abierto, palpitante, con sus labios mayores enrojecidos y su canal vaginal completamente abierto, con su interior visible y brillante por la gran cantidad de flujo que segregaba. Apunté mi polla a su agujero y me dejé caer sobre ella con toda la energía que pude acumular y mis más de 80 kilos de peso como fuerza adicional.
Sentí perfectamente estrellarse mi glande contra el cérvix de su útero al fondo de su preadolescente vagina. El impacto fue brutal y pensé que podría haberle reventado la matriz. El alarido de Lupe fue atronador, pero no hizo que me detuviera.
Lupe tenía los ojos vueltos, en blanco, presa de un dolor que para ella debía ser insoportable y gritaba sin cesar.
Lara se unió a las súplicas de Lupe.
— Para, Nacho. Para; vas a destrozarla. Lupe está a punto de desmayarse.
— ¡¡Que se joda!! ¡¡Para eso la has traído aquí!! ¿No?
— Y si tanta pena te da y quieres que la deje, ¡ocupa tú su lugar! ¡¡Deja de contemplarnos y folla tú también!! Puedo con vosotras dos.
A mí también me dolía la verga. Las paredes de la vagina de Lupe ya no daban más de sí, lo que me provocaba torsiones antinaturales en la polla, pero a pesar de ello seguí penetrándola con todas mis fuerzas. Lara, incapaz de reaccionar, no se perdía nada del espectáculo. Pero tampoco aceptó mi sugerencia.
Por fortuna para todos, sobre todo para Lupe, la naturaleza es muy sabia y después de unos minutos de dulce tortura mi falo comenzó a desprender esperma a diestro y siniestro, lo que hizo que disminuyera de tamaño. La cantidad de mi fluido fue tal que creo que cuando saqué la verga del coño de Lupe, la última andanada de semen que lancé impactó en la frente de Lara, que entonces sí reaccionó, apartándose.
Lupe cayó a plomo, como si se hubiera desinflado repentinamente y comenzó a sollozar con los brazos apretados alrededor de su vientre entre espasmos de dolor.
Mi cobardía
Avergonzado de mí comportamiento y sintiéndome culpable y miserable por cómo había tratado finalmente a Lupe, me retiré; la dejé en el sillón al cuidado de Lara y recorrí el pasillo hasta llegar al baño, alejándome de ellas como huiría el peor y más cobarde criminal de la historia.
Al asearme vi algo de sangre en mi falo; comprobar que no era mía no me consoló en absoluto. Hizo que me sintiera todavía mucho peor. No salí de mi refugio hasta pasado un buen rato. No me veía con ánimo de enfrentarme a Lupe.
Cuando asomé al pasillo las chicas ya se habían ido; el ruido de la puerta de mi vivienda al cerrarse ya me había avisado de tal circunstancia.
Al volver al lugar del crimen vi una enorme mancha de esperma, teñido de rojo, sobre el cuero del sillón y una docena de calendarios en el suelo y una nota. “Debes a Lupe 150 Euros, hijo de puta” Mañana pasaré a cobrarlos. Lara.
Recuerdo que no pegué ojo en toda la noche. Pensaba que de un momento a otro, iban a aparecer por la puerta docenas de policías dispuestos a darme una paliza y llevarme a la comisaría… pero, afortunadamente para mí, nada de eso sucedió.
Pagando mi deuda
El día siguiente no espié a Lara desde el baño. Fui temprano al cajero del banco y extraje efectivo suficiente para cubrir con creces mi deuda con Lupe. Pasé por una pastelería e hice una compra. Desayuné en la cafetería de la Urbanización y a las diez de la mañana, puntual como un reloj, sonó en mi casa el timbre del descansillo.
Esta vez no me retrasé en abrir.
Lara, con cara de pocos amigos, entró como siempre: rauda y sin pedir permiso. No me dio opción a que abriese la boca.
