D O Ñ A S O L E (3)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
CAPÍTULO 3
Aquella noche apenas si pude dormir, pues, amén de pasarme las horas muertas dando vueltas, insomne, cuando lograba pegar el ojo, era a ratos, para despertarme enseguida, bañado en sudor y sintiéndome peor que mal, por toda una serie de pesadillas ignotas, que no recordaba al despertar tan de improviso, pero que me agobiaban cosa más que mala, el sueño.
Cuando a las siete treinta de la mañana el despertador me llamó a la diaria tarea, de momento lo estampé contra la pared; ¿cómo iba a salir a trabajar en el estado en que me encontraba?.
Pero, por finales, el sentido común se impuso, a Dios gracias; me levanté, duche, afeité, perfumé en lo posible, me vestí e intenté recoger mis pedazos, recomponerme en lo que cabe, y marché a trabajar
Los días, semanas y meses fueron pasando.
Los días no los pasaba mal, enfrascado en el trabajo, pero las noches eran horripilantes… No quería volver a casa… Para qué… ¿Para dar vueltas y vueltas, como alma en pena?.
Cenaba donde mejor me cogía y luego, copas y copas de coñac, hasta que los bares me cerraban, entre las doce y la una de la madrugada… Entonces, deambulaba por aquí y por allá… Glorieta de Quevedo, Bravo Murillo, San Bernardo, Fuencarral… Sin más compañía que la luna, los semáforos y los pocos coches que todavía circulaban, para volver a casa más muerto que vivo, harto de cansancio… Y no pocas veces, de alcohol…
Una de tantas noches, ni sé ya los meses después, puede que seis, o siete, u ocho, incluso…puede que más, puede, también, que menos, a las tantas de la madrugada sonó el teléfono: Era ella, Sole.
• Antonio, acabo de dejar a mi marido; me he ido de casa… Si quieres que vivamos juntos, tomaré un taxi y en un momento estaré allí… Si no, no te preocupes… Lo entiendo…
Bajo ningún concepto quise que tomara taxi alguno; yo iría a recogerla al fin del mundo que estuviera.
No estaba al fin del mundo, sino en un hotel de la zona de Goya.
Me faltó tiempo para estar allí, recogerla con el poco equipaje que llevaba y traérmela a casa.
Mientras la traía supe lo de su marido, D. Isaías; sencillo, la tenía cornuda, pero además de tiempo atrás; de antes de que yo conociera a su hijo, a Pablo… O por ahí, por ahí… Pero es que no era con su secretaria, lo normal, sino con su “secretario”, un niñato veinteañero, puto de maricones por más señas… Los pescó “in fraganti” una tarde que se le ocurrió entrar de sopetón en el despacho de su marido; el niñato le hacía una “fellatio” al maridito mientras éste masturbaba al “secretario”, todo entre besitos y cariñitos de alta tensión
Pero lo grande era que el maridito no es que fuera marica, perdón, gay u homosexual, sino bisexual, por lo que llevaba años montándoselo también con ella, como si tal cosa
• Y pensar que si te di “puerta” en 1960, fue porque me “ponías” cosa mala, con unas ganas terribles de follarte, y me decía, “Pero Sole… ¿Y tu marido?.
¿Y tu hijo?.
¡Si sería gilipollas, darme cosa “ponérselos” a mi marido!.
La gota que colmó el vaso esa noche, fue que el maridito, más “salido” que la esquina de una mesa, se empeñó en que ella tenía que darle gustito con la boquita y ella le mandó más lejos que las estrellas; él se le quiso imponer cogiéndola del pelo para obligarla, pero ella le arreó un rodillazo donde más nos duele a los tíos, y a gritos llamó a su hijo para que la protegiera ante su marido, que amenazaba con arrearle una soberana paliza; recogió lo que juzgó más imprescindible y salió zumbando al hotel y a llamarme
Comenzamos a vivir juntos; en pareja estable.
Yo, desde el principio, se lo dije bien claro: Mis ingresos, para una familia, digamos, normalita, de la típica clase media; esa que no nada en la abundancia pero tampoco carece de lo necesario, y algo más, incluso, estaban bien…o, hasta más que bien; pero que para esa clase media algo más que acomodada como era su hogar de hasta entonces, no tenía ni color… Vamos, que entre lo que yo ganaba y lo que su todavía legal marido, Isaías, podía entrar en casa, ni de lejos… Era como querer equiparar una pinada del interior hispano con las selvas ecuatoriales.
