CUENTOS DE HALLOWEEN: El Conjuro de los Lamentos
Un terrorífico libro en una noche tenebrosa y una culpa que sanar. .
Fue una noche tenebrosa. Una aterradora noche de Halloween, incluso, la Luna irradiaba una anaranjada luz infecta.
Arturo se habría dado cuenta de ello, se habría dado cuenta de la escasa cantidad de niños corriendo por las calles, reclamando sus dulces a costa de molestas bromas.
Se habría dado cuenta de no ser por la locura de leer el extraño grimorio que encontró en aquella ala abandonada de la biblioteca.
Arturo tenía 16 años y de ellos, llevaba 8 interesado por las artes místicas y esotéricas. Al punto de jugar con una antigua tabla ouija, sin mayores resultados para su decepción.
Sin embargo, esos fracasos no disminuyeron su incontrolable interés en dichos menesteres. Y, cuando se enteró que su propio colegio fue, en tiempos remotos, una antigua universidad fundada hace más de 200 años investigó, buscó registros e informes de periódico antiguos.
Corrían solapados rumores entre los alumnos que, tras las pesadas puertas del ala este se escondían las antiguas aulas de filosofía, estructuras calcinadas en aquel feroz incendio de hace más de medio siglo, y que nunca se lograron restaurar. Allí, oculta entre frágiles ruinas se escondía una enigmática biblioteca fundada, incluso, antes que la propia universidad. El entusiasmo por descubrir lo que se ocultaba entre las polvorientas estanterías le obligó a penetrar los prohibidos salones ennegrecidos por el hollín.
Le costó semanas avanzar con cuidado, de no ser descubierto y de no resultar herido por los carbonizados andamiajes pero, un jueves en que se saltó la última clase le encontró. La biblioteca se alzaba frente a él.
Pasaron meses hasta que descubrió lo que tanto anhelaba. En un estante, retirado de los demás, como oculto entre las sombras de la combustión, protegido de las implacables llamas por una misteriosa aura de oscuridad, un libro sobresalía.
Arturo, al leer en la portada del añoso libro el titulo “Kitab Fere Nekrón” (El Oscuro Libro de los Muertos) se alegró, hasta olvidar su propia seguridad e interés en los estudios. Sin perder tiempo escondió el libraco en la mochila y se alejó de allí temiendo que un profesor o encargado le viese.
El sorprenderle con aquel contrabando escondido en el morral le costaría un regaño, suspensión o incluso la expulsión. Lo sabía, por ello se alejó raudo, atravesado el enorme patio central de la centenaria escuela. Entrando en el salón y sentándose en su escritorio con el corazón retumbando en su pecho y una creciente ansiedad por poner sus manos entre las amarillentas paginas.
No prestó mayor atención en clases, solo esperaba el momento cuando sonara el timbre de salida. Pensando en lo afortunado que había sido al encontrar el ejemplar que tanto buscaba.
Con el avanzar de los minutos, ya más tranquilo, se retiro del salón intentando no llamar la atención de los profesores y sin siquiera cruzar palabra con sus amigos.
Llegó a su hogar saludando a su madre con un escueto “hola” y se enclaustro en su habitación para poder, al fin, sumergirse en la lectura.
Y es que, para Arturo, una única obsesión le ha mantenido la necesidad de adentrarse en lo paranormal. Y es, el incansable anhelo de volver a hablar con su padre.
En efecto, Pablo el padre de Arturo falleció cuando él tenía 8 años, y desde entonces, ha querido verle otra vez. Disculparse por aquel tonto berrinche que obligó a su progenitor, ir y comprarle el juguete que deseaba. En lo profundo de su corazón se culpaba, ya que por ese acto le arrollaron, muriendo al instante.
Arturo sabía que su madre, Isabel, no le culpaba, sin embargo, sabía también que en lo profundo de su corazón extrañaba a su esposo, por ello nunca volvió a salir con otro hombre, también sabía que sus hermanas eran muy pequeñas: Ana tenía 5 años y Maribel 2 como para recordarle con la nostalgia que él le recordaba pero, él si se culpaba y esa culpa le corroía el alma como el más fuerte de los ácidos.
Pasó años buscando la manera de reencontrarse con su padre y ahora tenía la llave en sus manos, la llave que abría la puerta del Seol.
