Claudia, del voyeurismo al bisexualismo (Parte I)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por MilkyQueen.
Hola de nuevo mis amigos y amigas de SST, de nueva cuenta les traigo una historia de mi vida.
En esta ocasión me gustaría contarles sobre los inicios de mi bisexualidad.
Es una historia un poco larga, por lo que quizás deba contarlo en varias partes.
Sé que les gustará, así que sólo les pido que lean y tengan paciencia mientras estas partes se publican.
Debo decir que me declaré bisexual desde pequeña, pero por presiones de mi madre (totalmente homofóbica y conservadora) lo reprimí durante mucho tiempo.
Es gracias ahora al que es mi esposo que me siento libre de confesarlo y de ser quien realmente soy y fui desde un principio.
Esta historia se remonta a mis 12 años de edad (hoy en día tengo 25 años, así que es un buen tramo).
Yo fui una pequeña siempre más desarrollada que las demás niñas, a tal grado que mi menstruación me llegó a los 9 años.
Mis pechos crecieron desde los 11 años y hasta hoy conservan un buen tamaño.
Desde pequeña siempre fui muy retraída, muy tímida y eso me lo hacían saber familiares y amigos cercanos, ya que no era muy conversadora y pensaban que tenía un problema psicológico muy fuerte.
En ese entonces mi mamá se hizo amiga de una señora llamada Laura que tenía dos hijas, Berenice y Claudia.
Berenice tenía la edad de mi hermano (unos 7 años aproximadamente) y asistía al colegio con él.
Claudia ya tenía 14 años y en unos cuantos meses cumpliría los tan deseados 15 años.
Berenice tenía rasgos muy lindos y tiernos, y era algo gordita y simpática.
Claudia en cambio, era muy mimada y presumida, era un bombón de mujer.
A pesar de su corta edad, su cuerpo aparentaba más edad.
De piel morena, labios gruesos y nariz fina, ojos grandes de color ámbar, cabello oscuro y corto, de grandes tetas, cadera y culo.
Sus piernas bien torneadas y unos muslos apetitosos.
Tenía un lunar cerca del labio, que la hacía lucir más sensual.
A pesar de su aspecto, era una chica que no le tenía miedo a nada y muchas veces hacía labores en la casa como plomería porque su padre las había abandonado años atrás.
Mi mamá iba mucho a visitar a Laura y a sus hijas, y solía comentar cosas de mi hermano y mías con ella.
Nosotros le decíamos que no lo hiciera pero ella seguía firme en contarlo todo.
Durante sus visitas, mi madre le contó a Laura mi incapacidad por relacionarme con la gente y Laura le comentó que Berenice y Claudia estaban tomando clases de ballet, que podría inscribirme y probar cómo me desenvolvía con otras niñas de mi edad.
Ese mismo día por la tarde mi mamá me dijo que al día siguiente tomaría las clases de ballet.
Yo hice un berrinche de los mil diablos, porque a pesar de que me encanta el ballet, no quería salir con otras chicas.
Me sentía bien estando en casa, leyendo y dibujando.
Pero a mi mamá parecía no importarle y me confirmó que al siguiente día por la tarde Laura pasaría a buscarme para llevarnos a todas juntas a la clase.
Dicho y hecho, el día siguiente como a las cinco o seis de la tarde pasó Laura por mí.
Iba en una camioneta blanca, y atrás iban Berenice y Claudia.
Laura bajó y tocó el timbre de mi casa, y mi mamá salió corriendo de inmediato.
Yo salí a rastras, y muy a mi pesar, con una mochila pequeña para cambiarme en la sesión de ballet.
Laura me dijo que no me sintiera mal, que tal vez el ballet me gustaría, y abrió la puerta trasera de la camioneta.
Y ahí conocí a Claudia por primera vez.
Llevaba una blusa negra escotada y su cabello recogido en media coleta, con una minifalda que le ceñía la cintura de manera muy sensual.
Debajo llevaba unas medias negras un poco transparentes y zapatos de piso.
Iba masticando una goma de mascar y me sonrió y me ayudó a subir.
