Cindy
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Valmont2018.
Cindy (Por Francisco)
Estacioné mi auto conciente de que me encontraba muy nervioso, mi corazón latía fuerte y las manos me sudaban.
Antes de bajar tuve el impulso de abandonar todo y largarme de ahí.
El lugar era un conjunto habitacional grande con muchos edificios de 10 a 14 pisos y áreas verdes.
Yo estaba en el estacionamiento para visitas del edificio H-23 y miraba a lo alto.
El lugar al que debía acudir era el departamento 1024 en el décimo piso.
“Bueno, ya estoy aquí, pues a ver qué pasa” pensé mientras bajaba del auto y me encaminaba a la entrada en busca del elevador.
Recordaba las palabras de mi amigo, en realidad un conocido con el que me había relacionado.
No viene a cuento narrar cómo fue que entramos en contacto pero ya habíamos convivido varias veces y platicado de ciertos gustos particulares y dos días atrás me había dicho “si de veras quieres tener una experiencia inolvidable ve a esta dirección” la misma ante la que ahora estaba.
Me explicó que tocara en el número acordado y que una señora me abriría la puerta y sólo preguntara “¿Está Cindy?” Ella, me explicó mi amigo me preguntaría “¿De parte de quién?” y yo debería decirle “de nuestro amigo Ramón”.
La mujer me miró de arriba abajo y lacónica dijo “entre”.
Debo decir que soy un hombre mayor que ya llegó a los 60 años pero me conservo bastante bien, firme, fuerte y sano y sexualmente activo y capaz de buenas proezas con ayuda de la maravilla azul.
Pasé a una sala sin ninguna personalidad de muebles de mediana calidad algo usados aunque todo estaba limpio y con cierto orden pero no dejó de disgustarme que hubiera demasiado plástico.
“Ahora viene, siéntese un momento” dijo la mujer y se sentó frente a mi en otro mueble sin decir más, lo que aumentó mi aprehensión.
Antes de que el silencio se hiciera demasiado pesado la puerta del departamento se abrió y entró una hermosa niña de unos nueve años, blanca, de pelo casi rubio, grandes ojos cafés, pelo a la altura de los hombros que vestía un pantalón de mezclilla, sandalias y una camiseta de tirantes que dejaba ver parte de su blanco vientre.
No era muy alta pero en conjunto era una preciosidad acentuada por un cierto aire de inocencia y picardía.
Aunque le eché una rápida mirada sin querer ser muy obvio alcancé a advertir que sus caderas se marcaban quizá por la estrechez de su cintura y sus piernas estaban bien dibujadas sobre todo en la parte de los muslos que apretaban el pantalón.
Ella traía una bolsa de plástico en la mano derecha con algunas compras que le habían mandado a hacer y con voz suave, infantil sólo dijo dirigiéndose a la mujer “aquí está todo lo que me pediste” y ella sin responder a eso sólo dijo, “anda, saluda al señor que te vino a ver”.
Cindy, sin turbarse sólo me dijo “hola” mientras agitaba su manita con aire infantil y sin acercarse a mi pero dirigiéndome una mirada más curiosidad que otra cosa dejó la bolsa en una mesita de la sala y se dirigió a un pasillo y desapareció.
La seguí con la mirada y comprobé que su trasero era verdaderamente hermoso aunque de niña y los apretados pantalones lo dibujaban con precisión.
Una vez que Cindy se fue la mujer me preguntó con tono impersonal “¿le gustó?” y sin esperar respuesta continuó “todavía no cumple nueve pero se sabe comportar aunque apenas ha empezado a aprender” y acto seguido, de la manera más fría y profesional agregó “le va a costar…” y me dijo una suma que traducida a dólares estadunidenses alcanzaba más o menos 100.
Mi corazón latía apresurado y algo nervioso saqué mi cartera y pagué.
La mujer recibió el dinero y dijo algo que me perturbó: “bájese los pantalones”, así lo hice y la dejé inspeccionar mi pene que estaba más flácido que una liga.
Ella lo sopesó con profesionalidad y aprobó “sea gentil y todo saldrá bien.
Por el pasillo la primera puerta a la derecha.
Tiene dos horas”.
“Al diablo, pensé, ya estoy aquí y vamos a lo que vine” y con resolución pedí un vaso de agua y trague mi pastillita aliada, la que hace efecto rápido y me dirigí al pasillo.
Abrí la puerta indicada y entré a una pequeña habitación que evidentemente no era la de Cindy porque sólo había una cama, una mesa de madera y una silla, y sobre la mesa un frasco con crema y una caja de pañuelos desechables.
