Conociendo a la pequeña Matilde
Historia de como conocí a la hija de mi amante.
Mi verga entraba y salía con fuerza por ese delicioso coñito peludo, sintiendo como me escurría de todos esos viscosos jugos vaginales. Mi puta gemía muchísimo, estremeciéndose acostada boca arriba sobre las sudadas sábanas de su cama, viéndome fijamente con una inconfundible mirada de deseo. Yo desde arriba contemplaba su pálido y delgado cuerpo, y como su largo y lacio cabello negro se extendía por sobre las almohadas blancas, mientras su cabeza daba topes contra la cabecera; pues mis embestidas eran cada vez más rápidas y toscas. Ella se masajeaba sus redonditas y respingadas tetas, excitadísima, en lo que yo la sujetaba por los muslos y la mantenía bien abierta de piernas para bombearle muy duro su jugoso coño.
Llevábamos follando así largo rato, por lo que yo al fin me corrí dentro de ella, soltando toda mi leche viril en sus entrañas vaginales sedientas de semen. Cuando largué mi último chorro espeso de esperma dentro de su vagina, se la saqué del todo y le restregué mi gran glande sobre su velludito Monte de Venus. ¡Qué me encanta ver el contraste de su tez blanca contra mi verga trigueña, casi negra! Luego me acosté a su lado, todo transpirado que mis pelos corporales se pegaban a mi piel. Y en eso mi flaca y giró en la cama y se colocó boca abajo sobre mí torso y comenzó a comerme la boca a besos, que nuestras lenguas parecían luchar entre ellas, y cuando se detuvo ya más calmada de su lujuria para conmigo y mi carne, me dio los buenos días; ya que esa cogida había sido el mañanero posterior a una noche llena de mucho más sexo y eyaculadas en su boca, culo y por supuesto coño.
Esa fue la primera noche en que me quedaba a dormir con ella en su casa. Normalmente solemos tener nuestros encuentros en algún motel, mi carro u otro lugar público donde logro seducirla hasta el punto que la follo sin importarme que nos encuentren. Y justo en lo que mi puta me decía que iba a hacerme el desayuno, su teléfono sonó. Era una llamada de su trabajo, que a pesar de ser sábado la necesitaban con urgencia, a lo que no se pudo rehusar. De inmediato se puso como loca, tratando de alistarse a los apuros, viniendo del baño al cuarto, poniéndose prendas de ropa y dejando tiradas otras por todo el piso de la habitación. Ella estaba atareada y complicándose de gusto, diciendo que no podía dejar sola a su pequeña hija y que ni su hermana o vecina le contestaban para hacerle el favor de cuidar a Matilde.
A este punto sería bueno mencionar que yo soy un hombre de 47 años, casado y con hijos, y que ella, mi flaca-puta, es más joven con 31 y es madre soltera de una niña de 6 años. Tengo ya varios meses teniendo un amorío con ella, pero apenas ayer conocí a su hija. Entonces le dije que no se preocupara más, que yo me podía quedar con la pequeña esa mañana, que no era ningún problema para mí y que se fuera tranquila a su oficina el tiempo que fuera.
Ella lo dudó un poco, pero no tuvo más remedio que aceptar y con ello me empezó a recitar una retahíla de cosas que yo tenía que tener presente para cuidar a su niña. Yo hice como que la escuchaba y a todo lo que decía le contestaba con un: “ajá” o “sí, está bien”; en lo que me levantaba de la cama y me dirigía al baño. Entré, levanté la tapa del inodoro, retraje un poco el prepucio de mi gruesa verga y solté mi poderoso chorro de orina amarilla directo en el tazón del servicio, sintiendo un gran alivio. Cuando acabé y me sacudí hasta la última gota, me puse mi trusa blanca; una que me quedaba muy ajustada y corta, que hasta se me escapaban los pelos púbicos por el elástico y los costados, por lo que creo que era de alguno de mis hijos; pero como fuera, fue una suerte que me la haya puesto, pues al salir y regresar al cuarto me topé con que Matilde me esperaba sentadita sobre la cama con la TV encendida.
Su madre la había despertado y traído al cuarto, mientras terminaba de arreglarse y en lo que me vio salir me dijo un par de cosas más; luego me dio un beso agradeciéndome y diciendo que no tardaría mucho, y después se dirigió a su pequeña y le hizo prometer que sería una buena niña, obediente y bien portada, y también le dio un beso en la boquita. Yo entonces volví a la cama y cuando me quise cubrir con las sábanas, Matilde no me dejó, ya que se había recostado a mi lado, acurrucándose bajo uno de mis brazos y con su cabecita apoyada en mi pecho a modo de almohada, y así se quedó quietecita viendo ida las caricaturas de la TV.
