Confesión de un ex-profesor de secundaria
📸 Relato exclusivo: A 🖤colegialas y quienes las amen y extrañen como yo; 📜 lectores de la vieja guardia, heteros y románticos, para quienes veneran la feminidad y para quienes lo delicioso todavía tenía algo de 🚫prohibido. .
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© 2018 Stregoika
Capítulo 1 Natalia
Todo empezó por un proyecto que me inventé en un colegio al que acababa de entrar a trabajar. Yo no quería ser el típico profesor que pasaba sin pena ni gloria y que después de irse, nadie recordara. Eso era todavía más difícil si uno se adjuntaba a la empresa cuando el año ya había avanzado. Así que me puse pilas a trabajar.
Como se avecinaba la semana de ferias, me propuse a hacer mi propio proyecto relámpago. Por aquél entonces, el video en 3D casero todavía era algo muy novedoso. Se me antojó hacer una demostración de cómo hacer video anaglifo con cámaras normales y para llamar la atención, poner en escena a una muchacha bien bonita, bailando seguramente. Pero la búsqueda no fue fácil. El colegio estaba, obviamente, lleno de mamasitas que sabían bailar, pero ninguna quería comprometerse tan avanzadas las fechas. Fue cuando apareció Natalia:
—Profe y el video ¿tiene que ser de baile? ¿no puede ser de gimnasia, digamos?
nunca se me había cruzado por la cabeza.
—¿Tú haces gimnasia, mi amor?
Sé lo que están pensando. Decirle “mi amor” a una estudiante. Pero yo siempre lo hice y nunca nadie dudó de lo fraternal que sonaba.
—Pues también bailo bien, pero se me da mejor la gimnasia. Yo quiero aparecer en el video, pero quiero salir haciendo gimnasia.
Hecho. Desde ese momento en adelante, las cosas marcharían siguiendo un guión escrito por el universo. Lo que otras personas gustan de llamar “voluntad de Dios”, porque se cumple sí o sí. Solo que, con un grado más de madurez: la conspiración del universo está más allá del bien y del mal. Y, siempre queda el albedrío para que los fulanos en cuestión decidan qué camino cursar. La vida, cumple con poner todo en bandeja de plata.
Natalia era un bizcochote de muchachita de 14 años, de esas que uno, así tenga 36, sueña con haber tenido de novia a esa edad. Pero también cumplía con el otro requisito, ante los ojos de hombre con que uno fue dotado —¿o maldecido?—: Natalia inspiraba sexo. Por lo general, las niñas de colegio de grados octavo a undécimo, inspiraban fantasías de un corte a la vez. Románticas o sexuales. Pero Natalia era una deliciosa rareza que inspiraba ambas. Claro que, no me di cuenta del sexo que inspiraba hasta que entró al aula múltiple, donde yo la esperaba con el equipo de audiovisuales y empezó a quitarse el uniforme. Sí, lo que se están imaginando es lo mismo que me imaginé cuando ella entró, cerró la puerta y se desabrochó y quitó la jardinera: Que quedaría en ropa interior y eventualmente, desnuda. El corazón me dio un brinco. Afortunadamente, solo fue un truco de mi imaginación. Natalia se había quitado la jardinera y la había arrojado sobre la colchoneta, pero había quedado en leotardo. Sea como sea, el efímero espectáculo fue bastante provocador. Natalia venía de cambiarse en el baño, solo que se había puesto la jardinera otra vez encima para no atravesar el colegio en leotardo. “Qué mamasita” me dije a mí mismo. Estaba en una de esas situaciones, tan lamentablemente repetitivas cuando uno es profesor, en que hay que hacer de tripas corazón y hacerse el fuerte o el indolente o el que uno es de piedra. Casi siempre, la tentación y la lívido se controlan con éxito, pero a un precio altísimo que con el tiempo, uno se aburre de pagar: ansiedad.
Natalia tenía la piel color trigo. Pero no era ese hecho por sí solo el que hacía que uno quisiera morderla como un apetitoso pan. Sus formas esculpidas por la combinación de la edad y la práctica deportiva, hacían que uno aflojara la mandíbula. También, era de esas niñas con un bio-tipo que encanta a los incautos varones, ya que, sus brazos tenían una tenue capa de vello, del mismo color de la piel, por lo que también tenía las cejas bellamente pobladas. Y su rostro… (suspiro) su rostro… todavía puedo sentir esas mejillas que se le horadaban con la sonrisa y esos ojitos negros que desaparecían cuando reía. La muchachita de noveno grado se había amarrado la melena de forma reglamentaria, para no mechonearse a sí misma cuando estuviera haciendo la rutina.
—¿Estás lista? —le pregunté
—Claro ¿y tú?
—Por supuesto. Empieza cuando quieras.
Capítulo 2 Gimnasia sensual
Ay dios. Si solo verla ahí de pie después de arrojar su jardinera me tenía cardíaco, verla hacer su rutina me desestabilizó. Mientras aparentaba serenidad, rogaba a dios un poco de fuerza. Por momentos ni siquiera grababa bien, pues prefería verla en vivo y en directo y no a través de la pantallita de la cámara. Natalia hacía medias lunas y otras piruetas de gimnasia artística. La hermosura de su ser se hizo casi tangible. La gracilidad de su cuerpo, la estética apabullante y la sensualidad macabra. Sí, macabra. Lo que le hace la belleza del cuerpo de una jovencita a la mente de un hombre normal, es una trampa macabra de la naturaleza que la civilización ingenua e impotentemente ha tratado de prevenir.
Entonces estaba yo ahí, en el potro de torturas, encadenado. Pero encadenado por mí mismo, siendo yo mismo el verdugo, por decisión. Y ¿qué tal si decidía liberarme? Natalia seguía haciendo movimientos que alardeaban de equilibrio y concentración. De vez en vez estaba sentada con los brazos y piernas abiertos o juntando la punta del pie con sus manos por detrás de su cabeza. Era buena. Y yo, estaba muriéndome. En medio de la rutina, el leotardo se le había recogido bastante y estaba metiéndosele en su trasero y vagina de manera brutalmente provocadora. Tuve el pródromo de la horripilante ansiedad, pero, decidí no pagar el precio y permitirme disfrutar. La observé por varios minutos. Me deleité mirando ese coñito, allá pasivo y a merced de los movimientos de las piernas, que se estiraban y encogían, iban y venían. Qué jugoso manantial de delicias. “No aguanto, tengo que ir a pajearme” pensé. Por cómo estaba, acabaría en un minuto, máximo, echaría el semen en el lavamanos y lo enjuagaría rápidamente. El descanso vendría pronto y sería un gran alivio.
