CUENTOS DE HALLOWEEN volumen 2 (final)
Al que se anime a continuar. Muy felices pesadillas..
Cuentos de Halloween: Capitulo Tres “Media Noche”
Jade descendió del autobús escolar entusiasmada: la fiesta de Halloween en casa de Roberto, “zombis a la media noche” iba a ser épica; la mayoría de los invitados serian de cursos superiores, atletas y porristas, gente bella y popular…como ella.
Y de entre todos, ella sobresaldría: por ser la más bella, la mejor disfrazada y por tener el novio más atractivo. Al que todas deseaban pero, era de ella, ella lo había conquistado, de ella y nadie más.
Caminó las 14 casas antes de llegar a su hogar, regocijándose, pensando en ser la envidia de la fiesta que aún no comenzaba. Solo había un pequeño detalle, una molestia que la mantenía intranquila.
La discusión con Diego por el viaje escolar, se lo dijo, ella era la presidenta de la clase, no podía faltar pero, él no lo entendió.
Discutieron, ella se fue, no han hablado desde entonces. No por su parte, le llamó varias veces durante el día, él no respondió. «Que se joda —se dijo—, le dejaré que sufra, ya me llamará llorando mañana, donde encontrará a alguien mejor que yo?»
El Sol se estaba poniendo en el horizonte cuando Jade ingreso a su hogar, luego de saludar a su madre y a su hermana se dirigió a al cuarto, se dejo caer en la cama, se coloco los audífonos y activó el reproductor de audio en el móvil. Le pareció extraño comenzar a escuchar Mad World, no recordaba tener esa canción en la lista.
31 de octubre. 16:39
Jade ya estaba preocupada, desde la discusión de la mañana anterior no había vuelto a hablar con Diego. Le llamó un par de veces pero no obtuvo respuesta, así que, creyó que era una buena idea ir a su casa y hablar con él, hacer las paces y dejar en claro, como buen novio que era. El acompañar a su hermana pequeña a pedir dulces como lo había prometido, ya que su padre estaba de viaje y no regresaría hasta la semana próxima.
Jade no tenía intención que Diego le fallase, no podía arrepentirse. Luego de todas las maravillas que le contó a su familia que él era.
Se lo había dicho a su padre, madre y hermana quien estaba muy entusiasmada, como quedaría ella si su novio no cumpliera, ni siquiera quería pensarlo.
Dobló la esquina y se encaminó a casa de Diego, la podía ver desde donde estaba y eso fue lo peor. Pues, logró ver con toda claridad como la puta de Victoria salía de casa de Diego, se daba media vuelta con una gracia y sensualidad de zorra esperando que este se le aproximara, la estrechara entre sus brazos y le diera un impúdico beso de tornillo que hasta a ella le dio vergüenza.
No podía creer lo que veía. Quiso llorar, gritar, reclamarle, armarles un escándalo y de paso, darles un par de sopapos.
Sin embargo, no hizo nada de aquello, se quedo ahí, inmóvil unos segundo, luego se volteo y regreso a su casa.
- Ya estas aquí —gritó Alba, su hermanita, corriendo a su encuentro—. A que hora llegara Diego, ya tengo el disfraz de zombi, es muy parecido al tuyo pero más pequeño, me quieres ayudar a ponérmelo no quiero que Diego nos tenga que esperar. Y tú a cuando comenzaras a vestirte?
La pequeña Alba, de nueve años le entregaba la mascara dando brincos, sin parar de hablar, sin contenerse, restregándole a Diego por la cara, al desgraciado de Diego, al infiel de Diego.
- Porque no dejas de joderme? —gritó Jade arrebatándole la mascara y lanzándola al aire—. Que le den a Diego, que le den a los zombis, que le den a Halloween y que te den a ti.
- Jade! —ladró su madre bajando la escalera—. Que palabras son esas? Discúlpate con Alba o estarás castiga hasta mañana.
- Crees que me importa? —respondió Jade con lágrimas en los ojos—. Que le den por culo a todos.
