Con Laurita, de ocho años
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Ders.
Cuando llegué a San Ernesto tenía 23 años apenas, antes de eso vivía en una ciudad más grande a varias horas de distancia con mis papás y dos hermanos menores, pero cada vez más sentía que tenía que salirme de esa casa antes de volverme loco. Para mi suerte, un día abrieron una convocatoria en la universidad donde estaba estudiando para ser profesor.
Resumiendo, estaban ofreciendo enviar gente a algunas comunidades pequeñas y poco desarrolladas a enseñar inglés por un año. El que aceptara obviamente iba a perder un año en su carrera pero después de eso cuando regresaras ibas a tener cubiertos todos los gastos escolares hasta que terminaras de estudiar, o también podías decidir quedarte a trabajar en el lugar al que te hubieran enviado indefinidamente, ya con un sueldo de docente y todo.
Yo cumplía con todos los requisitos para la convocatoria y después de hablarlo con mi familia, en menos de dos meses ya iba llegando tras de 8 horas de viaje en autobús al pueblo de San Ernesto (un pueblo algo aislado donde no había más de 2,000 habitantes). Desde las primeras semanas donde me dieron cursos introductorios y me explicaron lo que iba a estar haciendo me enamoré de San Ernesto. El clima era frío, llovía mucho, la gente era muy amable y había muchos árboles y montañas alrededor, y el ambiente semi-rural que dominaba todo el lugar me hacía sentirme en casa.
La escuela que me asignaron era una primaria con dos grupos de cada año, de a lo mucho 30 personas cada uno. Yo iba a enseñar ahí todas las mañanas de 8am a 12:30pm e iba a vivir en una casa cerca de la escuela.
Aquí tengo que hacer un paréntesis para decir (y admitir) que uno de los motivos por los que entré al programa fue porque sabía que me iban a ubicar en una primaria y a mi me encantan las niñas. No sólo sexualmente pero admito que lo sexual sí es una parte muy grande de la cosa. No creo ser alguien enfermo, nunca le haría nada a una niña en contra de su voluntad, simplemente me empecé a fijar en las niñas desde que yo mismo era un niño y con el tiempo nunca dejaron de gustarme. Hay algo en sus caritas, en sus cuerpos pequeños y delicados y en su inocencia que simplemente me enamora. También me gustan las mujeres más grandes como a cualquiera pero las niñas siempre tienen su lugar especial en mis fantasías y nadie ni nada se los quita.
Pues en fin, como se imaginarán, lo primero que hice cuando empecé a enseñar fue fijarme en mis alumnas. Había unas muy corrientes y sin gracia y las más jóvenes estaban muy chicas para mi gusto, pero tenía una alumna en cuarto año que me ponía loco. Se llamaba Laura, era una jovencita de 9 años. Su piel era de un color normal, no tan blanca ni tan oscura. Estaba delgadita y su pecho era plano, y tenía un culito firme, redondo y hermoso que encajaba perfecto en su diminuto cuerpo de ángel. Alucinaba cuando la veía con sus shortcitos en la clase de educación física, los usaba muy pegados y su ropa interior se marcaba de una forma deliciosa sobre sus nalgas.
Mientras pasaban los días empecé a conocer mejor a mis alumnos de otros grupos. Había otras alumnas del mismo calibre que Laura pero de ellas hablaré después; por ahora sólo diré que la química entre mis estudiantes y yo fue excelente e inmediata y todos estaban muy emocionados con su nueva clase, me llevaba de maravilla con todos ellos y se esforzaban mucho por trabajar y aprender durante las horas que compartía con ellos a diario. Sin embargo algunos tenían problemas para comprender ciertas cosas, y entre ellos estaba Laura.
Yo ya para ese entonces, después de un mes de verla a diario, estaba desesperado y empecé a armar un plan para, en el peor de los casos, al menos llegar a tener más contacto con ella a diario. Y en el mejor de los casos…
Un día mandé a llamar a los padres de Laura para hablar con ellos sobre su hija. Resultó que vivía solamente con su mamá. Ella llegó al final de las clases, era una señora ya mayor, y me preguntó, notablemente esperando malas noticias, sobre qué quería hablar con ella. Le dije que no se preocupara, que Laura era de las alumnas más educadas de su grupo y que otros maestros hablaban maravillas de ella, pero que estaba teniendo algunos problemas para trabajar en mi clase y que si ella y la niña estaban de acuerdo podía darle algunas clases extra por las tardes dos o tres días a la semana en mi casa.
