Debut sexual de un chico nerd
Un padre contrata a una prostituta para que inicie a su hijo de 13 años..
Después de una intensa sesión de sexo, uno de mis clientes me había pedido que iniciara a su hijo.
– ¿Qué edad tiene?
– Trece años.
Me negué: -Es arriesgado, Peter, si entra la policía y me agarra con un menor, me meto en un quilombo.
-Te voy a pagar muy bien.
Era lo que quería que dijese.
– ¿Y su mamá que dice?
– Su mamá… su mamá… ¡Es una boluda mi mujer! Lo sobreprotege. Además, Mike es el más chico y el único varón. Tiene tres hermanas que lo viven mimando. Me va a salir puto.
– Eso sonó un poco homofóbico, querido.
– Mirá, si cuando es mayor quiere ser gay, travesti o lo que sea, no hay problema. Soy un tipo abierto. Pero tal como van las cosas, lo único que falta es que un día mi esposa agarre una tijera y lo castre.
– ¿Tan terrible es?
Peter ya había pasado los cincuenta. Seguía siendo muy intenso en la cama, pero estaba lleno de miedos y culpas.
– ¿Qué experiencia tiene el nene?
– ¿Experiencia?
– ¿Mike se hace la paja? ¿Mira porno?
– Ni idea.
– ¿Nunca hablás con él?
– Hablamos, claro.
– ¿Y de qué hablan? ¿Del clima? ¿De fútbol?
– ¡Ojalá! A Mike no le interesa el futbol. Hablamos de mi trabajo, de cómo le va en el colegio…
– ¿Y cómo le va?
– Es excelente alumno, no da problemas… pero casi no tiene amigos. Supongo que es porque lo ven muy intelectual y aniñado. No va a fiestas, no hace deporte. Pero si los demás supieran que Mike ya se cogió una mina, sería diferente. Sus acciones subirían…
– ¡Sus acciones! ¿Así que tu hijo es otra de tus empresas? – me burlé- ¿Tenés una foto del chico?
– En el teléfono debe haber alguna.
Pero no había. Tenía fotos de sus viajes de negocios (irse de putas al extranjero), de su perro, de su velero y hasta de las comidas exóticas que le servían en restaurantes top. Del pibe, ni noticias.
– ¡Vos sí que sos un buen padre!- le reproché.
Los hombres reaccionan de maneras extrañas después de tener sexo. La famosa depresión postcoital. Peter se puso a llorar. Me conmovió, lo abracé y le dije que sí. Que algo íbamos a hacer.
Pasaron los días y me olvidé por completo del asunto. Tenía otros problemas más importantes en qué pensar: A mi hijo Brian lo habían detenido por robo. Es menor, no le iban a hacer nada, aunque esta fuera su octava entrada en la comisaría. Pero no sólo era delincuente sino boludo, robaba y lo agarraban siempre.
Perdí mucho tiempo esperando en la comisaría, yendo y viniendo por oficinas, firmando declaraciones juradas de esto y aquello. Cuando por fin lo dejaron en libertad, ni gracias me dijo. Brian ya era un caso perdido. Se fue a lo de su padre (un hijo de puta) a drogarse.
El timbre del portero eléctrico me sorprendió. Creí que era la policía con algún papel para firmar, pero no, era Peter. Me traía a su hijo. Ni me acordaba.
– ¡Que suba solo! – le dije.
Ocupo un departamento en el segundo piso. Sin embargo, pasaban los minutos y nada. ¿El chico se habría perdido?
Salí y me asomé al pasillo. Un niño estaba sentado en el piso.
– ¿Vos sos el hijo de Peter?
El nene me miró asustado. Comparado con mi hijo, que con sus trece años es un armario peludo, el pibe parecía de primaria.
– Vení, pasá…- le dije.
Como no se movía, me acerqué y me puse en cuclillas a su lado.
– Estás asustado.
– Sí, no quiero hacer esto.
