Con mi vecinita
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Romrom.
No me enorgullezco de mi historia, pero creo que merece ser contada y aparte de todo la disfruté mucho.
Tengo 45 años y esto sucedió hace tres años. Tanto antes como después de esa experiencia siempre fui un tipo normal, sin haber cometido nunca locuras fuera de las normales.
Por aquellas épocas mi esposa y yo vivíamos solos, ya que nuestro único hijo trabajaba y vivía en otra ciudad del interior. Además teníamos una amistad muy cercana con los vecinos de al lado, una pareja unos años más joven que nosotros.
Cierto fin de semana, nuestros vecinos nos pidieron que cuidáramos a su hija Camila, de 10 años por aquel entonces. Ya lo habíamos hecho antes varias veces y Camila nunca nos dio problemas. Camila era una niña hermosa, pero yo nunca la había mirado de forma diferente a como veía a todas las otras niñas.
Esa noche estábamos los tres viendo una película en TV cuando sonó el teléfono. Llamaban a mi esposa del hospital en que trabajaba por complicaciones con uno de sus pacientes. Ella tuvo que salir así que quedamos solos Camila y yo. Más tarde se lanzó una de esas fuertes tormentas de verano y yo noté cómo la niña se iba asustando con la tormenta, pero no dije nada. A eso de las 10 la mandé a dormir diciéndole que así se le pasaría el susto y yo me quede abajo viendo TV, esperando a mi esposa.
Cerca de medianoche mi esposa llamó para decirme que no volvería hasta la mañana siguiente, que me encargara de la niña y que descanse tranquilo. Yo estaba cansado y decidí subir a dormir. Ni bien puse la cabeza en la almohada me quedé dormido.
Habrían pasado una o dos horas cuando oigo golpes en la puerta. De mala gana me levanté y vi a Camila en la puerta de mi dormitorio.
-Qué pasa? Le pregunte
-No puedo dormir, tengo miedo. Me dijo
-Tienes que descansar, es sólo una tormenta. Además cada año en verano sucede lo mismo y tendrás que acostumbrarte.
– Sí pero en casa cuando hay tormenta duermo con papá y mamá. Ellos hacen que se me quite el miedo.
-Quieres dormir aquí? le pregunté, absolutamente sin mala intención. Lo único que yo quería era volver a dormir.
-Puedo? Me preguntó
La dejé pasar y volvimos a acostarnos. Le di la espalda y estaba por volver a dormir cuando ella me pidió que la abrazara. Qué niña tan cobarde! pensé, pero me di vuelta y la abracé. Fue en ese momento en que todo cambio.
Al darme vuelta sentí su suave colita presionando levemente sobre mis genitales. Ella llevaba un camisón y yo unos shorts y una camiseta, así que también pude sentir sus piernas junto a las mías. La sujeté contra mí a la altura de su estómago. Ella se sujetó a mi brazo y parecía algo más calmada.
De a poco sentí que empezaba a excitarme. Sabía que todo aquello estaba mal pero no podía evitarlo. La inocencia de Camila, el olor de su cabello y su proximidad estaban jugando en mi contra. Decidí apartarme un poco para que ella no notara mi erección. Por un momento dio resultado pero luego ella se prendió más a mí. Mi pene estaba totalmente erecto y rozando el trasero de la niña. Era imposible que no lo sintiera pero yo ya no podía hacer nada, solo esperar.
De pronto Camila se mueve y siento que me estaba palpando el pene. Aquello ya era demasiado.
-Qué es esto? Me pregunto mientras me inspeccionaba estando aun de espaldas a mí.
-Es mi pene le dije sin ambigüedades. No había tiempo para ensayar una respuesta ingeniosa
-Pero qué es? Obviamente no entendía
-Es lo que me hace diferente a una mujer. Los hombres tenemos pene y las mujeres no.
Ella se dio vuelta quedando frente a mí
-Puedo verlo?
Mentiría si dijera que en su voz había deseo. Era solamente la simple curiosidad infantil, que talvez buscaba una manera de evadirse al miedo que sentía por los truenos y la tormenta. Hice lo más sensato que podía hacer. No le contesté. Esperaba que se olvide del asunto.
-Puedo verlo? Insistió.
Tuve que razonar en frió aunque yo estuviera muy caliente. De por sí la situación era complicada. Podría meterme en muchos problemas con mis amigos, con mi esposa y hasta con la ley. De cualquier manera necesitaba la complicidad de la niña.
