De la pasión…
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Fulgor.
Se acercaba la deseada hora del reencuentro. Le había dicho que saldría a las 14:00; directamente del trabajo, una vez hubiera ultimado los papeleos y las citas con los clientes para la semana siguiente.
Era viernes, justo una semana y un día después de su primer encuentro. Bastó ese día para que ambos se dieran cuenta que ya nada volvería a ser igual, que sus caminos paralelos se habían convertido en uno solo, que ya no habría nada que temer. Juntos, unidos, jamás volverían a ser vencidos, ni por nada, ni por nadie. Esa sensación de paz recíproca elevaba aun más las innumerables sensaciones en las que ambos se hallaban inmersos, sin neopreno, sin máscara, sin botella de oxígeno, sin aletas, sin medidor de presión… Pero, ¿quizá podría ser de otra forma? ¿quizá se le podría pedir al agua que separara el oxígeno del hidrógeno? ¿o, quizá pedirle al sol que dejara de dar calor e iluminar nuestras vidas?
Había pasado toda la mañana y parte de la tarde arreglando la casa para que estuviera lo más acogedora posible. Cada cosa en su sitio, limpio y pulcro. Quería que ella se sintiera cautivada por la humilde morada que habitaba el mismo ser que había sido cautivada por ella. Parecía que lo tenía todo en su sitio, todo a punto. Un último toque de plumero, un repaso a los grifos (a los cuales ya no se les podía sacar más brillo), una camisa que se quedaba rezagada en una silla caminaba ahora hacia el armario. Abrió la nevera y observó si había algo que se le hubiera olvidado comprar. Hizo un repaso general y concluyó en que estaba todo en orden. Era consciente de que, cuando volvieran juntos, algo vería él que se le había olvidado ordenar o arreglar o quitar de en medio; pero los nervios desatados por sentirla de nuevo junto a él, no le hacían centrarse en las labores domésticas. De repente sonó el teléfono. Era ella. Le dijo que en media hora llegaría al punto acordado para recogerla. Su ritmo cardiaco se aceleró. Sólo media hora y podría volver a estrecharla entre sus brazos. La alegría y el nerviosismo se apoderaron de él. Fue al cuarto de baño, se miró por cuadragésima tercera vez en la última hora, se estiró un poco un tirabuzón que se apoderó de su frente, se perfumó, bajo a la calle, cogió su coche y fue en busca de la flor…
De camino no dejó de mirarse por el espejo retrovisor, quería estar perfecto para ella: ningún tirabuzón rebelde hacía, de momento, acto de aparición, su cara recién afeitada olía a Agua Fresca, su “Allure Pour Home” de Cacharel rodeaba su cuello y muñecas. Sus ojos y su boca denotaban su inmensa felicidad al poder estar cerca de ella de nuevo. Comprobó el estado de su pantalón: recién planchado. Hizo lo propio con su camisa: ni una arruga. Se había puesto para ella su mejor camisa, una camisa azul celeste especialmente suave, que hacía juego con el pantalón también azul, pero más oscuro. Y para contrastar, zapato, cinturón y chaqueta marrón. Unos calcetines negros y un bóxer negro, que aun no había utilizado, completaban la indumentaria. Sonó el teléfono de nuevo. Escuchó su dulce voz diciéndole que ya estaba en la gasolinera que habían quedado en la A-3 para recogerla y encaminarse a casa de él. Le palpitó el corazón. Estaba a un escaso kilómetro del punto de encuentro y desbordaba alegría y nerviosismo a partes iguales. No sabía cual de las dos emanaba con más fuerza.
Peugeot 407 gris metalizado. Era su coche. ÉL le lanzó ráfagas de luz. Al verlas, ella, descendió del vehículo. Su sonrisa era como el día, maravillosa. Bajó el también. La sonrisa de ambos era digna del más grandioso de los arcoíris. Fijaron sus miradas, la del uno en la del otro. ¡Que eterno se les había hecho a ambos el impasse de tiempo, entre su primer encuentro y, ahora
su reencuentro!.
Se miraron un instante sin separar sus miradas. Él le rozó apenas la cara. Se fundieron en un abrazo similar a cuando los metales son fundidos para alearse. La delicada flor que era capaz de proporcionar la savia para que se desarrollaran en el árbol los deliciosos frutos, nutritivos, vitamínicos, hermosos, suaves, dulces, llenos de vigor para proveer alimento, se había aleado (y aliado) con el sol, para juntos emprender su historia. No se concibe que florezca sin la ayuda del sol, así como no se concibe el sol sin la flor a la que iluminar y dar calor. Además, el sol había estado eclipsado bastante tiempo, pleno de nubes, hasta que encontró la flor a la que dar todo de si. Simbiosis perfecta, mejor complemento, y extrema complicidad, comprensión y , sobre todo, Sentimientos a flor de piel. La de la flor sobre el sol.