- Jade! —gritó su madre viendo como corría hacia la puerta desapareciendo por ella
La muchacha corrió calle arriba donde su amiga Ana. Las casas de sus vecinos estaban alegremente decoradas con: esqueletos en las puertas, brujas en las ventanas y calabazas el los jardines. Se enfureció al ver niños ya disfrazados deambulando por aquí y por allá.
Al momento de llegar a la casa de Ana golpeo la puerta, la madre de esta le abrió agriamente, esperaba que fuesen los niños insistiendo en sus recompensas.
- Señora Catalina, se encuentra Ana?
- Jade? —dijo Catalina, madre de Ana—. No, Ana no está, fue a la fiesta de no sé quien
- Jolín, es cierto…no sabe cuando regresará?
- La verdad es que no me dijo, quieres pasar y esperarla?
- Me gustaría, si no es inconveniente
- No para nada, espérale en su cuarto —dijo Catalina apartándose de la puerta—, tengo que prepararme para recibir a los pequeños monstruos, si necesitas algo me avisas
- Lo haré, muchas gracias
Jade avanzó por el pasillo hasta el cuarto de Ana, había visitado esa casa en múltiples ocasiones por lo conocía tanto como la suya. Abrió la puerta de la habitación de Ana, las cortinas estaba corridas y la habitación a oscuras, se quedó apoyada en la jamba viendo la oscuridad del cuarto, pensando en la estupidez que había cometido con su madre y su hermana, pero ya era tarde, si quisiera volver tendría que contar todo lo sucedido con Diego y no tenia ganas de explicar nada, no ahora.
Entró, cerró la puerta y se dejo caer en la cama, se coloco los audífonos y a oscuras se durmió.
Un fuerte golpe la despertó, se incorporo de la cama, frotó sus ojos recordando donde se encontraba. Tardó unos momentos hasta darse cuenta que la configuración de la habitación era distinta, porque no era la suya, «estoy en la casa de Ana»—, pensó.
A tientas avanzó con dirección a la puerta, una extraña sensación le impidió encender la luz, giró el picaporte y se asomó levemente por el pasillo, todos estaba en silencio.
Jade se extraño, se suponía que la mamá de Ana se preparaba para recibir a los niños. «Tanto he dormido? —se preguntó—, y por qué no ha llegado Ana aún?».
Volteo en busca del móvil que todavía se encontraba sobre la cama. Estiró la mano tanteando el edredón, lo encontró a unos centímetros de la cabecera, presiono el botón de encendido y nada. «La batería»—, pensó. Mantuvo presionado el botón unos segundos y se encendió, la pantalla de carga brilló, los ruegos de Jade dieron su fruto y el móvil se mantuvo encendido.
Cuarenta minutos después de medianoche, los números del reloj dieron paso a las notificaciones y la pantalla cambió: cinco llamadas pérdidas de su casa y tres mensajes. Abrió el último “Jade, no salgas ten cuidado con ellos, no están…”. El móvil se apagó al tiempo que un gritó se escuchó en la distancia.
- Mierda —susurró aterrada
«Tengo que salir de aquí —se dijo—, tengo que volver con mamá.»
Pero no se atrevió a mover, cerro los ojos apretándolos con fuerza, dándose ánimos entre la oscuridad.
Movió pesadamente los pies en dirección a la puerta, tomó la manilla, la entreabrió y apoyándose en la jamba oteó el pasillo, su corazón retumbaba en el pecho como queriendo escaparse a toda carrera. Se fijó en la tenue luz que provenía de la habitación de Catalina y en la luz que se filtraba por las cortinas del salón.
Jade cerró los ojos y los apretó. No tenía ganas de adentrarse en la casa pero, si la mujer podía contarle lo que estaba ocurriendo, merecía la pena el riesgo.
Atravesó la puerta, arrastrándose por la pared hasta llegar frente al cuarto, dio un rápido vistazo al interior, tragó saliva e ingresó.
Una mujer, despatarrada de espaldas sobre la cama, la cabeza colgaba fuera de su vista. Jade bordeó la cama a uno 6 pasos de ella, no se atrevía a verle la cara pero, por el chándal, que rasgado y con manchas rojas, podía distinguirlo como el que vestía la mamá de Ana.
