Casualidad
Un reencuentro no planeado de dos examantes.
Aunque la ciudad donde vivimos no es grande, hace mucho que nos dejamos de ver, pero no nos habíamos vuelto a cruzar. Será porque tú vives en el suroriente y yo me cambié al norponiente. En mi caso, sólo salgo a los centros comerciales cercanos a mi vivienda y rara vez al centro. Tú haces algo similar, pero en tu zona.
Cuando aún trabajabas, durante años gozamos revolcándonos en mi cama varias veces a la semana, hasta que tu marido te exigió que sólo te dedicaras al hogar para atender a tus hijos y a él; “el lugar de la esposa es en su casa” decían todos, la presión de tus hermanos y padres fue tremenda por ello tuviste que aceptar, dado que tu esposo tuvo un aumento sustancial en su salario y el tuyo ya no sería necesario. No obstante que no podrías obtener lo que tu cónyuge no te daba en casa.
No es que el sexo en el hogar fuese malo, el problema era que no estaba completo: a él no le gustaba darte sexo oral, aunque sí lo exigía de ti. A ti te gustaba hacerlo y saborear el semen, pero cuando descubriste que el 69 te hacía feliz o que simplemente te proporcionaban orgasmos inmensos cuando te chupaban bien la panocha, no te pudiste negar a tener un amante regularmente. Si bien, el coito conmigo era similar al que tenías con tu esposo, tú lo exigías después de haber sentido mi lengua en la pepa y los besos y caricias tiernas por todo el cuerpo.
–¡Hola! ¿Andas sola, sin hijos ni marido? –pregunté alegremente sin querer acercarme mucho, por si hubiese alguien cerca.
–¡Hola! –contestaste feliz, afirmando con la cabeza y me extendiste la mano para saludarme, quizá para evitar mayor efusividad de mi parte.
–¿Qué andas haciendo tan sola por acá?, alguien te puede secuestrar –dije sonriendo, mirándote de arriba abajo y manteniendo tu mano, la cual subí para mirar un poco el perfil de tu trasero y, sabedora de mis gustos, me complaciste dando un giro más pronunciado.
–Vine a comprar unas telas y a mirar qué más encuentro –contestaste sonriente y vanidosa, aceptando que te viera con deseo. “Yo ya encontré algo lindo”, murmuré– Yo también… –aseguraste relamiéndote los labios al mirar cómo crecía el monte en el centro de mi pantalón.
–¿Te puedo invitar un café, un refresco o un trago? –pregunté sin soltarte la mano, pero fuiste tú quien me obligó a hacerlo.
–Mmh…, sí –aceptaste después de aparente duda.
–¿Vamos a un bar? –pregunté, enterado por comentarios anteriores, que te calientas cuando tomas, aunque sea un poco.
–Sabes que el alcohol se me sube fácilmente a la cabeza, y no puedo llegar borracha a mi casa…
–Es temprano, desayunamos antes y luego, con un poco, o un mucho, de ejercicio que hagamos, se te baja –te digo mostrándote un gesto de lascivia cuando menciono el ejercicio.
Aceptas sonriente y nos vamos a un restaurante cercano donde pedimos de desayunar.
–¿Qué quieres pedir de tomar? –te pregunto.
–Me basta una cerveza para decirte que sí a lo que piensas hacerme… –me contestas dejando claro que quieres que te coja.
Mientras comemos te pregunto qué ha pasado en estos años que no nos habíamos visto.
–Mis hijos ya crecieron, dos están casados y la menor está embarazada, pero el novio se desapareció en cuanto lo supo –revelaste.
–¡Zaz! ¿Y qué dijo tu marido? –inquiero con curiosidad.
–Nada. Él murió hace dos años en un accidente de tránsito, en un vehículo de la constructora para la que trabajaba –dices, haciendo un mohín de profunda tristeza.
–¿Estaba tomado? –pregunto, porque ya había tenido un par de choques en ese estado cuando nosotros teníamos relaciones subrepticias, sin el conocimiento de nuestros respectivos cónyuges.
–Afortunadamente no, y fue mientras trabajaba. Me tocó una buena indemnización, además de la pensión por viudez –explicaste, cambiando el gesto de tristeza por uno de resignación.
–Menos mal. ¿Alguien ya ocupar su lugar? ¿Hay prospecto o sólo ejerces cuando quieres calmar el ardor nocturno que te falta? –pregunto, tomándote la mano.