Yo me quedé embobada y mi madre y Laura se rieron, pensando que me había quedado helada al ver lo grande que era la camioneta.
Hasta mucho después comprendí que la que me había impresionado había sido Claudia.
Durante el trayecto Berenice preparaba sus cosas y Claudia hablaba conmigo, quizás porque notó mi berrinche al no querer ir.
Admito que no le prestaba mucha atención, y varias veces miré su precioso escote y su piel morena.
Aunque pequeña, sentía un cosquilleo agradable en mi sexo cada vez que la veía ahí, tan sensual y segura.
Llegamos a la clase y Claudia me presentó con la maestra.
Era bonita y muy joven, apenas unos años mayor que Claudia, y me recibió con mucha alegría.
Nos dio la indicación a todas de que nos cambiáramos y fuimos a los vestidores.
Yo me puse el conjunto de licra rosa, a pesar de que odiaba el rosa, mis medias y mis zapatillas.
Realmente parecía una princesita.
En cuanto Claudia salió con el traje de ballet, me dio un vuelco el corazón.
Su leotardo era negro y también tenía escote, y caía aún más por sus pesadas y grandes tetas.
Su cintura se marcaba más por las curvaturas de la entrepierna y las medias marcaban sus muslos anchos y firmes.
Era realmente un Cisne Negro que desbordaba pasión y sexualidad por donde se le veía.
Así pues nos separamos, ya que las niñas “pequeñas” hacíamos un grupo y las chicas de 13 años en adelante hacían otro.
Yo hacía mis ejercicios tal cual me decía la maestra, pero sin quitarle los ojos de encima a Claudia.
La maestra pensó que estaba mirando hacia el espejo que teníamos enfrente y me llamó la atención varias veces.
Sin embargo, mi atención iba dirigida totalmente hacia Claudia.
Ver cómo se movía, cómo bamboleaban sus tetas con la melodía, cómo subía los brazos y meneaba las caderas y los pies al ritmo de la canción clásica, ella era la encarnación de la lujuria en esos momentos.
No pude quitarme su imagen de la cabeza en toda la clase.
Terminó la sesión de ese día y todas estábamos exhaustas y sudorosas.
Claudia se acercó a ofrecerme agua para tomar y cuando se agachó a darme la botella, pude ver sus tetas colgando, y podría asegurar que miré uno de sus pezones, oscuros y deliciosos como de chocolate.
No sabía qué hacer y me quedé callada, sonrojándome de pies a cabeza.
Ella era tan linda que sólo me sonrió y dijo que desde ahora seríamos amigas.
Tal vez ella pensó que sería buena idea para hacerme un poco más sociable.
Yo ahora pienso que fue una mala idea porque me excitaba cuando estaba cerca de ella.
Comencé a ir más seguido al ballet, para ser honesta la causa mayor era Claudia.
Muchas veces fingía que no entendía los pasos y ella me los enseñaba; aprovechaba mi condición de “nueva” para que ella hiciera las poses y así poder apreciar mejor su cuerpo.
No recuerdo si lo hacía de forma consciente o no, pero me gustaba hacerlo.
Cada clase a la que asistía me iba acercando más a ella, y de verdad nos hicimos amigas.
Fue tanta la confianza que ambas tomamos, que me invitó a acompañarla para escoger su vestido de XV años.
Yo estaba contenta aunque no sabía muy bien la razón, es hasta hoy día que comprendo que mi mente infantil ya se hacía una idea bastante madura de lo que podría ver en ese viaje.
Llegó el día y me alisté desde temprano para ir con Claudia.
Incluso mi mamá se extrañó porque me había levantado temprano, lo recuerdo bien.
Llegamos a su casa y me encontré con la mala sorpresa de que no iríamos sólo ella y yo, sino amigas de su edad.
Entonces sentí como que desentonaba un poco, pero el hecho de querer estar cerca de ella me hizo tragarme esa mala pasada.
Laura condujo hasta el centro de la ciudad y comenzamos a recorrer las tiendas, todas ellas emocionadas mirando los vestidos, todos preciosos y brillantes esperando para ser probados.