La noche apestaba a maldad cuando Arturo encontró la página que buscaba, el rito que requería, las palabras que dichas con la entonación adecuada traerían a su padre de regreso. No sopesó las consecuencias, se abalanzó poseído por la determinación de hacer lo correcto pero; este no era el conjuro que esperaba, bueno, si lo era pero, no de la manera que él creía que se realizaría.
No preveía pactar con un ser, un dios antiguo, una entidad antidiluviana de la cual nunca oyó hablar. Para ello, debía esperar la noche en que el velo del inframundo se encontrara tan delgado que, con un conjuro se abriría y su deseo se cumpliría.
Esa noche debía ser Halloween.
Arturo esperó, impaciente, deseoso, satisfecho.
Sus hermanas le notaron cambiado, más alegre, hasta jugó con ellas cosa que no había hecho hacía años. Las niñas, felices por tener a su hermano de vuelta, disfrutaron de la atención de Arturo sin sospecharon la razón ¿y como? Si nadie en la casa tenía la mínima idea de las actividades de chico.
Y la noche llegó, oscura, enviciada, mortecina, infecta.
Cualquiera en su sano juicio se detendría, desistiría de aquella estupidez pero, Arturo no lo hizo, prosiguió con una enfermiza urgencia, con una demencial fascinación, con una endemoniada necesidad.
Antes que el Sol se apagase acompañó a sus hermanas a recolectar dulces, y cuando los tres se refugiaron en el hogar, junto a su madre que preparaba una merienda para comer junto al televisor, y una buena película de terror. El chico se despidió de su familia con una críptica sonrisa y se dirigió a su cuarto. Allí, tomó el Grimorio entre sus manos y al esperar la medianoche con creciente impaciencia buscó la pagina que él había marcado anteriormente y leyó; y la noche se volvió más oscura desde su ventana, más funesta desde su habitación, más aciaga desde su casa, y a lo lejos podía escuchar las nerviosas palabras de su madre tratando de calmar a sus hermanas.
Pero, prosiguió leyendo: recitando las palabras tal y como le aconsejaron que hiciera, en los cientos de libros que leyó, en las páginas de ocultismo que visito, en las personas a quien preguntó.
Y todo dio resultado.
Al terminar la última silaba, las luces de su habitación se apagaron; una misteriosa, viscosa y pestilente niebla que parecía provenir de ningún lado, inundó el cuarto provocando que Arturo se desvaneciera por unos instantes.
Cuando volvió a abrir los ojos, se encontró frente a una escalofriante mujer: su cabello era tan negro como el carbón y contrastaba con una piel ceniza, sus ojos eran solo escleras blancas contorneadas por manchas negras alrededor de los parpados que, escurrían por sus mejillas como lagrimas azabaches; las lagrimas descendían hasta encontrarse con unos labios del mismo color, gruesos y redondeados, una nariz pequeña y fina le otorgaban una apariencia de depravada belleza.
Aparte de un grueso collar de piel color negro rodeándole el cuello y del cual colgaba una argolla de plata, la mujer estaba completamente desnuda.
Arturo, espantado como se encontraba, no podía retirar la mirada de los enormes pechos que ostentaba la mujer y de los puntiagudos pezones que parecían apuntarle.
Arturo bajó la mirada siguiendo la piel ceniza, dibujando con los ojos la deseable silueta de hembra en un celo profano. Descendiendo hasta alcanzar su monte de Venus, cubierto por una sedosa capa de un vello tan negros como el de sus cabellos.
La mujer se acercó desafiante y tomándole del mentón con unos largos y delgados dedos le sonrió, descendió su mano libre y le desabrochó la bragueta bajándole los pantalones y el bóxer. El pene inhiesto de Arturo reboto al sentirse libre, la mujer se lo acarició y masturbó mientras descendía sin apartar la mirada de esos ojos sin vida.
Al estar a la altura del pubis, la que sin dudas era un demonio o algo similar, abrió la boca alargando una enorme lengua bífida, sin demora la lengua se apodero de la polla de Arturo envolviendo el tronco mientras, la punta dividida, que parecía tener vida propia frotaba el glande. El chico soportó un par de minutos aquel estimulo, corriéndose con un fuerte chorro que atajó la mujer con su boca.
