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Heterosexual, Infidelidad, Intercambios / Trios

Construyendo una relación más entre matrimonios (2)

Mi compadre Jesús hizo su tarea de acercar a su mujer hacia un intercambio de parejas que concebimos él y yo cogiendo en el hotel, y fue de manera magistral, al grado de que su esposa me invitó a platicar en un café..
Mi compadre Jesús hizo su tarea de acercar a su mujer hacia un intercambio de parejas que concebimos él y yo cogiendo en el hotel, y fue de manera magistral, al grado de que su esposa me invitó a platicar en un café.

Recibí una llamada de mi comadre Sonia, la cual ya esperaba yo pues me lo dijo su esposo Jesús: “Sonia estaba decidida a colocarse un DIU y solicitarte que le permitieras coger con tu marido”. Y es que hace 22 años emborrachamos a mi marido para que, sin darse cuenta, cogiera con Sonia, creyendo él que lo hacía conmigo. La intención en ese entonces era que Miguel, mi esposo, preñara a Sonia dado que Jesús es estéril. Durante toda una noche, mi marido eyaculó cuatro veces y se logró el objetivo en la mujer que ovulaba (claro, una semana de abstinencia previa en alguien tan caliente hizo que éste descargara completamente sus huevos en tiempo récord). Mientras tanto, Jesús y yo también nos desfogamos sin que nuestros ocupados consortes se dieran cuenta.

–Hola, Gloria. Habla tu comadre Sonia –escuché en la bocina del teléfono.

–¡Hola comadre! ¿Cómo están? –pregunté

–Todos bien, comadre. Los hijos independizándose, pero el otro día Jesús y yo tuvimos una discusión. Quizá lo molesté con lo que dije, pero creo que tengo razón –explicó, pero no entendí a qué se refería con tener razón.

–¿Qué le dijiste, Sonia? ¿Por qué se enojó? –pregunté porque ahora yo entendía menos.

–Es largo el asunto, pero sí quiero platicártelo para saber si estoy encaprichada o quizá equivocada en algo que pienso como un principio, más a estas alturas de la vida, pero no por teléfono. Te invito a un café pasado mañana –propuso y yo acepté.

Al día siguiente, entre palo y palo, Jesús me contó cómo había estado la discusión y medio comprendí el enojo de Jesús y las posibles razones que Sonia quería defender, más importantes para ella que simplemente coger con Miguel. ¡Ah, los hombres, ustedes son la causa! ¿Verdad, Sor Juana? Esperé a la tarde-noche del día siguiente para ver qué tan errada era mi intuición.

–A ver, Sonia, cuéntame cómo estuvo esa bronca con mi compadre. No te guardes ninguna acción, mucho menos si hubo derramamiento de sangre o de lágrimas y la razón que los provocó –exigí exagerando, después de los saludos de rigor.

–Sí comadre, pero vayamos a la zona del bar, porque te diré cosas que a nadie, ni a Jesús, le había contado –explicó, y yo pensé que requería de “tomar valor” para decirme que se quería tirar a mi marido, pero ¡eso sí se lo había dicho ya, según me había mencionado mi compadre el día anterior (en ese momento me vino a la mente cómo me lo había dicho Jesús: entre mamada y mamada que él daba a los pezones que había juntado para ello).

–Yo tomaré lo mismo que tú. Pide lo que necesites y comienza a platicarme –externé solidariamente.

–No hubo sangre, no te aflijas. Sí corrieron lágrimas y mucho flujo de mi parte, cuando empezó a preguntarme con cuál de los compadres me había gustado más haber cogido y que si alguno me había chupado la panocha como él lo estaba haciendo en ese momento. ¡Nunca lo había sentido tan goloso de saborear el flujo que yo soltaba! Soltaba yo más flujo al acordarme de las chupadas y mamadas que me dio Miguel –seguramente yo hice algún gesto dejando mostrar algo de celos, porque de inmediato respondió con una explicación–. Perdón amiga, pero me pediste que te contara con detalle. ¡Salud!

–¡Salud por tu franqueza!, la cual agradezco y no te cortes, síguele, por eso somos comadres –dije chocando mi vaso con el suyo.

