Cuéntame quién es y qué hicieron
Mi marido al saberse cornudo y probar el atole que hice con mi amante, se mostró más caliente y, cogiéndome, me preguntó sobre lo ocurrido. Y se lo conté….
En mi relato anterior mencioné que en nuestras fantasías sexuales a veces recibía a Miguel, mi marido, vestida de puta, de sirvienta o de colegiala (colitas en el pelo incluidas), y de los diálogos que teníamos cuando yo lo recibía en casa con alguno de los atuendos.
Por ejemplo, después de llevarme como hot wife a un centro nocturno, parodiábamos a quienes habían bailado conmigo: “¿Le gustará a su marido que yo lo hiciera cornudo?”, me decía Miguel cuando bailamos después de haber llegado a casa. “No sé, pregúnteselo a él”, le respondía mientras me le pegaba embarrándole mis tetas en el pecho. “Por la cara que tiene al vernos bailar, ¡le encantaría!”, decía muy arrecho.
Cuando me vestí y maquillé como prostituta, suponiéndose Miguel un cliente, me preguntó si tenía esposo. “Sí, y lo amo mucho”, contesté. “¿Entonces es por dinero por lo que hace esto?”, insistió. “No, tenemos lo suficiente, lo hago porque soy muy puta, me gusta conocer otras formas de amar y compartirlas con mi marido”, le respondía y esa posibilidad me calentaba mucho. “¡Qué afortunado es su marido! No cualquiera tiene en casa una puta chichona”, decía y se abalanzaba sobre mí, ya desnuda y habiéndole hecho un estriptis para gritar “¡Qué puta tan hermosa!” cogiéndome con frenesí.
Algo similar ocurrió cuando llegó a casa y me vio vestida de colegial; en tobilleras, blusa blanca semitransparente y falda escocesa tableada, pero muy cortita que dejaba ver unas pantaletas con holanes y dibujitos de Hello Kitty. “¡Que nenita tan linda!”, exclamó acariciando mis colitas en el pelo, y bajó las manos por el frente, deslizándolas en el pecho, “Ya está crecidita para enseñarla a amar…”, dijo dándome un apretón en los pezones. “¿Usted me enseñaría? Quiero hacerlo con alguien, porque hasta hoy, yo me amo solita antes de dormir”, le respondía haciendo un puchero y moviendo mi mano sobre el pubis. “Con gusto nenita”, contestó bajándome el calzoncito, y al ver mi panocha depilada no pudo evitar lamerla con tanto fervor que me retorcí de placer. “¿También me dejarás seguirte haciendo el amor cuando te crezcan los vellos?”, preguntó, acariciando mi vulva, “¿O cuando te cases con otro?”, insistió. “Si me lo hace bien y me gusta, seguro que le pondré los cuernos a mi marido con usted y otros”, contesté. Y, después de decir “Así debe ser”, me empezó a dar clases de sexo, suponiéndome escolapia.
Como ven, después de tantos diálogos que teníamos, él estaba ya “a punto de turrón” para usar una cornamenta con orgullo, y decidí que yo se la pondría. De eso trató mi relato anterior.
Escogí al sujeto con quien coronaría a mi marido, Mario, uno de quienes ya había acercamientos y escarceos pues eran fuertemente atraídos por mis tetas, incluso el elegido por mí me decía “Vaquita” en voz baja cuando pasaba frente a él y la prisa movía mis ubres. Además, Mario me había tomado fotos, en el trabajo o en reuniones de éste, desde hace 15 años. y me había confesado que hacía montajes con ellas, razón por la que pedí que me las mostrara. La fecha se dio como un resbalón en ese terreno fangoso que habíamos creado con nuestras insinuaciones, precisamente después de ver los fotomontajes de mi cara en las de otras de internet con cuerpos desnudos o fornicando; ¡Yo estaba calentísima y le pedí que nos fuéramos al hotel!