Yo francamente me sorprendí por la pronta confianza que Matilde parecía tener conmigo, pues tenía poco de conocerla. Ayer en la tarde apenas y pasé unas cuantas horas con la pequeña y su mamá juntos los tres; pero sí noté que la nena era muy dulce y dócil, y creo que podría decirse que desesperada por afecto masculino; por lo que creo que ella veía en mi esa figura paterna que nunca había conocido. Entonces al tiempo que oía a la madre marcharse, yo me acomodé mejor y puse mis brazos tras la nuca, olvidando que estaba todo transpirado y sucio, y que mis sudados sobacos de esta manera soltaban más mi fuerte hedor a macho. La niña giró su cabecita y vio primero mi axila peluda y luego a mí, en lo que luego me habló:
— ¿Por qué eres tan peludo?
Y ella se volteó del todo, quedando de rodillas sentadita en la cama a mi costado. Yo por unos segundos dudé que decirle, hasta que me decidí por hablarle franco a pesar de su corta edad.
— Porque soy hombre y los hombres somos peludos. Alguno más que otros (y le sonreí), yo como ves soy de los que son muy peludos.
— ¡Sí, pareces un oso!
La nena me devolvió la sonrisa con su tierna carita. La verdad es que Matilde es una pequeña preciosa, con el cabello corto, ondulado y castaño claro a diferencia del de su madre; pero como ella es blanquita, menudita y tiene unos hermosos ojos miel con largas pestañas.
Ahí la niña pasó una de sus manitos por los pelos de mi pecho, acariciándolos con carita de pícara, como si haber hecho eso sin mi permiso fuera una terrible travesura.
— ¿Te gustan mis pelos, bebé?
— ¡Sí, mucho! Son suavecitos como de peluche…
Y con eso último la pequeña comenzó a pasar sus dos manitos por todos los rizados vellos negros de mi pecho y panza, como si aquello fuera un inocente juego. Pero extrañamente para mi cerebro eso fue algo muy morboso, que sentí como si mi verga quisiera despertarse, y sin pensarlo me dejé llevar por una nueva perversión y proseguí:
— Sabes, si te frotas contra mis pelos es más divertido y vas a sentir bien rico.
Obviamente la inocente Matilde no tenía idea a lo que yo me refería y me lo preguntó. Así que yo le dije que podíamos jugar algo secreto y muy especial, sólo entre ella y yo, pero que no podía decirle a su mamá ni a nadie o no podría jugar. Por suerte su curiosidad infantil y la necesidad de no querer perderse un nuevo juego, hizo que la pequeña aceptara. Entonces le dije que tenía que quitarse el calzoncito que llevaba puesto. Por supuesto la niña titubeó en silencio, nunca antes un hombre le había pedido eso, seguramente ella sólo se desnudaba con su mamá.
— No tienes que sentir vergüenza (y acaricié una de sus tersas mejillas), tu sabes que yo ahora estoy con tu mami; por lo que soy como tu papá, así que está bien, no pasa nada.
Con eso la logré convencer. Matilde se bajó su pequeña prenda íntima, rosadita con dibujitos de fresitas, y yo la ayudé a removérsela del todo; quedando la nena sólo con la cortita blusita rosa de tirantitos y debajo nada, dejando expuesto su lampiño y tierno coñito infantil.
Yo la subí a mi torso, entre mi pecho y estómago, y ella con las piernitas bien abiertas para poder montarme; por lo que su vaginita quedó justo sobre mis vellos. Después le dije que se moviera de adelante atrás, frotando sus partecitas para que sintiera el rico roce de todos mis pelos de macho, justo y directo entre sus labios vaginales bien cerrados.
Sé que a la nena le empezó a gustar aquello, pues cada vez ella solita lo hacía con más entusiasmo, sintiendo mis pelos en su vulvita y seguramente experimentando por primera vez sensaciones en su entrepierna que nunca antes había sentido y menos con sólo 6 añitos.
— ¿Te gusta, bebé? ¿Verdad que sientes rico ahí abajito?