No se diga más ¡al baño! Empecé a atornillar la cámara en un trípode y Natalia me sorprendió sufriendo. Estaba temblando y no controlaba bien mis dedos.
—¡Profe…! —sonrió desde donde estaba.
Entonces suspendió su rutina y se quedó sentadita mirándome. Todavía faltaban meses para que yo me enterara que ella se había dado cuenta que yo tenía una carpa de circo en el pantalón.
—¡PROFE! —insistió, con un asombro que yo todavía no entendía, mientras yo trataba de que enroscara la punta del tornillo cabrón hijo de su puta madre con la tuerca de la puñeta y malparida cámara.
Pero yo parecía tener 𝑃𝑎𝑟𝑘𝑖𝑛𝑠𝑜𝑛 además de los dedos llenos de aceite. Ella me miraba con los ojos y la boca abiertotes y media sonrisa.
A ver, pausa. ¿Suena increíble? Pues ¿qué puedo decir? Lo es. Pero, en honor a la verdad ¿han oído de la paradoja del simio escritor? Resulta que, en la lógica, alguien desocupado estableció que, si encierras un simio con una máquina de escribir, con el suficiente tiempo, terminará escribiendo una novela. Con el suficiente tiempo, hasta lo imposible ocurre. Por eso ahora son comunes los resultados de lotería con los cuatro números iguales. Y a mí me ocurría esto. Una niña de noveno grado se percataba de mi erección y no reaccionaba con miedo ni asco, como lo hubiera hecho cualquier otra niña adoctrinada por una sociedad prejuiciosa y temerosa, sino con sano asombro. La explicación no era tan simple, toda vez que había tardado años en hallar un patrón, un efecto y una causa comunes: Las chicas como Natalia, absolutamente adorables y que son la encarnación de la chica de los sueños de los hombres sensibles y solitarios, son criadas solo por sus padres. Están libres del miedo a los hombres que transmiten como una infección todas las madres. Son chicas y luego mujeres excepcionales. Había conocido una durante mi juventud y dos durante la universidad. Ahora, Natalia, 22 años menor que yo. Si para su mente libre de prejuicios, provocar una erección no era nada de otro mundo… lo que venía después… mejor sigamos ¿en qué íbamos?
—¿Qué haces? —me preguntó.
—En seguida regreso.
—No, no te preocupes, profe. Una toma más y ya. Además, ya tengo qué volver.
“Que no me preocupe ¿de qué?” pensé ingenuamente. Pero le hice caso, principalmente porque quería mirarla un poco más antes que se fuera. El resto de su rutina fue muy diferente a lo que había sido hasta entonces.
Ahora, me miraba todo el tiempo, con la boquita sutilmente estirada para los lados y sus movimientos parecían ser más conscientes, menos mecánicos. Creo que es de lo más hermoso que he visto tan de cerca en mi vida. Estábamos en una situación tan íntima y tan sugerente que, por lo menos a mí, se me había olvidado el resto del mundo. Seguí hipnotizado con el brillante micro-tejido de su leotardo y su piel flexible haciendo bellas figuras, como alabando al aire. Me hacía suspirar.
Cuando terminó su rutina, se incorporó y empezó a ponerse la jardinera. Yo empecé a recoger mis cosas. Tuve la fantasía de que acabábamos de hacer el amor. Ella se abotonaba la jardinera a un lado de la cintura, mientras me preguntó
—Profe ¿tú eres casado?
En medio de la fantasía que tenía mi cabeza, razoné las opciones de respuesta. Decir la verdad, conduciría a más preguntas que a su vez llevarían a la humillante verdad, que yo era un solitario. Decir que estaba casado, era una mentira todavía más humillante. Así que, dije lo intermedio, la mentira más bondadosa posible.
—Me voy a casar, este año me caso.
—Ay, felicidades profe.
—Y eso ¿por qué la pregunta?
—No. quería saber si tenías novia —sonrió pícaramente.
Obviamente su pregunta se debía a cómo me había puesto por verla hacer gimnasia, pero yo todavía no lo sabía.
Pues bien, la grabación terminó, ella se marchó y yo me fui al baño a hacerme una de las pajas más gloriosas que tengo en memoria. Recuerdo haber tenido en la mente repitiéndose la visión de su panochita apretada entre ese afortunado leotardo azul oscuro, apretándose y aflojándose con las piernas. No sé por qué fui tan tonto por tantos años y soporté la ansiedad solo por cumplir con un estándar de supuesta rectitud, de no mirar, no pensar, no desear. Prrr… Yo creía que todo había terminado. Una niña bonita y sensual más por la que me saqué un pajazo celestial para agregar a la lista. Pero no. El haberme provocado una erección, suscitó un interés en ella que desató los acontecimientos más peligrosos y románticos de mi vida.
Capítulo 3 el incidente de la nucita®
Al poco tiempo hubo una semana de vacaciones, durante la que usé el recuerdo de las rutinas de gimnasia de Natalia para mis solitarias noches y mañanas. El video también era bueno, aunque no tanto, porque lucía más grabado por un profesional que por un pervertido, pues Natalia aparecía solo del abdomen para arriba. Honestamente, no fui capaz de grabarla abusivamente. Durante el descanso, no imaginé ni soñé lo que vendría tras el regreso a clases.
—¡Primero fue el huevo!
Esa vocecita dulce y consentida se me hizo muy conocida. Pero estaba demasiado metido en mis pensamientos todavía.
—¡Mírelo! Profe ¡primero fue el huevo y después la gallina!
Entonces volteé la mirada como un zombi y Natalia y sus amigas se echaron a reír.
—Profe ¿en qué piensa? —se carcajeó Natalia.
Su risa era adorable. Me miraba con la carita hinchada y el cuerpo doblado por la carcajada. Si hasta se palmoteaba los muslos. Al verla, tuve una sensación rara de haber estado con ella toda la semana de vacaciones, en un idilio y una lujuria indecibles: Pura paja. Entonces, al fin aterricé.
—Natalia. hola corazón.
—Hola profe.
Natalia metió en su boca la ridículamente pequeña cucharilla de la 𝑛𝑢𝑐𝑖𝑡𝑎® que venía comiendo. Despidió a sus amigas y se sentó a mi lado. Ese solo acto significaba mucho para mí. Natalia era atípicamente amable, sobre todo para lo que era el adolescente promedio. Yo estaba sentado en un sardinel del patio y Natalia se ubicó a mi lado, cuidándose de meter bien la parte delantera de su falda entre sus piernas, para no mostrarle sus delicias a todo mundo.
