Camino equivocado a las colinas 2
Si entendieron la referencia del titulo, saben de qué va.
2
Murmullos se desprendían a la distancia dándome un punto a donde dirigirme. Repté entre los fúngicos maderos, unos danzantes brillos amarillentos iluminaban fantasmagóricamente los pasillos.
Doblé hacia la izquierda dándome de frente contra una pared. Del otro lado surgía un rechinar apagados, busqué con afán entre los maderos hasta encontrar una rendija y miré por ella: lámpara, luz amarilla, sentado sobre una silla destartalada se encontraba un viejo esquelético, de aspecto horrible: mechones de cabello cano salpicaban una cabeza tumorosa, ojos hundidos y arrugas tan profundas como grietas, siete dientes torcidos y agrietados eran resguardados por unos labios delgados. Sentada sobre sus piernas se encontraba una niña de unos nueve o diez años, desnuda, su apariencia no era mejor que la del abuelo, la falta de cabello el rostro deforme y suciedad en su cuerpo le daban un aspecto horrible.
Si bien, me encontraba agazapado a unos siete metros de distancia, bañado por una luz tenue, tras una pared y espiando por un pequeño agujero, aún, desde allí, podía distinguir lo que ocurría, el viejo se estaba follando a la niña.
El viejo la mecía lentamente arriba y abajo sobre su ingle, mientras, de vez en cuando, pasaba su lengua por los pequeños y puntiagudos pezones que la niña exhibía sobre un pecho plano.
Era demencial, si eso les hacen a sus propios niños que le harán a mi hermana. Me aparté con sumo cuidado, retrocedí sobre mis pasos y cambié de dirección.
- Folla, folla, folla —gritó el niño.
- Quien folla? — preguntó otro esperpento, al que no había visto hasta ahora.
- Ven, ver, ven — y salio corriendo.
El otro hombre le siguió y yo también. Agazapado me adentré por túneles cada vez más sinuosos y estrechos. El chico se detuvo frente a una cortina rasgada, la deslizó, el segundo sujeto se detuvo junto a él y miraron.
Me aproximé por un lateral baldeando rocas y trozos de madera arrumbados. Tras un tronco apoyado al muro había una abertura por donde me escurrí. Pegue el ojo a la pared y miré al interior: una mujer gorda, de nariz ancha, labios gruesos y chuecos cabalgaba afanosa la entrepierna del calvo, el hombre, apretujaba unas enormes y flácidas tetas, retorciendo bruscamente unos gruesos y negros pezones. Los observé unos minutos hasta que llegó el delgado.
- Ustedes dos —gritó— dejen a má y vayan a buscar agua.
- Má folla con Krulls, no folla conmigo —dijo exaltado el niño.
- Pito corto —rió el nuevo.
- No! Pito no corto.
- Pito corto —carcajeo—, ver como le doy por culo a má —afirmó el nuevo bajándose los pantalones.
El nuevo, un hombre de un metro ochenta, cabello negro enmarañado y rostro cicatrizado, como si estuviese quemado, portaba una tranca de unos veinte centímetros, gruesa y granujienta; se abalanzó contra el culo de la obesa mujer, la inclinó sobre el pecho de Krulls y le hundió el largo de la polla en el agujero trasero.
- Pito corto folla con meñique —gritó el nuevo arreciando la doble penetrada a má, la mujer gemía y reía gozando la sesión.
- Después meñique —le ordenó el delgado— ve por agua.
El niño de mala gana soltó su pene, el cual lo acariciaba desde que visiono la escena, y obligado optó por realizar la tarea.
Me movía con prisa por las galerías empapadas y en penumbras. Mi desesperación llegaba a lo máximo que podía soportar, lo sofocante del entorno, el temor por los deformes que merodeaban y por la incógnita del paradero de Camila me pedían a gritos que saliera de allí pero, no quería abandonarla otra vez, no quería fallarle de nuevo.
Y llegué a una cámara amplia, ganchos colgados del techo y estanterías con tubérculos y otros vegetales se ubicaban desparramadas, un almacén, la alacena.
Avancé, esquivando las estructuras, intentando no ver mucho, no cuando en un rincón me encontré con trozos de animales mutilados, cabezas de venados goteando sangre y cosas que parecían extremidades, extremidades humanas clavadas a los ganchos colgaban balanceándose lánguidas del techo.
- Tu quien eres? —preguntó una niña.
- Yo, yo soy amigo.
- Amigo, ser amigo —Exclamó acercándose, era una niña pequeña, de unos seis o siete años, se vería hermosa de no ser por su labio superior, fisurado y doblado hacia arriba, dejando expuestos unos pequeños diente puntiagudos.