— Mmmm… ¡Sí! Mmmm…
La pequeña me respondió casi entre leves gemidos y con los cachetitos todos colorados, en lo que ella que frotaba su coñito contra mi torso y se sujetaba con ambas manitos de mi pelo en pecho. Yo evidentemente ya tenía la verga durísima a más no poder; que aquella trusa blanca apenas y podía contener toda mi carne viril, sacudiéndose con tal ferocidad bajo la ya mojada tela, que por un momento pensé que reventaría el elástico. Y con todo esto mi morbo llegó al extremo de la depravación, que sin detenerme a pensar continué con mis engaños:
— Sabes bebé, si te frotas más abajo vas a sentir todavía más sabroso.
Matilde me quedó viendo, quizás contemplando la idea; pues seguramente ella ya estaba sintiendo muy rico, que no podía imaginarse cómo sería algo más placentero que eso. Claro que la inocente niña terminó aceptando mi perversa propuesta sin saber el trasfondo; pero en lo que descendió por mi panza peluda para llegar a mi entrepierna, sus nalguitas se toparon con aquello enorme y sumamente duro. Entonces la pequeña se volteó para mirar que era eso y no entendiendo lo que veía me preguntó:
— ¿Qué es eso que tienes guardado ahí?
Yo me quedé unos segundos callado, buscando la manera de explicarle mi erección para que ella quisiera seguir jugando más así.
— Eso bebé, es algo que tenemos todos los hombres. Se llama verga y se pone así de grande y dura cuando queremos jugar con mujeres… o niñas lindas como tú.
— ¿Entonces es un juguete?
— Sí, se puede decir que sí. A tu mami le encanta jugar con mi verga. ¿Tú quieres probar?
— ¡Sí! ¡Yo también quiero jugar como lo hace mi mami!
La ingenua niña estaba entusiasmadísima con la idea y yo aún más, que mi verga se sacudió sola, escapándose por unos de los costados de la trusa; saltando por los aires y quedando bien erguida en todo su máximo esplendor de casi 20cm de carne masculina.
— ¡Oh! Tu ‘verja’ es muy grandototota…
— No es verja, bebé. Se llama verga y sí, la tengo enorme (y aproveché para quitarme del todo la trusa y dejar cómodos todos mis genitales frente a la pequeña). ¿Te gusta?
— ¡Sí! Y aquí tienes muchos más pelos, ji, ji, ji… (y señaló mis pelos púbicos)
La adorable de Matilde ya estaba tocando toda mi hombría. Sujetaba mi verga con sus dos manitos y la manipulaba como si en verdad se tratara de un nuevo juguete para ella. Maravillada por mi tupida mata de pelos también comenzó a tocarla, pasando sus deditos entre mis vellos negros, enredándolos y frotándolos con una expresión divertida en su carita. Luego volvió a pasar sus manos por todo mi venoso tronco, subiendo y bajando el prepucio de manera instintiva una vez que descubrió que se podía. Sus deditos blancos no podían rodear todo el grosor de mi verga; pero se veían tan tiernos en contraste con lo oscuro de mi gordo leño. Y cuando llevó sus manitos a mi gran glande y lo empezó a toquetear y me acariciaba justo en el mero frenillo, yo me estremecía de pies a cabeza resoplando de gusto.
— ¡Tu verga es pegajosa! ¿Por qué?
— Porque cuando juegas con ella suelta ese juguito. ¡Pruébalo, te va a gustar!
— ¿Se come? ¿De veras?
— Sí, claro que sí bebé. A tu mami le encanta.
Entonces la ingenua niña se llevó la mano a la boca y le pasó la lengua a toda la palma que tenía embadurnada con mis abundantes secreciones seminales.
— Mmmm… ¡Es dulcita! (y se lamió contenta la otra manito)
— Cómetela directo y verás que entre más le des besitos y le pases la lengüita, más juguitos dulces saldrán para ti, bebé.
Y con mi mano izquierda me agarré la venosa verga por la base, ofreciéndosela a la preciosa Matilde; mientras con la derecha sobre su cabecita, alentaba a la nena para que se acercara a mi ansiosa y palpitante tranca. Ella por supuesto no se rehusó y pronto la tenía de perrito en la cama entre mis recias piernas, con su carita justo a la altura de mi glande; el cual ya lamía con entusiasmo, pues realmente a la pequeña le gustaba comerse todos mis jugos.
La niña a este punto ya hacía todo lo que yo le decía. Con sus dos manitos me la agarraba por el pegue peludo y le daba besitos a toda mi verga. Matilde sonreía cada vez que se volteaba a verme, como si estuviera feliz de complacer a su nuevo papá y yo sólo resoplaba y jadea de gusto observado como esa criaturita de 6 añitos estaba gozando de mi verga.