Avanzó temblando, sus manos sudaban y su corazón retumbaba en sus oídos. Entonces logró verle bien. En efecto, se trataba de Catalina; la mujer se encontraba boca arriba con las piernas vulgarmente abiertas, le faltaban las sandalias y un calcetín blanco colgaba de su pie derecho, unas bragas negras desgarradas tiradas junto a la cama. Los muslos lacerados y el coño excesivamente abierto, desde donde escurrían restos de lo que parecía ser lefa mezclada con sangre. El vientre con profundas marcas de rasguños que iban desde las costillas hasta el monte de venus, manchando de rojo el caoba de los vellos púbicos,
Los pechos desnudos mostraban profundas marcas de dientes. De la teta derecha las marcas iban por debajo de la areola, mientras la izquierda le faltaba el pezón, arrancado de un bocado. Le habían mordido la garganta hasta casi decapitarla.
Jade volteo la cabeza haciendo grandes esfuerzos por no vomitar. Retrocedió tambaleándose hasta tocar la pared con el hombro, ubicó la puerta y huyó de allí a toda prisa.
Atravesó el pasillo, la sala y la puerta de calle hasta encontrarse en la acera, inclinada, con las manos en la rodillas y bufando.
Al verse al descubierto, corrió a refugiarse entre un tupido rosal esquinero que hacia las veces de valla en forma de L.
Jade se encogió, temblando y sollozando.
- Cállate —le ordenó una mujer oculta junto a una Cruiser todo terreno—, por Dios no hagas ruido.
La mujer que se encontraba perpendicular a ella gruñó histérica, con los ojos desorbitados y los dedos crispados, se aferraba al guarda barros del coche.
- Que ocurre? —le susurro jade
- Que te calles puta de m….
La mujer vociferó en un tono más alto de lo debido. Entonces, unas manos la cogieron por la cintura y la arrojaron de espalda sobre el cofre del coche. Jade ahogó un grito cuando vio a un hombre abalanzarse contra la mujer; el sujeto media un metro ochenta, de complexión gruesa y musculado, vestía una camisa blanca, rasgada y manchada, dejando expuesta una tez pálida, sin vida.
Jade no apartaba la vista de la profunda laceración que el hombre tenia en el cuello, parte de la mejilla derecha la tenia desgarrada y colgaba hacia abajo de un color violáceo, de donde escurrían gotillas de sangre de vez en cuando.
El golpe hizo que la mujer perdiera la conciencia unos momentos, los que el hombre aprovecho para arrancarle el vestido de chalis verde musgo.
El hombre le levantó una pierna e inclinándose entremedio, le comió el coño.
Dándole un violento mordisco le arranco los labios vaginales. La mujer despertó y dio un estridente chillido de dolor.
Con la conmoción llegaron más asistentes. «Zombis? —se preguntó Jade—, que clase de zombis son estos?». Cuando vio al nuevo grupo de atacantes que se acercaban, con las mismas o peores heridas mortales que el hombre, se abalanzaron contra la indefensa mujer. Al frente iba una joven rubia, llevaba una falda tableada negra y los pechos al aire, se aferró a la teta derecha hundiendo las uñas en la piel y halando de ella. La mujer no logró moverse ya que, dos hombres se arrojaron sobre ella: uno con la piel chamuscada, se veía como si fuese una figura de chocolate derretida, el otro, el mango de un cuchillo le sobresalía de la mitad del pecho. El primero de ellos le enterró los dientes en la teta libre haciéndole sangrar. El del cuchillo aparto al hombre de camisa blanca de entre las piernas de la mujer, y tomándose el cipote, apunto y lo enterró de un golpe de cadera en el interior mutilado de la mujer.
Jade se arrebujó contra las rosas, podía sentir como las espinas atravesaban la delgada tela y se clavaban en su piel, sin embargo, a lo único que le prestaba atención, era a los desgarradores gritos que la mujer emitía.
La niña no soportó más y al creer que los zombis estaban tan ocupados como para no verle, se deslizo entre el rosal y se echo a correr por los jardines colindantes.
Corrió entre el césped y los cercos de setos pulcramente podados, alejándose de allí sin voltear.
