Deseo oculto III
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por marianar.
Recuerdo regresar de la universidad al anochecer de un caluroso día de principios de verano, fastidiada por el calor, por la humedad, por los exámenes que comenzaban en breve.
Como olvidar esas esperas en el andén, con los retrasos de siempre y el amontonamiento de gente, la lucha por conseguir un lugar, sin perder las carpetas, los libros, el bolso.
Empujar, meter mi cuerpo en cualquier espacio disponible y quedarme ahí, de pie, en el medio del amontonamiento, rodeada completamente y sin alternativa de moverme a ninguna parte, aguardando para el resto del viaje lo que el destino quisiera.
Recuerdo de esa vez, que tenía la sensación de estar rodeada por una pared oscura, tan pequeña y vulnerable me sentía y tan altos y sombríos parecían los hombres a mi alrededor.
Iba abstraída pensando en los exámenes, en el calor, en la humedad, en la sofocación de estar tan apretada. Tan perdida en mis pensamientos que no me di cuenta sino hasta tarde cuando sentí el bulto apoyado entre mis nalgas.
Era lo mismo de casi todos los días: el bulto apoyado, el roce, el manoseo… ya sabía desde hacía tiempo que resistirme era inútil y protestar más inútil aun.
Con los años, desde la escuela secundaria, había aprendido que lo mejor era resistirme brevemente…
Luego separar las piernas… Empinar mi trasero… Y permitir el roce del bulto, sentirlo crecer, endurecerse y luego dejarlo que se clave entre mis nalgas….
Había aprendido a deslizar mi mano hacia atrás, buscando el cierre del pantalón para meter mis dedos o mi mano, sentir el pene húmedo, viscoso, sujetarlo entre mis dedos , cerrar los ojos y seguir el juego hasta recibir en mi manos la carga caliente y pegajosa de semen.
Sabía que con eso se calmaban (y me calmaban) la mayoría de las veces…
Esta vez no sería de esas. El bulto experto se había centrado entre medio de mis nalgas, pegando mi vestido al contorno de mi culito. Lo sentí refregarse y crecer.
Sentí los dedos hábiles, calmos y seguros de quien ya sabe lo que busca y como obtenerlo, hurgar bajo mi vestido, recorrer la unión de mis nalgas, hasta llegar a mi vagina para estimular mi clítoris por sobre la tanga.
No tardé en mojarme (aunque ya lo estaba de transpiración). Sentí que mi tanga era deslizada a un lado, en tanto que los dedos me recorrían los labios vaginales y acariciaban mi clítoris. Sentí un estremecimiento en todo mi cuerpo, una corriente eléctrica recorrer desde las paredes de mi vagina hasta lo más profundo de mi ser. Aferré mis carpetas y mis libros fuertemente contra mis senos, separé mis piernas y me dejé llevar por esas caricias de dedos expertos.
Los sentí palparme, jugar con las gotas de sudor de mis muslos, descubrirme, estimularme, lubricarme con mis propios jugos, deslizarse hasta mi vagina y de ahí hasta mi culito cerrado…
Sentí los dedos lubricados luchando suavemente por vencer la resistencia de mis esfínteres, hasta sentir primero una gruesa punta ingresando lentamente, retirarse a mi vagina, para luego regresar lubricada y arremeter en toda su longitud y grosor dentro de mi culito.
Di un respingo, mordí mis labios, reprimí un quejido y me preparé para dejar entrar y salir esos dedos de interior, apretando los dedos con mis músculos al entrar y relajarlos para dejarlos salir…
Perdí el control de mis sentidos, del tiempo, del lugar, solo me dedique a sentir orgasmo tras orgasmo, temblando, gozando, sin saber (ni preocuparme) si provenían del estímulo de mi concha mojada o de mi culito sometido.
Recuerdo haber salido del trance unos minutos antes de llegar a la estación donde yo bajaba y contra toda mi costumbre me di vuelta y lo miré: era un hombre atractivo, ya entrado en los 50 y lo invité a acompañarme.
No alcanzamos a llegar a mi departamento. Entramos a un motel que encontramos en el camino.
Sin quitarme la ropa, me puso de espaldas a él, levanto mi vestido y corrió mi tanga de lado. Desesperada busqué con mis manos su bulto, pero el retuvo mis manos y las llevo delante de mí. Sentí el ruido del cierre de su pantalón y su respiración agitada cerca de mis oídos, pronto sentí la punta mojada y caliente de su pene rozar mis nalgas. Lo refregó, untándome sus jugos preseminales y mis propios jugos, lubricándome aún mas.
Apoyó la cabeza de su pene y empujó deslizándolo dentro de mi conchita caliente, un golpe, dos y lo tenía todo dentro. Lo sentía palpitar empujando las paredes de mi conchita, comenzó a moverse rítmicamente, sus testículos golpeaban mis nalgas y eso me encantaba. Me sostuve firme contra la mesa y empiné mi culito. Lo sentí tomarme de mi cintura y bombear frenéticamente, no me contuve, grite y vino mi primer orgasmo y un segundo y luego un tercero y el cuarto me hizo temblar de pies a cabeza al tiempo que recibí toda la carga de su leche caliente abriéndose paso hasta las puertas de mi útero, llenándome y quemándome.
Temblando, me di vuelta rápidamente y se la chupé, succionándole y tragándome gotas de su néctar blanco. Con sus manos acariciaba mi pelo y mi rostro. Sentí en mi nariz el fuerte olor en sus dedos. Reconocí el olor de mi vagina, mi culo, y el rico aroma de sus jugos. Lleve sus dedos a mis labios, los lamí y chupé uno a uno, mientras con mis manos acariciaba sus testículos y lo pajeaba suavemente. Volví a poner su pene en mi boca, hasta dejárselo otra vez a punto. Me puse otra vez de pie, de espaldas a él, ofreciéndome nuevamente.
Puso saliva en sus dedos y lubricó mi ano. Yo sabía lo que venía. Apoyé mis manos contra la pared e incliné mi cuerpo hacia adelante, el abrió mis nalgas, apoyo la cabeza de su pene entre medio y comenzó a empujar en la puerta de mi ano. Separé mis piernas y su pene venció toda mi resistencia, penetrándome como una flecha. Solo atiné a gritar de dolor y placer. Sentí su pene increíblemente grueso, potente, sus manos en mis caderas me aprisionaban como tenazas. Acelero sus movimientos, a la vez que los hacía más profundos, sentía su pene muy adentro, revolviendo mis intestinos en cada metida. Mis piernas se aflojaban orgasmo tras orgasmo, gritando y jadeando, junto con él.
Perdí el control de mi voluntad, de mi ser, estaba completamente entregada al placer de lo que estaba recibiendo, mi cuerpo estaba mojado de transpiración, jugos y leche que caía de mi vagina y corría por mis muslos.
Un fuerte empujón y un grito y sentí su carga caliente de leche y deseos inundar mis intestinos.
No podía mas, mis piernas temblaban, mi cuerpo se estremecía en espasmos. Sacó su pene aún chorreante y caí de rodillas.
Me llevo hasta la cama y nos dormimos profundamente. El resto pertenece a otra historia.
Besos
Mariana
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