La endemoniada súcubo se irguió relamiendo los labios, le empujó recostando a Arturo sobre la cama y subiéndose sobre él, se separó la vulva mostrándole una gruta viscosa y sonrosada. La mujer se sentó clavándose la polla que volvía a estar disponible para un nuevo enfrentamiento. Esta vez, Arturo resistió más tiempo los violentos envistes hasta que, nuevamente eyaculo en el interior de aquel deseable ser. La demonio sonrió siniestramente e inclino la cadera para dejar paso a su nuevo orificio, esta vez le ofreció el ano. La mujer tomó el pene flácido del chico y apretando con fuerza le obligó a erguirse, un dolor punzante recorrió los huevos de Arturo cuando su pene recobraba la erección, al estar en posición la hembra presionó la entrada de su recto y en un solo movimiento se lo hundió entero.
El chico sentía como su pene era succionado, estrujado y magreado a todo lo largo por los anillos anales, no podía con las múltiples sensaciones que invadían su cuerpo. Las dos primeras veces fueron violentas, esta por el contrario, era suave o eso parecía, aunque la mujer rebotaba con vehemencia.
Arturo aguantaba el orgasmo como podía, quería seguir follando con aquel ser demoníaco, quería continuar viendo como aquellas descomunales ubres rebotaban desordenadas, como aquellos eróticos gemidos eran despedidos por esos labios color azabache, pero todo tiene su fin y sin poder contener el orgasmo se corrió en el recto de la mujer. Ella se levantó liberando una polla flácida y pringosa, le miró severamente y desapareció envuelta en la bruma.
Arturo se incorporó titubeante, se subió los pantalones y avanzo por su habitación inundada por la pastosa niebla, sin creer lo vivido buscó una explicación lógica, más allá de lo sobrenatural que sabía que era lo estaba ocurriendo. Sin encontrar nada en la bruma abrió la puerta con sigilo y miro en ambas direcciones, continuando su camino en busca de su familia
Se movió con premura a la habitación de su madre, tendría mucho que explicar y se preparaba para mentir todo lo que pudiese, y si eso fuese inútil, contaría la verdad y esperaría a que su madre le perdonase. Abrió la puerta despacio rogando que ella se encontrara dormida. Lo que se encontró lo espantó y sorprendió por partes iguales.
Sentada sobre la cama se encontraba su madre, junto a ella su padre, vivo, respirando, igual que cuando le vio por última vez. El hombre acariciaba eróticamente el hombro de su esposa, deslizando el camisón por su brazo y dejando al descubierto el pecho izquierda.
Arturo, con una mezcla de sentimientos, entre morbo y satisfacción, lujuria prohibida y cariño, miraba sin perder detalle lo que sucedía en el cuarto.
Su padre acariciaba aquella apetecible teta, redonda, libre. La acariciaba suave pero con firmeza, pellizcándole el pezón hasta hacerla gemir.
Su madre, confundida se dejaba hacer creyendo que todo era un extraño sueño, el más real de los sueños que jamás haya tenido.
Arturo, sin quererlo se empalmó cuando su padre jaló el ya suelto camisón, dejando a Isabel completamente desnuda sobre la cama. El rostro de su madre reflejaba una lujuria incontrolable, lo único que quería era ser poseída nuevamente por su marido, le besaba y acariciaba con pasión mientras él, arrojándola sobre las sabanas y levantándole las piernas comenzó a comerle el coño a conciencia, su lengua parecía serpentear por entre su gruta. Prestándole mayor atención al clítoris, castigándole con fiereza.
Isabel gemía y gritaba de un placer que no recibía en años.
Cuando su padre se descubrió una polla enorme y amenazó con empalar a su madre, Arturo intento sacarse la suya y pajearse al compás del folleto pero, un insólito pudor le embargo, se guardó la polla y se volvía a su cuarto cuando, en un último vistazo diviso algo horrible: por el reflejo de la puerta espejeada del armario vio que, quien ahora embestía salvajemente a su madre no era su padre. Era un ser enorme de color rojo putrefacto. Aún, en la posición encorvada que se encontraba debería medir sobre los dos metros calculó Arturo con temor, temor al oír que los alaridos de su madre ya eran de dolor, dolor al ser penetrada más allá de lo limites, martillando con fuerza sobrehumana su útero.
La mujer se retorcía intentado detener a su amante, que fuese más despacio, con más suavidad, pero nada podía hacer, como muñeca de trapo era agitada con brusquedad.
Arturo observo impávido unos minutos, viendo por el reflejo como su madre era violada por una criatura demoníaca, entonces, cerró los ojos, apretó los puños y se lanzó contra el ser. El demonio volteó a verle con unos ojos negros, enormes fauces repletas de colmillos y colgajos de carne que se mecían con hastió. Arturo tuvo la impresión que el demonio traspiraba maldad lo que, le hizo retroceder, la bestia retiró la mano izquierda de la cadera de Isabel y la levanto dándole una señal a la niebla.