—¿Cómo estuvo tu semana? —le pregunté.
—Bien, ya tengo listo todo lo de la feria.
—Qué bien.
—Y ¿cómo estuvo tu semana? ¿cómo vas con tu novia?
Me asombré. Una conversación tan aparentemente frívola, permanecía en su memoria. Estaba preguntándome por mi novia, lo que era deprimente, puesto que era ficticia. Otra vez me encontré sorteando las respuestas.
—Peleamos.
—Ay, no ¿por qué? —se lamentó
—Porque vio el video tuyo y se puso celosa.
Creo que, un demonio me asistía poseyéndome y hablando por mí, debido a que yo era demasiado idiota para hablar por mí mismo. Natalia soltó una sonora carcajada, cuyo aire disparó hacia adelante como invitando al mundo entero a reírse con ella. Ni siquiera se había preocupado por terminar de engullir la media cucharadita de nucita® que le quedaba sobre la lengua. Entonces se puso el dorso de la mano sobre la boca y pidió disculpas.
—No, profe, en serio.
—En serio, mi vida. Se dio cuenta de lo hermosa que eres y se puso celosa.
—Ay, tan lindo usted, profe. Pero no peleen. Ella debe saber lo afortunada que es. No pude más que fruncir el ceño, encoger los ojos casi tanto como lo hacía ella cuando reía y mirarla sin dar crédito a lo que acababa de oír. ¿Estaba correspondiendo a mi coqueteo? La respuesta me la ofreció la vida en el segundo siguiente:
—Toma el último pedacito de mi 𝑛𝑢𝑐𝑖𝑡𝑎 —dijo.
Raspó bien el recipiente con la cuchara y sin pensárselo, se retorció un poco para llevarla a mi boca. Yo no titubeé y acepté el bocado. Pero la cuchara era tan pequeña que toqué sus nudillos con mis labios. Ella sonrió. Una vez habiendo renunciado a pagar el precio de la insufrible ansiedad, todo fluye mejor. Es como volver a la vida, salirse del sistema, desencadenarse… cubrí su mano con la mía y besé sus dedos. Una pequeña parte de mí gritó a truenos “¿Esto en verdad está pasando?” miré alrededor y ahí estaba el colegio, el mundo seguía girando, solo que lo hacía sumergido en su sueño, mientras nosotros abandonábamos los convencionalismos y nos poníamos sobre todos ellos. Natalia aceptó mi gesto y cabeceó de forma consentida. Dio dos lastimeros golpecitos con la cuchara sobre el fondo vacío de su recipiente de crema de chocolate y leche y se dijo a sí misma
—¿Por qué no dejé más 𝑛𝑢𝑐𝑖𝑡𝑎?
Las experiencias prohibidas, se van sumando y dando más y más sentido a la vida. Inclusive puede uno ir de pie en un transporte atiborrado de gente, pero ir sonriendo. U olvidar rencillas que uno tiene con el mundo y hasta perdonarlo. ¿Acaso estaba enamorándome?
Capítulo 4 todos los profes lo hacen
Había decidido darle continuidad, aunque fuera simbólica, al asunto de la crema de chocolate y leche. Compré un frasco grande de 𝑛𝑢𝑐𝑖𝑡𝑎® para obsequiarle a Natalia. Estaba aguardando el momento para dárselo y este se precipitó sobre ambos. Una soleada mañana, llevé a grado undécimo a los prados para que hicieran una actividad. Al lado, en la cancha, estaba el noveno de Natalia en educación física. Supe que Natalia me tenía prendado cuando la miraba más que a las otras. Incluso más que a las chicas que antes me parecían más mamasitas que Natalia. Mientras mis estudiantes hacían bulla y reían enredándose con una lana, me desentendí por un minuto para descansar la mente y retrasar un poco la inevitable demencia que le espera a todo docente. Me senté en el prado y me dispuse a contemplar el partido de baloncesto. Tren de ricuras. Me pregunté si los profesores de educación física eran eunucos o qué. Por lo general, sobre todo en colegios públicos y sobre todo en aquellos tiempos, la ropita de deportes de las chicas era una provocación. Ya saben —lo he dicho en mis cuentos— por la muy absurda filosofía feminista de que las mujeres pueden verse provocativas, pero que los hombres no deben provocarse. Las chicas jugaban con camisetita blanca, ajustada hasta que sus formas no solo se revelaban, sino que se acentuaban y un bicicleterito azul de gimnasio que ahorraba verdaderas fortunas en tela. Como si fuera poco, había chicas que se ajustaban todavía más su uniforme de deportes. No tengo claro si era intencional o qué, pero el espectáculo de panochas apretujadas hasta la asfixia y nalgas asomadas era como para que le pusieran a uno camisa de fuerza y babero. Ahora, si es que no se lo han imaginado, Natalia era de esas que, ignoro si por intención o porque su cuerpazo no daba para menos, llevaba ese bicicletero como pintado con brocha y cubriéndole apenas lo exigido por la sociedad. Me vio desde su partido de 𝑏𝑎𝑠𝑘𝑒𝑡 y lo abandonó de inmediato para correr a saltitos hacia mí.
—¡Hooola profe!
—Hola mi amor ¿cómo va todo?
Se sentó a mi lado.
El aroma de cuando se sentó la última vez junto a mí me había encantado. Y ahora, me hipnotizaba y me subía a los cielos el olor de su cuerpo bañado en sudor y mezclado con su jabón de baño y su perfume. Se notaba que usaba cosas caras, de esas que están diseñadas químicamente para reaccionar con la temperatura y la acidez de la piel y oler bien. Su pecho crepitaba por la respiración agitada. Sus preciosos senos subían y bajaban con la camisetita pegada por el sudor. Podía ver su delgado 𝑏𝑟𝑎𝑠𝑖𝑒́𝑟. Además, tenerla ahí al lado con esas rodillotas empinadas y sentir su calor, me aceleró el corazón.
—¿Qué están haciendo? —me preguntó con poco aire, refiriéndose a mi curso.
—Un juego.
—Se ve como chévere. ¿Cuándo nos lo haces a nosotros?
—Mmm, puedo ajustarlo a lo que ustedes están viendo.
—¿Ellos que están viendo? —dirigió su mirada a los de undécimo
—Nube electrónica. Orgánica.
Natalia subió las cejas y abrió la bocota, como de costumbre. Miró al vacío y dijo
—Ah, eso…
“Esta china debe ser muy buena en teatro” pensé. Cada gesto que hacía era rebosante de gracia y adorabilidad. Tenía la cara rojita y el cabello amarrado, aunque algunos mechones no habían soportado el calor y estaban fuera de lugar. “Quién pudiera tenerla así pero debajo de uno” pensé.
