Como conocí a Susana y sus hijas – II
Segunda parte de la historia. .
SEGUNDA PARTE
Hola. Soy médico de 36 años y actualmente vivo en la ciudad de Medellín. He empezado a contar algunas de las historias sexuales en mi vida. Aquí va la segunda parte de la historia sobre Susana y sus hijas.
…
Desde aquel día noté como Kari permanentemente hacía todo lo posible por mantener contacto físico conmigo, bajo la mesa me tocaba con sus piecitos, al pasar cerca de mí hacía chocar su cuerpito contra el mío, me abrazaba y me decía que me quería, yo además aprovechaba para ocasionalmente tocarle la colita y las piernitas sólo para ver que dibujaba su sonrisa en el rostro. En una ocasión incluso Lucía, su hermana mayor nos vió, se sonrojó pero luego sonrió ella también y todos reímos.
Así también sucedía varias veces en mi cuarto cuando por las tardes irrumpía con la excusa de querer hace tareas. Recuerdo una vez muy bien cómo estando yo sentado en frente del computador se sentó en mis piernas. Venía con su faldita de colegiala y empezaba a buscar cosas en el computador y yo le ayudaba. En un momento le dije que me sentía incómodo y le pedí que se acomodara, cuando lo hizo so colita quedó justo apoyada sobre mi verga que la tenía ya de un tamaño considerable. Empezamos a ver unos videos graciosos que tenía en mi PC por lo que se reía y movía su colita. Me estaba volviendo loco. Yo aprovechaba además para deslizar mi mano por sus muslos bajo la falda.
– Te ves tan linda cuando te ríes – Le dije.
– En serio crees – me preguntó con una sonrisa.
– Claro, ¿No ves que me dan ganas de comerte a besitos cuando sonríes? -y me reí.
Ella también se carcajeó. Le dije que tenía que acomodarla mejor. Se levantó un poquito y yo aproveché para subirle la faldita desde la parte posterior dejando que se sentara sobre mí sin el contacto de la tela de su falda, cuando lo hizo empezó a moverse en circulitos y hacía rozar mi verga por toda su colita.
– Ya te estoy creyendo cuando dices que te parezco linda – me dijo mientras me miraba de soslayo con una sonrisa pícara que saben hacer las mujeres desde niñas cuando el destino tiene marcado para ellas un camino de lujuria.
Esa noche no lo soporté y tuve que al menos masturbarme dos veces recordando esos momentos. A veces pensaba también que todo estaba mal, que esto no era correcto. No obstante un deseo irresistible me movía, no sé por qué pero estos instintos eran más fuertes que cualquier reflexión, me consolaba con pensar que Kari parecía también disfrutarlo y que todo se iba dando sin mayor presión. Cabe destacar que de cualquier manera si era sorprendido, por ser yo mayor de edad, podría incluso pagar con cárcel así Karina dijera que siempre fue con su consentimiento; pero como digo, estas razones no me movían a dejarlo y por el contrario a veces buscaba que las ocasiones aparecieran, lo que afortunadamente no era muy difícil.
En las mañanas que tenía libre solía irme a la biblioteca de la Universidad de los Andes que me quedaba cerca aunque en ocasiones me quedaba en casa cuando el clima no era muy favorable para salir. Doña Susana (a la que en realidad llamaba simplemente Susana) era atenta conmigo y me llevaba chocolate y galletas o algún otro delicioso bocadillo. Se quedaba hablando conmigo de distintos temas y estaba muy interesada sobre el conocimiento médico. Me preguntaba sobre cosas que tenía su mamá, qué significaba tal o cual término médico, cuál era el motivo por el cual los médicos le mandaban ciertos medicamentos a su mamá y no otros. Fui ganando su confianza y amistad de este modo. Incluso se emocionaba cuando asistía a las citas con el cardiólogo a las que iba su mamá y el cardiólogo les decía lo mismo que yo ya le había explicado días atrás.
– Yo quiero que cuando me toque ir al médico me toque alguien como tú porque eres simpático, explicas bien y sabes mucho -me decía sonriendo.
– Estaría encantado con una paciente como tú, Susana -le decía mientras veía un brillo especial en sus ojos, simultáneamente sus mejillas se ponían sonrojadas. ¡En ese momento se veía tan atractiva!
Cierta mañana me desperté algo tarde. Eran cerca de las 9 de la mañana y salí a la sala. Susana me miró y sonrió como todas las mañanas:
– Buenos días, Santiago. Ya te preparo el desayuno -me dijo.
– Dale. Voy a leer algo aquí en el comedor.
Estaba con mi pantalón de pijama y una camiseta blanca. Parecía hacer un día bonito en la ciudad y de pronto podría salir antes de almuerzo a dar un pequeño paseo antes de entrar al hospital. Susana estaba con pijama también. Era un lindo conjunto enterizo, con tiritas y la faldita le llegaba hasta la mitad de los muslos. Era hermoso ver como ese culito respingón hacía que se levantara la parte trasera del vestido. Las piernas estaban muy bien torneadas y podía verse que no llevaba sostén. Los pezones se dejaban ver sutilmente como dos pequeños promontorios sobre esas dos bonitas formas que tenía por senos.
