Cuando la señora me dijo. Colócate sobre mí, que quiero sentir ese masaje bien profundo. Supe en que iba a terminar todo eso.
Un empleado de un club náutico, recibe la orden de su jefe de atender lo mejor que pueda a las socias, cosa que el joven se esmera en hacer, acostándose con ellas. .
Como empleado nuevo del Club Náutico, me tocó hacer, lo que los de mucha más experiencia no querían hacer.
Una de las cosas era, atender a las que por mal nombre entre los empleados les llamaban, las momias.
La mayoría de ellas eran señoras entre cincuenta y setenta años, que, por una u otra razón, no disfrutaban de salir a navegar con su familia, y se quedaban en el Club, viendo novelas, chismeando, jugando cartas, o haciéndole la vida imposible a los empleados del Club.
En mi caso, fue que el propio Comodoro, quien me ordenó que atendiera en todo momento, a dichas señoras.
Por lo que no tenía más opción, que portarme bien con ellas, hasta que una mañana llegué a la cabaña de un pez gordo, algo así como el presidente o dueño de uno de los principales bancos del país.
Bueno él realmente no se encontraba, ya que estaba navegando en su nuevo yate, acompañado de la mayoría de sus familiares y amigos, pero su esposa se quedó en su cabaña o bungaló.
Cuando llamó a la administración del Club solicitando los servicios de la masajista, y una cesta de frutas, de inmediato me enviaron a mí con la cesta de frutas, para que le informase que la masajista, tenía el día libre.
Apenas llegué a su cabaña, me encontré con esta única señora, más alta que yo, de piel blanca, aunque algo bronceada por el sol, de llamativa cabellera roja, y de grandes y expresivos ojos azules, como de unos cincuenta años, muy elegante, y distinguida.
De aun muy buen ver, cubierta con una larga bata de seda azul, cuando le explique que la masajista tenía el día libre, pareció molestarse, pero de inmediato viéndome de pies a cabeza, me dijo. “Bueno ya que ella no está, entonces quiero que tú me des mis masajes en los pies.”
Como el Comodoro me había ordenado que les diera el mejor servicio posible, no encontré la manera de negarme.
Aunque le aclaré a la señora que yo nunca había dado masajes, lo que a ella pareció no importarle mucho, ya que me dijo. “No te preocupes, solo tienes que hacerme lo que yo te ordene.”
La seguí a su habitación, y tras sentarse en la cama, separó ligeramente las piernas y recogió un poco la bata de seda, dejando sus pies frente a mí.
De inmediato me dijo. “Toma un poco de esa crema y comienza a pasarla por la planta de mis pies, y después por los tobillos, y así sigues hasta que yo te diga.”
Prácticamente de rodillas ante ella, aunque me sentía un poco incomodo por la situación procuré seguir sus órdenes al pie de la letra.
Así que comencé a masajearle los pies a la señora, al principio no me había dado cuenta, pero al parecer, a medida que yo continuaba masajea que masajea sus pies, ella fue abriendo más y más sus piernas.
Cuando de momento al levantar la mirada, me encuentro de frente a su peludo coño, completamente descubierto.
Lo cierto es que, a pesar de la edad de la señora, me excité tremendamente, por un rato me quedé con mi boca bien abierta, y mi verga parada, sin poder quitar los ojos de entre el rojizo pelambre, entre las piernas de la señora.
De momento que me dice. “Ya está bueno de masaje en los pies, ahora quiero que me des un masaje en la espalda, y no te preocupes, solo tienes que hacer lo que yo te ordene.”
De inmediato ella se puso de pie, mientras que yo procuraba discretamente de ocultar mi tremenda erección.
Luego se acostó boca abajo, y antes de hacerlo dejó que la bata, bajase completamente hasta sus caderas, y aunque no quise vi claramente sus llamativos senos, aunque ligeramente caídos, no por eso dejaban de llamarme intensamente la atención.
Cuando se recostó, comenzó decirme que y como lo debía darle el masaje en su espalda.
Mientras que yo, obedientemente seguía sus instrucciones, disfrutando mucho de lo que estaba haciendo.
Mis manos recorrían su espalda desde la nuca, hasta la parte superior de sus caderas, ya llevaba un buen rato en eso, cuando me dijo sin emoción alguna. “Ahora quiero que el masaje sea desde los pies hasta mis caderas.”
Yo me quedé como paralizado, cuando ella misma, retiró la bata dejando todo su cuerpo por completo desnudo ante mis ojos.
Sus nalgas aun eran más llamativas que sus tetas, tanto que me quedé lelo viéndolas por un rato, hasta que ella misma me dijo, que comenzara con la parte inferior de sus piernas y después continuase subiendo hasta sus caderas.
Yo como un autómata, continué siguiendo sus órdenes, pero a medida que le continuaba masajeando las piernas ella las fue separando, lo suficiente como para que yo tuviera una hermosa vista de su culo y de su peludo coño.