—Natalia ¡venga a ver! —le gritó su profe de deportes.
—Voy profe —Natalia se levantó de un brinco a su encuentro, pues el profe ya venía hacia nosotros.
“En el nombre de todos los dioses, qué culo ¿quién hizo eso? ¿cómo va a tener eso así y a traerlo al colegio? Que respete a los hombres reprimidos como yo” pensé. Qué pedazo de culo tan rico, trágame Tierra… La observé detenidamente dar cada paso desde que se levantó y puso su trasero cerca a mi cara hasta que volvió a la cancha. La próstata me palpitaba tanto como el corazón. De lo que no me di cuenta, fue que Ricardo, el de educación física, me había visto verle el culo a Natalia y chorrear la baba como perro. Estaba trotando hacia mí. Entonces llegó hasta mí, me pasó la mano detrás de la cabeza y apretó amistosamente mi hombro. Me dijo prácticamente al oído
—Sí, yo sé que está buena, pero disimule porque aquí hasta el pasto tiene ojos.
La historia de Ricardo merece su propio relato. Aquí, solo diré que él se convirtió en mi cofrade de copas y tutor, aunque era más joven que yo, en cuestión de amores profesor-colegiala. Dicho sea de paso, si ustedes conocen algún profesor de bachillerato, no importa lo que piensen de él, ha tenido al menos un romance con una estudiante. Creo que diría “tendría que ser gay para que no tuviera un romance”, pero los profesores gay tienen romances con los jóvenes. Si hasta conocí de primera mano la historia de una psicóloga escolar que tuvo un acalorado romance con una chica de undécimo. La menor manipuló a su antojo a la funcionaria para evitar que emitiera su concepto profesional sobre ella, hasta que la enamoró. ¡Vamos! dejen de creer que hay una especie de estatus supremo que tienen quienes trabajan con menores de 18 que los hace idóneos e impecables. Prr, eso no existe. Es como creer que a los curas no se les para el pito o los policías nunca se pasan una luz roja o los médicos no se pegan una traba. Hasta la policía de menores tendrá fantasías en la privacidad de sus pensamientos cuando confiscan material prohibido. La diferencia es que somos un puñado los que hablamos abiertamente de esto.
Bueno, en lo que estábamos: Por un consejo de Ricardo, le dejé el frasco de 500 gramos de 𝑛𝑢𝑐𝑖𝑡𝑎®en su maleta, anónimamente. La reacción de ella sería muy informativa para mí. Y en efecto, así sucedió.
Un día que se llevaba a cabo una celebración de alguna estupidez, una de 150 que hay cada año en los colegios, hallé el momento preciso para dejarle el regalo a escondidas. Y no tuve que esperar mucho más de una hora, pues tan pronto ella descubrió el presente, me buscó por todo el campus hasta que me encontró. No creo poder confirmarlo, pero creo que fui el primer sospechoso y eso ya significaba bastante. Faltaba ver cómo lo tomaba.
—Profe ¿fuiste tú el que metió la nucita en mi maleta?
estaba de pie frente a mí, con las manos unidas por delante, sin ninguna expresión predecible. Estábamos en el pasillo que daba salida a grado décimo. Y ahí obró otra vez el destino. La ruidosa campana sonó al tiempo que yo hablé.
—¿Qué? ¿Si o no? ¡ay profe no le oigo! —se quejó ella.
—SI, ES DE MI PARTE —me hinqué y subí la voz.
Mi intención era darle un beso en una de sus preciosas mejillas. Me agaché los pocos centímetros que necesitaba para hacerlo. Por la campana, los de décimo salieron como estampida en erupción volcánica. Natalia, sorprendida, brincó a abrazarme y el beso que yo estaba dando le calló en el cuello. Traté de disimular, pero el abrazo de ella era demasiado sincero y un corrillo de chicos de décimo, boquiabiertos, estaba en torno nuestro. Fue como empezaron los rumores y la parte más llena de ají de mi historia.
Capítulo 5 La conspiración cósmica
El clímax de todo lo ocurrido llegó gracias a un paro de transportadores. Ese viernes, los conductores no solo pararon, sino que bloquearon vías por toda la ciudad y la “secuestraron”. Como yo vivía tan lejos, salía desde tan temprano que viajé antes que el paro empezara. Por eso llegué al colegio. Otros profesores tuvieron que caminar por horas y llegar, como buenos asalariados. Pero los estudiantes no tienen esas obligaciones absurdas. En el colegio había si acaso el 30% del estudiantado. De mi curso de 33 jóvenes, habían llegado 12 y 4 se devolvieron. Lo mismo ocurrió en cada grupo. Prácticamente no había nadie. Lo mejor ocurrió cuando, el típico grupo de profesoras proactivas sugirió reunir a los niños en actividades lúdicas. De los 8 que me quedaban, se fueron 5. Cuando me di cuenta, a mi salón habían llegado todos los desparchados de cada curso.
—Qué profe ¿nos va a contar historias de terror? —preguntó uno de los chicos de décimo.
Yo era un afamado contador de historias e interpretador de sueños, incluso en el tan poco tiempo que llevaba allá. Como no había nada qué hacer y se aproximaba 𝐻𝑎𝑙𝑙𝑜𝑤𝑒𝑒𝑛, accedí.
Como habrán adivinado, Natalia era una de ellos y se sentó ‘al mando’ conmigo durante esa mágica mañana. Si hasta habían tapado las ventanas con cinta y carteleras viejas para oscurecer el salón y ambientar mis relatos. Quepa el comentario, fue todo un honor ser reconocido por echar buenos cuentos a viva voz y sacarles gritos a los chicos en plena época del ascenso de las 𝑐𝑟𝑒𝑒𝑝𝑦-𝑝𝑎𝑠𝑡𝑎𝑠. Mientras narraba las historias, Natalia me abrazaba. Estuvo muy bien pegadita a mí por mucho rato y el ambiente fue de tal grado de libertad que me da nostalgia recordarlo. No había reglas, nadie juzgaba. No había nada de malo en ello. Ni siquiera cuando ella tomó una de mis manos entre las suyas y la frotó largo rato. Bueno, ese es uno de cien detalles románticos, pero omitiré los demás en atención a que este es un relato erótico.
