Con el padre Chema
En el relato anterior, les conté cómo le hice una mamada al padre Chema en el jardín del atrio. A pesar de haberse venido abundantemente en mi boca, me insistió en que pasáramos a la sacristía y yo, bajándole la sotana le dije “después”. Aquí cuento qué pasó “después”, el jueves siguiente..
Desde que nos cambiamos a la privada donde está la casa que se nos asignó para vivir, a mis veinte años, conocí al sacerdote de la capilla del barrio. Desde entonces, acudí allí a los servicios religiosos, como cualquier feligrés. Hasta que un día, a mis 33 años, tuve un amante y en acto de confesión se lo conté al padre Chema, quien ha estado a cargo de ese templo.
A pesar de la recomendación inicial del padre de que yo dejará esa relación pecaminosa, yo continué con ella pues me hacía sentir una verdadera mujer amada. En cada confesión donde yo aceptaba que seguía con mi amante, el padre Chema me pedía que le contara detalladamente lo que hacíamos. Yo obedecía, pero invariablemente comenzaba a escuchar los chasquidos del peculiar sonido que hacía el prepucio del padre al masturbarse pues yo misma conocía esos repiqueteos después de tantos años de chaquetear a mi marido, y años después, a mi amante; además, me llegaba el olor del característico aroma del presemen, y yo me prendía… Me excitaba mucho contarle al padre tan detalladamente las cogidas y mamadas con mi amante, que yo también me masturbaba tallándome la panocha con el misal, por encima de la ropa. Así, entre preguntas y respuestas con palabras recortadas o atropelladas, cada quien por su lado llegaba al clímax. Sabía que la confesión estaba a punto de terminar cuando mi olfato percibía la fragancia del semen que el pastor eyaculaba. Entre respiraciones profundas, mientras él se limpiaba la mano con el pañuelo que siempre traía en la manga de la sotana, el sacerdote me daba la absolución y dictaba mi penitencia. Yo disfrutaba al despedirme pues al besarle la mano me enervaba el perfume del esperma que quedaba en sus dedos. Incluso, algunas veces pude ver pequeñas gotas que salpicaron su manga y yo hacía pequeñas contorsiones para pasar mi rostro sobre ellas.
Así disfrutaba yo periódicamente la descarga de mis pecados. Pero un día le conté al padre que mi amante y yo habíamos subido unas fotos mías de desnudos (sin rostro) a Internet y entre las penitencias estuvo que las borrara al día siguiente, exigiéndome que le diera la dirección de la página para que él verificara que así lo hubiera hecho. A la siguiente semana me recriminó que no hubiera cumplido yo con sus instrucciones de borrar las fotos. (¡Ajá.) Le informé que no se podían quitar, ya que yo no tenía derechos ni autorización y que los dueños del sitio se negaban porque, con mi envío, yo di mi anuencia para publicarlas, pero que nadie me iba a reconocer ya que no se veía mi rostro.
El padre Chema insistía en que mi marido las podía llegar a ver, y yo aseguraba que él no me reconocería, así como él lo constataba. El pastor me exigió que lo viera en la sacristía para contrastar las fotos con mi persona y verificar que no podría reconocerlas mi esposo. Era obvio que quería verme encuerada y… ya sabíamos todos que él se iba a ir al infierno, cosa que yo no quería causar, por muy bien que él cogiera y me absolviera a mí. Por ello cambié de parroquia para mi confesión.
Pasaron tres años y tuve que acudir una tarde a esa iglesia donde el padre Chema atendía. Discretamente me pidió que pasara a la sacristía para hablar con él. Yo me negué a entrar, pero charlamos en el jardín del atrio y terminé haciéndole una mamada cuando anocheció. Al despedirme, ante su insistencia de volvernos a ver, le dije que lo haría el jueves, después de la segunda misa del día (eso es como a las 8:30) y que yo esperaba que fuera más tiempo, “tanto como lo que duran dos misas”.