La niña aceptó encantada, mi clase le gustaba mucho pero era cierto que no se le facilitaba tanto la nueva lengua como a el resto de sus compañeros, y después de darle a la señora varios argumentos de la importancia de aprender inglés para conseguir trabajo, de mi preocupación por su hija y de cómo se manejan las cosas "en las ciudades grandes", se convenció de que le estaba haciendo un favor enorme y se comprometió a llevarme a su hija sin falta lunes, miércoles y viernes de 2pm a 5pm a partir de ese momento. Las autoridades de la escuela no tuvieron problema con mi sugerencia y así quedó todo decidido.
El tiempo pasó y Laura y yo desarrollamos lazos muy estrechos. La señora la llevaba a mi casa todos los días que acordamos y ella y yo pasábamos solos las tres horas, yo inventándome lecciones y trabajos para cada sesión y mi Laurita poniéndole todo el empeño para aprender lo que le enseñaba. Me encantaba ver su carita sonriente cuando hacía algo bien al primer intento, sus ojitos cafés brillantes me hipnotizaban y yo aprovechaba cualquier oportunidad para pegarme a ella, rozar sus brazos o mejillas, oler su largo cabello castaño, desesperado por cualquier tipo de contacto que pudiera tener con ella. Ella todos los días me daba un besito en la mejilla al saludarme cuando llegaba a mi casa y me abrazaba cuando se despedía, en un gesto infantil de cariño, cosa que empeoraba mi situación y me tenía al borde de la locura.
Yo, de todos modos, no tenía pensado hacer un movimiento más amplio, pero curiosamente fue la propia mamá quien me dio la oportunidad de dar el primer paso para cumplir mis fantasías. Después de varias semanas de la rutina de las clases extra la señora también me tomó confianza y a veces me invitaba a comer en su casa como cortesía por el apoyo que le daba a su hija, y estaba muy satisfecha con las cosas positivas que Laurita y otros maestros decían sobre mi. Y debido a eso, un día viernes después de ir por Laura a mi casa la señora me dijo que quería hablar conmigo: me explicó que tenía un familiar enfermo en otro pueblo un poco lejos de ahí, que estaba muy grave y que iba a ir a visitarlo, pero que tenía que irse por una semana y no quería que la niña perdiera clases. Los familiares que tenía en San Ernesto iban a irse con ella y no tenía con quién dejar a Laura, así que quería dejármela encargada a mi mientras ella no estuviera. Yo acepté encantado, intentando no parecer tan emocionado como en realidad estaba por la petición. La niña estuvo de acuerdo en quedarse conmigo y así, el lunes de la semana siguiente después de clases me llevé a Laurita a mi casa, ya con su ropa y todo lo que iba a necesitar empacado en una mochila extra.
Cuando entramos a la casa yo estaba aceleradísimo e incluso temblando un poco. Ella ya conocía bien la casa después de tantas visitas, así que le dije que subiera a mi cuarto (casi todas las casas del pueblo eran muy humildes y la mía era la primer casa de dos pisos en la que ella había estado, así que le encantaba estar en el segundo piso) y que dejara ahí sus cosas, se pusiera algo cómodo y si quería descansara mientras yo preparaba la comida.
Yo subí con ella y tomé ropa para mi, la dejé sola y bajé para tomar un baño. Salí de la regadera y me puse un short de tela negro y una playera blanca. Me metí en la cocina y preparé un espaguetti con pollo, yo sabía que a ella le gustaba mucho comer eso. Cuando estuvo todo listo subí para avisarle que bajara a comer, y casi me da un infarto ante la vista con que fui recibido.
Al parecer Laurita se había quitado la blusa del uniforme escolar y sólo había quedado con una blusita blanca que usaba debajo y la falda de la escuela, y se había quedado dormida así. Cuando entré al cuarto ella estaba acostada boca abajo en la cama, dormida. Su cabello caía sobre toda su espalda, todavía tenía calcetas y zapatos puestos y su falda estaba medio levantada, dejando ver completamente sus piernas, y más arriba, descubierto hasta la mitad, su hermoso y sobresaliente culito, con una apretada y pequeña pantaleta blanca delineando su perfecto par de nalgas y marcando entre sus muslos la prohibida línea de su cosita, como invitándolo a uno a disfrutar del paraíso aquí y ahora, en este momento.