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Por eso inventé el género
𝑅𝑜𝑚𝑎𝑛𝑡𝑖𝑝𝑜𝑟𝑛, para no tener
qué volver a omitir
el romance
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Por su puesto hubo cartas de amor, un primer beso, situaciones no menos increíbles de lo que ya les he contado, por ejemplo, como la defendía yo en situaciones escolares, etc. Por ejemplo, que un estudiante que estaba profundamente enamorado de ella, lloró ante mí preguntándome por qué se la quitaba. Al final lo admitió porque yo era su profesor favorito y creía que yo le convenía mejor a Natalia. Por ejemplo, los sueños de Natalia que yo interpretaba y que significaban su obsesión sexual por mí. Por ejemplo, que durante un descanso en un parque público, unos malandros se mezclaron y amenazaron a un estudiante en un intento de ajuste de cuentas. A mí me responsabilizaron alegando el descuido que cometí, ya que los delincuentes habían logrado llegar hasta ese punto, gracias a que yo estaba embobado cantándole una canción a Natalia, guitarra en mano, en un rinconcito muy alejado. Hasta fuimos el tema central de una columna de chismes en un pasquín impreso que era del proyecto de idiomas. También aparecía Ricardo y una de sus choco-aventuras. Las chicas del proyecto me entrevistaron y me preguntaron “¿Qué pensaría usted si una hija suya le dice que tiene una relación amorosa con un profesor del colegio?”, a lo que descaradamente respondí “Pues si el profesor es como yo, felicito a mi hija”. Lo recuerdo y yo mismo no puedo creerlo.
En contraste, lo que viene a continuación es difícil de compartir, sobre todo por ser de forma explícita, por el recuerdo grato y cariñoso que tengo de Natalia. Pero igual quiero seguir contando esta historia, no solo por cachonda sino porque escupe en la cara de quienes se santiguan y niegan sus lados oscuros refugiándose en la doble moral.
Después de una hora o un poco más de tertulia, los poquísimos estudiantes estaban dispersos por muchas partes del colegio. Ya ni los directivos querían estar pendientes. Eran tan pocos muchachos que parecía un día pedagógico, con dos o tres estudiantes colados. Natalia, Alexandra —una de sus amigas, celestina ella— y Fredy, el joven del corazón roto; eran los únicos que quedaban conmigo. El chico alargaba cada palabra para no dejarnos a Natalia y a mí a solas, pero la otra chica fue más fuerte. Logró llevárselo. El corazón se me aceleró. Después de tantas cosas, al fin estaba a solas con Natalia, la treinta mamasita del bizcochito apretado bajo el leotardo y el culazo despampanante y al mismo tiempo, la muchachita de gestos adorables y ternura desquiciante. Yo, estaba sentado en mi mesita de docente, tratando de pensar qué haría a continuación. Pero no era necesario pensar: Las cosas pasarían sin forzarlas de ninguna manera. Natalia se metió entre mis piernas y recostó su trasero en una de ellas. Yo la tomé por la cintura.
—Nata…
—No pasa nada, si viene alguien, Alexandra nos avisa.
Como había hecho ya varias veces, tomé su carita y la conduje hacia la mía con dos dedos. Nos dimos unos besos. Natalia respondió metiéndose más entre mis piernas. Yo, otra vez mostré la necesidad de un límite. Y ¿si estaba pasándose de la raya? El riesgo era más que temerario, era absurdo.
—Nata, mi amor…
—Ay, dime que no te gusta… —me retó.
—¡Ja! Es que ése el problema.
—Y eso es justamente lo que yo quiero
—Qué ¿que nos descubran?
—No, profe. Quiero que se te pare otra vez.
¡Plop!
¿Han visto esos memes donde muestran una cara dibujada en línea con una expresión de tal asombro que se descuencan los ojos y se desgarra el cuello? Pues, tal cual. Y, sí, estaba parándoseme hacía pocos segundos. Tenerla ahí, más cerquita que nunca y de remate a solas, bebiendo su rico olor y sintiendo su calor, además del pequeño y cálido vacío en medio de sus nalgas, que era tan evidente en mi muslo.
—A mí nunca nadie me ha hecho sentir como tú —agregó— y me encanta como me miras y me tratas.
Ya me lo había escrito algunas veces. “No sé qué es eso que tú tienes que nadie más tiene”. ¡Puff! Eso reconstruye el alma por más hecha pedazos que esté, créanme. Ahora, oírlo a pocos centímetros de mi oído era, era… no sé. Estaba enamorado. La atraje por completo hacia mí con mi mano y nos empezamos a dar besos. Una partecita de mí gritaba, por allá adentro, si acaso no estaría soñando o todo era una alucinación o una broma o qué. Pero sí estaba pasando y de vez en cuando hay que aceptar las cosas maravillosas que nos pasan.
Capítulo 6 Pura lujuria
𝙸𝚖𝚊𝚐𝚎𝚗 𝚌𝚎𝚗𝚜𝚞𝚛𝚊𝚍𝚊
¿A alguien a alguna vez le han leído la carta astral? Si no, les diré que, en momentos diferentes de la vida, hay diferente influencia para diferentes cosas. Y que, eventualmente se presentan las condiciones perfectas para que algo ocurra. Solo hay que saber reconocer el momento y actuar. Ricardo decía “Eso es lo mejor que le puede pasar a un hombre en la vida”. Sí, lo mejor. Así que ¿cuántas veces más habría yo de esperar que me ocurriera? Con razón decían que uno se arrepiente es de lo que NO hace. Ahí estábamos, Natalia y yo, una pareja prohibida a punto de hacer el amor en un lugar prohibido. Ya en alguna ocasión, la propia realidad se había vuelto relativa delante de mis sentidos porque se asemejaba a algún sueño, aunque nunca por nada tan complejo ni mucho menos tan bello. Si hasta tenía ganas de darme un fuerte pellizco. En los tres meses que llevábamos de novios, solo una vez nos habíamos encontrado por fuera del colegio. ¡Diablos que es difícil tener una relación con una “menor”, o sea alguien a quien se le ha establecido a dedo que no es apta para tal cosa! “¿Por qué diablos tienen que existir los límites?” solía renegar ella. Los menores no son dueños de su tiempo, ni de su vida y eso no está mal para las mayorías. El problema es que siempre hay gente no convencional, que tiene que vivir apegada a las reglas de las mayorías, basadas en el miedo. Recuerdo haber soñado una vez ser aún un estudiante y haberme sentido tan asfixiado por los muros y las rejas del colegio que salí huyendo para siempre, a correr libre por las calles. Entonces, si el universo se tomaba tantas molestias para hacerme un regalo ¿cómo iba a ser tan idiota de rechazarlo? ¿iba a preferir apegarme a las convenciones chiquitas de la gente chiquita o me regocijaría en la grandeza? “si no es ahora, no será nunca” me dije. Estaba muy seguro de hacerlo, como cuando eres capaz de predecir por intuición que algo que nunca ocurre —lo del simio que escribe una novela— eventualmente está por suceder. Pero no volverá a ocurrir en siglos. Podía presentir que no había nada en este mundo que pudiera impedirlo. Era nuestro momento, nuestro regalo y nuestro tiempo. Si el mismo cosmos estaba conspirando ¿qué podría pasar en su contra? ¿Que subiera el puto rector o la tonta coordinadora y nos sorprendiera? ¿Que Natalia se arrepintiera al último segundo y saliera gritando y yo terminara en la cárcel? ¿Qué justo en el último momento antes del coito empezara un sismo de 9 grados en la escala de momento de magnitud? ¡Nada! Cualquiera de esas tonterías sería probable en otro momento, en otro lugar, con otra chica, pero no ahí, en ese entonces, ni con Natalia. Esa aula de clase vacía no hacía parte del méndigo mundo. Así que, me dejé llevar. Con seguridad y calma. Con confianza, casi chabacanería. El cuerpo y la mente se transforman. Nada se siente igual. La química de la vida entra en un hiper-activo éxtasis y resulta tan delicioso que, uno se reconcilia con su parte animal y la deja fluir. Y valga decir que el sexo prohibido proporciona dicho placer, pero multiplicado por 10. Tanta es la sensación de euforia que uno entiende a las personas que se vuelven adictas al sexo. Vivir sin conocer dicha sensación, no vale la pena. De igual modo, se admira y hace reverencia a quienes, en efecto, son capaces de vivir sin ello.