Su narración coincidía plenamente con lo que me platicó Jesús, salvo que ella también me contaba lo que recordaba que ella pensaba, particularmente en la lujuria que le provocaba el recuerdo ante las preguntas que le hacía su esposo al fornicar.

–En resumen, le dije que platicaría contigo para pedirte que tuviésemos un intercambio de machos y sentir todo aquello que, por razones obvias de no desperdiciar semen, me pediste que no hiciera, como que Miguel se viniera en mi boca o en mi culo –dejando clara la intención de culminar lo que le había faltado hacerle a mí marido, pero que ella lo deseaba intensamente desde hacía mucho tiempo.

–Un intercambio… –dije poniendo un énfasis dubitativo en mis palabras–. ¿Los cuatro juntos o en separado? –pregunté, haciendo tácita mi aprobación para que ella se tirara a Miguel y yo a Jesús.

–Luego acordamos detalles, comadre. Porque el asunto no quedó allí –dijo categóricamente, pasando el intercambio a segundo plano–. El problema vino después, cuando le dije que de inmediato le pediría al ginecólogo que me pusiera un DIU pues aún puedo embarazarme y no estábamos en edad de tener otro hijo –explicó y me pareció razonable.

–¡Sólo faltaría que fueran triates! Tienes razón comadre, el horno no está para bollos… –dije festivamente pensando en la calentura de mi marido–. ¡¿A poco Jesús quiere que tengas otro hijo y eso del DIU le molestó?! –pregunté sorprendida.

–No, comadre, él no quiere otra boca más –contestó, y pidió otra ronda de tragos al mesero–. Lo que me dejó claro que le faltaba contarme algo escabroso, pues el asunto del intercambio ya estaba casi finiquitado–. No sé qué pensó al reiterar mi decisión de ponerme el DIU y de hablar contigo, la cual rematé con un “te guste o no, sin importarme lo que pienses” –dijo, y apuró el resto de su bebida.

–¡Ya no entendí, comadre! ¿Jesús no está de acuerdo en el intercambio? –pregunté confundida y callé que él siempre había querido coger conmigo y ya estábamos haciéndolo con frecuencia en los últimos días.

–La idea del intercambio fue de él. Siempre quiso contigo, ¿por qué crees que su esposa se parece tanto a ti? –dijo moviéndose las tetas con las manos en la base del brasier –. De eso no te aflijas, Gloria. Lo que lo puso celoso fue que, con DIU, seguramente me pondría a coger con otros más.

–¿Y lo harías…? –pregunté y Sonia se quedó pensando cómo contestarme y yo terminé con el licor que aún quedaba en el vaso–. Vámonos a mi casa para seguir platicando, aquí me da miedo de que salgamos borrachas –sugerí y ella asintió.

Dejamos un billete que ampliamente cubriría nuestro consumo y salimos de allí. Durante el corto trayecto, Sonia y yo nos quedamos calladas. Una de las veces nos mirábamos y sonreímos, yo aproveché para reiterarle que, por ningún motivo, Miguel debía saber que ya se la había cogido, mucho menos que él la había embarazado con la anuencia de Jesús. Ella sólo asintió con la cabeza.

Al llegar a la casa, saludamos a Miguel, quien ya había llegado. Sonia dijo que iba al baño y yo me llevé a mi marido para la recámara donde le dije “Estoy tratando de conseguirte una cogida con tu comadre. Háblale a Jesús y le dices que irás a su casa. Nosotras tenemos que platicar sin orejas ni incomodidades”, así que cuando Sonia salió del baño, Miguel se despidió aduciendo que se iría con unos amigos, que no lo esperara despierto. Preparamos algo de cenar y, al terminar, Sonia habló con Jesús diciéndole que llegaría hasta el día siguiente, que estaba platicando conmigo. “A ver si no te habla para comprobar que estoy aquí y no ando estrenando mi DIU”, me dijo haciendo una sonrisa pícara.

–¿Le dijiste que eso harías? –pregunté, después de servirle un anís para continuar con la charla que quedó pendiente.