Me sirvió el desayuno y siguió con sus quehaceres.
– Esto haciendo arreglo general de la casa desde temprano porque Carlos llega mañana -me dijo.
Don Carlos había salido de nuevo a la costa Atlántica a sus acostumbrados viajes de investigación de homicidios de la Fiscalía.
– Esta casa está vuelta un despelote -se quejaba mientras sonreía.
– Si quieres te ayudo en algo.
– No, tranquilo, no te preocupes. O bueno, sí, ¿podrías poner algo de música? Me gusta la música que a veces escuchas.
– Claro que sí -le dije, y puse una lista de reproducción de bossa nova que me gustaba oír cuando hacía algo que no demandara mucha atención.
La casa se inundó de sonidos de guitarra acústica con cuerdas de nylon, percusión de cueros y ese rumor de voces hablando en portugués tan maravilloso que tienen los ritmos brasileños. Dejé a Susana en el comedor y fui a mi cuarto a ordenar un poco algunas cosas pero dejando la puerta abierta y asomándome de vez en cuando para ver que Susaba disfrutaba la música y arreglaba la casa en ese vestidito de pijama que me parecía tan encantador.
Cerca de las 11 am se acercó a mi cuarto con un jugo de naranja y lo recibí agradecido mientras la invitaba a pasar.
– Uf, ha sido una mañana muy movida para mí pero me siento contenta como va quedando la casa -dijo mientras llevaba la mano hasta su cara y hacía a un lado un mechón de pelo que le caía graciosamente. Se había hecho una moña en la que recogía todo el cabello en la parte de arriba. Su cuello estaba descubierto y había en él el dorado brillo de una sutil transpiración.
– Sí, te he visto todo el tiempo como has estado moviendo todo -le respondí mientras bebía un sorbo del jugo de naranja sin dejar de verla a los ojos como agradeciendo su gesto -¿Quieres un poco de jugo?
– Te voy a recibir un poquito.
Estiró la mano y el contacto de sus dedos suaves hizo contacto con mi mano de una manera que no me pareció casualidad. Parecía un movimiento muy premeditado para tocarme la mano, o al menos eso me pareció. Fue electrizante. Bebió un poco y me pasó de nuevo el vaso. De pronto vi que llevaba la mano izquierda hacia el cuello, al área del trapecio e inclinaba su cabeza hacia ese lado como si le doliera.
– ¿Te está doliendo el cuello?
– Sí, un poco. Debe ser por todo el oficio en casa que he hecho -me dijo entrecerrando los ojos y haciendo con su boquita como un gesto de puchero.
– Déjame ver.
Me acerqué hasta mi cama en donde ella estaba sentada. La faldita de su vestido de pijama se había subido un poquito más arriba de la mitad del muslo y cuando me vio acercarme a ella decidió sentarse un poquito de medio lado para ofrecerme su espalda a mi exploración haciendo que el vestido quedara atrapado entre ella y la cama mientras su muslo se descubrió aún más con el movimiento de medio lado. Me senté a una distancia prudente y acerqué mis manos hasta su nuca.
– Vaya, sí tienes un espasmo aquí.
– ¿En serio?
– Sí, bastante notable. Quizás necesites algún miorelajante o un analgésico -le dije.
– Ay, no, no me gusta tomar pastillas.
– Bueno, si quieres puedo darte un pequeño masaje -le dije conteniendo la respiración pues la situación era bastante rara. Ella era una mujer casada y al menos 6 años mayor que yo.
– ¿En serio lo harías por mí? -fue su respuesta.
– Sí, claro, no tengo problema.
Años atrás había hecho el año rural (que es el año en el que trabajamos en algún municipio del país como parte de los requisitos para obtener la tarjeta profesional) en un pueblo del Valle del Cauca en donde la gerente del Hospital nos había regalado a todos los médicos y enfermeras profesionales un curso de masajes cuyo objetivo era ser adyuvante en diversos padecimientos osteomusculares con los cuales llegaban algunos pacientes ya que era un pueblo en donde estas dolencias eran frecuentes pues su economía estaba relacionada con diferentes actividades económicas que requerían trabajo físico.
– Lo único es que no tengo una crema o algo aquí -le dije.
– Tengo una crema Lubriderm para el cuerpo, ¿esa te sirve?
– Claro que sí, aunque si tuvieras aceitico de coco sería mucho mejor -le respondí.
– Jajajaja, de ese no tengo pero ya traigo la Lubriderm -dijo mientras salía por la crema.
Decidí beberme todo el jugo de naranja de un gran sorbo como si se tratara de una bebida alcohólica y buscara un espirituoso néctar que me infundiera energía, vigor y confianza, porque debo confesar que esta situación me ponía nervioso pero también sentía esas cosquillas en el bajo vientre al mismo tiempo que sentía aumentar la turgencia en mi verga.
