DESPIDIENDO A MI COMPAÑERO DE TRABAJO
Me lanzó una tierna sonrisa y me guiñó un ojo. Volvió una vez más a apretarse contra mí y a besarme. Perdí totalmente la cabeza cuando su mano volvió al ataque.
El verano pasado, uno de mis compañeros de trabajo se despidió de nosotros porque se trasladaba a otra ciudad. Se llama Jorge, es un chico muy agradable y simpático. Le gustaba «tirarme los tejos», con piropos y frases como «qué guapa estás hoy», «eres la chica más guapa de la oficina», «quién fuera tu esposo», «vaya cuerpo más lindo», «tienes unos ojos preciosos», etc. Yo le dije en varias ocasiones que desistiera de intentar ligarme, que yo estaba casada.
No obstante que me encanta oír halagos y frases bonitas de mis compañeros de trabajo y de mis jefes. Jorge nunca me dijo nada obsceno, siempre piropos bonitos. Lo cierto es que aquel hombre, de unos 35 años me parecía atractivo, fuerte, alto y con unos ojos oscuros bonitos, pero se puede decir que simplemente me gustaba y nada más. El día de su despedida, yo llevaba puesto un vestido sin mangas cortito que enseñaba mis piernas, con un escote que mostraba el «canalillo» y zapatos con algo de tacón. Abrimos unas botellas de cava y le hicimos una especie de fiesta al acabar el día con pasteles y demás. Jorge no dejó de mirarme durante la celebración. Yo tenía claro que le gustaba y no me importaba que se me quedara mirando, en el fondo me halagaba. Buscó la manera de acercarse y con cierto disimulo lo consiguió. Yo estaba sentada sobre mi escritorio cuando él se acercó y se sentó a mi lado.
Así permanecimos un buen hablando y comentando cosas sin importancia y sirviéndonos más copas de cava. Él se fue animando y me dedicó varias de sus frases:
– Qué bien te queda ese vestido -me dijo.
– – Gracias -le sonreí agradecida.
– – Eres la rubia más hermosa de la tierra -insistió.
– – Hombre, yo creo que exageras un poco -le contesté riendo.
– – No, yo creo que no exagero nada. Tienes una cara preciosa y un cuerpo divino. Creo que físicamente eres perfecta…
– – Yo creo que te has pasado, me vas a poner colorada…
Después de todas sus hermosas frases, la fiesta de despedida acabó, pero Jorge quería continuar con su fiesta particular. Se acercó a mí y me dijo al oído:
– ¿Me darás un beso de despedida?
– – ¡Claro! -le dije amablemente.
Le di dos besos en las mejillas. Él cerró los ojos para captarlos con toda su intensidad, pero no era exactamente lo que él quería.
– Quisiera un beso más recordado. Quiero tener un recuerdo del sabor de tus labios. Quiero besarte en la boca -me dijo.
Yo le aclaré amablemente que eso no podía ser porque estaba casada, pero el insistía una y otra vez rogándome.
– No Jorge, no seas tonto -le increpé.
Pero el insistió una vez más:
– Vamos… sólo un beso… Un besito…
Volví a negarme diciendo que no estaba bien, que yo le apreciaba mucho, que también me gustaba, pero yo era una persona comprometida y no estaba bien.
– Solo un beso, te lo suplico…
– No Jorge, no insistas, por favor.
– Solo quiero saber cómo besan esos hermosos labios que siempre he soñado.
Me rogó tanto y en vista de que no se rendía fácilmente, quise quitarle importancia al asunto, y quizás algo desinhibida por las copas accedí a darle el beso. Pero claro allí mismo no podíamos porque había mucha gente. Me dio la mano y fuimos hasta el archivo donde se guardan los documentos de la empresa. Al entrar el puso el seguro a la puerta.
– ¿Qué haces? -le pregunté.
– – Aquí no nos molestará nadie.
– Oye, pero solo nos íbamos a dar un beso ¿no?
– – Sí claro, pero aquí es más discreto, ¿no te parece? -me aclaró él.
Hoy es el día que cada vez que entro al archivo vienen a mi mente los recuerdos de ese día.
Bueno, sigo…
Debo reconocer que nada más cruzar la puerta, mi corazón palpitaba a todo dar, y estaba algo nerviosa por la situación.
Me tomó por la cintura y mirándome tiernamente me dijo:
– Cómo me gustas. Me tienes loco. Qué pena que no te vuelva a ver…
– – Pero Jorge….
No me dejó continuar hablando, me puso dos de sus dedos sobre mis labios y me sonrió con dulzura. Nos miramos durante un rato a los ojos. Él es poco más alto que yo, me apretó contra su cuerpo y sujetando mi cintura posó sus labios en los míos. Pasados unos segundos, yo me separé, pero volvió a apretar su cuerpo contra el mío y siguió besándome. Lo que iba a ser un simple besito se convirtió en un prolongado y ardiente beso que yo no rechacé, más bien todo lo contrario.