Pero Sole me respondió que por eso no me preocupara; que saldríamos adelante… Que ella se amoldaría a lo que yo pudiera ingresar en casa… Y lo cierto es que así fue.
Cuando yo regresaba a casa, cerca ya de las diez de la noche, me encontraba con una Sole recién duchada, perfumada, pintados los labios, maquillada… Arreglada, en suma, para mí, destacando en ella todo cuanto sabía que más de ella, o en ella, me gustaba.
La mesa puesta, dispuesta para una cena romántica para dos comensales… Con sus luces indirectas, las dos velas, rojas como la sangre, encendidas….
Desde que Sole viviera en esa casa, la vivienda era, indudable, la de dos amantes
Y como todos somos hijos de Dios y, además, todos tenemos derecho a todo, sin que nunca prevalezca el tú o el yo sobre el “nosotros”, cuando nos encontrábamos en la cama, procuraba alternar, simultanear no pocas veces, las formas en que yo entendía la relación íntima, con el sexo supeditado o presidido por el AMOR; el SENTIMIENTO, con la manera en que ella lo entendía y gustaba: El sexo por el mismo sexo… La más salvaje que otra cosa forma de la libido entre machos y hembras de cualquier especie animal busca el sexo entre sí… Vamos, que, por mi pate, todo era amor; amor materializado en el sexo, en tanto por la suya, todo era sexo… Sexo y sólo sexo… Claro que también había algo más: Un cariño bastante definido… Pero el cariño no es, necesariamente, amor… Ya me lo había dicho en aquella nuestra primera noche, allá en el “meuble” de Maestro Vives: “No puedo amar… No puedo amar a hombre alguno”…
Pero ocurrió que, poco a poco, insensiblemente, mi Sole empezó a variar en ese aspecto tan peculiar de nuestra relación, hasta que una noche me sorprendió más que mucho.
Fue en uno de esos momentos en que yo, antes que emplearme hasta con furia, para hacerla llegar al séptimo cielo del placer sexual, me recreaba amándola suavemente, con toda la dulce ternura, todo el sentido amor de que era capaz, se me abrazó con toda su alma, con brazos y piernas, y me sorprendió susurrándome
• ¡Así, mi amor; así!… Dulcecito… Suavecito… Mi amor… ¡Ámame, mi vida…ámame! … Dame tu amor… Con tu polla… Dámelo en mi chochito… Así, mi amor…así…como lo estás haciendo….
Sigue, cariño mío; sigue… ¡Aggg!.
¡Aggg!.
¡Aggg!.
¡Así, mi amor…mi vida!.
¡Qué bien…qué bien…que me lo haces…¡Qué bien que me estás amando, mi bien!.
¡Te noto…te noto cariño mío!.
¡Lo noto…lo noto cómo me amas!….
¡Lo noto en mi chocho!.
¡Qué dulzura…qué dulzura la tuya, mi amor!.
¡Dame más…un poquito más, mi amor!.
¡Termino!… ¡Termino otra vez amor mío!.
¡Sigue…sigue…no pares!.
¡Aguanta…otro…poquito!… ¡Aguanta…mi…vida!.
¡Aguanta!.
¡Aguanta!.
¡Ya!… ¡Ya!… ¡Ya!.
¡Ya…acabo!.
¡Ya…ya…ya!….
¡Estoy…acabando!.
¡Aaggg!.
¡Aaggg!
Aquello, lo que surgió en aquella otra noche mágica, de las que iban ya…fue de capital importancia para nuestra relación de pareja.
Fue ella quien primero reparó en ello, pues si yo me quedé como un tronco cuando nuestros cuerpos, nuestros organismos, no dieron más de sí para poder seguir amándonos, ella no; ella quedó despierta largo rato, dando vueltas y más vueltas a su cabecita, bastante bien “amueblada” por cierto… Y… ¿Qué era lo que la mantenía despierta, inquieta, sin poder dormir?
Sencillamente, a su mente regurgitaron cosas, frases dichas en el frenesí de la precedente noche de amor… Esas cosas, esas frases que se dicen sin pensarlas, fruto las más veces del supremo enervamiento pasional del momento… Esos, “Amor mío”…“Mi amor”…”Mi vida o Vida mía”… Recordó, perfectamente cómo no era nada tópico eso de “¡te noto cariño mío!.