- Si, soy amigo de Krulls —era una farola pero que, más podía hacer?
- Amigo, ven —me tomó de la mano arrastrándome por unos corredores—, quiero tu polla en mi coño.
No entendí lo que quiso decir hasta que llegamos a otro almacén, este parecía ser de granos o harinas; una gran cantidad de sacos de arpillera rellenos rodeaban el lugar, entonces, la niña se subió el maltrecho vestido y se acostó sobre uno de los sacos con las piernas abiertas.
- Tu polla, ahora —ordenó.
Asustado me bajé los pantalones, si no lo hago la niña gritará y los otros me atraparán pensé, me sacudí el pene tratando de revivirlo y de algún modo, tras ver aquella pequeña e imberbe vagina desnuda, dispuesta para mí, mi polla reaccionó.
Olvidé el resto y me concentré en eso, en aquel pequeño agujero, en aquella niña con las piernas flexionadas esperando que la penetrara. Me unté el capullo con saliva y lo hice, su coño parecía estar acostumbrado al trabajo ya que no me costó enterrar todo lo largo. Inicie el bamboleo, tal vez con demasiado ímpetu.
La niña se agitaba sobre la arpillera aguantando mis embestidas, sus manos aferrándose a la tela, sus ojos apretados y gimiendo como la escuchaba, me hacía hervir la sangre, impulsándome a continuar con más ahínco.
Así estuve, martillando el chochito de la pequeña unos minutos hasta descargar dentro de ella.
Retiré mi polla observando como se escurría mi leche de su grieta, era algo tan erótico y triste a la vez. Remordimientos me embargaron al instante, quería irme, terminar todo y me arriesgué.
- Meñique —dije, la niña prestó atención, adiviné—, hay personas nuevas?
- Nuevos, si.
- Me llevarías con ellos.
- Si
La niña me tomó de la mano y me guió por entre galerías estrechas y ondulantes. Al fin llegamos a una cámara, oscura y sumamente asegurada, una celda pensé.
Mirando en todas direcciones y rogando que no viniera nadie, forcé la cerradura e ingresé.
En el cuarto había dos personas atadas en diferentes posiciones, hombre y mujer, ambos desnudos, ambos respirando pesadamente. Me acerqué.
La mujer tenía las manos amarradas al cabecero de un catre, las piernas flexionadas y atadas en las rodillas, profusos moratones y magullones le rodeaban el cuerpo y marcas de dientes eran visibles en sus senos, un trozo de madera esmaltada sobresalía de su coño. No era mi hermana, me relajé. Me acerqué al hombre: estaba arqueado sobre su barriga y con el culo en pompa, las nalgas extremadamente separadas, el agujero dilatado e inflamado, parecía un abrevadero de patos y más abajo, nada. Me horroricé, al pobre tipo le habían cortado lo huevos y no de la manera limpia, jirones de piel sanguinolenta colgaban de su ingle, como si le hubieran arrancado el paquete de un mordisco.
- Hay otra, una chica nueva? —pregunté intentando apartar la imagen de mi cabeza.
- Pá trabaja una —respondió.
- Me puedes llevar con ella.
- Por aquí.
Trabaja una, pensaba mientras avanzábamos por los recovecos mohosos y estrecho.
- Shuuuu —gesticuló Meñique—, Pá ahí —me indicó una puerta a unos metros de donde nos encontrábamos— ver pero no hacer ruido.
- Gracias Meñique —le dije de corazón—, el chico te busaca, quiere follar contigo.
- Brum? —explicó Meñique— no me gusta follar con Brum, tiene pito corto, me gusta follar contigo y me gusta follar con colmillo, también con viejo pero viejo folla con boca.
Boca debe ser la niña montada en sus piernas pensé. Me despedí y continué rodeando la puerta, buscando un lugar por donde espiar. Lo encontré al fondo del todo, un angosto recoveco pegado al muro de roca por donde me colé. El retumbante sonido de un violento sacudir y crujir de madera me inquietó de sobremanera, lenta, muy lentamente me acerqué a la rendija y observé al interior.
Allí estaba Camila, desnuda y recostada de barriga sobre una mesa. Era aporreada y zarandeada en todas direcciones, mientras, jadeaba, bramaba y lloraba. Tras ella, un deforme; alto, más de un metro ochenta, corpulento, que no aparentaba tener cuello y una cabeza desproporcionada con un bulto por donde debería estar la ceja, enormes dientes podridos y ojos pequeños.
- Detente, por favor —suplicaba mi hermana—, detente, me duele, me duele, la tienes muy grande, por favor.
- Silencío.
Continúo el folleteo por otros minutos hasta que dando un potente gruñido, se detuvo.