Me quedé congelado por casi un minuto en la puerta, observando el leve ascenso y descenso de su cuerpo cuando respiraba, sin saber muy bien qué hacer. Finalmente decidí salir del cuarto y, desde las escaleras, grité:
-¡Laura! ¡ya está la comida!
-¡Ya voy! -contestó después de unos segundos.
Bajé rápidamente y empecé a poner todo en la mesa, intentando ocultar mi erección cuando escuché sus pasos en la escalera. Corrió cuando distinguió el olor de la comida y me abrazó.
-¡Gracias! ¡me encanta esta comida!
Yo sonreí y los dos nos sentamos a comer. Ella todavía llevaba la apretada blusa blanca, sus calcetas (iba descalza) y tenía puesto el short azul de educación física, cosas que en conjunto dejaban ver las líneas e incipientes curvas de todo su cuerpecito delgado. Yo sólo daba gracias por tener una mesa de madera que pudiera cubrir mi hinchado miembro de su vista y no una de vidrio.
Conversamos sobre cosas irrelevantes mientras comíamos, yo me deleitaba viéndola sonreír, masticar y llevar mechones rebeldes de cabello a la parte trasera de sus orejas cuando le cubrían el rostro.
Cuando terminamos de comer recogí todo lo de la mesa y le dije que fuera por su mochila.
-Ya son las 2 y no te vas a librar de tus cursos -le dije.
-Ay, no se vale -contestó ella haciendo pucheros, pero fue obedientemente hacia el cuarto de arriba.
Regresó, puso su mochila sobre la mesa y empezó a sacar su cuaderno, lápiz y borrador. Yo, como de costumbre, tomé el cuaderno y empecé a escribir los típicos ejercicios de "completa la oración siguiente con la palabra correcta de la lista".
-Ya están, hoy tocan verbos -le dije, dejando el cuaderno frente a mi en la mesa.
Entonces ocurrió algo inesperado. Moví la silla ligeramente hacia atrás para levantarme, pero me distraje viéndola ahí, parada a mi lado, con sus incipientes pezones marcándose un poco sobre su blusa; entonces la miré y no pude evitar sonreír. Ella me sonrió también, y entonces se sentó sobre mis piernas y empezó a trabajar. Me quedé desconcertado por un momento, pero entonces caí en cuenta de que al sólo moverme hacia atrás un poco e indicándole que empezara a trabajar sin moverme de mi lugar, la cosa tenía toda la apariencia de que le decía que se sentara sobre mi. Ella lo hizo con toda la naturalidad del mundo.
Al momento el aroma de su cabello y sentir el peso de su cuerpo me hizo acelerarme. No sabía muy bien qué hacer. O bueno, lo sabía, pero tenía que encontrar una manera que no me ganara varios años de cárcel. Ella estaba sentada a la altura de la parte media de mis muslos, inclinada hacia enfrente para alcanzar la mesa, y desde donde estaba yo podía ver perfectamente la redondez de su culito descansando encima de mi, con las líneas de sus pantaletas marcadísimas y la deliciosa división de sus nalgas totalmente visible.
Yo para ese momento tenía la verga durísima; el perfume de su cabello y la incomparable vista del momento me estaban matando. Así que, tomando valor y esperando lo mejor, tomé una decisión.
-A ver, déjame acomodarme para que no batalles alcanzando la mesa- le dije, moviendo la silla hacia enfrente.
La dejé en un punto en donde la misma mesa la forzaba a moverse hacia atrás y terminó sentada totalmente sobre mi verga. Ella se sobresaltó un poco cuando la sintió debajo de ella, pero al parecer no le dio importancia al final y sólo se acomodó, poniendo su cosita directamente arriba de mi arma. El calor que despedía su vaginita y la suavidad de sus nalgas me provocaban una sensación incomparable a cualquier cosa que haya sentido antes. Esto sólo se maximizaba con el roce constante causado por sus movimientos al respirar y al escribir.
Con el tiempo sus movimientos empezaron a volverse más constantes y asumí que ella estaba descubriendo apenas las placenteras sensaciones que le provocaba rozarse contra mi. El calor que sentía sobre mi verga aumentó poco a poco y percibí que su respiración se aceleraba. Pasé uno de mis brazos por enfrente de ella a la altura de su vientre, abrazándola un poco contra mi, y con mi otra mano empecé a acariciar uno de sus mulsos de un lado a otro, apretando un poco en ciertos puntos.