Perdieron la noción del tiempo. No saben cuánto tiempo estuvieron abrazados. Se separaron levemente un instante, un preciso momento en el cual sus labios de buscaron y se encontraron. ¡Qué delicia, qué sabor, qué pasión, qué…! A ambos se les erizó el vello. Continuaban besándose sin dejar de abrazarse, sin dejar de recorrer con sus manos la anatomía completa del otro. Se deseaban, se querían, se necesitaban, se amaban. El ruido de un avión les hizo separarse un instante para encontrar de nuevo sus ojos y mirada frente a frente. Sus sonrisas también se encontraron de nuevo. Ella se rio levemente y él le acompaño. Ambos suspiraron y sonrieron: estaban juntos de nuevo, un fin de semana completo sólo para ellos dos. Ambos dijeron a la vez: – Será maravilloso.
Durante todo el camino hacia su casa Él no dejo de mirar por el retrovisor para que no se perdiera. Llegaron a su casa, bajaron del coche y se fundieron en un nuevo abrazo. Cogió el equipaje del maletero, la beso de nuevo, la cogió de la mano y le pidió que la siguiera. Una vez en el ascensor él la miró con deseo, observó cada centímetro de su cuerpo, miró como sus prominentes pechos sobresalían ligeramente por un escote parcialmente cubierto por una bufanda azul. La visión de aquello lo hizo excitarse de sobremanera. Ahora su suéter ceñido resaltaba la inicial erección de sus pezones. La miró con mirada lasciva, con deseo, con pasión. Ella notó como su manantial comenzaba a emanar pequeñas notas de humedad producidas por la visión que tenía ante sí del hombre que deseaba, por su mirada, por sus pantalones que ya denotaban la excitación que mantenía por el bulto que no hacía más que crecer por debajo del cinturón. Ver a su compañero excitado no hizo más que aumentar su líbido. Él se acercó a ella y la cogió de la cabeza rodeándola con las dos manos y acercó sus labios a los suyos con cautela al principio.
Usó sus dos labios para besar por partes, primero el labio inferior de su compañera para posteriormente hacer lo propio con el labio superior, para terminar cubriendo su boca con la suya misma. Su lengua se abrió camino. La mordisqueó, la lamió, la busco, rozó sus dientes durante todo el camino de reencuentro de ambos músculos. Ella se percató que el bulto que sentía a la altura de su ombligo crecía y crecía. Lo notaba excitado, muy excitado. Las manos de él se deslizaron por los prominentes pechos con sus pezones a punto de estallar presa de la excitación de la situación. Sin dejar de besarla, le levantó el suéter, le desabrochó el sujetador, y comenzó a lamerle todo el contorno de sus hermosas voluptuosidades.
Exploró todo el contorno de sus maravillosas tetas, luego fue en busca de su canalillo para derramar gotas de saliva que ella sintió como recorrían de arriba abajo su pecho, lentamente, cálidamente, entretanto una mano acarició una aureola y arañó ligeramente el pezón izquierdo que presentaba ya una dureza desorbitada. La boca de Él fue en busca del pezón derecho, rodeó con su lengua toda la aureola que poseía un color rosáceo con ligeros matices marrones.
Realizaba círculos con su lengua, para de vez en cuando pasar la punta por su pezón. Cada vez que realizaba esta acción, ella gemía. Ella lo agarró del culo con fuerza a la vez que le pidió susurrándole al oído que no parara. Cual caballero, sus labios apresaron y succionaron el pezón enhiesto presa del placer más desatado, alternando los pequeños y leves mordisquitos con el roces de su lengua por todo el voluptuoso saliente. La otra mano que hasta ahora había servido para rodear, masajear y dar placer al otro pecho bajaba desde el pecho hacia el ombligo, pero sólo bajaban las yemas de los dedos.