Estremeciéndose cuando a lo lejos escuchaba un grito o un quejido, ocultándose donde podía, quedándose quieta; esperando que los zombis, en solitario o en pequeños grupos pasasen a su lado.
En la esquina, donde debía doblar al norte se encontró de lleno con una mujer. Cual amazona cabalgaba la verga descarnada de un zombi tendido entre la hierba.
Jade no podía creer lo que veía, la demencial escena se hacia cada vez mas repugnante. No sabia si la mujer se encontraba viva o era una de esas criaturas, no lograba verla desde donde estaba oculta pero, si estaba viva, como podría soportar ser follada por un cadáver?
La mujer se balanceaba sobre el hombre, los largos dedos revolvían sus rizados cabellos negros como la noche. Los turgentes pechos se agitaban enérgicamente, arqueando su cuerpo, apuntando sus pezones a la luz de la luna. El ser recostado, se sacudía amasando los firmes glúteos de la mujer al compás de la montada. Tras ella otro de esos zombis se le acercó y comenzó a magrearle las tetas, gruñéndole al oído. Entonces, un grupo de cadáveres animados se les reunió alrededor, esperando su turno para ocupar uno de sus agujeros.
Jade se hastió de ver la orgía zombi. Por un instante se tentó a reír a carcajadas al creer que se estaba volviendo loca, como pudo se contuvo, componiéndose y volviendo a correr en dirección a su hogar.
Una casa faltaba para llegar; saltó y se refugio tras la Honda de su vecino al ver un grupo de esos seres deambulando por la vereda de enfrente.
Cinco o seis cuerpos de hallaban despatarrados por la calle. Jade se escurrió tras la moto y avanzó por el porche se su vecino, cuatro calabazas adornadas se encontraban trozadas frente a la puerta de entrada. Al pasar junto a ellas, la chica se dio cuenta que una, no era una calabaza, era la cabeza cercenada del señor Ramírez, Jade se contuvo las ganas de vomitar obligándose a tragárselo, levantó la mirada y entre la penumbra de la noche logro ver a la señora Marina, desnuda, había atravesado el ventanal quedando ensartada por un enorme trozo de vidrio. Jade continuo avanzando sigilosa, preocupándose de quienes de movían por la calle, como por quienes podrían estar dentro del hogar de los Ramírez.
Se detuvo al ver la puerta abierta y dio una rápida mirada al interior, vio una silueta batiendo la pelvis contra un sillón. Jade por un segundo se preguntó, que es lo que estaba haciendo ese ser? Se respondió cuando sobre el apoya brazos vio un mechón de cabello rubio colgar como cascada. El hombre estaba follando a Katia, la hija de 12 años los Ramírez.
Jade recordó a su hermana, tres años menor que ella, y se consoló al suponer que la niña ya debería estar muerta. Fue entonces, cuando una pequeña mano emergió de entre los cabellos dorados y se aferró al lateral del mueble.
Estaba viva, comprendió alterada pero, que podía hacer para ayudarle? Al intuir que era incapaz de hacer algo por Katia. Se alejó con la imperiosa necesidad de llegar a su casa y comprobar que su familia estuviese a salvo. La cruel realidad le golpeo a la cara al encontrarse la puerta entreabierta.
De puntillas ingresó buscado señales de vida, la chica se sentía morir: estaba tan acojonada que a cada paso jadeaba sin cesar, por instinto abrió la boca para prevenir que le escuchasen. Al llegar al salón se encontró con indicios de lucha, vasos quebrados, sillas volteadas, jarrones reventados en el suelo.
Desesperada continúo hasta encontrarse con su hermana, recostada de espalda sobre su propia cama, desnuda y despatarrada. La cabeza colgaba del lateral mientras, un zombi de pie junto a ella le follaba la boca sin compasión, Jade podía ver como el cuello de la niña se hinchaba cuando la gorda polla del cadáver entraba profundo en su garganta.
Jade no alcanzo a llorar, en el cuarto contiguo se encontró a su madre; a cuatro patas sollozaba cuando el zombi le enterraba la polla en el culo, la mujer se sostenía gracias a que el ser le sujetaba jalándole el cabello: tenía una teta desgarrada emanando sangre y una profunda laceración en el vientre. Jade esta vez no pudo contenerse y vomitó, soltó todo, ya no había por que contenerse, si tenía que morir, lo haría con su familia.