-Ya terminé -me dijo después de un rato, con una sonrisa en su rostro.
-Muy bien, déjame revisarlo.
Me incliné hacia enfrente, poniendo mi cabeza sobre su hombro, y en el mismo movimiento bajé la mano con la que la estaba rodeando y la coloqué de forma casual sobre su vagina. Tomé el lápiz con la otra y empecé a revisar. Me tomé más tiempo del que necesitaba para extender el momento tanto como fuera posible. En ocasiones presionaba un poco su cosita y disfrutaba viendo cómo ella se contraía un poco cada que lo hacía. El calor aumentaba cada vez más y gradualmente empecé a sentir cierta humedad en la tela de sus shorts.
Llegó un punto en el que me decidí y empecé a acariciarla sin disimular. Frotaba mis dedos contra su cosita y con mi dedo medio recorría la riquísima línea de arriba a abajo. Laurita cerró los ojos y respiraba de forma entrecortada, perdida en el nuevo placer que la estaba haciendo descubrir.
-Ya está, pero tienes algunas mal todavía. Están marcadas, intenta corregirlas. Si no puedes yo te ayudo -le dije.
-B-bueno… -contestó ella, sobresaltándose al escuchar mi voz y volver de golpe a la realidad.
Empezó a escribir con dificultad mientras yo seguía empeñado en mi labor. Entonces me decidí a hacer un asalto directo. Subí mi mano y la metí en su blusa, y empecé a acariciar suavemente sus pechitos y a pellizcar un poquito sus pezones, y metí la otra por debajo de su short y su pantaletita y empecé a frotar sus labios vaginales con mi índice y mi dedo medio. Ella empezó a gemir de una manera angelical al sentir el ataque de mis manos sobre su cuerpecito, soltando el lápiz de golpe. Volteó a verme, ansiosa, me dio un beso en la mejilla, volvió a cerrar los ojos y puso sus manos en mis piernas, sobre las cuales estaba posada.
-¿Qué me haces? -me preguntó con voz débil.
-Acariciándote Laurita -contesté como pude-. Si no te gusta dejo de hacerlo.
-No, no -se apresuró a contestar, y entonces se calló, apenada.
-¿Te gusta?
-Sí, mucho. Se siente muy rico, me dan como… cosquillas. Nunca me había sentido así.
No pude más que sonreír y seguir con mis movimientos. Después de un minuto rompí el silencio.
-Laurita, tu ejercicio.
-¿Qué? -me preguntó desconcertada.
-El ejercicio, no has terminado de corregirlo.
-Ah, sí, perdón -contestó apresurándose a tomar el lápiz y seguir escribiendo. Lo terminó y retiré mis manos para comenzar a revisar mientras ella se frotaba contra mi pene, aumentando el ritmo poco a poco pero como procurando que yo no me diera cuenta. Yo lo tenía durísimo para ese momento y me estaba muriendo por liberarlo y darme rienda suelta con la belleza que tenía sentada sobre mi, pero puse toda mi voluntad en controlarme, ir paso por paso y disfrutar cada momento, al fin y al cabo la iba a tener para mi por toda la semana, no había prisas.
-Está bien todo.
Déjame levantarme -le dije, dándole una palmadita en el muslo que la hizo dar un brinquito.
Ambos nos pusimos de pie. Se quedó parada temblando un poco, mirándome con sus hermosos ojos cafés que abrió como platos cuando bajó un poco la vista y vio que mi miembro estaba levantado como asta debajo de mi short.
-¿Qué te parece si terminamos la clase antes de tiempo hoy y nos vamos a ver televisión? -le dije.
-¡Sí! -me contestó con una enorme sonrisa.
-Bueno, ven para acá.
Caminé hasta la sala y me senté sobre el sofá, encendiendo la tv y buscando entre los canales algo bueno para ver. El sofá era suficientemente grande para albergar a al menos tres personas, pero Laurita se sentó sobre mi de nuevo, acomodándose sola esta vez sobre mi verga, meciéndose y frotándose sobre ella. Ninguno de los dos estaba viendo la televisión a esas alturas, y ahora fue ella quien tomó la palabra.
-¿Qué es esto duro que tienes aquí? -me preguntó inocentemente.
Decidí decirle las cosas sin miramientos y tomé aire para comenzar.
-Es mi pene Laurita.
-¿Y qué es eso?