Ella notó cosquillas que se tornaron inmediatamente en otra sensación cuando la mano llegó a sus muslos. Los efluvios de su cálida fuente eran patentes. Ella notaba una humedad que aumentaba y aumentaba sin tregua. Su mano fue en busca de su sexo depilado, exento de vello, hermoso, cálido y ahora desatado. Piel contra piel. ÉL le susurró al oído: – “Estás muy húmeda… Y más que lo vas a estar”- añadió. Este comentario hizo que ella se retorciera. La besó en el cuello, deslizó su lengua por su nariz, por el lóbulo de su oreja, por detrás de ella, por su nuca, para acabar encontrando sus labios y notar como la pasión de sus besos aumentaba conforme la mano que habitaba ahora su húmeda cueva iba abriéndose camino a través de ella. Uno de los dedos fue en busca del más exponencial punto erógeno: su clítoris. Mientras el dedo índice y el anular separaban ligeramente sus labios vaginales, el dedo corazón realizaba círculos en su punto mágico que notaba como se iba mojando más y más. Ella de vez en cuando lo agarraba con fuerza, incluso le clavaba las uñas, como lo excitaba a Él esto. Y la compensó.
Ahora su dedo índice fue en busca de su orifico vaginal, mientras era ahora el dedo pulgar el que acariciaba el clítoris. Los jugosos caldos que desprendía ahora su dulce coño eran más patentes que nunca, así que dejó de acariciar el pezón izquierdo y esta mano se encaminó también en busca del líquido del deseo, pero sin dejar de masturbarlo con la otra. Una vez recogió parte de estos jugos se los llevó a la boca y lamió sus dedos. Ella le pidió compartir ese placer para el sentido del gusto a lo cual él accedió complaciente. Ambos se hallaban ahora relamiendo y disfrutando de la humedad de la vagina de ella. Esto le produjo un leve espasmo. Ella le dijo: – “Cómemelo” – .
Inmediatamente separó lo que pudo las piernas de ella lo justo para que su húmeda lengua succionara con un ímpetu desatado su clítoris y esto produjera en ella espasmos y retorcijones, así como gritos de placer que resonaron en el hueco del ascensor, cuando gritó:- Siiiiiiiiiiiii, me corroooo, me corrrooooo, sigueeeeee, ohhhhhhhhhhhh, ohhhhhhhhhhhhh, ohhhhhhhhhh, joder que me corroooooooooooo. Lo cogió del pelo con fuerza y a la vez apretaba sus muslos envolviendo la cabeza de él. Sobrecogida de placer, derrotada, con una enorme sonrisa y unos ojos que emitían una paz desconocida hasta ahora, le cogió del pelo y de la cabeza para que compartiera con ella un hermoso y largo beso en el que compartieron el fluido de los dioses, el deseo y ahora el descanso del guerrero.
Tardaron un instante comprobar que se hallaban aun en el ascensor. Ella con el pantalón medio bajado, los pechos desnudos al descubierto con sus pezones aun enhiestos. El dibujaba una sonrisa y se le acercó al oído a ella para decirle: – “No he hecho más que empezar” – . Se arreglaron un poco como pudieron. Menos mal que sólo habitaba un vecino más la finca y éste vivía en el segundo piso. Ellos de hallaban en el cuarto. Abrió la puerta del piso, sacó las maletas del ascensor y la invitó a entrar. Era una vivienda acogedora, podríamos decir que estaba todo a mano: carecía apenas de recibidor, el salón se encontraba junto a la cocina. Le enseñó la casa, la terraza desde donde él la miraba noche tras noche mirando hacia el oeste.
Ella pidió ir al baño. Le indicó donde estaba, mientras el dijo que prepararía algo para beber. Ella le dijo que lo esperaba en la habitación. Se encaminó él hacia la habitación cuando la visión de su cuerpo desnudo hizo que su polla se endureciera. Ella se había colocado de rodillas sobre la cama con el cuerpo hacia adelante vislumbrando su rajita y su ano. Giró la cabeza al notar su presencia, le sonrió y le dijo: – quiero sentirte dentro de mí ya. Se quitó los pantalones, los bóxer negros para liberar como si de un resorte se tratara su verga tiesa. Tras breves pero intensos besos en sus nalgas y él de pié, la penetró y ambos lanzaron gemidos al unísono: -Ohhhhh-. Introducía su pene mientras ella le pidió que fuera en busca de sus pechos, quería que se los tocara, que se los pellizcara, que los cogiera con delicadeza y a la par con firmeza. Él exploraba su espalda, sus enormes pechos, sus nalgas…
Aumentaron el ritmo, el introducía su polla y la sacaba con mayor rapidez y ella pedía más y más. Un dedo hizo acto de aparición en el contorno del ano de ella. En esta posición quedaba enteramente a su disposición, así que retiro un instante su pene del chochito de ella para adquirir entre sus dedos el más natural de los lubricantes. Reintegro la polla al orificio deseado mientras con un dedo oportuna y naturalmente lubricado comenzó a masajear la parte exterior del ano. Su ano respondía dilatándose y con breves pero intensos espasmos mientras las embestidas del coito aumentaban tanto la velocidad como la intensidad. Dos eran los dedos ahora los que se abrían camino por su otro agujerito. Estaba siendo poseída por ambos orificios lo que la hizo gemir más y más fuerte. Un espasmo recorrió su ser de la cabeza a los pies cuando un largo grito la hizo estremecerse de placer y cayó de costado inevitablemente derrotada.