Sonríes acaricias mi mano con la otra que no te tomé. Haces una indicación al mesero para pedirle una cerveza más, señal de que ya estás animada…
–Sólo con mi marido y contigo he cogido, a nadie más he dejado entrar en mi vida, mucho menos en mí. Pero sí lo necesito, y ya estoy sintiendo muchas ganas – confesaste sin rubor apretando mi mano, mientras subías tu caricia por mi brazo y me mirabas a los ojos solicitando con vehemencia que atendiera tus deseos.
Terminamos de comer, pagué la cuenta y nos retiramos del local tomados de la mano. Entramos a un hotel cercano donde pedí una habitación con yacusi y sonreíste afirmativamente. Apenas entramos al cuarto que nos asignaron y comenzaron los besos apasionados y las caricias lúbricas. Una a una, nuestras prendas de vestir fueron desapareciendo y la piel descubierta recibía besos y lamidas. Desnudos y abrazados caímos en la cama. No recuerdo que alguno hubiese dirigido con la mano a mi miembro hasta la entrada de tu vagina, más bien, ambos recordábamos cómo entendimos muy bien los movimientos de nuestro cuerpo. Sentí el calor y la excesiva humedad del interior de tu vagina, felicitándome de haberte encontrado tan urgida de sexo. “¡Cógeme, papacito, cógeme!”, me gritabas moviendo con fruición tu vientre para recibir una profunda estocada en cada movimiento. “Tú eres la que me está cogiendo como una puta”, pensé con placer en el interior de mi mente, y metí la lengua en tu boca, entrelazándola con la tuya. Pronto estallaste en gritos de orgasmo, mojando la cama con tus abundantes jugos, como si te hubieses orinado. Yo, haciendo un gran esfuerzo, me abstuve de eyacular para que te regodearas en la firmeza de mi palo, gritando cada vez que tenías oleadas de orgasmos, disminuyendo la frecuencia hasta que te quedaste quieta, con el pene incrustado. Sentí los músculos de tu vagina apretarme intermitentemente, los apretones que me dabas eran automáticos pues tú estabas quieta, con los brazos y piernas abiertos, sin tono muscular, desmayada…
El susto desmejoró mi turgencia y el pene salió. Te contemplé yerta, con la cara apacible y un hilo de jugos escurría de tu roja abertura femenina. No pude evitar lamer tus labios y saborear el néctar de amor que tanto me gustaba. Supe que ya habías vuelto en ti cuando sentí tus manos aprisionando mi cabeza para que tus vellos frotaran y dispersaran tu humedad en mi rostro. “¡Qué rico me mamas la panocha!”, gritabas al tallar mi cara en los pelos de tu sexo. Volviste a soltar más líquidos y dar gritos ahogados. Luego, otra vez el silencio y la calma…
Lucías catatónica, con los ojos en blanco y el rostro sumamente enrojecido. Coloqué una frazada sobre ti y te dejé descansar. Al parecer te dio calor y resbaló el cobertor al acomodarte para dormir de lado. Prendí un cigarro y disfruté de la vista que me ofrecía tu cuerpo. Mis ojos recorrían la sinuosidad de tus nalgas y mi mano jugó con el prepucio cubriendo y descubriendo mi glande, mientras miraba los vellos mojados que escapaban de tus verijas. Quería lamerte el culo, pero me contuve pues seguramente reaccionarías con más orgasmos violentos debido a los años de abstención. De pie, al lado de la cama, me preguntaba si tu marido se atrevió por fin a hacerte el sexo oral alguna vez, pero dada tu reacción ante las caricias de mis labios y lengua, la respuesta era “no”. Me puse a tomar fotos con mi celular, mientras dormías.
Al despertar, miraste hacia varias partes, me buscabas. Por fin cuando volteaste y descubriste que mi verga seguía tiesa, dirigiste tu rostro hacia ella. Recargada sobre tus brazos me comenzaste a dar una mamada, como las que acostumbrabas con tu esposo y conmigo, para ordeñar la leche que tanto disfrutabas al degustar. ¡Me vine a borbotones! El semen, además de llenarte la boca, escurrió a tu garganta y también salió del sello de tus labios. El ímpetu con el que seguías mamando y saboreando mi falo logró una eyaculación más y quedé con los huevos vacíos. Tragabas y lamías mi sexo limpiando el néctar del tronco y el que había escurrido en mis testículos.
