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Heterosexual

Culi-lingüis a Adelaida (Colegiala)

El sueño de todo profe.
Colegialas | Hetero | 15 años | Anilingüis | Anal | Fantasía

«Profe Christian, a tí de verdad te gusta comer el culo».

🅴staba Adelaida doblada sobre el borde de una mesa, con sus superinflados teteros, todavía dentro de su blusa y ésta bajo el peto de su jardinera,  aplastándose contra sus propios cuadernos. Ella stalkeaba el perfil de una de sus amigas en su dispositivo, usando una sola mano. Mientras, el profe Christian estaba arrodillado justo detrás de ella. Le había volteado la falda sobre la espalda, bajado la lycra, y la tenía abrazada como se abraza quizá solo a alguien que se vuelve a ver después de meses de extrañarle. El profe rodeaba con uno de sus brazos la cadera de su alumna de grado undécimo, al punto que su mano se asomaba del otro lado. Las grandes, paradas y redondas nalgas de Adelaida estaban separadas, por obra de una mano de ella y otra de él. El profe Christian tenía toda la cara metida allí, y disfrutaba a ojo cerrado, como si bebiera del mejor manantial del paraíso. Le hundía la lengua por el ano a Adelaida y le lamía hasta tan hondo como podía. Adelaida sentía rico. Su profe le hacía movimientos de taladro, le rodeaba el borde del esfínter con lamidas y a veces metía la lengua de vuelta en su boca para hacer con los labios una ‘chupa’ y succionar tanto néctar anal de colegiala bonita como pudiera. Si tenía acceso al jugo de la tierra prometida, no iba a desperdiciar ni una gota de sabor.

 