¡Lo noto…lo noto cómo me amas!….
¡Lo noto en mi chocho!”… Sí; lo notaba palmariamente… Notaba el amor que yo le inoculaba con mi miembro en su “cosa”… No; no era un tópico, sino algo palmario… Muy material…
Muy, pero que muy real… Pero es que también se dio cuenta de que tampoco ella había sido ajena a ese intercambio amoroso… Ni mucho menos; también ella había sido protagonista activa, y no sólo recibiendo el amor que yo le daba, sino que también ella, enteramente entregada a mí, me había dado su amor… Su amor con su sexo, en un amoroso toma y daca en el que ninguno de los dos nos habíamos quedado atrás
Y la gran pregunta surgió: ¿Me amaba ella a mí?.
¿Se había enamorado ella de mí, por finales, como parecía estar yo enamorado de ella?.
Y el sólo considerarlo le ponía los vellos de punta… Porque, se pensaba, para ella sería una verdadera tragedia… ¡Señor!, si era trece años mayor que yo”… Si, en diez años simplemente, yo tendría treinta y siete en tanto ella, ¡cincuenta!.
¡Señor, Señor, Señor, pero… ¡Qué locura más inmensa!.
Y claro… Ella, al final, la “pagana”… ¡Por vieja idiota!
Yo me levanté tan telendo al día siguiente: entré al baño y, como siempre, lo encontré todo listo para que yo lo usara.
La bañera llena de agua, ni fría ni caliente, las sales espumeando por la superficie del agua –me gusta más bañarme que ducharme- los útiles de afeitar donde deben estar, con la loción de después del afeitado y la colonia que suelo usar tras la loción allí, a mano… La mano, la solicitud de Sole para conmigo a flor de piel siempre… ¡Qué haría yo sin ella, pensé!
En la cocina me esperaba ella, con el desayuno listo: El café con leche recién hecho, el vaso con el zumo de naranja recién exprimido y la tostada de panecillo con las habituales dos pastillas de mantequilla y la minúscula terrina de mermelada de melocotón.
Yo antes, café con leche a toda prisa, sin sentarme siquiera, y a la calle; pero desde que ella llegó a casa dijo que esas no eran formas de empezar el día, con lo que me tenía que levantar algo antes para dar cuenta del más o menos pantagruélico desayuno… A veces me parecía que, amén de vivir en pareja con una mujer, también tenía una especie de madre en casa… Pero, la verdad, era agradable estar tan bien cuidado, tan bien atendido por aquél pedazo de mujer…
Como todos los días, cuando ya estaba en la puerta y con ella a mi lado para despedirnos, la di un beso mientras le decía
• Te quiero mucho, Sole, mi amor…
Ella me sonrió con esa sonrisa suya sin igual y también me besó
• Y yo a ti, cariño… Y yo a ti, mi amor…
Y en el ascensor bajé en busca del coche para iniciar la normal jornada del día.
Pero, sin saber por qué, esa sonrisa suya de esa mañana…ese beso suyo, me rondaban por la mente según iba conduciendo… Me decía que era un tonto; que qué de extraño podía tener aquello… Como la sonrisa y el beso con que cada mañana se despedía de mí hasta la noche, a eso de las diez más o menos, a que solía regresar… Pero no; sin saber por qué, me parecía distinto… ¡Qué sé yo!.
Más afectuoso… Más cariñoso… Así pasé parte de la mañana, con aquella sonrisa y aquél beso sin írseme de la cabeza… Comercialmente, fue uno de los peores días de mi vida… Y es que, las elucubraciones de mi cerebro no me permitían centrar la atención en lo que debía…
Y como una cosa lleva a otra, a mi mente vinieron las palabras que ella, Sole, me dijera la noche pasada: “mi amor”, “Mi amor”, “Mi amor,” “Dame tu amor”, “mi amor…mi vida”….
Lo de “Cariño”; “cariño mío”, me lo había dicho muchas veces… “Amor…Mi amor”, alguna… ¡Pero tantas veces como anoche!.
Y…De la forma que me lo dijo… Porque eso, lo determinante…la forma de decirlo… ¡Ponía el alma en las palabra!… No eran palabras hueras, impulsadas por el alto enervamiento del momento… Lo sabía; sabía yo que le salían del alma, por más que la pasión del momento también pusiera su “granito de arena”… Hacia el medio día no pude aguantar más y la llamé a casa
• Sole, cariño; espérame, que voy a casa a comer.
