COGI CON UN NEGRO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por barquito.
COGI CON UN NEGRO
Mi marido está inválido desde hace quince años y no le gustó nada que el nuevo enfermero de la obra social fuera negro, no por algún tipo de discriminación racial sino porque los argentinos no estamos acostumbrados a la negritud y a nosotros nos pone incómodos que ellos crean que los segregamos; de cualquier manera y como su presencia era necesaria para el mantenimiento de sus escaras, no sólo tratamos de hacerle gratas sus dos horas, sino que sinceramente le brindamos nuestra confianza y así, en ese intercambio que se da entre personas de distintas nacionalidades, nosotros lo fuimos aggiornando con su porteñidad y él con las cosas propias de Colombia.
Día a día él se abría más y su proximidad de joven fortaleza, ponía oscuros pensamientos en mi mente por las noches mientras me consolaba con solitarias masturbaciones y a los cincuenta y tres años alimentaba la fantasía de conocer una de esas míticas pijas negras; quiso el destino que en nuestras conversaciones surgiera el por qué de mi piano de cola y él se alegró al saber que era profesora de piano y entonces, ya con esa confianza que da la cotidianeidad, entonó algunas cumbias y boleros de los que era autor pero no podía llevar al conocimiento público por no tener manera de escribir la música.
Naturalmente, me ofrecí a escribir las partituras pero él fue más allá y me pidió le enseñara los rudimentos del instrumento y de esa manera, desde la mañana siguiente, tras curar a mi marido, le enseñaba pacientemente cómo colocar las manos y cómo formar los acordes y cómo él sabía algo de música, ya a la semana la emprendía con temas elementales hasta que, sentándome con él en la larga butaca, lo fui guiando para que tocáramos otros temas a cuatro manos.
Resultó ser un alumno aventajado y pronto le propuse que mientras yo ejecutaba las melodías con la derecha, él lo hiciera con los acordes de la izquierda; Jairo tarareaba sus composiciones y juntos comenzamos a hacerlas comprensibles, con lo que yo también me entusiasmé y así, mientras ambos seguíamos el ritmo con el cuerpo meciéndonos a un lado y otro, pasé mi brazo izquierdo sobre su hombro y él puso su mano derecha en mi cintura.
Cada vez sonaba mejor y balanceándonos juntos, conseguimos hilvanar un par de sus canciones; en medio de mi entusiasmo, no noté como él había ceñido mi cintura hasta que nuestros cuerpos se estregaran y recién cobré conciencia de su propósito cuando tomó mi mano para llevarla a su entrepierna a tomar contacto con el bulto que, aun debajo de la tela del ambo de enfermero, ya era notable.
Traté de revolverme furiosa pero su corpulencia, la forma en que me tenía estrechada y el silencio que me imponía la presencia de mi marido en el cuarto vecino, fueron mi perdición, porque ya inmovilizándome con los dos brazos, me besó con sus gruesos labios mientras las manos se metían por debajo de mi ropa para sobar las tetas; hacía cinco años que las de mi marido las acariciaran por última vez y desde entonces, ninguna mano masculina había tomado contacto con mis tetas que, sin ser grandes, eran dueñas de una sensibilidad especial que en ese momento afloró, haciéndome estremecer.
Su beso me ahogaba y en tanto resollaba por la nariz a la búsqueda de aire, notando mi parálisis que no era consentimiento, Jairo guió mi mano para que venciera el elástico del pantalón en busca de su pija; casi instintivamente o por la costumbre de tantos años de hacerlo, mis dedos envolvieron la verga y ahí nomás comencé comprobar que el mito no lo era.
Casi como en una revelación, tuve que admitir que ya me sería imposible deshacerme de él sin provocar un escándalo y como a mi edad no quería pasar a ser la vergüenza de la familia por aquello de que siempre las mujeres somos culpables o porque en definitiva estaba cansada de mi abstinencia y esa pija que amenazaba ser formidable podría eliminar mi histérica angustia, me dejé llevar y aceptando el beso con la respuesta de mi lengua, apreté la verga entre los dedos en una incitante caricia.
Comprendiendo mi aceptación, el terminó de sacarla del pantalón y ordenándome que lo chupara, empujó mi cabeza hacia la entrepierna; una cosa era el tacto y otra la vista…Mi Dios!.. ¡ qué cosa maravillosa! No podía dar crédito a lo que veía porque, a pesar de estar todavía tumefacta, ya su tamaño excedía a cuanto conociera y prometía que una vez erecta, sería un instrumento tremendo y de temer; acomodándome sentada entre sus piernas abierta, la alcé con la mano para llevar la boca a su base y allí, chupándole el escoto de los redondos huevos, comencé a sentir ese sabor a orina y sudores que me enloquecía y en tanto manoseaba a la cabeza y el tronco en procura de su endurecimiento.