Había también una ventana sin cortinas pero con los vidrios opacados lo que permitía una buena iluminación proveniente de la luz del día pero sin dejar ver nada en ningún sentido.
Cindy estaba sentada en la silla tranquila, como niña recién enviada a hacer sus deberes escolares y cuando entré me miró con un poco con curiosidad y me sonrió con cierta timidez pero también con picardía.
Me senté en la cama y le dije “ven” y ella se acercó y se colocó, de pie, entre mis piernas abiertas.
La tome suavemente de los hombros y acariciando levemente cada uno de ellos y bajando un poco por sus antebrazos desnudos, sintiendo esa tibia y firme piel le dije “eres muy hermosa Cindy; la verdad es que no sabía con qué me iba a encontrar y ahora sé que soy muy afortunado al estar aquí contigo”.
Ella se ruborizó y con una linda sonrisa respondió suavemente “gracias”.
Me acerque con delicadeza a su rostro y besé una de sus mejillas y ante la aceptación de la caricia seguí besando su cara, sus ojos, su nariz su entrecejo, otra vez las mejillas y me acerque de a poco a su boca, tanteando si aceptaría también ese beso.
Me posé en sus labios y ella respondió suavemente con los suyos y pronto nuestras bocas se enlazaron en un ardiente beso de pasión y mientras la besaba acerqué su cuerpo al mío y mis manos empezaron a recorrer su espalda y bajaron golosas a la parte de su cuerpo que más me había turbado: su hermosísimo culo, redondo, voluptuoso, firme, perfectamente formado.
Besaba su cuello, el lóbulo de sus oídos, otra vez el cuello y volvía a su boca mientras estrujaba sus carnes, su tierno culito, su espalda y brazos.
Era un pulpo al que le faltaban miembros para disfrutar esa maravillosa frutita que tendría para mí solo durante un par de horas.
“Te voy a desnudar”, le dije al tiempo que tomaba el bajo de su camiseta y empezaba a subirlo y ella sin decir nada cooperó levantando sus bracitos para dejarme ver ese liadísimo torso delgado, sin gota de grasa pero sin llegar a la delgadez, y no bien eliminé la prenda lo recorrí todo con mi ansiosa boca deteniéndome en sus planos pezones levemente más cafés que el resto de la piel.
En seguida desabotoné el pantalón y lo bajé junto con los blancos calzoncitos para dejar libre como mariposa ese tierno cuerpo que sabía pronto gozaría como desquiciado.
Con sus prendas arrolladas en los tobillos me descuidé de ellas para centrar mis manos en el centro de mi pasión, sus perfectas nalgas que por fin podía acariciar sin restricción directamente en la piel de la bella y dócil niña que tenía a mi merced.
Mientras ella con movimientos de sus piernas se deshacía de su ropa puse mi dedo medio en su rajita y la acaricié con deleite y no dejé de notar que estaba seca, que no había empezado a lubricar, así que fui gentil, me moje el dedo con saliva de mi boca y volví a ese nido de dicha y lo acaricié a todo lo largo.
Ella cooperaba abriendo un poco sus piernitas para permitir la caricia, pero de su boca no salía ningún sonido.
Todavía seguíamos casi como al principio, ella de pie entre mis piernas y yo sentado en la cama y con mis ropas puestas, y fue cuando escuché unas palabras que para mí fueron una promesa total de sumisión: “¿No te vas a desnudar?”.
“Si, mi amor”, musité mientras con torpe rapidez me deshacía de mi ropa para quedar totalmente desnudo y con un falo enhiesto, pleno de excitación tanto por la prepúber belleza que estaba ante mí y la promesa de placer que encerraba como por el efecto de la incondicional aliada hija de la química moderna que previamente había tomado.
Me recosté sobre la cama y la atraje hacia mí y ambos desnudos me dediqué a gozar del contacto de su pequeñez contra mi adulto cuerpo; la pegaba a mí, la acariciaba toda, le recorría con mis manos cada parte de su ser, la besaba y la lamía, le hacía sentir el fusil con el que sería derrotada en esta batalla de desigual amor y pasión.
Ella se dejaba hacer pero respondía a mis besos cuando nuestras bocas se encontraban y sentía sus pequeñas manitas acariciando mis brazos, mi espalda, posándose sobre mis manos cuando las suyas y las mías se encontraban.
