Creampie para mami
Sentía mi pene ser abrazado y absorbido por el interior del ano de mi madre, que bajaba con convicción para lograr meterse hasta el fondo la totalidad de mi verga..
Ya era la mañana siguiente, y yo entre sueños comencé a preguntarme si la noche anterior realmente había ocurrido o solo había sido producto de mi imaginación. Recordaba esa sensación cálida y abrumadoramente placentera de la boca de mi madre alrededor de mi verga, recordaba como use su boca a mi gusto y la había obligado a tragarse toda mi leche, sus ganas de darme placer, el movimiento de su lengua en mi ano y sus caricias en mi cuerpo.
Súbitamente desperté, empapado en sudor y solamente en calzoncillos. Hice las cobijas a un lado para incorporarme, sin embargo un dolor eléctrico en la rodilla derecha me detuvo al intentar levantarme.
— ¡Mierda! — con toda la situación de anoche, cualquiera habría olvidado la lesión con facilidad.
Me levanté despacio y avancé a la velocidad que el dolor me permitía hacía el baño. Después de orinar y lavar mis manos salí del baño, di vuelta al pasillo y ahí la vi; vestía unos shorts de color negro y un top deportivo del mismo color, llevaba el cabello recogido hacia atrás en una cola de caballo y sus labios decorados con un bonito labial carmesí. Ella me soltó una sonrisa.
— Hola, Aldito — saludo mientras se acercaba para besar mi mejilla — ¿Cómo sigue tu pierna?
— Aún duele — respondí embobado mientras mis ojos examinaban ese cuerpo delicioso que mi madre tenía.
— ¡Oh, mi pobre niño! — hizo un fugaz puchero de tristeza y continuó — solo es cuestión de darle tiempo, verás que en un par de días estarás como nuevo.
— Sí, eso espero — acaricié su mejilla con ternura, a lo que ella respondió con una sonrisa cómplice — ¿Dónde están papá y mis hermanos?
— Tu padre salió a revisar el motor del auto — contestó — tu hermano está con Helena y Rebeca está en casa de Carlota — su mirada se desvío hacia mis labios — Estamos solos, tú y yo.
Escuchar eso me hizo la piel erizar, cosa que mi madre notó.
— ¿Algún plan que tengas en mente? — le cuestioné, un poco nervioso.
— No realmente — dijo y seguido comenzó a acariciar mi pecho desnudo — solo cuidar de mi pequeño.
Mi corazón comenzó a latir más rápido al escuchar eso, la excitación comenzó a crecer sin control y mi pene comenzó a endurecerse.
— Eres la mejor madre del mundo — escapó de mi boca.
Ella solo se rió y se alejó en dirección a las escaleras.
— Regresa a tu cuarto, Aldo — pidió — Mamá te traerá el desayuno a la cama, y si hay algo más que pueda hacer por ti… — lanzo en mi una mirada pícara — házmelo saber.
Mi madre desapareció mientras bajaba por las escaleras.
Yo hice caso y me dirigí a mi cuarto, me acosté nuevamente y me cobije hasta apenas por encima de mi ombligo. Tomé el medio porro que había sobrante de la noche anterior para darle un par de caladas y posteriormente apagarlo.
Comencé a masturbarme lentamente, pensando en la zorra que mi madre era. Comiéndome la verga hasta el fondo sin chistar y dándome besos negros como los que, según sus palabras, también mi padre tenía el privilegio de gozar.
Quería tener todo su cuerpo para mi, besar sus tetas nuevamente, pasar mi lengua por cada parte de su cuerpo y morder su cuello para terminar con mi verga dentro de su coño, gozando del calor de su interior. Pero sin duda mi mayor fantasía eran esas nalgas de infarto. Me preguntaba si alguna vez alguien le había por ese culo tan exquisito que tiene, seguramente Papá lo había hecho alguna vez.
Deseaba poder tener ese ojete para mi, devolverle el favor de la noche anterior y romperle el culo hasta dejárselo lleno de semen.
La puerta se abrió, y la imagen era celestial; mi madre entró con las tetas totalmente al aire, una de ellas adornada por un arito de titanio; vestía únicamente una minifalda de color rosa pastel con detalles negros y unas medias largas como la misma paleta de colores, remataba con unos tacones negros que la hacían lucir imponente, si es que su belleza no era suficiente. Cargaba una bandeja metálica sobre la que reposaba un plato con panqueques con miel de maple y crema batida, un vaso de jugo de naranja y un botecito de lubricante.
