Del Uno al Diez con Maribel (Continuación de «Los Besos de Maribel»)
Sudamérica, 2004. Tras una sesión de besos, caricias y manoseos, Maribel (8) y Nicolás (12) se entregan a una novedosa experiencia en completa oscuridad..
Tras un juego previo consistente en una serie de besos, caricias y manoseos, Maribel me había pedido esperar dentro de aquel ropero suyo que, tres o cuatro días antes, me diera con su aparente privacidad el valor necesario para tocar por vez primera su sexo.
Por medio de las rendijas de la puerta, observaba expectante a mi primita, que habiéndose levantado de la cama, dirigía su mirada al ropero con aparente indecisión. Unos segundos después se acercaba a la otra puerta del ropero para verse en el espejo. Brevemente, desvió la mirada hacia las rendijas por las que yo la observaba y, acto seguido, se dirigió a la puerta de su habitación, y las luces se apagaron.
En completa oscuridad, lo primero que escuché fueron los pasos desnudos de Maribel acercándose. Pese a su brevedad, aquel sonido, por los placeres que parecía prometer, excitó de inmediato los latidos de mi corazón. Un clic de la puerta, un ruido corredizo, y Maribel entró. A ciegas, sus manos me buscaron, tocando mi pecho y posándose luego en mis hombros. En respuesta, la atraje tomándola por la cintura con ambos brazos, pegándola lo más posible a mi cuerpo, y haciéndola soltar con ello un primer jadeo.
La ausencia de luz, lejos de quitarle emoción al encuentro, parecía hacerlo más excitante. Por vez primera pude apreciar debidamente el aroma de Maribel; primero el de sus cabellos, luego el de su piel, y después el de su aliento. Sin poder resistir más, la besé, dejándome llevar por su sabor.
Aquella intensificación de los sentidos por mí experimentada, parecían afectar también a Maribel, pues pude sentir cómo sus manos, cual desesperadas, iban de mis hombros a mi pecho, y de vuelta a los primeros, para luego desahogarse con descontroladas caricias a mis cabellos. Al estar su boca ocupada con mis besos, era su nariz la que, con respiración entrecortada, a duras penas parecía darle el aire necesario para seguir. De repente, Maribel se detuvo, y con voz agitada me pidió esperar.
Rápidamente se dio la vuelta, quedando de espaldas a mí. Inquieta, su mano izquierda buscó la mía y la llevó a su sexo. Esto lo hizo con una velocidad tal que me dejó helado. ¿Qué otra respuesta se podría esperar, sino una de asombro, ante una demostración de deseo tan ferviente por parte de una nena de tan solo ocho años? Recuperado luego de algunos segundos, me dispuse a darle lo que tanto parecía ansiar y, apenas empecé a masturbarla por encima de la ropa, Maribel soltó un suspiro de alivio.
Complacerla me brindaba placer, y pronto me sentí poseído por una nueva erección. No se trataba sin embargo de simple excitación sexual, sino también de un sentimiento de alegría. En ese momento, me di cuenta de que realmente me gustaba estar con ella. Sin dejar de masturbarla con la mano izquierda, con la derecha hice a un lado sus lacios cabellos, y la besé en el cuello. Ante esto, ella rió, me pidió acercarme nuevamente y, llevándo atrás su mano derecha, tomó suavemente mi mejilla derecha y me besó en los labios. «Seguime haciendo»
«Juguemos a algo», le propuse, deteniéndome un momento, guiado por un espíritu de juego propio a nuestras edades. «Ya que te gusta contar, yo te voy a seguir haciendo, y tú me dices qué tanto te gusta del uno al diez».. Mi prima soltó una risilla y me dijo «ya». Todavía por encima de la ropa, volví a masturbarla, y ella empezó. «Cero, uno, dos…» Empecé a frotar mi miembro en sus nalgas y a besarla en los hombros. «Cuatro, cinco, seis…» Llevé mi mano derecha por debajo de su camiseta, y empecé a jugar con sus diminutas tetas. «Seis sigue». Acerqué mi rostro al suyo, para besarla, y tras intercambiar un beso de lengua, ella rió juguetona y dijo: «En seis nomás parece que se va a quedar».
Adivinando lo que ella deseaba, detuve mi mano izquierda junto a todo mi cuerpo. Lentamente, mis dedos jugaron con los bordes de su short y calzón, introduciéndose poco a poco hasta llegar a su sexo desnudo. Moví mi dedo medio una sola vez, de abajo hacia arriba, y mi prima dijo: «Diez. Jajaja».
A lo largo de aquella delicada hendidura, mi dedo medio seguía su recorrido, una y otra vez. «Once, doce…» Por momentos, mi pulgar e índice pellizcaban suavemente aquellos labios vaginales, haciéndola dar pequeños brincos de placer. «Veinte, treinta…» Empecé a mover los dedos más rápido, y Maribel simplemente dejó de contar. «Ahh… Ahh… Ahhh».
Sus gemidos, intensificados por la oscuridad, me hicieron perder el control. La volteé hacia mí con desespero y tiré hacia abajo de su short y calzón. Con la misma rapidez, me bajé pantalones y calzoncillos y llevé mi miembro entre sus piernas. Mi pene y su vagina se tocaban por primera vez. Me tomé un par de segundos para apreciar el momento, y luego empecé a moverme con locura. Mis jadeos, guturales, se mezclaban con los suyos, arrebatados, y con el sonido producido por nuestros cuerpos al chocar. Era casi como si dijera: «Escuchen como les aplaudo desde el cuarto de mi prima». No la penetraba, pero eso no impidió que, pasados pocos segundos, escuchara aquel sonido líquido y sintiera como mi miembro quedaba empapado por su primer orgasmo, al que siguió mi eyaculación.
«Creo que me he orinado», fue lo primero que dijo. Rápidamente, me subí los pantalones, salí del ropero y prendí la luz. Asustada o quizás avergonzada, ella no quiso salir. Le dije que se quitara la ropa para darle otra. Le llevé un short celeste y un calzón blanco; a cambio, sin salir, ella me entregó su calzón. Al pasarle la ropa, sin embargo, pude verla brevemente en semidesnudez, pues nada llevaba debajo. La imagen de su sexo se me ofrecía por primera vez, y ante ello solo pude suspirar. Ella cerró la puerta para cambiarse, y yo dirigí la mirada al calzón que llevaba en la mano. Estaba manchado por una amplia marca como de agua, suya, y una sustancia blancuzca, mía. Tras unos minutos, Maribel salió, a mis ojos más bella que nunca.
Delicioooosoooo sin dudaaaa!