En cierto momento después de que ya mis manos comenzaron acariciar, perdón a masajear sus paradas nalgas, la señora me ordenó que continuara masajeando entre sus muslos desde las rodillas hasta arriba.
Cuando comencé hacerlo, cuando iba a medio muslo, nuevamente regresé mis manos a las rodillas, pero fue ella quien me dijo. “Continúa subiendo hasta que yo te lo ordene.”
Y así lo hice. Con mis manos llenas de esa blanca crema, fui pasándolas entre ambos muslos, y esperaba que en algún momento me ordenase detenerme, pero no lo hizo.
Por lo que, aunque sin querer propasarme tuve entre ambas manos su coño, fue cuando en ese instante ella dejó escapar un profundo suspiro, para decirme de inmediato que continuase.
Ya mis dedos estaban dentro de su coño, cuando ella me ordenó que me quitase la ropa.
Yo que estaba tremendamente excitado, ni lo dudé por un instante, y apenas quedé por completo desnudo, me dijo, en un tono pícaramente sensual. “Colócate sobre mí, que quiero sentir ese masaje bien profundo.”
Yo realmente no hice mucho esfuerzo, apenas comencé a ir colocándome sobre su cuerpo, mi verga con una tremenda facilidad encontró el camino.
Quizás por las cremas que le había estado poniendo, mi verga se deslizo dentro de su coño completamente.
Ya a partir de ese instante, tanto ella como yo nos dejamos de tonterías.
A medida que yo comencé a meter y sacar mi parada verga de su coño, ella comenzó a mover hábilmente sus caderas restregando su cuerpo contra el mío, produciéndome un tremendo placer.
De inmediato comencé a tutearla, diciéndole. “Eres la mujer más caliente y sabrosa con la que me he acostado en toda mi vida.”
Como si hubiera sido mujer mía toda la vida, y ella entre gemido y gemido, me pedía de igual forma que le diera mucho más duro.
En cierto momento cambiamos de posición, quedando ella tendida boca arriba sobre su cama.
Mientras que yo acostado sobre ella continuaba clavándole mi verga con mucho placer, dentro de su caliente y húmedo coño.
Hasta el momento en que ella debió alcanzar tremendo orgasmo, y con lo excitada y caliente que estaba me clavó sus largas uñas en mi espalda, dejándomelas bien marcadas.
Yo desde luego que acabé como nunca antes lo había hecho, hasta que los dos nos quedamos sin movernos uno al lado del otro.
La doña en cierto momento después que me levanté a orinar y medio lavar mi verga, ella me pidió que me volviera a costar.
A penas lo hice ella se levantó de la cama, se dirigió al baño me imagino que, para asearse, pero antes de levantarse me dijo. “No te muevas me esperas aquí.”
Lo que yo gustosamente le obedecí, al rato después de asearse, regresó con una pequeña toalla se dedicó a limpiar mi verga, y sin que yo lo esperase, se dedicó a mamármela.
En mi vida ninguna mujer me había mamado la verga, si es verdad que hay un mariconcito en el barrio, que lo hace tan solo por el gusto de tener una verga en la boca.
Pero como esa señora nadie nunca me había mamado la verga así, pero a medida que ella continuaba mamando mi verga fue colocando su peludo coño sobre mi cara.
Tras separar sus piernas, sin que me lo dijese, me dediqué a mamárselo intensamente, de la misma manera que ella me estaba mamando mi verga.
Así de esa manera continuamos, hasta que después de un rato ella sin lugar a dudas que alcanzó un tremendo orgasmo, y yo finalmente me vine dentro de su boca.
Al levantarnos de la cama, lo primero que me dijo bien sería fue. “Si se lo cuentas a alguien eres hombre muerto.”
Después que me vestí, ella cariñosamente me preguntó mi nombre, al tiempo que me dio un tremendo beso, y me dijo. “Si alguien de la administración te pregunta, les dices que te tuve moviendo muebles, y no regreses por aquí a menos que yo te mandé a llamar expresamente.”
Ya había salido de su cabaña, cuando buscando la llave de mi casillero, me encontré con varios billetes, que seguramente ella me había metido al bolsillo cuando me besó.
Pasaron casi dos semanas cuando la señora me volvió a llamar, a diferencia de la primera vez, apenas entré en su cabaña, de inmediato nos dedicamos a besarnos, hasta que terminamos nuevamente en su cama.
Lo que continuamos haciendo cada vez que su familia venía a pasear en su yate, pero un día a eso de la una de la tarde, voy pasando por la casa Club, cuando noté que la señora hablando con otra señora, mucho mayor que ella, al tiempo que me señaló a mí.
Al principio no le di importancia, pero cuando esa tarde, mi supervisora, me indicó que fuera a otra de las cabañas, no le di importancia, hasta que al tocar la puerta la persona que abrió la puerta fue la viejita, completamente desnuda, la misma que vi charlando a mi amante.
Desde esos momentos, sin querer, creo que me convertí en algo así como en una especie de prostituto para las viejitas.
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