-Es lo que tenemos los hombres en donde tú tienes tu cosita -le contesté, poniendo mi mano sobre su vagina de nuevo, como para señalarle de qué estaba hablando pero con obvias intenciones reales.
-¿Ustedes hacen pipí por ahí?
-Ajá.
-¿Y por qué se te pone así de duro?
-Es que me gustas mucho Laurita. Un pene se pone así cuando un hombre está con una mujer que le gusta.
-¿Y también se siente rico cuando lo tocan?
-Sí, mucho. ¿Quieres hacerlo?
-Pues… bueno…
Se movió y quedó sentada a mi lado y empezó a recorrerlo por encima del short con su mano, apretándolo un poco.
-¿Puedo verlo? -me preguntó.
No contesté, sólo tomé mi short y lo deslicé hacia abajo, agitando las piernas para quitármelo totalmente. Mi verga saltó, más dura y palpitante que nunca. Llevó su mano hacia ella y la recorrió desde la base hasta la cabeza, mirándola con mucho interés, como poseída.
-Mira, agárralo así -le dije, guiando su mano a la base-. Agárralo completo y aprieta un poquito. Ahora empieza a subir y a bajar con tu mano.
Empezó a masturbarme, obediente, y yo sentía que me iba al cielo. Ella miraba atentamente mi pene mientras subía y bajaba con su mano y, a instrucción mía, aumentó la velocidad. Yo sentía que ya estaba a punto de terminar después de un rato, pero me contuve con todas mis fuerzas.
-¿Quieres probarlo?
-¿Cómo?
-Chupándolo y lamiéndolo como una paleta. Eso también se siente muy rico -le dije.
Dejó de masturbarme y lo miró por unos segundos, y entonces bajó su cabecita y le empezó a pasar la lengua por la cabeza.
Su lengüita húmeda se sentía deliciosa. Dejó de lamerlo, abrió la boca y empezó a darme una mamada inexperta. El calor de su boca me tenía al límite y poco a poco, con mis instrucciones, dejó de cometer errores como lastimarme con los dientes y terminó dándome la mamada de mi vida. Me lamía los testículos, subía desde ahí hasta arriba con su lengua y se metía una buena porción de mi verga en la boca. chupando como desesperada con una habilidad que ya quisieran muchas mujeres de 20 con las que había estado antes.
-Sabe raro pero muy rico -me dijo, sacándoselo de la boca y mirándolo.
Yo sentía que ya me faltaba muy poco.
-Mira, ahora vamos a hacer esto. Ponte de rodillas enfrente de mi -le dije, poniendo una mano sobre su espalda y empujándola un poco. Se veía hermosa viéndome desde abajo, de rodillas en el suelo-. Ahora empieza a chupar la punta y también jálamelo con una mano como te dije antes, apretando desde la base hacia arriba.
Ella, obediente niñita que era, se puso a trabajar al momento.
-Mírame.
La imagen de una niñita de 9 años tan hermosa masturbándome, dándome sexo oral y mirándome a los ojos al mismo tiempo fue demasiado para mi.
-Va a salir algo Laurita, no te asustes. Quiero que te lo dejes en la boca.
La tomé del cabello con una mano y la jalé hacia mi cuando sentí que ya venía, Liberé uno, dos, tres, cuatro, cinco chorros abundantes de espeso semen caliente adentro de su boquita al experimentar el mejor orgasmo que había llegado a tener hasta ese momento. Ella logró mantener casi todo en su boca, y sólo escurrieron unos hilitos por las comisuras de sus labios. Cuando terminé, aparté su cabecita de mi. No dejó de masturbarme con una mano.
-Enséñamelo.
Laura abrió su boquita y levantó un poco la cabeza para que no se derramara. Se veía hermosa ahí abajo mostrándome su boca llena de semen.
-Ahora quiero que te lo tomes todo -le dije.
Dudó por un momento, pero vi cómo poco a poco empezó a tragar todo el que tenía en la boca y lamía el que escurría por su barbilla con su lengua. Se relamía los labios saboreándolo y comenzó a tocarse su cosita. Terminó y se lanzó sobre mi pene para limpiar de él el semen que había quedado ahí.
-¿Te gusta?
-Está riquísimo -contestó, sacando mi verga de su boca, enfatizando la última palabra y volviendo a chupar inmediatamente hasta que se terminó la última gota restante.
-Eso se llama semen. El semen sale del pene cuando a los hombres los hacen sentir muy bien, como tú me acabas de hacer sentir a mi.