-Si te lo muestro tienes que prometer que nunca se lo dirás a nadie.
-Está bien.
-Promételo.
-Lo prometo.
Me levanté de la cama y encendí la luz. Le dije a Camila que se levante y se pare frente a mí mientras yo me senté al borde de la cama.
-Recuerda. Nadie lo tiene que saber le dije por última vez. Ella asintió
Sin más me quité los shorts y me quedé sentado frente a ella. Mi pene estaba totalmente erguido. Ella miraba con curiosidad por todos los lados. Ver cómo la niña me observaba me excitaba aún más. Tuve que responderle un montón de preguntas que no vienen al caso contar. Sólo pondré la parte final de nuestro diálogo que recuerdo tan claramente como si hubiese sido ayer.
-No te duele cuando está así?
-No, pero sí puede hacer que yo sienta algo muy lindo, lo contrario al dolor; le dije. No quería que aprenda la palabra placer. No de mí.
-Cómo?
Sin más comencé a masajearme delante de ella. De todas formas ya era tarde para echar marcha atrás.
-Si hago esto por un rato después me sale como leche y yo me siento bien le dije. Camila miraba con cara de no entender.
En ese momento se me ocurrió algo. Como la niña mostraba curiosidad le pregunté si no quería intentarlo. Sin más puso sus manitas sobre mi pene y comenzó a masturbarme. Para ella era sólo un juego pero para mí era algo muy excitante. Sus suaves manos se movían bien y su carita estaba a milímetros de mí. Si acababa en ese instante la hubiera salpicado toda. Yo cerré los ojos concentrándome en ese momento mágico.
-Te gusta? Me preguntó
-Mucho, le dije.
Entonces decidí llevar las cosas a otro nivel. Ya no me importaban las consideraciones morales ni nada, solo esa linda niña que no sabía lo que hacía. Le pregunté si me lo chuparía. Si más se arrodilló y puso lo que pudo de mi pene en su boca. Ni siquiera preguntó nada. Le dije que succionara como un biberón. Me sonrió y siguió haciéndolo. Obviamente la niña no sabía nada de sexo, pero eso me beneficiaba. Le acariciaba la cabeza mientras Camila me daba la mejor mamada de mi vida. Ni siquiera mi esposa con toda su experiencia se asemejaba a esta pequeña. Ninguna mujer lo hacía.
Cuando estuve por terminar le dije que ya iba a salir mi leche pero que no se detenga, que el sabor le iba a parecer raro pero que se la tenía que tomar. Entonces me corrí en su boca. Ni siquiera trató de apartarse. Yo estaba en la gloria gracias a esa niña. Se tragó todo mi semen y dejó mi pene bien limpio. No sólo me había dado un momento increíble sino que me evitó tener que limpiar esas manchas incómodas. Cuando se levantó un chorro de semen escurría aun por la esquina de sus labios. Lo limpié con un dedo y lo puse frete a ella. Camila puso cara de disgusto pero entendió y lamió mi dedo.
-No me gusta el sabor
-Es que no es para niñas. Es solo para las mayores.
Me moría de ganas de besarla. Sus labios angelicales estaban tan cerca. Sin embargo pensé que a sus ojos un beso podría parecerle mucho menos inocente que todo lo que acabábamos de hacer. De pronto me di cuenta que todo había acabado. Yo hubiera querido penetrarla pero ya no quería más complicaciones. Era mejor volver a dormir. En un último atisbo de lujuria le dije que como yo le había mostrado mi pene ella tenía que mostrarme sus braguitas. Nunca la había visto así, ya que siempre era mi esposa quien la bañaba y cambiaba cuando era más pequeña y quedaba a nuestro cuidado, y además tampoco me habría interesado, pero esta noche era diferente.
Como en toda la noche ella obedeció. Se levantó el camisón y vi sus braguitas. Rosadas, lisas y de niña. Terminaban donde empezaban sus lindas piernas. Se veía así, con el camisón levantado y sus braguitas de algodón, más excitante y apetitosa que cualquier modelo en tanga de encaje y con tacones. Estaba a punto de pedirle que se las hiciera a un lado para ver su cuquita pero Camila bajó su camisón y se metió a la cama. Yo ya no dije nada. Antes de apagar la luz, vi que eran las 2:10. Afuera seguía la tormenta.