—Profe Christian, a tí de verdad te gusta comer el culo —dijo Adelaida, con voz ahogada, como si acabara de correr una maratón.
Pero ella solo estaba tensionada por sentir tan inusitadamente delicioso y por sentirse tan deseada. Recompensaba el placer con movimientos suaves de cadera para restregarle sus glorias anales al profe Christian en la cara. «¿Te gusta el culo?» Pensaba ella, mientras hacía caras, « ¿Te gusta comerte mi culo? ¡Pues comételo todo, no dejes nada!» y empujaba más sus caderas sobre la cara del suertudo profesor; y de igual manera, presionaba su pequeño cagadero, objeto de adoración, contra la afortunada boca del docente. La joven a veces bajaba la mirada y la retiraba de su dispositivo para emitir un gemidito tímido, casi con pena de admitir que él la estaba subiendo al cielo con la sola lengua, por el culo. Sentía la vagina mojadísima, pero esta estaba allí en su sitio, olvidada. De vez en vez, los movimientos de cadera de ella pasaban de ser de adelante para atrás a ser circulares.
—Quiero verga —confesó al fin, entre los dientes y sin fuerza—, ¡quiero verga!
Pero el muy grosero de Christian la ignoró, puede que no intencionalmente, pues estaba en un trance religioso. Es que, entiendan ustedes, que estaba él devorándose algo que se suponía prohibido y que se la pasaba oculto, pero las sugerencias a aquello, el camino hacia tal lugar (las piernas espectaculares) sí estaban por doquier, tentando, sugiriendo, casi humillando. Si tú fueras profe y le chuparas el ano a la más bonita de grado 1105, la más desarrollada y perra, pues… también de le darías un poco más de gloria a tu boca y lengua y dejarías esperar un poco más a tu verga.
Además, estaban dentro del colegio y eran las 10:02 de la mañana. El sol dibujaba rectángulos de luz sobre las mesas.
El profe Christian se cansó de la carraca. Le dolía. La retiró y para descansar un rato, le dio un minuto de éxtasis a sus ojos. Vio ese culo (o ‘culi’, como él le llamaba de cariño), todo baboseado y rozagante. Ese Culi se sentía amado y allí yacía orgulloso en medio de esas bellas nalgas que por el momento habían dejado de resguardarlo como el invaluable tesoro que era, y habían abierto paso, como dos guardias que se retiran ante la llegada de la única dignataria: La lengua del Profe Christian. El resto del tiempo, ese culito estaba custodiado, bajo una lycra negra que embellecía las nalgas y una falda tartán (de colegiala) que contradecía la protección, diciendo «Ven, aquí algo rico».
Christian miraba el ano de Adelaida y lo olfateaba con sumo agrado. Ella lo hacía palpitar para que él mirara y se calentara más, y se animara a encularla. Pero la respuesta de Christian fue otra. Besó ese orto con la veneración que otros le tendrían a los pies de una reina en tiempos perdidos.
—Dave verga, profe.
La vagina también le palpitaba. Lo podía sentir.
—Métemela toda y… lléname de leche.
Esa palabra, «leche», la había dicho con especial fuerza, apretando los dientes y separando ligeramente las sílabas. De veras quería sentir su culito premiado con el semen tibio de su profesor.
—Míralo cómo se mueve, se está moviendo él solito —agregó la arrecha colegiala de 15 años.
Y sí, ese agujero celestial parecía tener vida propia. Estaba clamando el ser penetrado, bombeado e inundado.
—Te huele y te sabe riquísimo —dijo Christian.
Se decidió a encularla y empezó a buscar la punta de su cinturón para quitárselo, así arrodillado, como estaba. No iba a dejar de ver ese culito que lo tenía hipnotizado ni un segundo. Ahí estaba ese culi, tibio por fuera y ardiendo por dentro, casi respirando. El color solo era perceptiblemente más oscuro en el borde del agujero que el resto de la piel blanca de Adelaida. Tenía varios pliegues que se debían estirar, y el asterisquito se convertía en salida cuando ella cagaba, en entrada cuando llegaba el pene de uno de sus compañeros o la lengua del profe Christian, a abastecerse de néctar divino. Generalmente, los culi tenían un primer «pliegue del fuelle» que se estiraba a la menor tensión. Así que se hacía forma de párpado o toldo. «Por eso le dicen ojete» pensaba Christian, más arrecho de burro costeño en banda de bastoneras de grado noveno.
Apenas hubo encontrado la punta de su correa e iba a agarrarla para sacarla de los pasadores del pantalón, y dio una última mamada y lengüeteada a ese mimado cagadero. Pero la puerta se abrió. Con agilidad felina, Christian se levantó y dio la vuelta, aun con la carpa de circo en el pantalón. Y si él tuvo agilidad felina, ella fue como un rayo: Solo se desdobló y la cortita falda cayó y se puso en su sitio. Ni siquiera soltó el celular. Después se arreglaría la lycra, que tenía apretándole una sola nalga; o le diría a su querido profe que se la cuadrara con los dientes, así mismo como se la había descuadrado.

Quien entró fue la profe Roxana, que llevaba poco allá y parecía estar enamorada de Chrisitian. Había oído ya algunas porquerías (reales) de la reputación de Christian, pero no creía nada. A los pocos minutos, cuando Adelaida se hubo ido (y puertas afuera, se levantó el faldón para arreglarse la lycra delante de unos morros de grado séptimo, que quedaron pasmados), Roxana coqueteó con Christian e hizo el amague de robarle un beso. Al detectar el profuso olor a culo que manaba de él, lo primero que pensó es que debía ser un sucio-inmundo quizá con halitosis crónica. Pero de inmediato ató cabos, pensó en Adelaida, que estaban a solas y cómo estaba de rojita ella. «Con que los rumores son ciertos» pensó la profe. Y a continuación agregó para sí misma «Me voy a lavar muy bien el ano de ahora en adelante».

Y entonces, el de la profe Roxana, fue otro culi más para la orgullosa colección de culis del profe Christian. Ah, verriondo afortunado.

Fin

©Stregoika 2025

Más sobre el profe Christian:

De mi enfermiza obsesión por el ano de mis alumnas 0

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Ay, profe, ¡me haces igual que mi papá…!

 

77 Lecturas/19 octubre, 2025/1 Comentario/por Orlok82
Etiquetas: anal, colegio, culito, culo, joven, mamada, semen, vagina
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1 comentario
  1. Orlok82 Dice:
    20 octubre, 2025 en 6:22 am

    Ahora suprimen las imágenes. Qué página tan aburrida.

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