– ¿Dónde me hago? -me inquirió sonriendo mientras sostenía el tarro de la crema Lubriderm en sus manos.
También sonreí y le dije que se tumbara en la cama boca abajo. Recuerdo que el tendido de mi cama era de color gris oscuro y la piel blanca y turgente de sus piernas y muslos resaltaba muy bonito en él. Se quitó las sandalias que tenía y subió a mi cama. Tenía unos piecitos lindos, pequeños, parecían juguetones sus deditos. En ese momento recordé días atrás lo que había sucedido con Karina mientras exploraba su entrepierna con los juguetones dedos de los pies míos.
– Bueno, déjame que baje un poquito las tiritas de tu vestido -le dije.
Ella estaba acostada boca abajo y lo que hice simplemente fue bajar las tiritas del vestido de su pijama hasta la mitad de su brazo para que su cuello y hombros quedaran desnudos. El vestido le llegaba hasta la mitad superior de la espalda, cerca de ambas escápulas. Yo estaba sentado al borde la cama. Ella mi miraba haciendo a un lado su carita sonriente y veía cómo aplicaba crema en mis manos para empezar a simplemente aplicarla de manera uniforme por toda la parte superior de la espalda ejerciendo algo de fricción pero sólo para ir logrando un leve aumento de la temperatura en sus hombros. Lo estaba haciendo preferentemente con la mano izquierda ya que estaba sentado al borde de la cama. Ella vio esa posición y me dijo:
– ¿No sería mejor que te subieras también del todo a la cama para que no quedes tan incómodo?
– Tienes razón -respondí.
Me dispuse a subir a la cama. Vi que la faldita del vestido de pijama de Susaba estaba casi en el borde de donde le empezaban esas nalgas deliciosas. No sé de dónde saqué la valentía (quizás de ese gran sorbo de jugo de naranja) pero me atreví a pasar mi pierna por encima y acomodarme como si me sentara en la parte superior de sus muslos y me quedara el inicio de su culo justo en donde se apoyaban mis testículos. A ella no pareció molestarle en absoluto y simplemente movió un poquito su colita para acomodarse mejor mientras sacaba los antebrazos, que habían quedado atrapados bajo mis muslos para ponerlos esta vez por encima de ellos. Así inicié más cómodamente con ambas manos y plenamente el masaje en su espalda.
Palpaba las apòfisis espinosas de sus cuerpos vertebrales cervicales y dorsales superiores para desde ellas ejercer una presión consistente y enérgica hacia los lados según la distribución de las fibras musculares del trapecio en el cuello o del dorsal ancho en la parte interescapular. Con el pulpejo de ambos pulgares ascendía y descendía también en línea recta por las líneas paravertebrales de su columna cervical y dorsal superior hasta donde el borde de su vestido de pijama en la parte de arriba me dejaba. Mientras hacía este movimiento era natural que yo me moviera también y empecé a apoyar sutilmente mi pelvis contra sus nalgas en un movimiento de vaivén que nos unía a ambos en una relajación indescriptible.
– Ay, ahí se siente muy bien -me dijo mientras fruncía el ceño y encogía un poco sus hombros.
Eso ocurre cuando la zona de espasmo empieza a relajarse más, hay una especie de dolorcito sutil que es satisfactorio, es difícil de explicar, pero se siente rico. Con más energía empecé a hacer más fuerza en ese sector de su espalda que estaba cerca de su escápula derecha pero el borde del vestido me impedía bajar más.
– Espera y me lo acomodo -dijo Susana.
Entonces pasó ambos brazos por debajo de las tiritas para quedar libre de ellas y poder extender sus brazos hacia adelante con cierta apertura.
– Listo -dijo al terminar el movimiento.
Aproveché entonces para bajar el vestido hasta la parte baja de la espalda y observé cómo Susana arqueaba un poco su cuerpo para poder deslizar la parte superior del vestido de su pijama y bajarlo efectivamente. Una vez lo logré, ella volvió a descansar todo su peso sobre la cama y yo también descargué todo mi peso sobre sus nalgas firmes. Pero ahora veía toda la espalda de Susana a mi disposición y jamás olvidaré la fantástica visión de sus tetas contra el colchón de mi cama. Se veía simplemente deliciosa. Esa curva del borde lateral de sus tetas que se seguía con su preciosa espalda es una de las mejores y más atractivas visiones que conservo de las mujeres de mi vida.
Pronto estaré poniendo la tercera parte. Si les ha gustado me pueden escribir, o para contarme lo que quieran.
Mi correo es [email protected]
excelente sin prisas pero sin pausas, eres de los que ya casi no quedan sigue asi
Muy buena publicación a mi me ha sucedido, parecido a tu historia esperare con ansias el 3 capitulo….
Ala espera de la tercera parte…
Excelente muy sensual y excitante,espero la continuación pronto.
Lindas historia. Las madres jovenes con hijos chicos son las mejores historias…
ojalá sigas