Cuentos de Halloween: Capitulo Cuatro “El que mora en las sombras”
Ana descendió del autobús junto a Fernando y las gemelas Paola y Paulina. Ana tenía la suerte de vivir a tres casas de la parada del autobús, por ello, los chicos siempre pasaban a tomarse un refrigerio antes de continuar a sus casas.
- Ya tienen los disfraces para esta noche? — preguntó Ana.
- Si —respondió Fernando—, y me ha salido una pasta, es el de Freddy Krueger, pero no los cutres de goma espuma. Este es de silicona.
- Nosotras también —acotó Paulina—. Son súper guay, ya verán.
- Y tú? —preguntó Paola.
- Si, es de arlequín.
Ana introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta de su vivienda.
- Hola mamá.
- Hola Ana —respondió Catalina, recostada en el sillón hablando por teléfono—, hola séquito de Ana.
- Hola señora Catalina.
Los cuatro chicos se fueron a la cocina, se sirvieron un vaso de zumo y un emparedado de jamón mientras charlaban de lo bien que la pasarían recolectando dulces.
31 de octubre 21:00
Ana iba caminando tras el grupo, cargando un canasto en forma de calabaza, y pensando en los disfraces que llevaban.
Ella se miró, estaba disfrazada de arlequín, y sabía que su atuendo era fenomenal: una diminuta falda de tules negros y lunares blancos, top sin mangas de color rojo y blanco, medias de mallas negras y desgarradas, y el rostro maquillado de blanco acentuando los ojos con un amplio manchon negro.
Fernando por su parte, llevaba el disfraz de Freddy Krueger que había menciona y como fanfarroneaba, era espectacular y se notaba muy costoso. Y las gemelas, disfrazadas de Renesmee y Bella. «Pero que disfraz más sosos y ridículos llevan estas dos —pensaba Ana sintiendo pena ajena—. Al menos no están disfrazadas del efecto Doppler ».
- Cuanto hemos caminado? —Preguntó Ana—, me duelen los pies.
- Seis calles.
- Es porque llevas esos zapatos de taco alto —intervino Paulina—. Te quedan bien con el traje pero son pésimos para caminar.
- Por eso nosotras llevamos estas —dijo Paola mostrando unas deportivas.
- Los llevan porque sus disfraces son chándales de andar por casa —repuso Fernando haciendo reír a Ana y enojando a las gemelas.
- Parecen críos —repuso Ana—. Esta es la última calle, vale? No pienso continuar más, además, la casa de los Valeros al final de la calle es la última ya que la de los Cerpas, tiene un letrero de “en venta”.
- Tenía, querrás decir.
Las chicas se acercaron donde estaba Fernando detenido, mirando con atención la antigua vivienda de los Cerpas.
Efectivamente, el letrero estaba clavado en el jardín, pero, en lugar de “en venta” decía “casa embrujada” y una flecha apuntando a ella.
- Casa embrujada? Desde cuando hay una casa embrujada aquí? —dijo Paulina.
- Ni idea —respondió Ana— nunca la había visto, incluso, vine ayer y todavía estaba el letrero de en venta.
- Que tal si entramos —dijo entusiasmado Fernando.
- A mi me da mal rollo.
- Si, también a mi —se unió Paulina a su hermana.
- Miedicas, son unas miedicas —recalcó Fernando ingresando al jardín por una vereda de adoquines grises, adornados por cuatro calabazas iluminadas y talladas con horribles diseños a ambos lados.
Las chicas no tuvieron más alternativa que seguirle, y al llegar a la puerta de entrada, una extraña sensación les inundo.
La casa estaba desierta, al igual que la calle; «todo muy raro»—pensaron las tres chicas al mismo tiempo. Fernando ingreso sin darles tiempo a reconsiderar lo peculiar de la situación.
- Fernando, es mejor que nos marchemos —dijo Ana temerosa.
- Ven capullo, esto esta muy raro —repuso Paulina.