Entramos a varios y Claudia se probó algunos de ellos, pero no la convencía ninguno.
En una de las últimas tiendas que visitamos, tenían en el aparador un hermoso vestido color salmón, que imaginé le quedaría perfecto por el color de su piel y además, por la forma del escote, le haría marcar su cintura y esas tetas que me tenían como loca desde que la conocí.
Llamé su atención y Claudia miró el vestido con amor, y le preguntó a la encargada que si se lo podía probar.
Sus amigas entraron también emocionadas y todas la esperamos fuera, en los sillones de la tienda.
Mi curiosidad me estaba matando, hacía ya unas dos horas que había estado probándose vestidos y no había tenido tiempo de verla cambiándose.
Yo nunca había hecho eso, pero Claudia me incitaba a portarme mal.
Pensé que nadie me vería si me escurría hacia los probadores, ya que eran bastante amplios y habían vestidos amontonados en la salida, así que, cuando Laura y las chicas se distrajeron, me escondí entre los vestidos sentándome en el piso.
El lugar que había escogido era perfecto pues las puertas de los vestidores eran pequeñas.
Pude ver sus pantorrillas bien contorneadas y me acomodé mejor, hasta un punto en el que pude verla completamente de pies a cabeza gracias al espejo del probador.
Tenía puesto el vestido salmón y le había delineado su figura a la perfección.
Como había predicho, el escote le marcaba su preciosa cintura y le apretaba las tetas y se miraba despampanante.
Pude escuchar que decía para sí misma que se veía divina, y que luciría mejor que las perras de sus amigas.
Miraba una y otra vez, por delante y por detrás, por los lados.
Definitivamente era el vestido perfecto.
De repente se paró frente al espejo, y miró fijamente sus tetas apretadas en aquel escote brillante.
Se acarició por encima de ellas y suspiró.
No lograba comprender qué estaba haciendo, y entonces comenzó a quitarse el vestido hasta quedar totalmente desnuda.
Mi sueño se había hecho realidad.
Estaba parada ahí, imponente, luciendo su hermoso cuerpo expuesto frente al espejo.
Ahora podía apreciar mejor lo que sólo veía tras el escote de su leotardo negro.
Sus tetas eran enormes, y sus pezones eran bastante grandes, oscuros y marcados, como había visto anteriormente.
Tenía un lunar cerca del pezón izquierdo muy coqueto y bien ubicado, y sus pechos se veían suaves y mamables.
Su cintura era pequeña y marcaba con mayor ahínco sus enormes tetas.
Su cadera era muy grande y sensual, marcaba de maravilla su culo trabajado por las horas en el ballet y el gimnasio.
Su vagina estaba depilada y se notaba en cierta parte más oscura, toda ella una muñeca de chocolate dispuesta para comer.
Yo la espiaba mientras comenzaba a sentir todo mi coñito caliente, y sin querer llevé mi mano hasta él y lo sentí húmedo.
Cuando traté de acomodarme para mirarla bien mi coño rozó contra la alfombra en la que estaba sentada y la sensación me gustó, y me gustó tanto la sensación que seguí rozándome poco a poco, mientras veía a mi diosa contemplándose en el espejo.
De repente, escuché que la encargada se acercó y le preguntó si estaba todo bien, a lo que Claudia brincó de nervios y yo junto con ella.
Para mi suerte, no me habían visto, y ninguna de las chicas había notado mi ausencia.
Claudia respondió que estaba todo en orden y que saldría pronto.
La encargada se fue y Claudia seguía mirándose.
Yo la veía embobada, mientras ella llevaba sus manos a sus tetas y las sobaba.
Sus tetas eran tan grandes que no le cabían en las manos, y tenía que estrujarlas y veía cómo se le desbordaban entre los dedos, eso es un fetiche que hasta hoy en día busco.
Claudia estaba tan inmersa tocándose que vi que se comenzaba a sonrojar, y comenzó a apretar sus muslos fuertemente.