El jueves llegué cuando la misa estaba a punto de terminar. Me coloqué en el pasillo donde el padre Chema saldría rumbo a su aposento. Él le dijo al sacristán que cerrara el templo y se retirara para que regresara a tiempo a la misa de las 12. Caminamos hacia el sitio donde se encontraban las oficinas, las cuales estaban cerradas, y subimos por una escalera hacia sus habitaciones.
–Cumpliste con tu palabra, ahora yo cumpliré con la mía, verás cómo nos vamos a divertir durante dos horas –dijo al cerrar la puerta–. Ponte cómoda –ordenó señalando hacia la sala–, pero muy cómoda, tanto como yo…
Al decir eso último, se quitó el alzacuello y luego se retiró la sotana por arriba, quedando sólo con calcetines y zapatos. Obviamente me sorprendí, aunque no debería hacerlo pues ya sabía yo a lo que iba con él.
–¡No traes nada abajo! Además, no te desabotonaste la sotana. ¿Siempre vistes así? –pregunté sinceramente y recordando la mamada que le hice.
–Casi siempre, sobre todo cuando confieso a las infieles y a las practicantes de la concupiscencia, como tú sabes –dijo quitándose los zapatos.
Miré cómo se balanceaba el pene cuando se dirigió hacia una cómoda donde estaban dos copas de metal. Yo pensé que eran cáliz de plata, pero él me dijo que simplemente eran copas y sirvió un poco de vino riquísimo.
–En las confesiones de ellas, seguramente sólo sueltas un par de botones para estar más cómodo de aquí –dije acariciándolo del pene y las bolas, después de brindar.
–Exactamente… –asintió y me abrazó para darme un beso y, entre caricias y besos, me quitó toda la ropa besándome cada parte que me descubría del vestuario.
Me encantó lo que hizo, pues me trató exactamente como lo hace Bernabé, no en balde sabía, de boca mía, lo que me encendía.
Apenas quedamos encuerados, lo obligué a un 69. ¡Nos mamamos riquísimo! Sí le gusta la leche de burro pues me saboreó la panocha y lamió mis verijas con las chorreaduras de lo que me dejó mi marido. Él sabía que Ramón, mi esposo, me daba rico en la noche y al amanecer. También conocía a la perfección las costumbres de mi amante y su gusto de chuparme bien cogida por mi esposo cuando iba a verlo.
–Se nota en el sabor cuando las feligresas han sido atendidas por su pareja –jugando con su nariz entre mis labios interiores –, y el olor de la vagina es muy fuerte. ¡Rico sabor de mujer amada! –concluyó chupando y sorbiendo los labios y el clítoris simultáneamente.
Así, prensada desde las nalgas por sus grandes manos y por el pubis con su cara, me vine varias veces con las chupadas que me daba, antes de que yo pudiera saborear algo de su leche. Digo “algo” porque la escasez no se comparaba con la cantidad que le extraje en la mamada de la semana pasada en el atrio, al parecer, Chema sabía contenerse.
Me dejó descansar pues se notaba que yo estaba agotada por el exceso de orgasmos. Yo descansaba bocabajo y el desparramaba besos desde la nuca hasta los pies, acariciándome con una mano la espalda y lo demás que besaba, pues la otra mano nunca soltó mis nalgas, las cuales me abrió para lamerme el ano, haciéndome que me pusiera con todos mis vellos erizados. Le pedí más vino para que se incrementara mi arrechura. Mientras yo lo tomaba, Chema me pellizcó suavemente los pezones y los jaló con delicadeza. Cuando consideró que yo ya estaba lista para seguir sintiendo el amor con su macana que no había perdido rigidez, a pesar de la leche que soltó en mi boca, me sentó en sus piernas. Yo dirigí su pene hacia la oquedad de mi panocha y me puse a saltar rítmicamente. Él me sostenía de las tetas y yo, algo borracha, me deleitaba con el viaje que su glande hacía recorriéndome desde los labios hasta el inicio del útero y el golpeteo de mis nalgas en su pubis.
–¡Vente, papacito, vente tanto como yo! ¡Santifícame y bautízame la panocha con lo que traigan tus huevos! –le gritaba a Chema una y otra vez acompañando a mis orgasmos hasta que sentí el chorro caliente de su corrida– ¿No que no tronabas, pistolita? –le dije, cambiando los saltos por movimientos circulares de mi trasero y buscando su boca para besarlo. ¡Qué rica cogida me dio Chema!