Mis manos pasaron de apretar gentilmente el tórax de Natalia, con un sentido protector; a masajear su vientre, subiendo lentamente hacia sus senos. No parábamos de besarnos. Parecíamos disfrutar mucho el sabor de los labios del otro y explorábamos recíprocamente nuestros dientes, lengua y la comisura de la boca. El sonido de los besos entraba por mis oídos como una descarga de alta tensión que se procesaba en micro-segundos e iba a parar a mi falo, que ya estaba indolentemente tirando los pantalones hacia afuera. Natalia pasaba sus dedos sobre el bulto y de repente se concentró en la punta. Me daba apretoncitos en el glande con una pinza que formaba con sus dedos. ¿Habría estado queriendo hacer eso desde aquel día de su rutina de gimnasia? ¿Habría tenido fantasías y una que otra masturbación, igual que yo, en la semana de vacaciones? Los pensamientos solo me ponían más caliente. Ya estaba mojando más que cualquier vez pudiera recordar. Mi mano derecha seguía caballerosamente puesta en su cintura, apretándola contra mí. Su diminuto masaje era tan rico que yo tenía ganas de venirme. Mi mano izquierda, estaba en la gloria de su teta derecha. Se la masajeaba con pasión. En ese instante se le salió el primer gemido que recuerdo de ella, directo desde su vientre y arrojó dentro de mi boca su hálito divino de niña que está por cumplir los 15. Separé un poco más mis piernas, pues necesitaba espacio. Quería agarrarle el culo y le hice espacio a mi mano para tal propósito. Tan pronto mi palma derecha tuvo esa gloria, se encendió en mi mente cual pantalla de cine, la imagen de Natalia poniéndose de pie para correr de vuelta a su partido de baloncesto. Ese culo perfecto, provocativo y redondo, estaba ahí en mi mano morbosa. Yo también hice una pinza con el pulgar y los demás dedos para darle pellizcos. Natalia empezó a respirar más y más fuerte y me desabrochó el pantalón. Me encantaba poder al fin masajear esa cola como tantas veces lo había hecho en sueños. Manosearle el culito a una colegiala, así, sin más, por encima de la falda y todo, es una acción sublime y que lo sube a uno al cielo como si salieran alas. La tela de la falda tiene una textura ligeramente áspera, lo suficiente para que mi palma se cargara de electricidad. Mi mano, su falda y su bella cola se movían estregándose lo uno sobre lo otro. Sus nalgas eran firmes, muy firmes. No por nada, ya que la chica hacía deporte desde los 7 años. Mientras Natalia continuaba su masaje sobre mi glande a través del bóxer, seguíamos dándonos besos sonoros y acalorados y yo le manoseaba las tetas y el culo. En un punto no lo resistí y abrí bien mi mano para agarrarle la nalga lo más que pudiera. Se la apreté bien. Pero no fue suficiente. Con mi dedo índice y los demás apoyándolo, metí fuertemente su falda entre su culo. Querría agarrarla toda, tocarle todo, chuparla, cogerla… Hasta que, al fin, su falda empezó a hacerme estorbo y se la subí. Natalia parecía avanzar a la par conmigo. Cada paso que yo daba servía como una especie de aprobación para que ella diera el suyo. Me sacó la verga. Haló el bóxer y yo le ayudé un poco. Sentía el endurecimiento desde el perineo, incluso de más atrás. Natalia me masajeaba la verga y dejó de besarme para mirar. Natalia me lo tocaba con la punta de los dedos y me descargaba corrientazos que me enchinaban la piel. En cuanto a mi mano derecha, bajo su falda… ayúdame dios. He escrito varios cuentos de los que me enorgullezco, pero rememorar algo real es un calibre nuevo para mí. Tal vez tenga que parar de escribir para hacerme una paja. Tenía los tres dedos medios en su entrepierna, por detrás. El calor era impresionante. Se sentía como cuando te bajas de un avión que despegó en el páramo y abrió las compuertas en el trópico. Sus panties se sentían ligeramente húmedos. No sé si era sudor, pura excitación o ambas cosas. Quizá el inmenso calor que tenía allí le hacía sudar también la piel. Qué experiencia más sublime. Mientras le mordía suavemente el costado del cuello con mis labios, le daba un tierno masaje en su zona íntima con mis tres dedos. Ella, para sentirme más, tenía las piernas muy bien cerradas y no me daba mucho espacio para mover los dedos. Arriba y abajo, arriba y abajo. Ella volvió a gemir. También empezó a mover sus caderas adelante y atrás. El pito me empezó a pasar corriente. Ya quería cogerla. Ella jugaba con el lubricante que me salía a raudales mientras yo le besaba los lóbulos de las orejas. Cuando estaba yo dándole besitos en la partecita cóncava detrás de su oreja, ella descendió. Mi mano se salió de entre sus piernas y sintió un frío tenaz cuando volvió a quedar expuesta al aire. No pude pensar nada más. No es muy fácil pensar cuando una estudiante de noveno grado que amas con el corazón, te da besos en la punta de la verga por primera vez. No me avergüenza admitir que, como hacen las mujeres, tuve que agarrar fuertemente un objeto en mi mano para sobrellevar la inmensa sensación. Cogí el borde de la mesa con tanta fuerza que se me marcaron los dedos. Es que mi glande nunca había estado de fuera del prepucio. Solo cuando me bañaba y obviamente no en estado de plena erección. La sensibilidad allí era fenomenal, por lo que los besitos y las lamiditas de Natalia me electrocutaban. Luego se lo metió bien la boca. Yo, no solo estrujaba el borde de la mesa, sino que apretaba los dientes. ¿Qué puedo decir? Una muchacha divina como el sol, colegiala, con el uniforme puesto, alumna mía, en el salón de clase, me lo estaba mamando. Para incrementar el morbazo, bajé la mirada. Quería verla comiéndome la verga. Tuve el impulso de agarrar su frente y levantarla, quería que me mirara, pero no lo hice. Solo vi su cabecita yendo para adelante y para atrás, mamando juiciosa. Húmeda y calientita. Su lengua se movía independientemente, lamiéndome la pija como helado. Tuve una imagen asombrosamente nítida de ella frunciendo el ceño, asombrada por la venida tan abundante que le estaba dejando en la garganta. Luego tosía y un poco de la leche salía con fuerza, pegándose en mi pene y abdomen y un poco también en sus mejillas. Quería hacerlo verdad, pero… no podía. Si me venía, no habría tiempo para recuperarme y seguir haciendo todo lo que quería hacer.
