CAMPAMENTO GITANO 1
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Me llamo Calin, tengo 18 años de edad y soy rumano. Actualmente vivo en España, pero lo que voy a narrar ocurrió hace dos años cuando junto a mi madre y mi hermana Ileana (un año menor que yo), realizamos un viaje desde Timisoara a Bucarest para reunirnos con mi padre. Ocurrió que una avería en el autocar que nos transportaba nos obligó a echarnos a andar carretera adelante intentando que algún vehículo se parase y nos condujera hasta la capital. Estuvimos más de una hora intentándolo hasta que una caravana de gitanos (tan frecuentes en Rumanía) se detuvo y se ofreció a llevarnos hasta el lugar donde pensaban montar el campamento. Como la noche se echaba encima accedimos e incluso aceptamos la invitación de pernoctar con ellos en alguna de sus tiendas.
Ileana sentía gran aversión hacia los gitanos, los consideraba sucios y poco de fiar, por lo que se contrarió mucho cuando mamá estuvo de acuerdo en permanecer en su compañía. Mi madre es una hermosa mujer de 32 años, muy simpática y habladora, todo lo contrario que mi hermana, que es muy reservada. Hasta físicamente son bien diferentes: mamá ,morena, de profundos ojos oscuros,cuerpo esbelto con unas buenas tetas y un culo redondeado y prieto. Iliana es menuda, rubia y con un incipiente pecho casi infantil, pero muy linda de cara. A mamá y a mí esta etnia nos resulta indiferente, si bien entre nuestras amistades no tenemos ningún zíngaro. Aunque, a decir verdad, el gitano que nos recogió en su carro no me gustó nada. Era un gigantón de unos treintaitantos años llamado Traian, muy moreno, de complexión fuerte, con largo pelo rizado y un aro en una oreja. En sus musculosos brazos había varios tatuajes. Tenía una mirada torva y penetrante y lo primero que hizo fue echarle una mirada lasciva a las dos mujeres. Durante el trayecto en el carruaje yo me senté a su lado y mientras guiaba al caballo me hizo todo tipo de preguntas: de dónde éramos, dónde estaba mi padre, la edad de mi hermana …
Al llegar a un descampado, los gitanos montaron su campamento. Después nos ofrecieron algo de comer y, respetando su ritual, nos sentamos todos alrededor de una hoguera. En la caravana sólo iban dos mujeres ancianas, los demás eran todos hombres jóvenes, yo conté unos veinte. Al parecer el resto de las mujeres y los niños habían cogido otra ruta ya que tenían prohibido circular por la carretera con tantas bestias pues dificultaban el tránsito de automóviles. En medio de canciones y rasgueo de guitarras, las viejas gitanas nos ofrecieron un brevaje que estuvieron preparando meticulosamente en una olla al fuego; era una mezcla de hierbas, especias y alcohol que mi madre, por cortesía, bebió de un trago. No así mi hermana y yo, que no estamos acostumbrados a licores. Simulamos llevar la bebida a la boca pero cuando no nos veía nadie lo arrojamos sobre la tierra.
Hacia la medianoche nos retiramos a descansar. Según la tradición, las mujeres debían dormir separadas de los hombres, y por más que insistió mi madre para que me dejasen estar junto a ellas, yo tuve que irme a una tienda ocupada por ocho gitanos, entre ellos Traian; ellas dos irían al carromato con las dos ancianas. Me dieron una asquerosa manta y me acurruqué completamente vestido en una esquina; estaba seguro de que no iba a pegar ojo en toda la noche pues me sentía incómodo entre extraños y sentía un olor desagradable.
La luz de la luna penetraba a través de la lona de la tienda y yo podía controlar todo lo que allí pasaba. Al poco rato de hacerse el silencio ya observé como los gitanos más jóvenes se pajeaban bajo sus mantas, mientras Traian parecía dormir profundamente. Pero no era así: no tardó en incorporarse sigilosamente, calzar sus botas y salir de la tienda. Me imaginé que iría a mear o a vigilar los caballos pero como vi que tardaba mucho me levanté y lo busqué con la mirada. No estaba en el campo pero noté como la caravana donde dormía mi mamá y mi hermana se balanceaba.Me dirigí hacia allí.
Cuando corrí la lona de entrada de la caravana, que la protegía de exterior, vi como el gitano se había tumbado boca arriba entre mi madre e Ileana. Las viejas roncaban y mi madre dormía profundamente. Traian había retirado la manta que cubría a mamá y a mi hermana y les había levantado la falda a ambas. Con sus dos manos estaba masajeando las conchas de las dos mujeres por encima de sus bragas y mamá debía estar sintiendo un regustito porque de repente separó las piernas para facilitar el tocamiento. Viendo esta actitud, el gitano procedió a bajarle la bombacha hasta las rodillas dejando al descubierto un coño abultado y peludo, y empezó a masturbarla, primero despacito y luego imprimiéndole ritmo. Sus ásperos dedos mojados en saliva recorrían frenéticamente la raja desde el ano hasta el clítoris. Mamá empezó a dar gemidos como si estuviese soñando algo placentero, pero sin despertarse del todo porque el brevaje que había tomado le producía un sopor y la había recalentado sexualmente. Traian logró que se corriera varias veces mientras la besaba en la boca y le chupaba las tetas.
Yo estaba paralizado por la sorpresa y el miedo y, sin querer, había tenido una fuerte erección, pero no tan espectacular como el bulto que mostraba el gitano bajo su pantalón. De repente, Braian dejó a mi madre y se encargó de mi hermanita. Cuando le empezó a manosear y chupar sus tiernas tetitas, Ileana se incorporó de golpe e iba a lanzar un alarido cuando el gigantón le tapó la boca con su potente mano:
– Si gritas, mato a tu madre, que ya ves, duerme como un angelito.
Ileana quedó quieta, el gitano retiró su mano y se dispuso a desnudarla por completo: fuera blusita, fuera faldita, fuera braguitas … Y él hizo lo mismo con su ropa, quedando totalmente desnudo. Fue cuando vi su enorme verga gruesa y venosa tiesa como un sable, con un glande gordo y rojo y unos huevos que le colgaban como melones. Traian acercó su pollón a la boca de mi hermana y se la introdijo hasta las amígdalas, luego le ofreció los cojones para que también los chupara, mientras él le tocaba las tetitas ya hinchadas por la excitación y le metía un dedo en su virginal conchita.
Como sintió que la nena aún no estaba bien húmeda por sus propias secreciones,cambió de postura y metió su cabeza entre las piernas de la chica y empezó a lamerle la pequeña almeja coronada de suaves pelitos. Ileana experimentó tanto placer al sentir la lengua del gitano masajeando su clítoris que no pudo contener el primer orgasmo de su vida y le meó encima de la cara. Al sentir la orina en el rostro y boca, Traian lejos de enfadarse se excitó más. Entonces fue cuando le abrió las piernas al máximo y se dispuso a introducirle aquella soberbia poronga dentro de la juvenil cajeta.
Mi madre seguía durmiendo placenteramente después de los buenos pajotes que le hizo el gitano, ajena a lo que ocurría a su lado, mientras las dos viejas roncaban como burras. Entonces en un arrebato decidí ir a pedir ayuda a los otros gitanos. Estaba seguro de que aquellos mozos no permitirían semejante abuso y me ayudarían …
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