-¿Y se siente rico cuando sale?
-Sí, muchísimo.
-Sabe muy rico el semen, ¿me puedes dar más? -me preguntó. La inocencia en el tono con el que me lo preguntaba, con sus ojitos fijos en mi mientras se tocaba su vaginita por encima del short me hizo recuperarme totalmente y me puse duro como piedra de nuevo. Tenía todas las ganas del mundo de complacerla pero también tenía otros planes para ella.
-Sí, pero todavía no -una mirada de decepción se empezó a dibujar en su rostro, pero se iluminó de nuevo cuando escuchó lo siguiente-. Ahora yo te voy a hacer sentir bien a ti.
-¡Bueno!
-Levántate.
Ella siguió mi orden al instante y se quedó parada frente a mi. Debido a la diferencia de estaturas, con ella de pie y yo sentado quedábamos cara a cara. Era una de las cosas más hermosas que había visto en mi vida, con su ropita ajustada y sus labios brillando por tanto relamérselos, ansiosa por ver lo que estábamos por hacer. Siempre había fantaseado con hacerle mil cosas a esa niñita y en ese momento no tenía idea de por dónde empezar. Decidí ir lento, paso por paso: estaba dispuesta pero seguía siendo una niña y no quería asustarla y arruinar la oportunidad que se me estaba presentando.
Me acerqué a su rostro y puse una mano en su mejilla, acariciándola.
-¿Nunca has besado a alguien Laurita?
-No, nunca… -contestó, mirando hacia abajo, notablemente apenada mientras ponía mi mano en su cintura.
-¿Me dejas besarte?
-Si quieres…
La traje hacia mi con la mano que tenía en su cintura y le di un beso rápido de piquito. Le sonreí y ella a mi, y entonces le planté un beso más largo, tomándome mi tiempo para sentir sus finos y cálidos labios vírgenes contra los míos y explicándole entre pausa y pausa cómo moverlos para besar apropiadamente. Luego de un rato introduje tentativamente mi lengua entre sus labios. Ella se congeló momentáneamente, sin saber qué hacer, pero terminó respondiendo moviendo la suya de forma inexperta. Lo suave y húmedo de su lengua y sentir su saliva y respiración en mi boca me provocaron una erección aún más fuerte que antes.
-Voy a empezar. Si quieres que nos detengamos dímelo, princesa -le dije, acariciando su rostro y dándole un beso en la mejilla. Ella me sonrió y asintió.
Volví a besarla, efectuando un asalto más agresivo esta vez; mordía sus labios, los lamía de forma delicada pero firme con la punta de mi lengua, la metía en su boca y la hacía bailar pasionalmente con la suya. Bajé mis manos y las posé sobre su redondo y firme culito, borracho de excitación por al fin poder tocarlo después de desearlo por tanto tiempo. Lo apretaba, estrujaba y manoseaba desesperadamente, intentando no dejar ni un milímetro de piel sin tocar. Pasé un dedo por la línea de sus nalgas, desde arriba hasta llegar a sentir la división de los labios de su cosita. Estaba mojadísima. Le levanté la blusa y empecé a lamer y morder sus pezones mientras introducía una mano debajo de sus shorts. Ella sólo gemía y se dejaba hacer, entregada por completo a todo lo que fuera mi voluntad hacer con su cuerpecito de 9 años.
Me puse de pie, indicándole que no se moviera, y la abracé desde atrás, pegando mi verga a su culito y, después de recoger su cabello en una cola de caballo, besé su cuello y fui descendiendo poco a poco, besándolo todo, quitándole su blusita, hasta llegar a su espalda baja. Yo ya estaba de rodillas para el momento en que hundí mi cara entre sus preciosas nalgas, provocando que diera un salto y un gritito. Bajé su short lentamente, dejando a la vista unas pantaletas blancas que enmarcaban de forma perfecta sus nalguitas, metiéndose deliciosamente entre ellas. La hice sentarse en el sofá y retiré su ropa interior del camino, dejándola totalmente desnuda excepto por sus calcetas. Todavía de rodillas, me acerqué a su cosita e inundé mis fosas nasales con el dulce olor de sus abundantes jugos.
-¿Qué vas a hacer? -me dijo con voz débil. Era evidente que le daba vergüenza tener las piernas abiertas con mi cara entre ellas.