Para ser honestos yo nunca antes había sentido morbo por una nena de esta edad, pero ese día algo en mi mente me dijo que debía de hacer eso y la verdad es que se sentía increíble. Yo todavía no podía creer que esa pequeña me estuviera pasando la lengua por todo mi largo y grueso miembro masculino; todo sucio, pues seguro sabía a orina y a semen seco de todas las cogidas que le di antes a su madre, sin mencionar que la nena estaba no sólo deleitándose con los sabores de mi verga, sino que también con los restos del interior de la vagina de su mamá.
Pero en eso ella se detuvo, intrigada por algo que antes había dejado pasar por alto.
— ¿Y qué es esto tan grandote y arrugado…? (preguntó indicando con su mirada mis huevos)
— Eso bebé, son mis bolas. Y las tengo así de hinchadas porque están llenas de leche.
— ¡¿De leche?! ¿De veras? ¿Tienes lechita aquí? (y con sus manitos me agarró de los huevos y los comenzó a manipular a su antojo; haciendo que mi excitación aumentara todavía más)
— Así es, bebé. Es leche de macho y tengo mucha… y la puedes comer también.
— ¿Mi mami la come?
— Claro, a tu mami le encanta la leche de mis bolas, la toma todos los días que me ve (y antes de que la curiosa de Matilde preguntara, yo proseguí). Sale por mi verga y para ordeñarla tienes que chupármela. ¿Quieres tomarla tú también, bebé?
La inocente niña se maravilló con lo que le dije y con un efusivo movimiento de su cabecita de arriba abajo, a modo de un “Sí”, me dejó bien en claro que quería saber más sobre la leche de los hombres y como tenía que hacer para poder tomársela. Yo entonces aproveché y la instruí para que se animara a meterse dentro de la boca mi maciza verga.
La obediente nena lo hizo, pero en su boquita apenas y cabía sólo mi gran glande; aunque de todos modos yo sentía delicioso como aquellos suaves y rosaditos labios infantiles chupaban mi verga, como dentro de su pequeña boca podía sentir como ella me frotaba la lengüita, haciendo que yo soltara más jugos seminales por el ojete y ella contenta los tragara con gusto. En un momento no pude controlar mi lujuria depravada, que con ambas manos las apoyé sobre la cabecita de Matilde y la obligué a que engullera más de mi miembro viril; pero era imposible para esa nena de 6 añitos mamar más que unos pocos centímetros más de mi hombría, que por las fuertes arcadas que le dieron tuve que soltarla.
Ella con las mejillas coloradas me miró con sus hermosos ojos miel, con las pestañas llenas de gotitas de lágrimas, y de una forma como si me preguntara por qué le había hecho eso. Yo le expliqué que así era más fácil para ella ordeñarme la leche, que si en verdad la quería comer como lo hacía su madre tenía que dejarse de mí; además le recordé que ésta le había dejado dicho que debía de portarse bien y ser obediente conmigo.
— Está bien, seré buena. (y me sonrió de una manera que hizo que mi verga se pusiera todavía más dura e hinchada, y mi corazón también se infló de amor por esa nenita)
— ¡Qué buena niña eres, bebé! ¿Sabes?, a papito le encantas…
Y con eso noté como el adorable rostro de Matilde se iluminó por completo; extasiada de haber encontrado en mí el macho padre que siempre había querido.
Después de eso me fue más fácil ponerla a mamármela como me gusta. De tanto en tanto la follaba por la boca hasta la gargantita; clavándole mi mazo hacia arriba, en lo que con mis manos empujaba su cabecita hacia abajo para que engullera más y más de mi carne masculina. A mí ya no me preocupaban sus arcadas o las lágrimas que llenaban sus ojitos claros, pues yo estaba en el paraíso de la depravación con esa niña de 6 años; además la pequeña parecía acostumbrarse con una sorprendente rapidez a mis cogidas bucales, casi como que el mamar vergas era algo innato en ella, obviamente heredado de su mamá que es una formidable puta y es adicta todo lo que me cuelga de mi entrepierna peluda.
Cuando dejaba libre a la nena de mi brutal agarre, ella solita pasaba su lengüita por el tronco de mi venosa tranca, juntando los chorros seminales que me escurrían sin cesar; la pequeña los juntaba desde mi base velluda, subiendo por todo mi miembro hasta llegar a mi amoratado glande; relamiéndose sonriente y casi que pidiendo por más. También le dije que si mamaba mis bolas eso haría que me saliera más lechita; sólo que a Matilde no le cabían en la boquita, por lo que se dedicó a lamérmelas y hasta me chupaba los rizados vellos del escroto.