Las casa de la urbanización estaban construidas de serie, todas iguales, y cuando Fernando llegó junto a la escalera, se le erizaron los vellos de la nuca.
- Tienen razón, esto más que casa embrujada parece película de terror.
Todos los chicos tuvieron la misma sensación, no por que la casa estuviera lúgubremente adornada, sino, todo los contrario, no tenia adornos alguno aludiendo a Halloween. Era una vivienda común y corriente, como cualquier otra, como la de ellos mismo un día cualquiera.
Esta vez fue Ana, quien, extrañamente atraída por la misteriosa supuesta casa embrujada, avanzo subiendo la escalera hasta la segunda planta.
- Ana, pero que coño estas haciendo?…Ana? —gritó Paulina elevando la voz una octava.
Los tres chicos intentaron detenerla pero les fue imposible, Ana subió las escaleras dos escalones a la vez y se detuvo frente a la habitación principal.
- que haces ahí? —preguntó Fernando ya casi sobre ella.
- Miren —dijo Ana indicando la puerta entreabierta—, puede que haya alguien a quien preguntarle de que se trata esto.
- Y a quien cojones le importa —recalco Fernando—. Lo único que quiero es largarme de aquí.
Las palabras del chico no fueron suficientes, Ana ingresó al cuarto seguida de cerca por sus amigos. Los cuatro niños se quedaron helados al ver el panorama al interior: una pareja, evidentemente follando sobre la cama, el hombre, de unos 40 años se encontraba tendido, sus piernas semi flexionadas y las manos sujetando los glúteos de la mujer. Ella, de unos 30 años se encontraba a horcajadas sobre la ingle de él, el cabello suelto y alborotado caía en cascada sobre su espalda, acentuando su postura arqueada hacia los pies del hombre, ambos, con el pecho abierto, dejando ver una masa sanguinolenta de piel y restos de viseras. Los huesos de las costillas se descubrían, blancos como dientes de unas fauces amenazantes. Como si su corazón hubiese explotado, o como si algo hubiera escapado de su interior destrozándolo todo a su paso.
Los cuatro chicos salieron corriendo, tropezado entre ellos y con la puerta, en tumulto llegaron a la mitad de la escalera. Allí, vieron con horror que la puerta de calle se cerraba y las paredes se convertían en un amasijo de viseras membranosas. Como si fuesen engullidos por una gigantesca bestia y ellos y la casa se deslizaran lentamente por la garganta.
Fernando se quedo inmóvil, petrificado en el escalón, ni los gritos de las gemelas ni los zarandeos de Ana le hicieron volver.
El chico solo recuperó la compostura cuando vio de soslayo a Ana refugiarse en la habitación principal, en ese momento se le activo el instinto de supervivencia, de correr o pelear.
Miró a su alrededor y se lanzó: saltó sobre el barandal de la escalera cayendo sobre una masilla junto a un jarrón de buen tamaño, mientras volvía a saltar al piso recogió el jarrón y lo estampó contra el ventanal a su derecha, haciéndolo añicos. Ya tenía el lugar por donde huir, en ese momento, lo meditó.
No podía dejar a sus amigas, debía volver por ellas rápido. Aún tenia unos minutos a que esa asquerosidad cubriera el ventanal, y si se apuraba, alcanzarían a huir todos por allí.
No lo pensó dos veces, remontó la mesilla, saltó sobre el barandal y subió los escalones sobrantes hasta llegar a la habitación donde vio que Ana se refugiaba. No le sobraba el tiempo para sutileza por lo que, se estampó contra la puerta, las cuchillas de plástico del guante se quebraron pero, logró su cometido. La puerta se abrió, lo que encontró dentro si que no lo esperaba: un fétido hedor a podredumbre asqueo a Fernando obligándose a no vomitar. El cuarto estaba cubierto por purulentas paredes cartilaginosas, y de los cuerpos tendidos sobre la cama, brotaban una gran cantidad de tentáculos color rosa infecto, estos tentáculos recubrían el piso y se concentraban debajo del cuerpo de Ana.
La niña, desnuda yacía suspendida por esos apéndices que hacían las veces de lecho, al tiempo que por los mismos era empalada por todos los agujeros.