No contesté. Separé sus labios vaginales con mi pulgar e índice, dejando al descubierto su preciosa, rosada y cerrada vaginita. Le pasé la lengua desde su entrada hasta su clítoris, haciéndola soltar un sonoro gemido. A ese le siguió otro, y otro más, cada vez más sonoros a medida que exploraba todos sus rincones con mi lengua y saboreaba sus fluidos con mi rostro hundido entre sus piernas. Bajé un poco más hasta encontrarme con su anito y le pasé la lengua alrededor por un rato también.
-Ah… qué… qué me… aaah… mm… -era lo poco que alcanzaba a articular Laurita.
Se me ocurrió empapar mi dedo índice con sus mismos fluidos, y, volviendo a lamer su pequeño clítoris, lo introduje lentamente en su ano. A medida que entraba, sus gemidos se convirtieron prácticamente en gritos de placer, y antes de que mi dedo terminara de penetrar por completo, Laurita me tomó de la cabeza con sus manos y enredó sus piernas alrededor de mi cuello, presionándome contra su vagina con todas sus fuerzas y comenzó a entregarse a los espasmos de su primer orgasmo, apretando en cada uno mi dedo entre las paredes de su caliente y apretado ano. Cuando sentí que ya había terminado, bajé el ritmo de mi lengua hasta detenerme. Quedó rendida sobre su espalda en el sofá.
-¿Qué me… qué pasó? -preguntó entre jadeos.
-Tuviste un orgasmo Laurita. Es como cuando yo solté mi semen, lo que sentiste es lo que les pasa a las mujeres en lugar de eso. ¿Te gustó?
-Mucho… no sé qué… nunca había sentido eso… me gustó mu… ¡ah! ¡ahh!
La interrumpí al retirar mi dedo de su ano, pero al ver cómo gemía, cuando estaba a punto de terminar de sacarlo lo metí de nuevo de golpe. Laurita sólo se aferró al sofá, cerró los ojos y se mordía los labios, gimiendo de una manera deliciosa y conteniendo un grito. Primero pensé que la había lastimado pero su expresión demostraba totalmente lo contrario, así que comencé a meterlo y sacarlo. Aumenté la velocidad a medida que su interior se acostumbraba a mi dedo, y tras un rato de hacerlo mis dedos índice y medio entraban y salían sin dificultad de su agujerito.
-¿Cómo se siente princesa? ¿te gusta?
-Por qué… ah… ¿por qué se siente así mi…? ¡ahh!
Me reincorporé un poco y, todavía metiendo y sacando mis dedos de su ano, me acerqué y le planté un largo beso de lengua.
-¿Me dejas meterte mi pene Laurita?
Se puso roja como tomate al momento.
-¿Qué… ah… cómo? ¿en dónde? ¿qué?
Aceleré al máximo el movimiento de mis dedos y me dediqué a besar y morder su cuello y el lóbulo de su oreja. Laurita ya no pudo contenerse y liberó de su garganta toda una sinfonía de gritos y gemidos, aferrándose de mi espalda. Yo tenía la verga extremadamente dura y ya no aguantaba más.
-Quiero meterte el pene en tu anito princesa. Quiero tenerlo completo adentro de tu agujerito caliente y apretado de 9 años, quiero rompértelo y llenártelo de semen.
No supe si me estaba escuchando en ese punto y ya no me importaba. Le saqué mis dedos y la cargué, poniéndola de perrito, con su cabeza apoyada en el respaldo del sofá. Sus hermosas nalgas redondas y bien paradas, con su ano ya bien dilatado y su vaginita apretada un poco más abajo me ofrecían una vista incomparable. Le separé las nalgas con las manos, tomándola con firmeza para que no se moviera, y con un empujón le dejé ir mi verga completa adentro de su culito. Estaba apretadísimo pero el calentamiento previo con mis dedos hizo que entrara fuera muy fácil. Cuando mi verga terminó de entrar hasta la base sentí una oleada de placer recorriendo todo mi cuerpo y perdí el control. Tomé el cabello de Laurita con una mano y lo jalé hacia atrás, sometiéndola y luego metiendo los dedos de mi otra mano, con los que la penetré analmente minutos atrás, dentro de su boquita.