–¿A cuántas parroquianas te coges? Lo pregunto porque se nota que eres muy puto, a pesar de tu edad –le pregunté recordando que una vecina mía venía a misa tres o más veces por semana.
–No te voy a decir, pero no me falta el sexo diariamente. A veces, hasta tres en un mismo día. Abundan las pecadoras necesitadas –aceptó.
–Seguramente, los demás las tomamos por piadosas, ahora ya sospecho por qué viene mi vecina Flor diariamente a la iglesia… –dije, reposando mis venidas, aún con su verga dentro de mí, pero no Chema cayó en la provocación.
Mi flujo escurría por sus huevos y caía en el asiento de piel del sillón. Obviamente se tomó un par de pastillas de viagra entre la primera y segunda misas pues el volumen del pene no disminuía, aunque sí su dureza.
–Cuéntame cuál es la posición que más te gusta para coger –insistí.
–La verdad, depende mucho del cuerpo que tenga la dama y me agrada hacérselos como ellas confiesan que les ha gustado más cuando se las cogen. A mí se me antoja cogerte de perrito por el culo, que es como me has dicho que te gusta más –lo cual no fue novedad para mí saberlo–, pero basta con verte desnuda para saber por qué te les antojas más así a tu marido y a tu amante.
–Pues ya no es sólo uso un palo adicional al de mi marido. Contigo ya son siete las vergas que me han entrado –le dije remolineándome en su regazo.
–¡Hay otros cuatro que no me habías dicho! –externó asombrado –, ¡te has descarriado mucho!
–Seguramente seis, además de la autorizada por la iglesia, son pocas comparadas con el número de panochas que has regado –le reclamé –¿Cuántos embarazos has causado?
–Ninguno que yo sepa, pues, después del primer susto, me hice la vasectomía, ya ves que el uso del condón está mal visto por nuestra fe –explicó descaradamente.
–Oye, ¿te has cogido a algún hombre?, o ¿alguien te ha cogido a ti? –pregunté, inclinando la cabeza para darle un beso más.
–¡¿Quieres que me confiese contigo?! –reclamó poniéndome de pie.
–No te enojes, no quiero que me cuentes los detalles –le dije pasando mis chiches por su cara, ya que él se quedó sentado– ¿Fue en el seminario o antes? –pregunte continuando con el paseo de mis tetas por su cara.
–¡Obviamente no te lo contaré! –dijo y se puso a mamarme las tetas y acariciar mis nalgas.
–Ya se nos va a acabar el tiempo y aún no me coges por atrás… –le recordé y volteó a mirar el reloj.
–¿Nos bañamos? –preguntó al levantarse, yo asentí con la cabeza y Chema me tomó de la mano para conducirme a la ducha.
Nos enjabonamos muy bien, en particular, después que me agachó, me pasó varias veces el jabón por el culo. Con una mano me tomó del hombro y con la otra colocó su verga en la entrada de mi esfínter, hasta que embonó bien. Después, tomándome de los dos hombros, inclinado sobre mí, me fue metiendo lentamente y sin dolor su palote que ya estaba tieso.
–¡Qué rico anillito tienes! ¿Te gusta así? ¿No te duele? –dijo cuando empezó el chaca-chaca.
–¡Me fascina así! ¡Cógeme hasta el fondo y dale rápido, puto! –grité y Chema me complació.
Los dos nos gritábamos guarradas y nos movíamos mucho. Yo estaba orgasmeando tanto que creí que me caería pues comencé a sentir que me mareaba. No pasó nada, sólo me dejé llevar por sus ganas y confié en sus manos fuertes que me sostenían.
–¡Querías más leche, puta! ¡Toma toda la que me queda en los huevos! ¡Toma, puta, toma! –gritaba al soltarme tres hirvientes descargas en el recto.