La sesión fue intensa, Mario quedó seco y no sé qué haya tenido qué hacer para atender los requerimientos de su esposa esa noche. Por último, me pidió que lo dejara tomar fotos reales de mí y le posé.
En casa, después de la comida, Miguel y yo comenzamos a jugar acariciándonos como más nos gusta, hasta que, ya en la cama cogimos deliciosamente. Él me chupaba con fruición, expresando a gritos que mis venidas sabían a Gloria… “Y a Mario”, pensé en mi interior, debido a tanto semen que me había dado el amante horas antes. Miguel se vino mucho, creo que tanto o más que lo que recibí de Mario, pues sentía fuego en mi útero. “¡Eres lo máximo!”, le decía y quería que me diera más. “Espera, mi amor, es rico, pero ya no aguanto más, parece que necesitaré un relevo…”, suplicaba ante mis exigencias, y le contesté a botepronto “O dos… y juntos”. Mi marido aseguró “Aprendes mucho con los videos…”.
Ese fue el momento en que le dejé al descubierto el inicio de mi infidelidad, precisamente ese día: “Lo que aprendí hoy, no fue audiovisualmente, sino de manera presencial, y con práctica incluida”, y le mostré el dije de mi pulsera en el tobillo “También estrené esto, para recordar esta fecha” (el dije era de un corazón de espadas con una ‘Q’). Al verlo, su cara mostró mucha lujuria y gritó “¡Puta!”. Olvidándose de su cansancio me volvió a coger delicioso, con gran lujuria, sabiendo que él también estrenaba cornamenta.
Desfallecido por el esfuerzo extenuante, se durmió con mi teta en su boca después de decirme “Te amo, putita chichona”.
Al amanecer, me montó para darme “el mañanero” sin dejar de repetir “Te amo puta, mi chichona” en cada par de embestidas que me daba. Bien dice el refrán: ‘Quien por su gusto es buey, hasta la coyunta lame’.
–¿Cómo se llama mi ayudante? –me preguntó cuando estábamos en la ducha.
–Mario. Es un compañero de trabajo. Ya lo conoces pues ha estado en las fiestas de fin de año –le expliqué un poco para que lo recordara–, le gusté desde hace mucho, eso me dijo él. Mi pecho lo vuelve loco, como a ti, y desde hace años me lo ha dejado en claro; primero con insinuaciones delicadas y después de manera más abierta, pero siempre con discreción.
–¿Te las ha acariciado desde hace mucho? –preguntó enjabonándomelas con suavidad.
–No. Hace poco hubo arrimones que yo provoqué, pero hasta ayer me las mamó en el estacionamiento de la oficina. Yo le acaricié la verga sobre el pantalón y le pedí que me llevara a un hotel –confesé, acariciando el crecidísimo pene de mi marido.
–¿Por qué lo hiciste, putita? –me preguntó cariñosamente dándome un beso y me acarició el clítoris.
–Desde hace más de un mes me preguntaba cómo sería hacer el amor con otro, y a ti te veía muy caliente cuando, caracterizando a un desconocido, me proponías que cogiéramos y me animé a darnos ese gusto en la realidad, no sólo en nuestras fantasías –le expliqué y me coloqué su falo en la entrada de mi vagina. ¡Qué cogida tan rica bajo la regadera! Él no eyaculó, pero yo me deshice en orgasmos colgada de su cuello abrazándolo con las cuatro extremidades.
–¡Qué puta es mi esposa! –gritó y me dio una nalgada.
–¡Tú fuiste quien me orilló y convenció de ponerte los cuernos! –contesté regresándole la nalgada.