Laura ya no se estaba conteniendo en absoluto, gritaba de placer a todo pulmón y chupaba con desesperación los dedos que le metí en la boca. La embestía sin ninguna consideración, sometida como la tenía, y cada tanto sentía cómo se apretaba aún más y notaba en todo su cuerpecito los espasmos de cada orgasmo que tenía, uno tras otro. No supe cuánto tiempo pasó, pero finalmente sentí el semen subir por mi verga y solté aún más que la primera vez adentro de su culito, llenándoselo todo con mi leche, en un orgasmo que sentí que absorbía todas mis energías. Caí rendido sobre ella, con mi verga palpitando entre sus paredes, y cuando recuperé fuerza intenté sacarla, pero el semen hacía que resbalara aún más y una descarga de placer me recorrió completo a medida que mi verga se deslizaba hacia afuera, provocándome metérsela de nuevo, sometiéndola con todavía más fuerza hasta que tuve un orgasmo más dentro de ella. Después de soltar el último chorro me retiré al fin. En unos segundos el semen empezó a salir de su anito, escurriendo entre sus piernas. Ella se quedó en esa posición, todavía a cuatro patas, teniendo leves espasmos en todo el cuerpo a medida que la leche fluía desde su agujerito.
Con una mano tomé todo el semen que pude del que bajaba por sus piernas y lo llevé a su boquita. Ella la abrió, entendiendo la orden, y obedientemente se lo tomó todo.
Me acosté a su lado en el sofá y después de un buen rato empecé a tomar consciencia de mi mismo de nuevo y me preocupé, pensando que la pude haber lastimado o que simplemente la había echado a perder con tan violenta cogida, porque no había dicho nada más y sólo se había dejado caer sobre el sofá junto a mi, con su cabeza descansando en mis piernas. Me retiré lentamente para levantarme y ella quedó acostada; me arrodillé para verla bien y noté que estaba profundamente dormida. Sentí una mezcla de ternura y morbo enorme viéndola ahí, pareciendo aún más indefensa que antes, una niñita de 9 años totalmente desnuda excepto por sus calcetas, completamente dormida, con las piernas un poco abiertas y su anito dilatadísimo, rojo y todavía con un poco de semen entre sus nalgas. Me la habría cogido de nuevo ahí mismo de no ser porque ya no tenía fuerzas después de haber tenido los tres orgasmos más intensos de toda mi vida y de habérmela cogido durante, ahora me daba cuenta, alrededor de una hora sin parar en absoluto.
La tomé en mis brazos, cargándola como princesa (ella lo era para mi) y le di un beso en la mejilla.
-Laurita… bebé…
-¿Hm…? -contestó ella, abriendo con esfuerzo los ojos.
-¿Estás bien mi princesa? ¿estás enojada conmigo?
-No…
-¿Segura? Perdóname por favor, me dejé llevar y me descontrolé, si tú quieres ya no te vuelvo a hacer nada…
-No, no -se apresuró a decirme, pegando su cabecita a mi pecho-… está bien, no estoy enojada contigo… me gustó mucho, mucho -continuó, algo apenada-… pero me cansé mucho… perdón… casi no puedo mover mis piernas…
-Está bien mi muñequita, voy a limpiarte para que vayamos a dormir.
La llevé cargada hasta el baño y empecé a bañarla, limpiando bien con agua y jabón todo su cuerpecito, y lavando su cabello con shampoo. Ella sólo se quedó ahí, sin moverse, medio dormida, apenas manteniéndose parada con mi ayuda. Terminé de limpiarla toda y la sequé; pensé en vestirla pero decidí no hacerlo, simplemente no podía ver suficiente de todo su hermoso y pequeño cuerpo perfecto. La llevé cargada de nuevo hasta el segundo piso y la recosté en mi cama. Cerré cortinas y ventanas (no fuera a ser que a algún chismoso se le ocurriera asomarse y la viera así en mi cuarto, era un segundo piso pero no podía arriesgarme, ya era suficiente con los gritos que debieron de haberse escuchado en toda la calle) y me acosté junto a ella. La abracé y ella también me envolvió con sus bracitos, apoyando su cabeza en mi pecho y durmiendo como la angelita que era. Y en menos de diez minutos yo también caí profundamente dormido.
Cuando despertamos más tarde tuvimos mucha más acción, pero eso es material para otra historia…
Ufff
Una historia genial.
Una historia cojonuda.
Mm tu pinga bien saciada y jugosa de cogerle el culo a la chiquita, qué riiiiico! Y más ser ella 😊
Rico verdad? Sería los o tu ser Laurita y yo tu profesor 😋
Sigue porfa está muy bien.espero la segunda parte