Puse mis manos sobre sus hombros, abrimos nuestras bocas y empezamos a «juguetear» con ellas mordiéndonos los labios en un beso frenético. Me sentía muy a gusto al sentir cómo nuestros labios se mordían y se saboreaban con ganas. ¡Qué beso más rico! Lo hacía muy bien, como pocas veces me han besado. Después mi boca fue invadida por su lengua en busca de la mía que la recibió con ganas. Seguíamos abrazados y pegados el uno al otro.
De pronto una de sus manos acarició mi culo y yo se la quité y me aparté de él. Se me quedó mirando un poco extrañado.
– Habíamos quedado en darnos un beso y nada mas -le aclaré algo enojada, aunque con una gran excitación, pues los besos que nos dimos eran alucinantes.
Sin contestar me volvió a besar y abrazar. Y otra vez me dejé llevar y mis dedos acariciaban su cabeza mientras me concentraba con los ojos cerrados en otro fantástico beso. Su habilidosa lengua succionaba la mía mientras sus labios mordían una y otra vez los míos. Me besó tan bien que me calentó un montón. De nuevo su mano «tonta» bajó hasta mi culo y empezó a acariciarlo. Volví a quitarle la mano, pero esta vez sin dejar de besarnos. De nuevo volvió sobre mi culo y aunque me estaba poniendo muy caliente quise cortarle:
– Jorge, mejor no continuar porque nos podríamos arrepentir. Yo estoy casada y esto lleva camino de ir más lejos.
Me lanzó una tierna sonrisa y me guiñó un ojo. Volvió una vez más a apretarse contra mí y a besarme. Perdí totalmente la cabeza cuando su mano volvió al ataque, pero esta vez metiéndose por debajo de mi falda, subiendo por detrás de mi muslo, introduciéndose bajo mi tanga, tocándome directamente la piel de mi nalga. Su otra mano hizo lo mismo con el otro lado, todo esto acompañado de un largo beso que no interrumpimos.
Para entonces yo estaba totalmente entregada.
Me separó de él unos centímetros, lo suficiente para acariciarme los pechos por encima de la blusa, cosa que consiguió ponerme a cien. Con sus manos apretaba y manoseaba mis tetas y con su dedo pulgar acariciaba el dibujo de mi sostén y mis duros pezones. Yo cerraba los ojos captando sus dulces caricias. Acercó su boca a mi oído y en una especie de susurro me dijo:
– Quiero pedirte otro favor…
– – – ¿Cuál? -le pregunté intrigada.
– – – ¿Me regalarías la ropa interior que llevas puesta?
– – – ¿Cómo? -pregunté asustada. –
No, no creas que soy un tío raro ni un fetichista. Solo quisiera tener algo tuyo, algo que ha estado pegado a tu piel, algo que esté impregnado de tu olor. ¿ Me harías ese regalo?
– – – ¿Y me vas a dejar sin nada debajo del vestido?
– – – Vamos, por favor que importa…
Me quedé pensativa, quizás sus ruegos, la mezcla de alcohol y la excitación hicieron que cediera a su petición.
– Esta bien te haré este regalo -le dije sonriendo.
Me desabroché mi sostén, me solté los tirantes y, sacándomelo por el escote, se lo entregué. Era un sujetador color turquesa, muy bonito por cierto. Se lo llevó a la cara y estuvo olfateándolo como si fuera una rosa recién cortada. No pude evitar reírme de la situación, que al mismo tiempo me producía un placer extraño. Siguiendo con la operación, metí mis manos bajo mi corta falda y lentamente, con mucha sensualidad, bajé mi tanga, del mismo color que el sostén, deslizándola por mis piernas, sin dejar de mirar sus desorbitados ojos, hasta que me la saqué por completo. Hice lo mismo que con mi otra prenda y se la entregué:
– Están algo mojaditas, porque has conseguido ponerme muy cachonda ¿sabes?
– – – ¡Mejor aún! -suspiró mientras se llevaba la prenda a su nariz y la olía con deleite.
Se acercó a mí y volvió a repetirme al oido:
– Eres mi sueño…
Esta vez me lancé yo y agarrándole por el cuello le pasé mi lengua por la comisura de sus labios. Luego pasé a su oreja y le dediqué unos buenos lametones, cosa que pareció gustarle mucho ya que notaba como su vello se erizaba. Mientras besaba mi cuello, acariciaba mi espalda por encima de mi blusa, pero esta vez sin que mi ropa interior fuera un estorbo. La fina tela hizo más excitantes sus caricias. De mi espalda bajó hasta mi culo que sobó con fuerza por encima de mi falda. Después, subió por mis caderas y acarició mis tetas. Yo gemía y le mordía el cuello. Me estaba matando de gusto… Sus caricias continuaron pero esta vez por debajo de mi falda. Mis muslos, mis caderas, mi culo, el vello de mi pubis.
Siguió con sus caricias y me bajo el cierre de la falda que cayó al suelo. Me quito la blusa y quede desnuda. Nos separamos, agarrándonos de las manos. Me observó de arriba abajo detenidamente, siguiendo mi silueta, mis tetas, mis piernas, mi ombligo, mi sexo… todo.