- Pá, Pá.
- Entra.
- Yo, follar —dijo el jorobado ingresando a la zahúrda.
- Bien, folla pero el coño es mió.
- No, no, no —imploraba Camila— musitando.
No quería seguir mirando pero, una extraña mezcla de temor y fascinación me obligaba a mantener el ojo pegado a la rendija. Pá desmonto a mi hermana y se alejó dejando el lugar al enorme jorobado. El deforme se detuvo en el culo de Camila, se bajó los raídos pantalones y sin mediar preparación le enterró el glande en el ano. El grito de mi hermana retumbó en el túnel y el subsecuente llanto me erizó la piel. El jorobado, hundiendo el trozo de carne dura y gruesa que aún quedaba fuera, arremetió con un potente mete y saca. Mi hermana era golpeada contra la mesa y golpeada en su interior con la misma brutalidad que el deforme chocaba sus caderas contra las nalgas de Camila.
- Mi culo —Chillaba apretando los dientes—, no, mi culo.
Apreté los ojos y me cubrí los oídos hasta que los gritos cesaron.
Levanté la vista y busqué la rendija. Despejado, no había nadie en el lugar. Salí de mi escondite y rodee la estructura hasta llegar a la puerta, ingresé. Mi hermana estaba tendida en la misma posición en donde la habían follado, me acerqué. La curiosidad me obligó a mirarle su sexo: los labios estaban inflamados; tremendamente lesionados y manchado de lefa, el agujero del culo se encontraba peor, un boquete enrojecido rezumando semen e hilillos de sangre. Le moví con cuidad, reaccionó lento y pesadamente me miró, dejó escapar unas lagrimas antes de colgarse en mi cuello.
Tomé un trozo de tela y la cubrí preparándonos para irnos.
- Amigo, amigo, encontró mujer?
- Si —le respondí a Meñique—, gracias a ti —la niña rió—, ahora me ayudas a salir.
- Por aquí —dijo guiándonos por un corredor distinto al que llegamos.
Al poco andar nos encontramos en el interior de una cámara: unos cuantos maderos y cajones roídos cubrían el lugar, Meñique se detuvo.
- Amigo —dijo la niña volteándose—, quiero polla en culo.
Sabía a lo que se refería, dejé a Camila recostada en un rincón sobre un trozo de arpillera y volví con la pequeña.
- Que sucede? Que crees que estas haciendo? —murmuro mi hermana.
- Por favor Camila, cállate.
Meñique se levantó el vestido y se afirmó contra un tronco dejando el culo a aire. Me bajé los pantalones y al igual que la primera vez, me unté el glande con un poco de saliva y enterré lentamente el capullo ensanchando su ano al paso de mi miembro. Desde mi posición mi polla se veía enorme entre los pequeños carrizos de la cría, desde el punto de vista de mi hermana era yo, un hombre de veinticinco años violando analmente a una niña de siete.
- Déjala cabrón, como se te ocurre hacerle eso a una niña —gritó Camila llorando.
- Si no lo hago no nos mostrará el camino —dije levantando la voz—, perdóname pero, no te metas.
Cerré mis ojos y continué la acometida, todo era algo sublime y perverso, no tenía palabras para expresar el cumulo de emociones que sentía, los sollozos de Camila, los gemidos del Meñique y mis propios bufidos me turbaban los pensamientos alentándome a continuar perforando los rincones más íntimos de la pequeña.
La enculada duró unos minutos, por los suspiros y gemidos de Meñique creo que hice un buen trabajo y el chorro de lefa blanca dentro de su ano marcó el punto final del mió. Me separé de ella dejando borbotones de semen escurriendo por su pantorrilla.
- Meñique —le pedí—, necesito que me ayudes a salir de la mina.
- Caminó, por allí —dijo.
- Si salimos, para donde vamos —exclamó Camila recobrándose.
- la caravana, la familia del plasma —recordé—, Meñique, sabes como llegar al llano, ese que tiene un gran árbol de hojas naranjas?
- El sendero del lamento —respondió la niña—, si, se llegar.
- Puedes decirme?
- Meñique llevar.
Le agradecí a la niña, levanté a mi hermana apoyándola en mi hombro y seguí a Meñique que se movía rauda por la gruta, atravesamos pasillos y corredores hasta dar de lleno a una estancia iluminada, mucho más que el resto de la mina, pensé que estábamos libres que era la entrada a la cabaña, cual equivocado estaba.
- Intrusos —chilló Pá.
- Por qué? —pregunté.
- Amigo malo, malo, mujer de Pá, tú no llevar.
- No, Dios no —gritó Camila antes que todo se pusiera negro.
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