—Ven preciosa, ven te hago el amor…
La tomé de las manos y la conduje a ponerse de pie. Logré contener el orgasmo justo a tiempo. Le quité el saco e intercambiamos de lugar. Ella me miraba con los ojos tan brillantes que se le veía el amor. Le di un beso más, tomando su rostro a dos manos y la doblé gentilmente sobre la mesa. Natalia exhaló complacida. Ya había curioseado con la mano y el turno era para la vista. Si los hombres por naturaleza somos visuales en el sexo, yo era el doble o el triple. Me encantaba mirar. Entonces subirle la faldita a mi niña fue un paseo por las nubes que disfruté milímetro a milímetro. Acerqué mi cara a la parte de atrás de sus muslos tanto como pude, sin que pudiera dejar de ver y sentir ese calor tan rico. Al fin descubrí su ropa interior, sus cucos o como se dice en el resto del mundo, sus calzones. Eran blancos —qué excitante— y eran ceñidos. Por otra parte, no debe haber ningún aroma posible más rico para un hombre que aquél cálido hálito que se libera cuando se le sube la falda a una colegiala. Besé sus piernas, las mordí suavemente y ascendí a sus nalgas. También la mordí con los dientes amortiguados por mis labios. Ella gimió asombrada. Di unos cuantos besos más en su concha, por encima de su panty y acariciándole los muslos y la cadera. “Estos cucos me los quedo para mí” decidí y se los quité. Como un ladrón profesional, los puse dentro de mi morral en un parpadeo, sin ser descubierto. Pero había delante de mí algo mucho más importante. Recordé otra vez la gimnasia y la forma en que su leotardo azul oscuro con figuras azul claro, se le metía entre las nalgas y los labios vaginales. Me acordé de cuánto la deseé y cuánta paja me saqué a nombre de ella. Ahora, esa misma cuca estaba ahí a centímetros de mi cara, rebosando de ganas, abajo de esas mismas nalgas prodigiosas que ella sacaba orgullosa al sol para clase de deportes. También, qué estética vagina. Solo era una rajita impecable, salpicada por unos vellitos cortitos y delgaditos que crecían con timidez. Lamí y chupé todo aquello, mientras ella gesticulaba contenta. La imagen de Natalia en uniforme de educación física seguía impresa en mis retinas, aun cuando en realidad le comía la panocha en ese instante. Consistía en el morbo, la obsesión que me había dejado y que estaba complaciendo. Me encantaba pensar que, así como me palpitó de ganas la próstata cuando la nena se levantó y vi sus nalgas apretaditas entre el diminuto bicicletero, ahora estaba comiendo aquello. Mis ojos se saciaron ese día y ahora, el resto de mí tenía la satisfacción. Mi lengua conocía el sabor de su sudorcito y mi olfato conocía el aroma de sus fluidos. Creo suponer que, los que se denominan normalmente como “pervertidos”, tienen una capacidad superior para disfrutar de lo terreno, impulsada por un deseo básico no reprimido y una imaginación más allá de lo normal. Mientras abría y cerraba mis labios, potenciados por mi mandíbula sobre su vagina, imaginaba que estábamos en medio de su partido de basket. Lo más rico era satisfacer ese improbable deseo y saber que, en el futuro, cuando la volviera a ver así, podría pasar mi lengua sobre mis dientes y saber que mi boca ya tuvo ese frenético éxtasis de chupar todo eso que había allí. Esas exquisiteces pequeñas en tamaño, pero inmensas en valor que ella apenas cubría con su pantalonetica de gimnasio. Mientras pensaba todo eso y chupaba, me la había empezado a jalar sin darme cuenta y tuve que soltármelo por la derramada inminente que se avecinaba. Abrí los ojos y recordé la realidad. Natalia estaba ahí con el pecho tendido sobre la mesita de profesor, con la falda tendida sobre toda la espalda y poniéndome la colita en la cara. Me apeteció comerle el ano. Me saboreaba como un crío hambriento y me seguí saboreando mientras abrí sus nalgas a dos manos. Me enamoré instantáneamente de ese pequeño manjar, puesto que no era más que un diminuto poro, que no sería perceptible si no fuera porque su ubicación era marcada por un asterisquito de piel. Adorable, sencillamente adorable. Pero no había tiempo para un anal, menos si el agujerito en cuestión era nuevo. Fantaseé con estar con ella en muchas sesiones muy largas de sexo, para entrenar su culito para el amor, con mucha saliva y con los dedos, progresivamente. Como fuera, no podía renegar, no podía pedirle más suerte al destino. Creo que nada, ni siquiera su vagina, que acababa de comer; había chupado yo con tantas ganas. Fue tal la intensidad de mi mamada a ese orto que ella estrenó una clase especial de gemiditos. “cómo quisiera encularla” pensé.
Me puse de pie, puse mi mano en su hombro y apunté mi pene —recuerdo que nunca me lo había visto tan crecido y que vérmelo así era parte de lo que me excitaba —a su cavidad vaginal.