— ¿Estarás satisfecho con lo que hiciste ayer, cabronazo? Y tú eres el que tenía reticencias a joder con una alumna de 2º. Por poco le revientas el coño a la pobre Lupe. Y luego te escondes. Eres un miserable y, además, el peor cobarde que he conocido.
— No. No estoy satisfecho. ¿Cómo podría estarlo? Lo que siento es un tremendo desprecio por mí mismo. Podría decir que los dos perdimos la cabeza, pero yo no tengo ninguna excusa. Soy un adulto y era yo el que debería haberse contenido y puesto algo de sensatez. Siento muchísimo cómo me porte con Lupe. Aunque no sirva de nada, díselo. Toma, dale sus 150 Euros y otros 150 más. No son para comprar su perdón. No tengo ningún derecho a pedírselo. Ah, y estos bombones. A las crías de 2º seguro que les gustan. Me gustaría dárselo a ella en persona, pero entiendo que no quiera volver a verme. Dile que le deseo lo mejor. Y que me perdone.
— Creo que pronto tendrás ocasión de hacerlo tú mismo. Esta semana ya ha cumplido su objetivo de ventas con esta pasta que le llevaré. Pero la semana que viene volverá a tener problemas para llegar a su cifra. Me ha encargado que te diga que cuenta contigo para alcanzarla. ¿Querrás colaborar con ella de nuevo? No creo que te guarde rencor. Es muy generosa. Le has gustado ¿sabes?
— Nada me agradaría más. Le debo un desagravio.
— Pues me marcho. Tengo bastantes cosas que hacer. Nos vemos la semana que viene, ¿De acuerdo?
— De acuerdo, Lara. Discúlpame otra vez con Lupe.
Lara abrió la puerta y antes de salir se volvió hacia mí y me espetó desde la entrada.
— Por cierto Nacho, te recojo el guante ¿recuerdas?
— ¿De qué coño de guante me hablas? ¿Ya estás con tus fantasías otra vez? Lara; eres incorregible.
— ¿Ya lo has olvidado? Si es que eres un verdadero capullo.
— Qué he olvidado ¿Qué?
— Ayer, cuando me acerqué a ver en primer plano cómo te follabas a Lupe, me dijiste que tomara buena nota porque la próxima sería yo: “a ti sí que te destrozaré el coño”, me amenazaste.
— ¿Eso dije? Ni puta idea; sería en el fragor del polvo. A veces digo cosas que luego no recuerdo. ¿Seguro que dije eso?
— Palabra tras palabra. Pero no te lo tomo como amenaza, sino como promesa. Y hay de ti como no la cumplas. Ya sabes: “mi padre tiene muchas influencias, etc, etc, etc”
Antes de que pudiera responder salió, cerró la puerta y se marchó.
Epílogo
Qué queréis que os diga: Lupe no era la manzana prohibida: era toda la cosecha del Edén al completo. Todavía me duelen los huevos cuando pienso en ella y en los litros de lefa que pudo llegar a sacarme del cuerpo aquel diablillo de cría durante los meses siguientes a aquel primer encuentro, hasta que por fin se marchó a su tan deseado viaje de fin de curso.
Quizá un día me encuentre inspirado y os haga partícipes de mis siguientes encuentros con Lupe, que los hubo, y ¿por qué no, también los que tuve con Lara?
que buena historia y el diálogo en general me gusto bastante.
ME GUSTO MUCHO LA FORMA DE ESCRIBIRLO Y LAS GANAS CON LAS QUE DEJAS AL PUBLICO DE SABER QUE PASÓ… AHORA EN SERIO, QUE PASÓ??? HAZ UNA SERIE PORQUE SI HAY UN CURSO ENTERO PARA QUE LAS CHICAS ECOLECTEN EL DINERO, SEGURO QUE HAY MUCHAS PUTITAS COMO LA LUPE QUE PODRIAN NECESITAR UNA SUBVENCION DEL PROTA, NO?
Excelente Relato espero con ansias la 2 Parte