Apretaba más fuerte su pecho y pasaba la mano de uno hacia el otro, y miré que comenzó a pasar su lengua larga por uno de los pezones, gimoteando un poco.
De repente llevó una mano a su coño.
Al sacarla, pude ver que salió un líquido viscoso, parecido al gel, de entre sus piernas.
Pensé que tal vez algo se había quedado pegado a ella de los vestidos que se había puesto.
La inocencia en esa edad es impresionante.
Como temiendo su culpa prematuramente, Claudia se asomó con cuidado por la puerta del vestidor, asegurándose que no había nadie viéndola.
Volvió a cerrar y miré que comenzó a buscar algo en su bolsa.
Se incorporó de nuevo y alcancé a ver que en sus manos tenía lo que parecía ser un labial rojo.
Me imaginé que quería maquillarse para verse bonita cuando volviera a probarse el vestido, pero no era así.
Le quitó la tapa al labial y lo giró, y pude escuchar un sonido vibratorio.
En efecto, ¡era un vibrador! ¡Claudia! Era tan pervertida que lo había escondido muy bien.
Claudia se recostó en el pequeño sillón de su probador y abrió sus piernas.
Mientras una mano tocaba y apretaba uno de sus pechos, con la otra acercaba el labial a su vagina ya abierta.
No entendía muy bien lo que hacía, pero el ver su cara de placer, su sonrojo, su respiración entrecortada y sus movimientos me excité yo también.
De nueva cuenta puse mi coño sobre la alfombra y seguí rozándome.
Ella estaba inmersa en lo suyo, emitiendo gemidos por lo bajo de vez en cuando.
Por mi parte, comencé a sentir un calor que recorría mi espina dorsal, y aumentaba conforme mis roces contra la alfombra eran más marcados.
Sus caderas se movían tan sexualmente que desbordaban por la silla, y se tapaba la boca con la otra mano para que no la escucharan.
Seguí rozándome, y una imagen cruzó por mi cabeza: me vi a mí misma junto a ella, rozándola con el labial y tocándole las tetas, y eso me puso a mil.
No entendí muy bien, pero la sensación fue creciendo hasta que desapareció por completo y terminé con mis calzoncitos mojados.
Sentí que el cuerpo me temblaba, pero pude aguantar lo suficiente para observar que ella llegó a un orgasmo mudo.
Todo fue tan rápido que no supe lo que pasó, y ella inmediatamente se incorporó, preocupada tal vez porque alguien la hubiera visto.
¡Qué afortunada había sido yo entonces!
Pensé que no sería buena idea que me vieran llegar junto con ella así que salí rápidamente de mi escondite y me dispuse a llegar por el lado contrario, cuando Claudia abrió la puerta y me pegó en la nariz.
Ella se espantó y se arrodilló, pidiéndome perdón.
Me dolió terrible, pero nada se comparaba a la sensación que había tenido anteriormente, así que pedí disculpas y me levanté.
Sangré un poco y ella asustada me llevó ante su madre.
Todas las chicas se espantaron y Laura me preguntó que por qué estaba cerca de la puerta de Claudia, a lo que respondí que “me aburría y me había puesto a ver los vestidos del probador”.
Debido a mi tierna edad, todas lo creyeron así.
Finalmente regresamos a casa, y Claudia venía platicando con sus amigas mientras me abrazaba.
El hecho de sentir sus tetas en mi cara me hacía sentir bien, sobre todo porque había podido verla masturbándose anteriormente y volvía a imaginarme en la situación con ella.
Laura me llevó con mi mamá y le explicó la situación.
Yo me llevé unos buenos regaños por parte de mi madre, pero no me importó.
Nada era lo suficientemente malo como para arruinarme el recuerdo de aquella sesión de espionaje hacia Claudia y su necesidad de placer.
Y bueno chicos, por ahora corto el relato hasta aquí, porque esta historia es muy larga y muy buena para ponerla en un solo tramo.
Si les gusta el relato háganmelo saber y con gusto les contaré el final, que es mejor que lo que han leído.
Un beso y un abrazo de su amiga MilkyQueen.
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