Ya estaba lanzada y no me importaba nada y al tiempo que lo pajeaba con los dedos, fui subiendo por la pija a lo largo de ese tronco interminable y cuando llegué a la cabeza, la chupetee con todas mis fuerzas para después abrir la boca despacito, porque era enorme, e ir metiéndola entre los labios hasta el surco y allí, apretando los labios, fui chupando y saliendo una y otra vez a la vez que los dedos, que ya no abarcaban todo su ancho, lo masturbaban adelante y atrás a la vez que giraban.
Ni siquiera había pesando en meterlo entero porque sabía que no lo soportaría, pero Jairo pensó de otra manera y parándose, me hizo arrodillar para volver a meter la fantástica pija entre mis labios pero ahora, tomó mi cabeza con las dos manos y fue metiéndola como en una concha; era tan larga y gruesa que a mí comenzó a costarme y dolerme, pero el no paraba un momento y así, sin llegar a tenerla adentro toda entera, la punta golpeó mi garganta para hacerme estremecer en una arcada pero cómo él continuó cogiéndome como si fuera una vagina, me aflojé y comencé a disfrutarlo.
El muy cabrón me quería coger así y entre mis quejas y lamentos ahogados por la pija, entraba y salía, entraba y salía y cada vez eran más grandes mis ganas de coger…. y supongo que de él también porque tomándome del pelo me obligo a pararme y haciéndome apoyar los antebrazos en la banqueta, por mi estatura y las piernas estiradas, mi culo se proyectó alzado y entonces, apartando la bombacha, embocó la cabeza en la concha para comenzar a penetrarme; gracias Dios lo hizo lentamente porque a medida en que entraba, su grosor era mayor y las carnes resecas se lastimaban y escocían por la firmeza del empujón al que no daba crédito porque al llegar al cuello uterino no se detuvo y siguió penetrando hasta que la punta raspo el endometrio, y ya si poderme contener, lancé un sonoro sí que fue acompañado de un sollozo por el sufrimiento y el placer que me daba.
Era realmente impensable que pudiera soportar semejante bestialidad dentro mío y sin embargo, ese mismo sufrimiento me hacía sentir cosas nunca experimentadas y en mi vientre bullía el deseo más oscuro; por eso y cuando él me tomó de las caderas para hacerme balancear al ritmo que le daba a su cuerpo en la cogida, reclamándole a Dios, yo misma menee la pelvis para sentir mejor esa maravilla que me socavaba en una mezcla de espantoso dolor y sublime placer.
En mis cincuenta y dos años y desde los catorce, no había sido precisamente continente en mis expresiones sexuales, teniendo el íntimo orgullo de haberlo probado todo, hasta la zoofilia, pero aquello tenía una intensidad de goce que lo hacía único y uniéndome a su entusiasmo, acompañe sus embestidos con una oscilación frenética de mi cuerpo al tiempo que le exigía por más, una y otra y otra vez.; y así fue por unos momentos más en los que yo bramaba por el martirio y el placer pero entonces, diciéndome que abriera mis piernas flexionadas de costado como una rana y apoyara la cabeza sobre el tapizado, sacó la pija de la concha y dejando caer simultáneamente una gran cantidad de saliva entre las nalgas, la apoyo contra el culo y de un solo golpe la zampó adentro.
Siempre la sodomía había sido la frutilla del postre de mis encamadas pero ahora, paralizada por la sorpresa y el dolor más intenso, no atiné a nada y él, engarfió sus manos en mis ingles como lo hicieran los perros que me cogieran y comenzó un lento proceso en el que la verga salía de la tripa para volver a entrar con la misma intensidad y aquello debe haber despertado en mí un proceso de estimulación, ya que sin poderlo evitar y en medio de mi llanto, sentí como evacuaba mis heces en sonoros chasquidos y esa lubricación pareció entusiasmar al negro quien ahora sí aceleró el tramite para comenzar con una verdadera culeada y sintiendo como la mierda chirle corría por mis muslos a la vez, envié una mano a restregar al clítoris y en medio de gritos y sollozos, la explosión del orgasmo me alcanzó y recibí complacida su lechoso semen en mis nalgas.
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