Al meternos otra vez a la cama se me ocurrió la última movida. Le pregunté si quería sentir lo mismo que yo había sentido. Me dijo que mañana, que estaba cansada, pero le dije que no se podía al día siguiente porque mi esposa volvería y no tenía que saber que ella ya jugaba juegos de grandes, como yo le decía. Ella accedió un poco de mala gana.
Estábamos recostados exactamente igual que antes. Ella dándome la espalda y yo abrazándola. Le dije que se quedara tranquila y me dejara hacer. Lentamente con una mano empecé a frotar sus muslos. Suaves, deliciosos. Le subí el camisón y llegué hasta sus braguitas. Con una mano le acariciaba las nalgas por encima de las braguitas y con la otra ya empezaba a jugar con sus pequeños pezones. Camila se estremecía pero no se alejaba. Suavemente comencé a meter mi mano por dentro de sus braguitas. No había aún el menor indicio de vello. Primero pasé un dedo encima de sus labios hacia arriba y hacia abajo varias veces. La niña comenzó a excitarse y una suave humedad ya impregnaba mis dedos. Entonces acomodé mejor mi mano. Dos de mis dedos seguían subiendo y bajando por encima de su rajita y un tercero iniciaba las caricias sobre su clítoris, apenas perceptible al tacto. A momentos introducía la punta de un dedo en el interior de esa cuevita, caliente y totalmente apreta. Camila gemía suavemente y acompañaba mis masajes con un leve movimiento de sus caderas.
– Para. Creo que me voy a orinar. Me dijo.
No le hice caso. Al contrario aumenté la intensidad de las caricias. A estas alturas uno de mis dedos ya estaba definitivamente instalado dentro de su vagina y lo movía arriba y abajo, tanto como me permitía su virginidad, mientras las caricias a su clítoris continuaban, muy suaves pero muy veloces. Para ese instante el movimiento y los gemidos de la niña eran absolutos. Cuando sentí que estaba por acabar saqué mi dedo de su vagina y me concentré exclusivamente en su clítoris dibujando círculos a su alrededor. Camila terminó. Contenía la respiración, sintiendo por primera vez ese placer antes desconocido. Como no decía nada, le pregunté si le había gustado. En un susurro me dijo que sí. Luego me dio las gracias (lo que por cierto me hizo sonreír) y yo le repetí que nadie tenía que saberlo jamás.
Dejé mi mano ahí, dentro de sus braguitas un rato más. La tenía justo encima de su cuquita, apenas tocándola. Quería disfrutar lo más que pudiera del suave contacto con esa hermosa vagina infantil, cerrada, sin vellos y que jamás vi, pero a la que le di su primer orgasmo.
A los pocos minutos Camila se quedó dormida. Yo quité mi mano de su pubis y la estuve abrazando un rato más. La culpa, el cariño que sentía por esa niña y las ganas de querer hacerle algo que sabía que nunca le haría daban vueltas en mi cabeza. No pude dormir.
A la mañana siguiente yo estaba preparando el desayuno cuando llegó mi esposa. Preguntó por Camila y le dije que la tormenta la había alterado mucho y era mejor dejar que durmiera hasta tarde. Mi esposa me tenía confianza y sabía del miedo de Camila, así que no se le hizo para nada extraño que hubiera dormido en nuestra cama conmigo. Cuando mi esposa se metió a la ducha aproveché para despertar a mi hermosa niña. Ella actuaba con naturalidad. Yo no toqué el tema de la noche anterior esperando que ella lo hiciera primero, pero tampoco lo hizo. Por la tarde sus padres vinieron a buscarla y así acabó todo, en medio de la más absoluta normalidad.
Después de ese día Camila se quedó con nosotros muchas veces más, hasta que toda su familia se mudó a otra ciudad. Nunca más tuvimos ese tipo de intimidad sexual, ni vino a mí a pedirle que le hiciera lo mismo que le había hecho. Al parecer tampoco le dijo nunca nada a nadie. El único cambio que habían notado sus padres era que ya no temía a las tormentas y a los truenos. Yo la veía ahora con otros ojos, pero tampoco me atreví a nada más.
Esa es mi historia. Hace más de 2 años que no he vuelto a ver a Camila, pero siempre la recordaré como la única con la que engañé a mi esposa, la mejor amante que tuve, aunque sólo fuera una niña y jamás la penetré.
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