Fernando no podía apartar la vista de aquel perverso espectáculo, ni excitarse al escuchar los gemidos que Ana emitía cuando los tentáculos entraban y salían: dos desde su culo y tres por la vagina, o por el grueso que le follaba la garganta y que la niña intentaba evitar que continuara con la faena forcejeando con el con ambas manos.
Fernando se lamento al darse cuenta que nada podía hacer por ella, y con decepción, prosiguió con la búsqueda de las gemelas.
La adrenalina rebosaba en su sistema, evitándole sentir dolor y miedo, gracias a ello, luego de salir del cuarto donde Ana era cruelmente follada, se abalanzo contra la siguiente puerta, no antes de echar una rápida mirada al ventanal roto, calculando que le quedaban al menos cinco minutos antes de quedar él también atrapado. El hombro golpeo la puerta atravesándola, quedando frente a Paulina.
La niña se encontraba recostada, de espalda sobre el frió piso de caoba, con las piernas abiertas recibía las embestidas de una criatura amorfa: el torso del hombre abrazaba a Paulina mientras, los tentáculos que surgían de su espalda se aferraban al cuello y brazos de la niña asiéndola con fuerza, en lugar de piernas la criatura poseía un grueso tentáculo bífido. Como el cuerpo de una serpiente dividido en dos y ambas partes se retorcían empujando el cuerpo contra la pelvis de la muchacha.
Fernando no soporto la demencia escena que se presentaba frente a él, y en un acto de horror absoluto, salió corriendo del cuarto dejando a la pobre Paulina suplicándole su ayuda.
El chico se detuvo en el pasillo, se inclino a recuperar el aliento y parte de su cordura, luego se dirigió a mirar cuanto tiempo le quedaba, y el terror inundo su alma.
El primer nivel estaba cubierto por la masa membranosa. La puerta se había convertido en dos enormes fauces sobre puestas, y que a su alrededor, brotaban una infinidad de apéndices reptantes, un ojo enorme que surgía del cielo raso le miraba sin perder detalle de lo que él hacia, como saboreando su próximo bocado.
Fernando corrió en busca de Paola, sabia que nadie saldría de esa casa con vida pero, por alguna morbosa curiosidad, debía saber que le estaría ocurriendo a su amiga.
Atravesó la puerta de un pequeño vestidor junto al baño de invitados en la segunda planta, y allí le encontró: adherida a la membranosa pared, atrapada como mosca en una red dérmica, cartílago, músculos y tentáculos le aprisionaban.
Paola se encontraba sentada, con la espalda pegada en tejido y desnuda, las piernas impúdicamente abiertas, dejando al descubierto ambos agujeritos para quien le apeteciese usarlos a voluntad, su cabeza estaba cubierta por un enorme y pulsante apéndice, como si una enorme anaconda se la estuviese tragando. Por un instante Fernando creyó que su amiga estaba muerta, pero luego le vio sacudirse, gemir y retorcerse.
El chico quedo mirando a Paola: sus pequeños senos en desarrollo, sus pezones rosados con forma de guisantes, sus ágiles piernas, su ano, un pequeño agujerito de piel arrugada, y su coñito, una rosada gruta de deseo.
Fernando lo pensó un momento, sabía que dentro de poco moriría de una forma horrenda, por lo que se dijo: «que mierda», haría lo que tanto anhelaba. Se desabotonó lo pantalones, enfrentó su polla dura como una barra de acero contra la vagina de Paola, y penetró a su amiga por el chochito, húmedo y calido.
Solo se lamentó no poder hacer lo mismo con las otras.
Cuentos de Halloween: Capitulo Cinco “Réquiem”
Borja se despertó con un horrible dolor de cabeza, era como si tuviese el ojo derecho el triple de grande. Como una descarga eléctrica que le corría por el nervio óptico y finalizaba en la parte posterior del cráneo, provocándole pulsaciones de un dolor sordo.
Se incorporó en la cama quedándose frente a su chica.
- Que esperas, el autobús ya esta esperándote abajo
- Que mierda —respondió caminado los tres pasos que le separaban del ventanal, y viendo el autobús sin creerlo—. Pero cari, esto no es mi culpa, ya te dije que mi contrato me obliga a tomar turnos si otro conductor falta.