Avanzó hasta la cama, dejó la charola sobre mi cómoda e hizo a un lado las cobijas que cubrían mi pene.
— Alguien empezó sin mi — reprochó mientras su boca descendía hacía mi pene.
Una descarga eléctrica recorrió todo mi cuerpo, esto definitivamente era real. Mi madre se estaba deleitando con la verga de su propio hijo, saboreando, chorreando su saliva sobre él, degustando con la lengua cada centímetro de piel que alcanzaba a entrar en sus labios carmesí.
— ¡Sí! ¡Así! ¡Más! — ordenaba yo.
Nuevamente intenté tomar su cabeza para cogérmela por la boca, sin embargo, en esta ocasión me detuvo justo antes de que mis manos pudiesen apresarla.
— Esta vez no cariño — enfatizó mientras se acicalaba la cara en mi pene — Creo que hay algo más que tal vez te gustaría más hacer… — en ese momento tomó el frasquito de lubricante y vertió una generosa cantidad en sus manos para comenzar a masturbarme nuevamente. Subió sus piernas a la altura de mis hombros, dándome el culo a la cara y entendí lo que tenía que hacer.
Ella se llevó mi pene a la boca nuevamente mientras yo daba paseos con mi lengua en toda su coño y culo, deleitándome con ese sabor y aroma a mujer.
Ambos nos convertimos en esclavos de los reflejos pélvicos, en un festín de fluidos, gemidos y placer hasta que me retiró el coño de la cara y fue bajando para dejarlo a la altura de mi pene, que además de estar cubierto de restos de lubricante, saliva y precum también estaba duro como piedra.
Mi madre descendió lentamente sobre él pero, para mí sorpresa y dicha, comenzó a metérsela por el culo mientras gritaba de placer y yo solo exhalaba incrédulo y extasiado.
Con esa hermosa postal de su espalda desnuda, decorada con pequeños tatuajes de mariposas, sentía mi pene ser abrazado y absorbido por el interior del ano de mi madre, que bajaba con convicción para lograr meterse hasta el fondo la totalidad de mi verga. Una vez dentro se quedó quieta unos momentos.
— ¡Sí! ¡Mamita! — gritaba — ¡que rico culo tienes!
— ¿Creíste que no notó todas esas miradas lujuriosas que tú y tu hermano lanzan sobre mis nalgas y mis piernas? — cuestionó con la voz temblando de placer — Por favor, hazme tuya.
Yo sin pensarlo dos veces la tomé por la cadera y comencé a embestirla de manera salvaje, disfrutando ese rico y apretado agujero que mi madre me había regalado.
— ¡Aldo! ¡Aldo! — gritaba ella con cada empujón y aplauso causado por mi pelvis y sus nalgas al chocar.
Ese abrazo húmedo era lo más excitante que había experimentado en toda mi vida, sus contracciones anales succionaban mi pene continuamente, llevándome al paraíso.
Le propiné un par nalgadas a mi madre que la hicieron gritar de placer, jalaba su cabello para llegar más a fondo en su ano. Me aferré con fuerza a sus nalgas y aceleré el ritmo.
— ¡Sigue, mi amor! ¡Sigue! — imploraba mamá — ¡Lléname el culo con tu lechita!
Ante la petición y sin poder aguantar más, solté un grito mientras le dejaba toda mi carga de semen en el fondo del culo a mi madre. Sentí ese orgasmo como nunca antes, era un calor indescriptible y un choque eléctrico en todo el cuerpo. Había descargado mis bolas en el ojete de mamá, marcando que era mía de ahora en adelante.
— ¡Ah! ¡Mami! ¡Qué culo tan apretado y rico! — le dije mientras termimaba de eyacular. Ella al sentir el calor de mi leche también explotó en un orgasmo que logró hacerla temblar y retorcerse aún empalada en mi verga.
Los dos nos quedamos quietos los siguientes 10 minutos, acariciándonos y disfrutando de la desnudez del otro, pero la paz fue interrumpida por el sonido del pestillo de la puerta principal…
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