Se salió de mí y nos abrazamos para descansar uno en el otro, ambos estábamos desguanzados. El agua seguía cayendo llevándose su leche, junto con algo de excremento mío. Yo le limpié la verga con jabón y él lo hizo con mi culo abierto, donde me cupieron tres de sus dedos para limpiarme y enjuagarme muy bien. Por último, me agaché para tragarme toda su pija exangüe y acariciarle los huevotes.
Me secó y aprovechó para lamerme el culo y la pepa. Nos vestimos en silencio dándonos besitos en la boca.
–¿Cuándo vuelves a venir? Quiero que vuelvas a confesarte conmigo –me pidió al cruzar la puerta rumbo a las escaleras.
–Me confieso, pero cuando termines de confesarme no te limpies la mano, yo lo haré con mi boca y mi pañuelo –le dije, y Chema asintió sonriendo, aceptando continuar con su práctica del onanismo cuando me escuchaba en el sacramento.
¡Ya condenaste tu alma al infierno para la eternidad! Además, aceptaste seguir cogiendo con el padre, quien por cierto no es un santo, sino un cogedor consuetudinario que se aprovecha de las debilidades de su rebaño.
Para ti, el único Cielo es el de la carne.
¡Huy, mira quien lo dice! Pues yo ya me confesé con Chema y me absolvió. Le conté que me gustó mucho la cogida que me dio. Además, también le pregunté si pudo apreciar en la mera carne lo que había visto en las fotos. Me dijo que las que más le gustaron fueron donde estaba rasurada, sobre todo «la que se veía con leche de mi marido en el fondo de la raa… raja!» y se quedó callado. Segundos después, me pidió pasara al frente para darme la penitencia: «La próxima vez que nos veamos para coger, vente pelona para poder examinarme mejor cuando te mame la panocha». Me absolvió mientras le lamía sus dedos para limpiarle la lefa.
Bueno, al menos lo conoces desde hace 30 años… Al parecer, mientras fuiste una oveja disciplinada, durante 13 años, el padre Chema se limitó a darte los sacramentos normalmente. Pero cuando te destapaste y te salió lo puta, él te puso en la lista de posibles mujeres a saborear.
Son muchos los casos de sacerdotes que abusan de su grey, pero, salvo los casos de menores, en la mayoría se trata de acciones consensuadas.
Son como todos los hombres, les gustan las mujeres. Aunque de jóvenes, en el seminario, aceptaban a otros hombres en su calentura juvenil.
Vas a tener ocupada toda la semana atendiendo a tus machos, a ver cuánto aguantas.
No creo que sea una vez por semana, supongo que me citará una vez al mes, tiene mucho trabajo… Además, sé que se calentará en la confesión y ahí me instruirá para señalarme la penitencia.
¡Hermosa nalgoncita! Qué bueno que le diste oportunidad de más. Ya sabía yo que caerías con el padre Chema. Todo indica que sabe darle el Paraíso a las mujeres de la parroquia que lo requieren.
Me calenté de saber cómo lo manipulaste a tu antojo, hasta el horario le marcaste.
Estoy dispuesta para ser su Magdalena y darle gusto: fui rasurada y muy cogida para cumplir mi primera penitencia. ¡Lo disfrutamos mucho!
¡Eres imparable! Por si alguien tenía duda, coger es lo más importante para ti.
¡Quiero…!
Sí, hacer el amor y coger son las cosas más hermosas de la vida.
Te prometo que te avisaré de la próxima vez que mi marido tenga comisión. Dalita se vendrá a la casa para hacerme compañía y te la compartiré. No pierdas la esperanza de conocernos en persona.
Yo tendría que estar muy caliente para tirarme a un sacerdote, aunque se daría así porque él padre me calentara y eso sí que lo veo muy difícil: no me les acerco para nada.
Lo cierto es que después de tres años de evadirlo, ya habías asumido que sí te lo tirarías. Así, a la primera oportunidad te lo calentaste para dejarle claro qué esperabas y lo encandilaste con la mamada.
Amiga, no tengo que contarte de mañas para tirarse a quien le echas la vista. Ambas hemos aprendido de la maestra Tita. Para ti es más fácil, tienes unas hermosas tetas con las que llamas la atención y convences.