- Ya, y nosotros que? —acotó poniendo manos en jarra—. Tenemos la invitación de Miguel, no recuerdas?
- Si, si me acuerdo muñequita, iré a dejar a esos gilipollitas y volveré antes de la hora, así que —dijo Borja abrazando a su chica y acercándola a él —, espérame vestida que llegando, me disfrazo en 5 minutos y salimos raudos.
- Lo prometes?
- Lo prometo
- Más te vale, que Rigo todavía me ronda.
«Me cago en Rigo y en cualquier otro cabrón que quiera tirarse a mi mujer», pensó mientras con mala ostia se encaminaba al autobús, el cual ya se encontraba aparcado en la calle frente a su piso.
Se apoyó a la puerta intentando abrirla con la mano izquierda.
- me cago en su puta…—empujo—, abre la jodida puerta.
La puertezuela se abrió, todavía le dolía el ojo por ello, tomo precaución de donde pisaba, no fuese a caer por un descuido, subió el primer escalón.
- Que coño hacen aquí? —espetó—. Estoy dos horas adelantado, o creían que no iría a trabajar?
Levantó la vista sorprendiéndose: sentada al volante estaba la anciana que había visto en la pesadilla, la pesadilla que le produjo el dolor de cabeza y que ahora no le dejaba pensar.
Trepó el segundo escalón, la anciana volteo a mirarle, «por dios, era su madre», la mujer le observó con ternura y tendió su mano. Borja bajó la mirada para contemplar la mano de su madre, adelantó la suya. Trastabillo tras ver unas huesudas falanges color tiza acercársele.
Cayó los dos escalones y su espalda se estrello contra la portezuela, su ojo punzó en una explosión de dolor, se echó la mano al derecho y apretó. Cuando el dolor menguo, volvió a observar a la anciana.
Ella se incorporó acercando su rostro al suyo, pero, no era rostro, era un amasijo de tendones putrefacto y colgajos de piel ennegrecida, el ojo izquierdo era un agujero negro del cual supuraba pus fétida, mientras, el derecho colgaba balanceándose del nervio óptico adherido al cráneo.
Borja se cubrió los ojos protegiéndose del horror que inminentemente se le acercaba.
- DESPIERTA!
El grito histérico de una mujer hizo que Borja se despertase, tardó una fracción de segundo en darse cuenta que se encontraba frente al volante del autobús. Justo en el momento exacto en que su vehiculo impactaba la parte posterior de otro autobús detenido.
Borja voló sobre el asiento, su cabeza impactó contra la luneta provocando que el vidrio estallara es su rostro, un trozo 14 centímetros se incrustó en su ojo derecho reventándolo por completo. El aullido de cristales rotos, metales retorciéndose y cuerpos destrozados hicieron que Borja se desmayara.
Despertó, no sabía si habían pasado segundos, minutos u horas. Intento moverse pero se encontraba atrapado entre el asiento y el volante, este lo tenía incrustado en su abdomen, no sentía las piernas. Su rostro estaba cubierto de sangre por lo que debió forzar el parpado para poder abrirlo, lo primero que vio fue a la señorita Gladis, su cuerpo destrozado estaba atrapado entre el tablero de la maquina, varillas de metal emergían de su abdomen y pecho como si fuera un alfiletero humano, la mujer le veía con los ojos desorbitados y una expresión de odio, el rostro desencajado, las extremidades despedazadas y la blusa blanca ahora roja de sangre, abierta dejando ver ambas tetas, orondas, yertas.
Borja volteo sobre su hombro al escuchar el crepitar del fuego, el olor a humo y el calor que le abrazaba la espalda. El autobús se incendiaba pero eso no le importaba, por lo poco que pudo apreciar, ya nadie quedaba con vida, nadie que pudiera sufrir por las llamas.
Regresó a la profesora. Continuaba viéndole con ojos acusadores. «No fue mi culpa —pensó—, no fue mi culpa» cerró el ojo y se dejó llevar esperando que la oscuridad se adueñara de él.
FIN.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!