Llegaré sobre las 14,30; 15 horas a todo tirar
Sole se asustó ante lo inusual de que yo estuviera en casa a comer fuera del domingo
• No te preocupes cariño, que no pasa nada… Sólo que tengo “morriña” de mi querida mujercita y quiero pasar la tarde contigo… Metiditos en la cama… ¿Te parece bien, buen mío?
Y a Sole, la perspectiva le pareció de perlas… Desde ese momento todo en ella fue actividad casi febril.
El día, o por mejor decir, la tarde sería para recordarla… Y eso había que celebrarlo… Y ya se sabe, en España, como supongo que hasta en el último rincón del planeta tierra, las celebraciones siempre empiezan en la mesa, con la gastronomía, uno de los más primarios y generalizados placeres que el hombre conoce.
Sí; se imponía un ágape en verdad especial.
Tres opciones aparecían ante ella, llegados a este punto, mis tres grandes preferencias culinarias: Una más que ilustrada paella, una excelente paletilla de cordero lechal al horno, o una merluza a la que no se le pudiera oponer pero alguno, también al horno
Se decantó por esta última especialidad, como menos pesada, pues la tarde que seguiría exigiría, indudable, gasto de energías, luego proteínas, pero también ligereza de cuerpo; agilidad… Y eso, lo que mejor lo reunía era el pescado… Y, además, blanco… Pero Sole, como me dijera el primer día que vino a casa como dueña y señora de mi hogar… Sí, mi hogar ya, no una simple casa… Una especie de leonera a la que por las noches, no iba sino a dormir… Digo que como en aquél primer día me dijera, era una excelente ama de casa, que hasta esquilaba los huevos, si necesario fuera, para poder cubrir cuantos gastos se presentaran, tenernos a los dos hechos unos “pinceles”, de “bonitos” y elegantones, y que en la mesa nunca faltaran platos suficientes, nutritivos y hasta la mar de sabrosos, pues también reunía ser una excelente cocinera.
Así que, en el altar del ahorro familiar, que lo cortés tampoco debe ser obstáculo para lo valiente, sacrificó la nobiliaria merluza por algo más “proletaria” pescadilla de pincho, recién pescadita como aquél que dice, que daba gloria verla… Y que yo, como cualquier marido más que enamorado de su dulce mujercita, me engullí por merluza del Cantábrico gallego que era una vida mía.
Solucionado pues el asunto del condumio, con la pescadilla en el horno, su dedo de aceite de oliva, su cebolla, hecha rodajitas, sus patatas cortadas como para tortilla, pero más gruesas; aparte, su zumo de limón en un vasito y otro vaso con unos cuantos dedos de vino blanco, los justos, amén del salero y el pimentero para salpimentar el asado en su justo momento.
Pues bien, apañado ya todo esto, tocó el momento de ponerse guapa parea su hombre… Su maridito, dijeran lo que quisieran decir los tribunales, civiles o eclesiásticos, pues qué sabían ellos de amores entre un hombre y una mujer… Como de costumbre, comenzó por bañarse en espumante agua, merced a las abundantes y más que olorosas sales de baño; siguió por perfumarse… Unos toquecitos de Chanel tras las orejas y en el dorso de las muñecas, donde las venas se marcan más; seguidamente, efectivo pintarse los labios, en ese tono rojo intenso, fuego, que a mí tanto me gusta… El oportuno perfilado de labios, la ligera sombra de ojos y, finalmente, un levísimo toque de color en las mejillas… Se miró, finalmente, en el espejo y la imagen que reflejó le mereció, sino un diez, por modestia más o menos falsa, sí un 9,5…
Faltaba escoger el vestido que luciría ante su maridito; ella era un poco bastante enemiga de blusas, faldas y, no digamos, pantalones… Una mujer es una mujer, y como tal debe parecer, pensaba en aquellos todavía años 60, si bien despendolándose ya “a sé acabar e consumir”, por lo que era raro que no usara, normalmente, vestidos… Eso sí, asaz “despechugados y mini falderos.