Al caer le pidió que la abrazara y la besara con fuerza. Le susurró al oído: – “Ahora voy a acabar yo contigo” – . De forma que tras un sorbo de su copa, con hielo y limón que él le había preparado se deslizó a su boca para besarlo con pasión desmesurada. Él le dijo: – “ Espera un instante” – . Se marchó de la habitación y regresó al instante. Portaba un delicioso bombón de chocolate negro 75% cacao en la boca, se lo retiró un instante y le dijo a ella: – “ Quiero que me comas entero, pero empieza por aquí” – . Se reubicó el bombón en la boca, lo agarró con los dientes y un tercio de su dimensión para que no se escapara mientras ella mordisqueaba y pasaba la punta de su lengua por el contorno del chocolate, disfrutando y sintiendo el delicioso sabor del chocolate en la boca de su amante.
Su lengua devoraba el bombón y fueron luego sus labios los que se apoderaron y succionaron los dos tercios del bombón que sobresalían buscando sin cesar los labios de su pareja par encontrarse y deleitarse ambos con la dulzura mezclada del chocolate, de su saliva, de su aliento y de sus labios impregnados de deseo y pasión.
Con el bombón sin acabar, lo cogió de la boca de él, casi deshecho por la calidez de sus bocas y lo llevó y recorrió por el cuerpo de él, dejó pequeños puntos de chocolate en las tetillas y en sus pezones que lamió con fruición.
Continuo con el chocolate por toda la parte de arriba hasta que se detuvo en las ingles, entrepiernas y testículos. Los bañó literalmente en el chocolate el cual relamió con deseo y placer, sin saber muy bien si lo que más la excitaba fue el hecho de relamer o el de hacerlo con chocolate también. Dos de sus pasiones: el chocolate y el sexo oral… Su polla estaba como un roca, apuntando al cielo, firmes ante las deliciosas maravillas que estaba sintiendo. Sintió como una lengua húmeda recorría el tronco mientras una mano acariciaba sus testículos.
Que manos, que lengua, que sonrisas, que ojos deseosos y lujuriosos. Gimió. Un escalofrío. Otro más pronunciado llegó cuando notó como algo estaba explorando su ano exteriormente. Un dedo índice penetró en el ano, arqueándose 45 º hacia arriba para tratar de localizar el saliente masculino que otorgaba más placer si cabía. Y lo encontró.
Ella se percató de que había encontrado el deseado punto al verle convulsionarse. Esto hizo que ella succionara su polla con mayor avidez, que sobre todo se centrara en envolver su glande con su boca y deslizar su lengua mientras lo rodeaba con sus labios mientras lo masturbaba, los espasmos eran más frecuentes, los gemidos ganaban en número y en intensidad. Tanto él como ella eran conscientes de que el orgasmo era inminente. Ella se notó también especialmente excitada y mojada y supo en ese instante que unos pocos movimientos la harían también alcanzar un desbordante orgasmo.
Él se lo vio en la mirada, así que la apartó un instante, la cogió de los brazos, ella se ubicó encima de sus piernas y con un siempre certero movimiento, su miembro se perdió en su excitado y mojado coño. Le cogió los pechos, le cogió de la cara, del culo, del pelo, de todas partes. Él iba a estallar, notaba como un líquido espeso fluía a través de los conductos seminales y los notaba ya a medio camino en su pene. Los gemidos de ella eran ya gritos, y los movimientos convulsiones, estaban ambos desatados, se arqueaban, temblaban, una convulsión, después otra, se cogían con fuerza, se clavaban las uñas y entonces y al unísono, gritaron: -“Ohhhhhhhhhhhhhhhhhh, me corrooooooo, siiiiiiiiiiiii, me voyyyyyyyyy, ohhhhhhhhhhhh, me corrooooooooo, cariño me corrooooooo yo también, ohhhhhhhhhhh, ohhhhhhhhhhhhhhhhhhh” – y los gemidos de convirtieron en llanto tras descubrir el alcance del orgasmo compartido en el mismo instante, con la misma extrema intensidad, con el mismo deseo.Lllanto de alegría.
Cayeron abrazados, derrotados, se besaron, se miraron, sonrieron y dijeron al mismo tiempo: – “Ahora somos uno”.
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