–No, pero me di cuenta de que se puso celoso, y no es por el padre de sus hijos. Pero te confieso que su enojo me hizo pensar en que yo también debería ser libre para coger con quien yo quisiera… –expresó mirando a lontananza.

–Por lo visto ya tienes a alguien más que Miguel en la mira. ¿Quién es? –pregunté asumiendo que así era.

–No. Bueno, me he mojado con los requiebros de algunos, quizá también a ti te ha pasado, pero nunca permití que avanzaran. Pero anoche me dije “¿y por qué no?”, pero fuera de Miguel, no se me ocurría alguien. ¿Tú ya has tenido alguna aventurilla? Preguntó sonriente. ¿Se te ha antojado mi marido? –preguntó en tono confidente.

–Pues Jesús no ha de ser tan malo en el amor, ¿me lo recomiendas? ¿Será mejor que Miguel? –pregunté para evadir responder la comprometedora pregunta anterior–. Tú ya tuviste tres.

–Del tercero, ni hablemos, ése lo hizo por compromiso y su simiente no hizo blanco. ¡Eyaculó una sola vez, y se comenzó a vestir! Yo ni siquiera tuve un orgasmo. En cambio, con Miguel… –dijo con los ojos entrecerrados y las manos en las tetas, lo cual me hizo sentir mal–. Sé que me trató como si estuviera él contigo, gocé una noche de amor verdadero que te robé, amiga –escuché, y pensé en que esa noche yo también usufructué a su marido–. Aquí entre nos, de unos días para acá me ha cogido mejor que nunca, no te va a defraudar –aseguró, y sí le creo, ahora ya lo he sentido mejor que la primera vez.

–Ya lo veremos… A mí me gustaría que los cuatro estuviéramos juntos. Nuestros cuerpos son tan parecidos que me gustaría ver cómo me coge mi marido sin verlo en el espejo –señalé mi curiosidad.

–Pues los usaremos juntos, comadre. A ver si aguanto los celos…

– A ver si aguantamos… –dije, pero recordando al caliente de mi marido con Laura.

–Pues pongámosle fecha –sugirió– ¿Crees que Miguel acepte? –preguntó, retractándose de su urgencia.

–Eso déjamelo a mí, sé cómo convencerlo –dije tomando mis tetas–. Si le gustan dos, ahora tendrá cuatro… No va a despreciarlas –Sonia se tomó las chiches en señal de ofrenda y nos reímos, así que pasé a contestar la pregunta que quedó pendiente: “¿Tú ya has tenido alguna aventurilla?”– A mí sí se me han antojado algunos hombre, en particular uno que durante muchos años fue muy insistente.

–¡Cuenta, cuenta, comadre! –me urgió– Pero abramos una botella de vino rosado, burbujeante, si tienes.

–Sí tengo, pero no está frío. Ahorita lo meto al congelador –dije, poniéndome de pie, y fui a la cava extraje la botella, la metí al congelador y saqué de la nevera un Asti que nos acompañó en la comida –. Mientras, terminémonos este poco, que también es espumoso.

–Me decías de alguien que se te antojó, ¿qué pasó? –preguntó, intuyendo “qué pasó”.

–Pues sí pasó, comadre, pero te cuento desde el principio, espérame –le pedí y me levanté para ir a mi joyero de donde saqué la pulsera con el dije de reina de picas

Con él dije y pulsera en la mano, le comencé a contar la historia de nuestras fantasías, los videos que veíamos para coger mejor, y las caracterizaciones que yo hacía para recibirlo al llegar a casa: yo escolapia y Miguel pedófilo; yo hotwife y Miguel conquistador de infieles; yo prostituta y Miguel de cliente, etc. Así como en cada una de ellas Miguel aludía o me dejaba ver su deseo de ser cornudo. “Esta es una pulsera que usé en el tobillo cuando lo recibí vestida como puta, lo del dije fue después”. Le conté cómo eran los comentarios que me hacía en cada una de las veces y cómo me dejaba ver que le gustaría que otro me cogiera, “Así que quise darle gusto a mi marido, y qué mejor que Mario, el compañero de trabajo que durante años y de múltiples maneras, algunas muy sutiles y otras bastante directas, me decía que quería conmigo”. Le conté cómo le acepté a Mario que sí y la manera en que adquirí el dije. Sonia me miraba con los ojos de plato, pero se le cayó la quijada cuando le platiqué que el mismo día de mi infidelidad, Miguel, después de eyacular abundantemente me dijo “¡Cogimos delicioso! Aprendes mucho con los videos…” y yo contesté “Lo que aprendí hoy, no fue audiovisualmente, sino presencial, y con práctica incluida. También estrené esto, para recordar esta fecha…” mostrándole el dije de mi pulsera en el tobillo, “éste que ves aquí” le dije a Sonia poniendo la pulsera en su mano.