Tras mirar y mirar en su vestuario, Sole acabó decidiéndose por un vestido tipo camisero, desmangado en tirantes de dos-tres dedos de ancho y abotonado al frente por una hilera de botones que, desabrochada hasta abajo, dejaba al aire su piel hasta pelín por debajo del ombligo… Se lo calzó, obviando tanto sujetador como braguitas, por muy casi tanguitas que estas fueran y en los pies unas chinelas de calle, destalonadas, de buen tacón alto, a mí me gustan así los zapatos de las mujeres, y sujetas al pie por una sola y finísima tirita de cuero-serraje, como el resto del zapato, sujeta a sus lindos deditos, con lo que los dejaba más que a la vista y en todo su divino esplendor… Y es que tampoco ignoraba mi semi-fetichismo por unos bellos pies de mujer
Mi llegada casa fue lo acostumbrado: Diciéndola lo loquito que me tenía y besándonos con la pasional sed del náufrago a la deriva o del perdido en pleno y ardoroso desierto, Nos pusimos a comer y ahí yo empecé mi empecinado interrogatorio sobre lo que me parecía sonado cambio en su actitud hacia mí, evidenciado a partir de sus amorosas exclamaciones de la noche anterior… Ella trató de defenderse, y a veces como gata panza arriba, aduciendo que no recordaba nada y que, en todo caso, sería consecuencia de la “fiebre” del momento, lo que rebatí recordando su comportamiento de aquella misma mañana, mucho más cariñosa que otras veces… Y al fin, se lo saqué: Sí; me quería… Me quería muchísimo… Con locura… Con toda su alma… Como a hombre alguno amara jamás en toda su vida… Estaba tan enamorada de mí como yo de ella… Para mí, la locura, vamos…
Allí acabó la comida, pues, sintiéndome caballero al viejo estilo, o galán de folletín más decimonónico que otra cosa, la tomé en brazos y, en volandas, con ella abrazada a mi cuello y diciéndome a carcajadas aquello de “No, si ya verás, al suelo vamos los dos, tirillas, más que tirillas”, a propósito de mis, más bien, mermados músculos.
Por el camino quedó, caído y olvidado, el liviano calzado de ella, pero que conste que, heroicamente, aguanté con su cuerpo en brazos hasta depositarlo sobre la cama de nuestra alcoba.
Ya allí me lancé, para empezar, sobre sus desnudos pies, saboreando, uno a unos, cada dedito de tan divina ambrosía… Sole no paraba de reír, mientras decía “Que me haces cosquillas, bruto; más que bruto”… Pero eso lo decía con la boquita chica, pues anda y que no le gustaba que distinguiera así los deditos de sus pies… Y sus mismos pies… Saciado ya de tan dulce manjar, mis “hambres” buscaron nuevo sustento en sus piernas hasta rebasar las rodillas, una primero, la otra a continuación, para seguidamente ir degustando sus muslos, cara externa y, muy especialmente, la interna, para lo cual le levantaba la falda del vestido en lo que resultaba necesario.
Aquí intervino Sole
• Espera ansioso; espera
A continuación procedió a sacarse por los hombros, uno tras otro los tirantes del vestido, haciéndoles deslizarse a lo largo de los brazos.
Luego, se bajó cuanto pudo y la cosa dio de sí, la parte superior del vestido para, finalmente, alzar su culito al tiempo que me pedía
• Anda cariño; tira del vestido; sácamelo por los pies…
Así lo hice y, al no llevar encima más prenda que el propio vestido, quedó ante mi vista ese cuerpo que me embrujaba.
Desde ese momento, seguí saciando mi sed de su piel de diosa, con parada y fonda, primero, en su “prenda dorada”, insistiendo en el puntual alojamiento hasta que logré prodigarle el primero de los orgasmos que aquella tarde, prolongada por casi toda la noche, le ofrendé… Y, en segundo lugar, en esos búcaros repletos de sabrosa miel que eran sus adorados senos, donde me entretuve lo suficiente para que, retorciéndose en espasmos de infinito placer, disfrutara del segundo orgasmo de la jornada… Y es que, bien sabía, que el tal vez más importante punto de su femenina anatomía, erógenamente entendido, eran, precisamente, sus senos… Y, muy especialísimamente, sus pezones… Jocosamente, y hablándome de ello, me decía que, cuando su hijo Pablo, de bebé, se le amorraba mamando, me decía
¡Y no veas las veces que el cabroncete del nene hacía que me corriera mientras mamaba de mis pezones!