– Bueno, ya pensaremos algo. Vení conmigo.
Desmañadamente se incorporó y se sacudió la ropa. Ese detalle de caballerito educado me hizo gracia.
– Vamos a conversar un poco- le dije y lo invité a sentarse en un sofá. Prendí unas luces y pude verlo bien.
Era un chico muy guapo. El pelo castaño, era abundante y ondulado. Ojos de un marrón líquido y unas pestañas hermosas. La piel, suave, sin el menor rastro de acné. Rasgos finos. Su nariz era de una perfección increíble. Tenía pecas. Un bomboncito. Llevaba un jean y una camisa nueva. Tan nueva que se había olvidado de sacarle el precio.
Para ser honesta, no era la primera vez que un chico “debutaba” sexualmente conmigo. Pero los anteriores habían llegado haciéndose los machos, fanfarroneando y diciendo palabrotas pero a los diez minutos su cosita ya había dado todo lo que tenía para dar y colgaba, fláccida, entre sus piernas flacas. Pagaban y se iban apurados, dispuestos a mentir cuánto habían gozado cuando en realidad habían hecho un papel patético.
– Me dijeron que sos muy buen alumno.
– Sí, me gusta mucho aprender.
– ¿Qué estás aprendiendo?
– ¿Además del colegio? Voy a un taller literario y también a un coro. Y estudio alemán en una academia, ya pasé al nivel dos.
– ¿Al nivel dos? Interesante… ¿Hacés deporte? Yo odiaba Educación Física…
– ¡Yo también! – sonrió por primera vez, mostrando sus relucientes brackets. Dos oyitos se hicieron en sus mejilas.
Estábamos entrando en confianza.
– ¿Qué querés tomar? ¿Coca Cola, Seven Up?
– ¿Puede ser agua? Es más sano.
– ¡Claro! Con gas o sin gas.
– Sin gas. Y que no esté muy fría. Es mejor para la garganta.
– ¿Te duele la garganta?
– No, pero es para prevenir infecciones.
Sin duda el chico era un sabihondo. Tal vez, si conseguía despertar su curiosidad pudiéramos llegar a algo. Mientras bebía, Mike observaba la habitación.
Había un cuadro donde tres jóvenes, besaban a una hermosa mujer desnuda en sus labios, en sus pechos y en su vulva.
– Esa es la diosa Venus- dijo el chico.
– No tenía idea.
– Es un cuadro de Octave Tassaert, bastante escandaloso.
Apartó la mirada del cuadro, como si él también se escandalizara, y cambió de tema. Me contó que el salmón rojo podría extinguirse si no frenaban la sobrepesca.
– Muy interesante, Mike, creo que sabés muchas cosas… pero que sos bastante ignorante en otras.
– Ya sé lo qué querés decir. Hay cosas que no me interesan. No se puede saber todo.
– Como siempre, tenés razón…
Volvió a sonreír. Le había agradado el halago.
– Por ejemplo, no sabés lo guapo que sos cuando sonreís así, con ese aire de superioridad.
La observación lo descolocó.
– Y tampoco sabés a qué me dedico.
– ¡Sí que sé! – dijo- sos una… prosti…
– ¡No, jovencito! – le dije, simulando enojo- ¡Soy una profesora de sexología! Tu papá pagó por una clase y estamos perdiendo el tiempo.
– ¿Esto va a ser… una clase?
– Y muy exigente. ¡Fuera la ropa!
– ¿Me tengo que desnudar?
Le dirigí una mirada inapelable y comenzó a quitarse la ropa. Tenía pecas en los hombros y los brazos. Las axilas lisas y con olor a desodorante. Ni un vello púbico. Era una escultura de porcelana. Pero le faltaba músculo. Sin actividad física, su cuerpo se desarrollaba lentamente. El niño se sentó en la cama, cubriendo pudorosamente sus genitales.
– Te voy a hacer dos preguntas y las tenés que responder.
– Pero no estudié… ¿Que pasa si respondo mal?