–¡No mames! ¿Qué hizo tu marido al saberse cornudo? –preguntó azorada.

–Me gritó «¡Puta!», y, olvidándose de su cansancio, me volvió a coger delicioso, con gran lujuria, sabiendo que él estrenaba cornamenta –dejé que Sonia se repusiera del shock, y continué–. Desfallecido por el esfuerzo extenuante, se durmió con mi teta en su boca después de decirme “Te amo, putita chichona”. Al amanecer, me montó para darme “el mañanero” sin dejar de repetir “Te amo puta, mi tetona” en cada par de embestidas que me daba.

–O sea, que le gustó ser cornudo… –expresó con voz muy baja.

–A Miguel sí. ¿Crees que a Jesús también? –pregunté sacándola de su marasmo.

–No sé… Ya ves que se puso celoso –dijo y quedó callada unos segundos–, pero en el enojo seguramente no pensaba que se trataba de Miguel. Además, no hay alguien que yo le haya dicho o mostrado que me gusta. ¿De qué se tratará?

–Sepa la bola… –dije y me puse a abrir la botella de vino rosado.

–Cuéntame por qué elegiste a tu otro compadre para que te inseminara –dije después de servir el vino que Sonia me había pedido.

–Por la misma razón que a Miguel, a ambos los miraba como personas confiables. A mi compadre Rafael lo conocí desde que éramos niños. Éramos vecinos. Nuestros padres eran muy amigos y crecimos como hermanos sin perder el contacto. Quizá por la cercanía nunca nos enamoramos uno del otro, pero sí nos sentimos muy unidos. Afortunadamente, no se deterioró nuestra amistad con ellos al hacerles la petición.

–Es decir, ¿no se te antojaba? –pregunté pensando en que quizá tampoco mi marido.

–Pues la verdad, siempre me pareció encantador, pero más como amigo o hermano, pero no como hombre. Aunque después de que les pedimos el favor, traté de verlo positivamente:: Rafael era guapo, fornido, alto, de nalgas bonitas y, quizá, tendría un pito grande y gordo.

–¿Y qué tal se miraba ya encuerado? –pregunté al sonreir, abriendo y cerrando las manos como queriendo asirlo.

–La verdad, es un cromo de revista porno, aunque de pene poco mayor que el normal. Sí me calenté, pero él me miró como una pieza de trabajo comprometido sólo para ser ordeñado. Me desilusioné porque sólo me lo metió, se vino pronto y ya, ¡terminó su trabajo! Ni un beso, mamada o apretón de nalgas, ¡nada! –contó decepcionada.

–Pues sí se ve muy rico, pero si no tiene ganas, no nos sirve para el chaca-chaca –dije, concluyendo con un ademán de desprecio.

El resto de la plática fue de intrascendencias hasta que se terminó el vino, nos fuimos a dormir. Llegó Miguel en la madrugada y me despertó para preguntarme qué dijo Sonia, pues Jesús le había contado a qué había venido su esposa.

–Ya está dormida, quedamos en que te voy a convencer y después le diré si tú aceptaste o no. Le comunicaré tu decisión, lo que tú dijeras. Cuando te la cojas, ni se te ocurra platicarle que yo ya me había tirado a Jesús.

–No te preocupes, ella no sabrá que pagué por adelantado –dijo antes de subirse en mí.

42 Lecturas/21 noviembre, 2025/0 Comentarios/por Felix69
Etiquetas: amiga, amigos, hermano, hermanos, hijo, infidelidad, mayor, padre
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