Y así, llegó el momento de la verdad, cuando me alojé entre sus más que abiertos muslos, dispuesto a rematar la faena, la mar de toreramente, “entrando a matar” con toda bravura y valentía.
Ella entonces, como habitualmente hacía en según qué época de su femenino ciclo mensual, se volvió a la mesilla de noche y sacó el estuchito donde guardaba su diafragma anti-baby.
Entonces yo, con toda suavidad, se lo quité de la mano
• Cariño, que estoy en mis días… Será peligroso que lo hagamos…
• Hacerlo hoy, y así, será maravilloso…
• ¿Quieres que?.
• Que me des un hijito… Un fruto de cuánto nos queremos…
Sole se me abrazó como nunca hasta entonces lo hiciera… Casi lloraba la pobre
• Sí mi amor… Claro que sí… Préñame…embarázame
Nos besamos como tampoco nunca nos habíamos besado… Con cariño, amor inmensos… Luego, ella, mi mujer a todas luces ya, aunque, por las leyes del momento, no pudiéramos acreditar tal hecho con documentos legales, me abrió sus piernas, sus muslos a la par que elevaba la pelvis para así facilitar al máximo el libre acceso a su más femenina intimidad, abierta ante mí como flor a la primavera
• ¡Métemela mi amor!.
¡Métemela hondo…muy, muy hondo!…
Lo hice, tal y como ella me pedía… Cuando Sole se sintió totalmente llena, cuando notó cómo mi virilidad se estrellaba contra el cuello de su matriz, suspiró honda, muy, muy hondamente; se me abrazó, lo mismo con sus brazos, rodeándome el cuello con toda su alma, como con sus piernas, cerradas en torno a mis muslos, atenazados entre ellas, mientras con sus pies, apoyados en mis glúteos, empujaba hacia sí misma en empecinado empeño de fundirnos los dos, ella y yo, en un solo cuerpo… En una sola carne (Gen.2.24, Mc. 10-8, Mt. 19.5) Y llena de pasión, empapada en amor, musitó en mi oído
• Te quiero marido… Te adoro… Soy tuya, mi amor… Tuya, tuya, tuya… Hoy y siempre…Mientras viva…
El tiempo ha ido pasando y nuestro amor fructificó en tres criaturitas que ella me ofrendó con los dolores del parto… Y no vinieron más, pues Sole estaba lanzada por el camino de la maternidad, porque Dios, Natura o lo que sea no lo quiso, cuando a sus cuarenta y siete años se le detectó un cáncer de matriz; lo superó sin dejar rastro, pero a costa de perder matriz y ovarios en la operación a que tuvo que someterse.
El “Ancien Régime” dio en quiebra con la muerte del general Franco y advino la “democracia” a España; y el Divorcio, acogiéndose Sole, de inmediato, a la nueva Ley, de modo que en 1983, por fin, nos casamos ella y yo, a mis cuarenta y tres y sus cincuenta y seis, con su hijo Pablo de padrino y mi madre de madrina, a pesar de ella, mi madre, hacerlo tapándose las narices, pues para ella, Sole y yo, fuera como fuese, vivíamos amancebados, por aquello del santo matrimonio de ella con el homosexual de su marido…
Yo, en este 2013, soy algo más que setentón y Sole no digamos… Ochentona y, y, y… Pero seguimos queriéndonos como cuando empezamos a vivir juntos… Claro, que las energías ya no son las mismas, aunque para mí, pues qué queréis que os diga… Que su cuerpo desnudo me sigue pareciendo el de una odalisca turca… El de una Venus, una Afrodita, una Astarté… Y de tomo y lomo… Las pastillitas resucitadoras de muertos ahora me son imprescindibles… Y en algo así como tortillas de ni se sabe cuántas, aunque ella cree que son dos como máximo, pues si supiera la verdad, se me cerraría de piernas a cal y canto que, para ella, mejor “hambre” conmigo al lado, vivito y coleando… O sin “colear”, que “heroicamente caído en el cumplimiento del deber”
Y eso que, más de una vez y más de dos, tenemos que valernos de la manita, boquita y lengüita, pues la “cosa” ni a la “tortilla” de Viagras responde… ¡Dichosa “diabetes melitus” que me trae mártir desde hace ya diez años, arreciada cosa mala en estos cuatro últimos!.
F I N D E L R E L A T O
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