– No hay buenas o malas respuestas. Solo verdaderas o falsas, y quiero las verdaderas. ¿Está claro?
Asintió.
– ¿Ves porno?
Se puso colorado.
– Anoche papá me hizo ver. No me gustó. La mujer gritaba como si la estuviesen matando. Fue horrible.
– ¿Te hacés la paja?
Pasó del colorado al rojo fuerte.
– A veces. Para comprobar si ya estoy produciendo espermatozoides.
– Natural. ¿Y, te sale?
– Últimamente sí.
– Lo disfrutas, supongo.
– Un poco, pero no soy un pajero. Lo hago cada tres meses.
– ¿Cómo cada tres meses?
– Sí, lo marco en un calendario.
¡Dios mío, este muñeco es un marciano!, pensé, pero no lo dije.
– ¿Sabés que son las zonas erógenas?
– Sí, es algo de geografía…- pero su seguridad se diluyó- ¿No son los accidentes? ¿Las montañas, las llanuras?
Casi se me escapa la carcajada, pero su error me daba pie para seguir avanzando.
– Vamos a suponer que tu cuerpo es un territorio. Y yo soy una geógrafa. Voy a explorar cuáles son tus zonas erógenas. Y presta mucha atención porque después te tomo examen. ¡Acostate!
El chico obedeció. Separé sus manos para ver sus genitales. Todavía no se habían alborotado.
Me quité la ropa. No dijo nada, pero sus ojitos empezaron a escapar de su autocontrol.
– Me voy a detener en algunos puntos de tu cuerpo, Mike. Será como una clase de geografía práctica.
Con mucha delicadeza empecé a besarle las orejas, las mejillas, luego el cuello. Bajé por su pecho y me entretuve en sus rosados pezones.
– Aquí, por ejemplo, tenemos unas hermosas colinas- dije.
Mike suspiró.
Mientras mi lengua le daba placer, mis manos comenzaron a recorrer su cuerpo. Los hombros, los brazos.
Nuestros dedos se entrelazaron.
– Ahora recorremos una meseta- mis labios lamieron su estómago plano y jugaron un momento con su ombligo.
Continué mi excursión zigzagueando por su pelvis: – Una llanura… Muy, muy suave… Pero aquí cerca tenemos un volcán…
Para mi alegría, empezaron los movimientos sísmicos: el miembro del chico estaba teniendo una erección.
– No…- susurró.
Antes de que pudiera decir nada yo ya estaba lamiendo sus huevitos. Ahora su pene se erguía firmemente; su glande, rosado y limpio, había dejado atrás su prepucio y en la punta ya se asomaba una gota transparente.
Con la yema de mis dedos, comencé a acariciar su frenillo.
El chico gemía placenteramente. Con cuidado, le coloqué el preservativo y tomé posición encima de él.
Sentí su penetración y comencé a cabalgar, para estimularlo. Desde donde estaba podía ver la linda cara de Mike, que suspiraba mientras su respiración se aceleraba. Tomé sus manos para contenerlo y sentí los espasmos del chico al eyacular.
– ¡El volcán entró en erupción! – le dije, sonriendo Y me incliné para besarlo en los labios.
Le quité el preservativo, lo limpié delicadamente y me acosté a su lado. El chico había cerrado sus ojos y se recuperaba.
– ¿Aprobé? – murmuró.
– Digamos que pasaste al nivel dos.
– ¿Cuántos niveles son? – quiso saber, abriendo mucho los ojos.
– Diez. Te falta mucho por aprender.
Sonrió con picardía: – ¡Qué bueno!
Y me abrazó con fuerza.
Que buen relato!!! Tiene continuación?
¡Muchas gracias, Gyrlasspty por leer y comentar! No tiene continuación, es un relato unitario.
Es un relato tierno y goza de cierta dulzura.
¡Muchas gracias, sex69xxx! Quería transmitir ternura. ¡Gracias por comentar!