Al terminar de secarnos, me dijo que prefería que no fuésemos a trabajar, que quería desayunar fuera, que paseáramos por algunos de los lugares a donde íbamos cuando éramos novios. “Después vamos a comer a donde tú digas”
Acepté su propuesta, y hablamos a nuestros respectivos trabajos para informar que no iríamos. Paseamos por donde nos conocimos, por donde nos hicimos novios, por donde me mamó las tetas y yo le chupé el pene la primera vez. Arribamos a un restaurante muy elegante, donde comimos muy rico y tomamos suficiente vino. Al salir de allí, me pidió que fuésemos al hotel donde me habían cogido ayer, pues quería que le contara lo más detalladamente qué había pasado y cómo me había sentido en mi primera infidelidad. Yo estaba caliente y algo tomada, así que le dije “Vamos, pero, al menos, me coges como él”.
Aquí compré este dije, le indiqué mi tobillo y le señalé la florería-joyería. Al acercarnos a la recepción, me preguntó “¿Qué cuarto pido?”, le contesté “El que quieras”. Miguel replicó “No, yo quiero que estemos en el mismo donde te cogieron”. Recordé el número y se lo dije. Afortunadamente, estaba libre.
En el elevador, pareció reconocerme el botones y me sonrió, pero no le di importancia a que seguramente él pensaba que yo era una puta; así me sentía y le acaricié ostentosamente el falo a mi esposo. Ante mi atrevimiento, el botones volteó la cara hacia los controles del elevador cuando Miguel me susurró al oído “Te amo puta, mi chichona”.
–¿Qué hicieron al entrar Mario y tú? –me preguntó antes de besarme con mucho ardor.
–Con lo del estacionamiento, estábamos muy calientes y ya queríamos coger, así que, entre besos y caricias, nos desvestimos uno al otro –contesté empezándolo a desvestir, besándolo y acariciándolo.
Miguel me siguió en el guion y encuerados caímos en la cama. Yo abajo. Abrí las piernas y me coloqué la verga de mi esposo, tal y como lo había hecho con Mario. Al atenazarlo entre mis piernas, el miembro resbaló dentro de mi raja.
–¡Muévete y lléname como si me fueras a embarazar! –le solicité con vehemencia, recordando lo que le había dicho a Mario en esa misma cama.
Miguel se movió como poseso cuando le dije “Así le dije a Mario y me cogió como se coge la primera vez que estás cumpliendo un deseo. Se vino pronto, pero no dejaba de penetrarme con enjundia. Mi perrito hizo lo suyo, y sin dejar de moverse preguntó “¡¿Así te cogió Mario, puta?!”
–¡Sí, mi amor, así de rico! –grité moviéndome yo también y mis orgasmos continuaron hasta sentir el calor de una eyaculación más. Después no supe de mí.
Comencé a despertar cuando sentí que Miguel me friccionaba el cuerpo ayudándose de nuestro sudor para resbalar sus manos.
–Mjm… ¿Qué pasó? –pregunté al ser más consciente.
–Se desmayó mi esposa puta –dijo besándome tiernamente las mejillas, la frente y la boca varias veces– ¿Así te fue con Mario? –preguntó y sus besos bajaron a mis tetas.
–Fue rico con él, pero no me cogió tanto como tú… Déjame tomar aire y algo de agua –le pedí.
Miguel extrajo una botella de agua del pequeño frigobar y me la dio. Descansamos como media hora, acariciándonos e intercambiando besos en las manos.
–¿Qué más hicieron? –preguntó incorporándose al apoyarse en el antebrazo.
–Lo mismo que nosotros, descansar porque estábamos muy sudados con el esfuerzo. Su pene quedó chiquito como el tuyo ahora, y se lo chupé –dije antes de mamárselo a mi marido–. Luego lo obligué a chuparme al ponerme en 69, así –expliqué poniéndole mi panocha en la boca.
Al igual que a Mario, con mi sabor y mis mamadas, después de algunos minutos, también se le paró la verga a Miguel. ¡Me di cuenta que estábamos siguiendo el mismo guion!