— ¿Ya quieres mi leche, bebé? (le pregunté mientras me pajeaba el leño con fuerza)
— ¡Sí, papito! ¡Ya me quiero comer toda tu lechita de macho!
Yo ya estaba al borde del orgasmo; entonces le dije que volviera a mamarme la cabeza de la verga, en lo que yo me la jalaba con ambas manos, viendo como la pequeña se esmeraba por engullirse más de mi carne viril, y sintiendo su cálido paladar y como su lengüita juguetona me frotaba el frenillo del glande. Pronto los movimientos de la boca de la niña se sincronizaron con los de mis manos, provocándome un placer colosal que con un tremendo alarido comencé a correrme y soltar todo mi semen espeso. Los chorros de mi esperma empezaron a entrar directo en la garganta de Matilde, cayendo en su pancita hambrienta, hasta que no pudo tragar a la misma velocidad que a mí me brotaba la leche de macho; por lo que en segundos mi semen se desbordaba de su boquita y hasta le salía por la naricita, atragantándola.
Así que yo la solté y la dejé sacarse mi verga de la boca; pero rápidamente la sujeté por los mechones de su cabello ondulado y la sostuve con la boquita abierta justo en frente a mi ojete, para ver cómo mis disparos de esperma blanquecina le bañaban toda la linda carita. Sin darme cuenta le llené todo el colorado rostro a la nena, en lo que ella tosía y trataba de seguir tragando la gran cantidad de semen que todavía tenía en lengua, boca y garganta. Y cuando yo al fin acabé del todo, ella pudo medio abrir los ojos, pues tenía esperma en las pestañas.
— ¡Tienes muchísima lechita, papito! Mmmm… (y vi cómo Matilde se relamía los labios y con sus manitos pequeñas se trataba de quitar los restos de mi semen del rostro)
— ¿Te gustó, bebé?
Ella con una nueva sonrisa me contestó que sí, y por su expresión estaba seguro que era cierto. Aún con únicamente 6 años la dulce nena me había demostrado que le encantaba la verga y la leche viril; así que con una de mis manos la ayudé a limpiarse, juntando con los dedos borbotones de mi esperma cremoso y llevándoselos a la boca a Matilde, quien los comía con deleite.
— Mmmm… ¡Qué rica! Mmmm… ¡Está calentita!
— Me alegra mucho que te guste tanto, bebé. Ahora me tienes que prometer nunca decirle a tu mamá ni a nadie más de esto.
— ¿Por qué, papito? ¿Es malo?
— Claro que no mi amor. Nada de lo que hagamos tú y yo puede ser malo; pero a tu mami no le gusta compartir mi leche. Así que te la daré a escondidas… Será nuestro secreto, ¿sí?
— ¡Sí! (me respondió entusiasmadísima y con su acostumbrada inocencia infantil), te prometo papito que no le diré nada a nadie. Es secreto de los dos nada más, ji, ji, ji…
— Así me gusta, mi amor.
Después de eso yo me subí la trusa y como pude me acomodé dentro mi semierecta y aún inmensa verga, y de ahí ayudé a la niña a ponerse su calzoncito de fresitas y la llevé al baño a lavarle el rostro, asegurándome de que no quedaran rastros de mi depravación en ella.
Y al momento en que su madre regresó a la casa, ésta nos encontró a Matilde y a mí en la cocina desayunando tranquilamente; sólo que ambos seguíamos estando nada más que con la ropa interior y bien sentados a la mesa comiendo cereal. Cuando la pequeña vio entrar a su mamá, salió corriendo a recibirla y decirle que se había portado muy bien. Mi flaca le preguntó a su hija que habíamos hecho en ese par de horas; yo en ese instante sudé mucho en cuestión de segundos, que sentí los sobacos empapados, temiendo que la ingenua nenita terminara revelándolo todo. Por suerte Matilde sólo le dijo a su madre que ella y yo habíamos estado jugado bien divertido y corrió de regreso a la mesa; donde se subió a mis piernas, me abrazó restregando su linda carita en mi pelo en pecho y luego como pudo se estiró para alcanzar mis labios entre mi bigote y barba, y darme así un beso justo en la boca.
Fin.
Habrá segunda parte…
Excelente relato. Muy estimulante
Historias de ficción que se asemeja a la realidad
Gracias y claro que es pura fantasía, como todo por acá jaja…
Es muy rico cuando ellas conocen a nuestros amantes, buen relato, saludos.
Gracias y saludos…