Decenas de zarpas emergieron de la espesa bruma cortando el paso del chico, de entre las zarpas fauces horribles brotaron lazando una mezcla de gritos y aullidos que pusieron la piel de gallina a un ya aterrado Arturo, retrocedió, saliendo de la habitación observando acojonado como las garras se apoderaban de las piernas y brazos de su madre, las uñas se incrustaban en sus senos, en su culo y pubis desde donde brotaban pequeño hilillos de liquido carmesí.
Lo último que vio Arturo fue a la mujer desaparecer bajo la enorme masa purulenta del demonio.
Arturo se retiró, espantado por lo que había visto y por sobre todo, por recordar a sus hermanas, y lo que podría estar sucediendo con ellas. Corrió al primer cuarto que era el de Ana.
Abrió la puerta, y se encontró con la niña de 13 años desnuda, los pequeños senos, del tamaño de mitad de limones eran chupados por unas ventosas tubulares, el extremo se aferraba por pequeños dientes a la piel de la chica, piel que se estiraba con cada succión, dos gruesos apéndices entraban y salían de sus agujeros a una velocidad vertiginosa. La tersa piel de su rostro era bañada por las lágrimas que emanaban a raudales de unos ojos que miraban a la nada, al vació.
Arturo apartó la vista de la escena demencial, ya era tarde para su hermana, ya era follada por un ser demoníaco tan colosal que cubría el volumen del cuarto por completo.
Sintió ganas de vomitar, se apoyó a la pared y caminó afirmándose en ella con rumbo al cuarto de Maribel, temiendo lo que allí podría encontrarse.
Deslizó la puerta con resquemor y miró lentamente, su corazón se paralizó cuando vio a su pequeña hermana levantada por sobre el piso, sostenida por un grotesco ser de aspecto regordete, como un enorme cerdo cuya cabeza, pequeña y llena de colmillos, unas fauces que al abrirla y gruñir exhibía tres hileras de dientes circulares y sobrepuesto, una lengua puntiaguda y más adentro un vació, negro y carente de fondo, un foso de dolor.
La bestia mantenía a la pequeña Maribel empalada salvajemente por el culo con una gruesa polla tumorosa. La chica con ojos de absoluto terror miraba a su hermano suplicando ayuda. Arturo nada podía hacer, se retiro dejando a Maribel rogando piedad entre sollozos y gritos aterradores.
Arturo corrió, no por cobarde, sino por vergüenza. El había ocasionado todo esto y lo sabía, también sabía como podía solucionarlo. Cuando leyó por primera vez el grimorio encontró un conjuro, un conjuro de reinicio.
Llegó a su habitación, se lanzó sobre el libro, revolvió las paginas buscando la correcta, aguantando las lágrimas al escuchar los gritos y suplicas de las mujeres, entre ellos una voz retumbo en su cabeza, la voz riéndose de su infortunio le detalló irónicamente su error; el libro de los muertos no trae la vida más guía al lector a un mundo de dolor y placer, de sensaciones tan intensas que la locura es su única salida, el terror de la lujuria.
Arturo encontró la página “el conjuro de los lamentos” sonrió abatido y leyó, y la bruma se disipo y los gritos cesaron y la noche acabó.
Las niñas despertaron con la luz de la mañana entrando por sus ventanas, se vistieron con lo primero que encontraron y corrieron apresuradas al comedor, se sentaron a la mesa y esperaron que su madre sirviera las panquecas de crema y chocolate que solía preparar el día siguiente a halloween, era una tradición familiar. Pablo, su padre salió de la cocina cargado de platos y cubiertos, y con una sonrisa afable besó a sus hijas dándoles los buenos días; le depositó los platos abarrotados de masas y chocolate a cada una y se sentó junto a ellas.
Isabel salio de la cocina con un plato sin dueño, lo coloco en un puesto vació y se sentó a la mesa. Esa también era otra tradición, servirle a su hijo no nato, aquel que perdió en gestación una noche de halloween hace 16 años, miró a su esposo con amargura dando con cariño los buenos días a Arturo, el hijo que nunca nació.
Fin.
“Felices pesadillas a todos”
V1rgilio
V1rgilio, camarada, gracias por volver a compartir esta historia, excelente realmente, seguiré pendiente, nos leemos…