Quería experimentar esa gloria milímetro a milímetro y así lo hice. Natalia ahogó los gritos con la mano. Se veía encantadora ahí tapándose la boca y con los ojos cerraditos. Le temblaban los párpados. Empezamos a culiar. “Al fin…. Ufff, al fin…” pensaba. Si describiera la dicha que inundó mi espíritu, llenaría estas líneas no solo de arrechera sino de fulgor romántico. La verdad, fue como volverlo a hacer por primera vez —o mejor—. Penetrar y hacerle el amor a una colegiala es un pasaje místico, hace que todo alrededor, antes y después, desaparezca. Cuando se recuerda, se cuestiona uno por qué las mejores cosas de la vida están prohibidas. Lo mandan a uno a la cárcel, al hospital o lo hacen a uno suponer que lo mandan al infierno. Si tan risible lugar existiera, valdría la pena ir, después de hacer el amor con una colegiala de catorce años, con el uniforme puesto, en un salón de clase. Por otra parte, uno admite que hay miles de relaciones entre adolescentes por ahí, pero uno presiente que no son ni una décima así de intensas en amor y placer. Sencillamente, porque un joven adolescente, aunque esté con la criatura más bella de este mundo, con un ángel encarnado, el idiota no lo sabe. Por algo, la sabia madre natura hizo a los hombres con una niñez tremendamente larga y a las mujeres, con una niñez tremendamente corta. La pareja natural es de un hombre y una muchacha. La pareja por excelencia, Natalia y yo.
Ya sugerí que el cuerpo y la mente cambian y se asciende a un punto casi extra corpóreo. En el coito, se está en la cúspide. Agarraba a Natalia por un hombro y por la cadera y la bananeaba frenéticamente. En un punto, ella no resistió más y se quitó la mano de la boca. Gritó. No estoy seguro de qué pasó o tal vez sí estoy seguro, pero es demasiado increíble, incluso para mí mismo. Le permití gritar dos veces más, puesto que la sensación que me proporcionaba era riquísima. En ese piso del colegio, con toda seguridad, solo estábamos Natalia, Alexandra y Fredy como esbirros ahí afuera y yo. Pero los gritos de placer de Natalia se dispersaron en el vacío como bala de cañón. Recordé las risotadas hiper-sonoras de Nata. A continuación, yo mismo le tapé la boquita. Seguí bombeando y bombeando y bombeando… tenía muchas ganas de echárselo dentro. Hubiera sido como la consumación perfecta de nuestro deseo y nuestro amor, pero no lo hice. Lo saqué y terminé masturbándome sobre sus preciosas nalgas. Nunca, ni en las pajas a nombre de la misma Natalia, ni cuando me pajeé en el baño del colegio con la imagen de su conchita haciendo gimnasia, sentí tanto. Las nalguitas de mi Nata estaban quedando sin una pulgada limpia y yo seguía acabando. Recuerdo que gruñía, involuntariamente. Un chorro más, un gruñido más, unas gotas más, una gota más, otra, la última… todo terminó. Parecíamos acabar de terminar una carrera de triatlón.
La respiración si apenas alcanzaba para mantenernos vivos. Me recargué sobre ella y le cubrí el costado del rostro de besos. Tuvimos unos minutos para gozar el éxtasis. Natalia, aun dando resoplidos y sonriéndome, se irguió.
—¿Dónde están mi panty?
La recordé volviendo a ponerse la jardinera después de su rutina de gimnasia cuando apenas nos conocíamos y que fantaseé con que acabábamos de hacer el amor. Sentí una alegría inmensa.
—Ese panty ahora es mío.
Ella sonrío y me dio un beso. Parecía que cada detalle de mi obsesión con ella, la complacía. Desde mi erección por verla haciendo gimnasia hasta el apropiarme de su calzón. Se acomodó la jardinera.
—¿No te vas a limpiar?
—No. Creo que va a ser rico sentirme sucia y saber que el que me ensució fuiste tú.
No sabía que fuera tan puta. 0k, rico. Hasta donde yo sabía, a Natalia se la había comido un primo de su edad en un paseo familiar y durante un año se la había vuelto a comer esporádicamente. Pero no imaginaba que tuviera fetiches. Advertirlo, solo me hizo enternecer más y darle un enorme abrazo. ¿Qué había hecho yo para merecer semejante bendición? Una niña hermosa, sin tabúes, miedos ni prejuicios, para mí. En medio del abrazo recordé que era probable que nunca más volviéramos a estar, así que la apreté más y más. Ella correspondió.
Epílogo
Lo que pasó a continuación, fue el duro despertar. Volver a la aburrida y casi deprimente realidad. La vida volvió a aterrizar en su estadio obligado de apariencias y estándares. Todo se inundó de repente otra vez de hambre, plaga, miedo y odio.
—HOOOOLA PROFE GISELI!! —gritó a truenos Alexandra, desde la escalera, que quedaba como a 50 metros del salón donde me cogí a Natalia. La reacción ante la alerta fue inmediata. Natalia me besó en la boca y se retiró como un rayo, hacia los baños, a ponerse totalmente a salvo.
—Uhy, pero por qué grita, que horror ¡no estoy sorda! —escuché responder a la Coordinadora Giseli, un poco molesta.
Como sea, la profesora nunca me buscó, sino que siguió de largo al siguiente piso. Ojalá, ese maravilloso día hubiera sido aprovechado por muchas más parejas prohibidas para hacer riquísimo el amor. Nuestro noviazgo prosiguió justo hasta donde ambos habíamos pronosticado: El último día que el colegio hiciera actividades. Después de eso, por la dificultad de encontrarse con una menor de edad, las cosas serían imposibles. Fue algo que hablamos muchas veces, pasando gradualmente de la negación a la aceptación. Era una realidad de las que profesaba Ricardo sobre sostener relaciones amorosas con estudiantes:
«Disfrútelo, porque es como vivir un sueño, pero parte de vivir ese sueño, es despertar. A ella le espera toda una vida y usted no puede impedirle nada. No le niegue la vida. Ella va a terminar el colegio, a empezar la universidad, a trabajar, a pasear, etc. Y va a conocer a alguien más. Usted, ámela, mientras ella se lo permita, cuando ya no, retírese como un caballero. Para eso el hombre es usted, un hombre, no un niño. Usted seguramente se convertirá en el recuerdo más bello que ella tenga de su juventud, así que procure eso, ser un sueño vivido e inolvidable para ella y no una pesadilla que quisiera olvidar. Lo que siempre les digo a quienes les pasa eso, tener amores con una estudiante, se lo digo a usted: Trátela bien, trátela BIEN».
Fin
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Yo también fue profe, de secundaria… Y me animo a escribir mi escritura… Genial historia
Excelente relato.