“¡Qué leche tan rica, papito!” decías metiéndote alternadamente mis bolas en ti boca. Yo estaba con los ojos cerrados, los cuales abría a veces para mirar tus esplendorosas nalgas y la longitud de tus torneadas piernas. Me acosté sobre ti para acariciar tu trasero y lamer tu cintura, ahora más marcada.
Dormí un poco acunado entre tus brazos, con tus tetas en mi boca. Más tarde nos levantamos para retozar en el yacusi. Nos secamos uno al otro al salir de la tina.
–Dame el número de tu teléfono, quiero que nos enviemos fotos –dijiste tomándome una de cuerpo entero–. Con ésta me masturbaré en la noche.
Yo tomé otras más, pidiéndote poses pornográficas y sonrisas que delataran tus ganas y el gusto de haberme encontrado.
A ver, Chicles, ¿esto es real? Lo pregunto porque esa tipa y lo que dices de la conducta de su difunto marido (borracho y que no le gusta chupar panocha) se parece a la que hace algunos años él tenía, Ahora sí me chupa la pepa, sigue siendo algo borracho, pero no está muerto. Además, durante muchos años yo sólo cogí con él y con un amante (ahora tengo dos) y también ya me tiré a dos más.
Pero la manera de relacionarse le da un tufo a que lo inventaste y copiaste mucho de mi vida con Bernabé. No sería la primera vez que usas algo de otros.
¡Ja, ja, ja! Lamentablemente tú no eres la única mujer a quien su marido no le ha querido chupar la panocha, ahí está Ishtar como ejemplo. Lo de ser borrachos, se da en una gran mayoría.
Afortunadamente, así como tú y otras, esta mujer encontró quien sí le dio lo que no le daba su marido. A mí me encantó hacerlo. El 69 era nuestra pose favorita.
¿Cuándo quieres verificar que lo hago delicioso…?
¡Qué bueno que te contuviste, Chicles! si no, te hubiera pasado lo que relata la canción «Francisco y Juanita», del grupo Naftalina
https://www.youtube.com/watch?v=i_en3qn0bOI&list=PLJK3z8M9aoRUNFZZdc8q36HYppshAQG7B&index=59
A este grupo lo conocí cuando uno de mis «amigos» me invitó a su departamento y, ya en el descanso, puso un disco de Rock para que bailáramos una canción llamada «Chicharrones». ¡Me encantó! y así, desnuda como estaba, se la bailé al ritmo de Twist…
https://www.youtube.com/watch?v=qE4FGJkuLmE&list=PLJK3z8M9aoRUNFZZdc8q36HYppshAQG7B&index=27
¡Ja, ja, ja! «Homicidio imprudencial» Eso sí está grave.
Ya busqué más de ese grupo que inició en los 70, pero está formado por rockeros de los 60.
¡Qué rico haberte visto en esos años bailando Twist sin ropa! «La chicharrones» tuvo algo que ver con tu banda de amigos autollamada la Tropa Loca? Se me hace que tú eras la reina de la fiesta al bailar…
¡Esos maridos que no quieren bajar a mamar clítoris y anexas, bien merecidos tienen los cuernos! ¡Qué bueno que te volvió a encontrar, amigo!
Sigo con la duda: ¿sí se puede una desmayar de placer?
¡Sí fue fantástico volver a encontrarnos!
Para que salgas de dudas: ¿Quieres que lo intentemos? ¿Aunque nos pase lo que la canción que puso Tita?
Tú también te has de ver muy bien bailando Twist.
¿Verdad que es muy gratificante saber que haces feliz a alguien? ¡Es maravilloso mirarlas convulsionarse de amor! Aunque sí da susto querer venirse, o venirse, en una nena que ya no reacciona mientras la sigues penetrando…
Síguela atendiendo, ella lo necesita, más si quedó viuda.
Seguiré atendiéndola, claro que sí.
¡Órale! Se nota que sí eres asediado. La verdad es que después de probarte, cualquier desea repetir. Tu boca es una joya y lo demás, lo usas muy bien, y esta viuda lo sabe…
Gracias, Vaquita, me agrada que sepas y te guste lo que hago con quien só está muy buena, como tú lo sabes..