La coloqué boca arriba y después de besar sus adorados labios y tras un largo beso apasionado empecé a bajar por su cuello, me detuve en sus pezoncitos que aunque planos estaban duros en su hermosa pequeñez, seguí por su plano vientre, bajé a su pubis todavía no mancillado con ninguna clase de vello y luego di un rodeo para no llegar a la gruta del amor y lamí con deleite la cara interior de sus muslos y los pliegues de las ingles y de apoco emprendí el asalto al centro de su rendición y me prendí de su lampiña cavidad que abrí con la intrepidez de mi lengua para empezar a recorrer la rajita a todo lo largo, subir en busca de su pequeño clítoris y detenerme ahí cuando lo encontré.
Sentí de pronto sus dos manitas posarse en mi cabeza y acariciar mi pelo y presionar hacia ella y entonces supe que se había rendido y estaba más que dispuesta a cobrar el precio de su rendición con una buena dosis de placer, sentimiento corroborado con la constatación de que su vulvita estaba lubricada y soltaba jugos sin restricción.
Pequeños gemidos surgidos de su garganta me hicieron comprender que gozaba de la deleitosa mamada que daba a su conchita y así estuvimos por algunos minutos más.
Luego, con suma facilidad le di vuelta para ponerla boca abajo y empecé otra vez el recorrido de besos y lamidas desde su nuca hacia abajo, por su espaldita, pasando por sus omóplatos y la curva de su espalda baja; me erguí para contemplar la maravilla de sus nalgas y tomé cada una de ellas con mis manos y las acaricié con deleite y sin pudor alguno las abrí para meter mi nariz y mi boca intentando llegar al oscuro ojo de mi deseo y busqué penetrar esa gruta con mi lengua.
Cindy cooperó enhestando su grupa y con una coquetería que me derritió levantó su culito para permitir mejor la maniobra.
Luego me medio incorporé, me acomodé y coloqué mi endurecido falo entre cada uno de sus cachetes de manera que quedara a lo largo y entre sus dos hermosas nalgas para iniciar una deliciosa masturbada con esas dos bellas masas de carne que estaban bajo mi humanidad al tiempo que acariciaba su espalda, sus mismas nalgas, sus muslos y bajaba recorriendo sus piernitas.
Un rato así y me detuve pues no quería sobrecalentarme y me tumbé a su lado, la abracé y suavemente llevé su cabeza hacia mi bajo vientre.
Ella adivinó la maniobra y se dejó deslizar hacia mi pene y empezó, con cierta torpeza pero total voluntad a darme una sabrosísima mamada.
Sus mejillas estaban rojas como cerezas en verano y sus labios tenían el color de las manzanas frescas y esas frutas de pasión se prendían de mi verga chupándola, lamiéndola, succionándola, mientras sus pequeñas manitas acariciaban con ternura y delectación mis hinchadas pelotas.
No había maestría pero si mucha entrega y concentración en la tarea y yo empezaba a sentir que mi plaza pronto se rendiría ante un ataque tan prodigioso como el que estaba recibiendo.
Atento a mis sensaciones dejé que el placer subiera desde el fondo de mis testículos y recorriera mi espina dorsal llevando el mensaje al cerebro y calculando el momento de máxima pasión y antes de que explotara la retiré de mi falo y la alcé hasta mis labios para prenderme en un apasionado beso con sabor a mí.
No sé si ustedes han experimentado esa placentera sensación de estar al borde de la eyaculación y ahí detenerse para dejar que el clímax resista, permitirle degradarse y volver otra vez, con mayor intensidad a subirlo y así prolongar el placer.
“Te quiero penetrar preciosa”, le dije y ella, como la putita que era me respondió con una vocecita frágil, de niña imberbe, con docilidad y entrega: “¿Cómo me pongo?” “De rodillas y con tu cabeza sobre el colchón”, le respondí.
Ella se colocó como le pedí, le separé un poco sus piernitas, admiré la rotunda belleza de sus nalguitas que se me ofrecían sin restricción y encaminé mi babeado pene hacia sus pequeños y limpios labios vaginales, busqué el lugar indicado y empecé la penetración.
Con un poco de dificultad y escuchando leves gemidos mezcla de placer y cierta incomodidad que brotaban de su boquita no me detuve en contemplaciones y seguí empujando y sintiendo cómo mi verga se adentraba centímetro a centímetro en esa profunda cavidad.
Ella y yo estábamos muy bien lubricados así que con un poco de trabajo y mucha disposición acabé por enterrarme todo en ese placentero estuche de pasión.