–…Y lo cabalgué –dije al ensartarme para moverme–, hasta ven…, venirme –dije al llegar el primer orgasmo y sentí un fuerte mareo, dejándome caer sobre mi esposo.
–¡¿Qué te pasa, mi amor?! –exclamó Miguel al ver que yo estaba pálida y caía haciendo bizcos–¡¿Qué pasa, putita?¡ –exclamó asustado.
–El puto eres tú, mi amor… –susurré–, nunca me habías cogido con tanta intensidad. Vamos a casa, no quiero morir aquí – rematé pidiendo tregua.
–Yo te quería coger más tiempo que Mario… –dijo en el auto, tomando mi mano.
–Fue casi el mismo tiempo y en las mismas secuencias de posiciones, pero tú estuviste mejor que él, ¡casi me matas de placer! De hecho, ayer sólo tardamos una media hora más pues posé para su cámara.
–¡¿Encuerada?! –gritó.
–Claro que sí, y me acomodé como él lo pedía: bocarriba. bocabajo, de lado, con las piernas abiertas mostrando mi pucha y otras más. Yo también le tomé fotos, incluso una donde se nota que lo beso con todos mis labios…
–¡Puta…!
Al llegar a casa, nos desnudamos y le pedí que sólo me besara y lamiera o chupara, pero que no me cogiera. Mientras me mimaba, yo le enseñé las fotos que le tomé a Mario y las que Mario me había enviado a mi celular. Él las miraba con el pito muy parado. “Y no quieres que te siga cogiendo…”, masculló. “Mañana”, contesté, y cerré los ojos. Miguel se metió una teta a la boca y también durmió.
¡Qué encendida le pusiste a tu marido, Vaquita! Aunque la que ardió en la pira fuiste tú. Así pasa cuando son multiorgásmicas y el galán sigue dándoles embates de amor. Te prometo que yo seré más cauto.
Te recomiendo que, si haces un trío con él, le dejes seco antes, porque se va a poner frenético cuando te hagan sándwich.
¡Ególatra! Dices que serás más cauto, pero si tú y yo aún no hacemos trato…
¡No me asustes! Pero de cualquier manera, si se da lo de un trío con él, tendré en cuenta tu consejo.
¡Ufff…! Cierto, hay sesiones de órdago donde terminas hecha un trapo. También me ha tocado caer desmayada por tantos orgasmos y el tipo, además de saber hacer el amor, se administra para no eyacular pronto. También me pasó cuando, a pura lengua, me dieron mis amores juntos, eso lo conté en «Bodas de oro».
Saúl, mi marido, a veces se enciende cuando llega a casa después de que vio cómo me hacía el amor mi amante Eduardo en las cámaras que controla remotamente: Llega a chuparme la vagina y se sigue cogiéndome de misionero chupándome las tetas. Imagínate cómo me va después de que una hora antes me Eduardo me había dado una revolcada por llevar más de una semana sin verme.
Yo creía que eran exageraciones tuyas para hacer más calientes tus relatos, pero ahora sí sé que demasiados orgasmos debilitan a una.
Quedar bien cogida, al punto del desmayo, es estar en el Paraíso. Yo sí dejo que me sigan cogiendo, incluso cuando uno de los galanes me dejó así, pero tengo que cumplirle al otro…
Me gustó el trabajo que hiciste con tu marido, te envidio porque mi esposo no reacciona calentándose tanto cuando lo sondeo sobre coger con otros. Pero seguiré insistiendo.
No pocas veces he llegado a mi casa casi arrastrándome por el cansancio, físico y emocional en que me deja Bernabé, mi amante. Con Ramón, mi esposo, yo he creído que me duermo, al fin que estoy en la cama y en mi casa, pero tal vez algunas de esas veces han sido desmayos por tanto orgasmo seguido.
¡Ay! ¿De verdad puede una desmayarse? No sé si me gustaría que me dieran así… O, a lo mejor sí… Bueno, ya estoy advertida.
Ya te tocará…