Comencé a bombear y a los pocos minutos ella gemía llena de placer, de modo que sabiendo bien que ambos gozábamos me dediqué a cumplimentar mi tarea que nos llevaría al delirio.
Bien prendido de sus maravillosas nalgas y caderas me dediqué a sentir el placer por el que había pagado y me concentré en el hecho de que me estaba cogiendo a una maravillosa niña, dócil, cooperativa, gozosa, que también disfrutaba del ritual que protagonizábamos.
Sentía la húmeda cavidad aprisionar mi desesperada verga y me deleitaba con la estrechez del pasaje que estaba profanando, me movía ora suave, ora rápido, me enterraba hasta lo profundo y salía casi hasta el exterior para volver a hundirme con deleite y así estuve por un buen rato.
Empecé a escuchar gemidos prolongados que salían de su garganta, ayes de placer.
Ella se movía completamente entregada a su deleite, se convulsionó, gritó y luego se pegó completamente a mi enterrándose más si fuera posible mi verga en su interior.
Comprendí que había alcanzado un fuerte orgasmo y yo contuve el mío pues todavía no había completado mi propósito.
Me salí de ella con mi falo pleno de vigor y le susurré “quiero tu culito Cindy, ¿me dejas?”.
Como niña buena respondió, “si, pero ponte crema…” Tomé el frasco de crema que estaba sobre la mesita, me unté bien todo el largo del falo y lo apunté al hoyito posterior.
Ella se había quedado en la misma posición esperando el postrer asalto, pero antes de que yo intentara entrar me dijo “pónme también a mí con tu dedito”, y así lo hice.
Rebañé bien su fortaleza última, metí un dedo y le introduje crema, y me dispuse a completar mi ilusión.
De a poco fui entrando, batallé para meter la cabeza, la estrechez de su culito se resistía aunque estaba bien lubricado y sabía que no era yo el primero en rendir esa barrera.
La tomé con firmeza de sus caderas y empujé con determinación y cuando había entrado ya toda la cabeza ella se voltió a verme y con una sonrisa con una buena dosis de perversión me dijo con coquetería y candor: “quédate así, yo me ensarto solita” y empecé a sentir cómo ella hacia presión hacia atrás y se empezaba a empalar por propia voluntad.
Fue maravilloso sentir como mi verga avanzaba por efecto de la presión de Cindy y entraba palmo a palmo en esa gruta que me había seducido desde que la miré por primera vez.
En ese momento supe a plenitud que desde que vi a Cindy entrar a su casa y advertí la perfección de su culito la tarde no estaría completa si no lo gozaba en una cogida inolvidable, y así estaba sucediendo.
Una vez entré empecé a bombear con gentileza para no lastimar a mi pequeña amante.
Me deleitaba al sentir lo estrecho de su grutita posterior, lo tremendamente caliente que estaban sus entrañas, lo delicado que me apretaba.
Gozaba a plenitud de ese pequeño canal y tan pronto me hundía hasta lo profundo salía a la mitad para volver a entrar, una y otra vez, una y otra vez.
Cindy arqueaba su espalda y levantaba su cabeza y en un momento volteó a verme con una sonrisa de plenitud.
Vi sus mejillas incendiadas por el placer y advertí que la corrida que había estado retrasando se empezaba a formar en mi espina dorsal como un huracán en el Pacífico.
Sentí que me enchinaba completo, me tensé, me arqueé y una descarga de placer, adrenalina, pasión y locura salió de mi y se concentró en mis testículos que empezaron a disparar leche como no lo había hecho en mucho tiempo.
Una, dos, tres, cuatro, cinco descargas potentes salieron por el caño de mi verga y se depositaron en la estrecha gruta de Cindy.
Me pegué a sus nalgas como desesperado y con un grito de triunfo, un Ahhh profundo terminé de descargar.
Me salí de ella y me derrumbé en la cama y ella se echó acurrucada a mi lado y mucitó “Me gustó mucho lo que me hiciste”.
Pasaron unos minutos de relajamiento en que suavemente acariciaba ese tierno cuerpecito que tanto placer me había otorgado, besaba ese hermoso rostro de niña todavía rojo por la pasión, acariciaba suavemente su cabello cuando un toquido en la puerta me saco del paraíso para retrotraerme a la realidad.
Una voz de mujer, seca, impersonal dijo “terminaron las dos horas”.
Mientras me vestía le pregunté a Cindy “¿puedo volver a verte?” y ella con una tierna sonrisa respondió “si, cuando tú quieras”, se levantó, se acercó a mí y me dio un tierno beso en los labios.
Francisco…FIN
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