– ¡Me gustas tanto! -suspiró- Eres más hermosa de lo que imaginé. Estás preciosa…
Acarició mis tetas con fuerza mientras metía su cabeza entre ellas y las chupaba por todos lados, poniendo especial atención en mis duros pezones. Yo estaba súper caliente…. súper excitada
Le ayudé a despojarse de su camisa, mientras besaba su tórax y sus hombros. La prenda cayó al suelo, solté su cinturón bajé la cremallera y… pude notar su empalmada a través del slip. Regresamos a nuestros besos y caricias. Su empalmada verga se apretaba contra mí pelvis deseosa de participar en el juego.
A continuación, él extendió su ropa en el suelo y me invito a acostarme. Lo hice y cuando separe mis piernas él se quedo admirándolas y acariciaba con suavidad mis caderas, después la cara interior de mis muslos y mi sexo, que pareció emanar más líquidos cuando posó su mano en él. Con su lengua comenzó a lamer mis tobillos, mis pantorrillas, mis muslos, subiendo por mis caderas. Chupó y besó con suavidad mis pechos, llegó hasta mi boca y mis labios fueron de nuevo devorados por los suyos. Bajó otra vez a mis piernas. Su cara se metió entre mis muslos, besándome las ingles, haciéndome desear que me comiera el coño. Hacía círculos con su lengua alrededor de mi monte de Venus y yo le suplicaba:
– Me das tanto gusto que deseo que me comas… Chúpame, cómeme… Ya no aguanto más…
Alzó la mirada, me sonrió y no se hizo esperar. Sus labios rozaron mi rajita y su dedo acariciaba mi culo… Su lengua se abrió camino en mis labios vaginales en busca de mi «botoncito». Me estaba dando un placer enorme chupando mi chochito, llenándome con sus besos y sus caricias. Cuando su lengua toco mi clítoris, hizo que mi cuerpo se estremeciera de gusto. A partir de ahí una y otra vez sentí palpitar mi corazón acentuándose en mi sexo y él no dejaba de chuparme. Le tomé la cabeza y la apreté contra mis piernas, comencé un movimiento acompasado de mis caderas hacia su cara sintiendo cómo me comía el coño… Tuve un orgasmo intenso, alucinante. Después de haberme corrido, él no dejó de chuparme, por lo que seguí disfrutando un gran placer. Le sonreí. Nos besamos de nuevo.
– Mi turno -le dije cambiando de posición, colocándole tumbado en el suelo sobre su ropa.
Aún no había visto su polla y estaba impaciente por tenerla entre mis labios. Me arrodillé frente a él, tumbado como estaba en el suelo y lentamente le saqué los bóxers. Su pene erecto como el palo de una bandera brotó frente a mi cara. Lo cogi por la base y con la punta de mi nariz comencé a subir por aquel falo rozándole muy suavemente desde los huevos hasta el glande. Eché su piel hacia atrás y le di un besito en la punta. Jorge dio un pequeño gemido y yo le hice esperar ansioso el momento de comerle su polla. Me levanté y me quedé observando su cuerpo. El estaba muy bueno, con un cuerpo bien cuidado, allí tumbado completamente a mi merced esperando que yo actuase.
De pie como estaba me contoneé acariciando mis caderas y apretando mis pechos entre mis manos al tiempo que mojaba mis labios. Aquel espectáculo le gusto y empezó a masturbarse. Me agaché y cambié su mano por la mía haciéndole un lento masaje en su pene. Le abrí las piernas y con mis tetas empecé a rozar sus pies, sus muslos, rocé suavemente su polla y subí con mis pezones dibujando su cuerpo hasta ponerle mis tetas en su cara. Después saqué mi lengua y, empezando por la frente, fui de vuelta hacia abajo lamiendo su cara, sus labios, su cuello, su pecho, su ombligo, el interior de sus muslos hasta llegar a sus tobillos, de regreso a sus huevos que lamí suavemente y recorrí aquel falo.
– ¿Qué haces? -me preguntó alarmado.
– – – ¡Chssssss! -le contesté llevando mi dedo índice a los labios.
Me coloqué de pie con las piernas abiertas, sobre él, a los dos lados de su cintura y comencé a hacerle un baile sensual agachándome hasta casi rozar su erecto pene, pero sin tocarlo, cosa que le volvía loco, pues estaba deseoso de follarme. Sudaba y temblaba con una enorme excitación. Me coloqué en cuclillas sobre él, le agarré por la base del pene y con la punta hice dibujos entre mis muslos. Él cerraba los ojos y me suplicaba.
– Quiero follarte. Vamos, vamos, quiero metértela ya…
Yo le hice rabiar un poco más y volví a levantarme. Me di la vuelta y, con las piernas abiertas como antes, bajé ofreciéndole mi espalda y con mi culo rocé su polla. Con mis afiladas uñas arañaba suavemente sus muslos. Yo me iba calentando más y más. Me volví de nuevo sobre él y lentamente acerqué la punta de su pene a mi rajita siguiendo por mi vello púbico, por mis ingles… Era el momento de la penetración pues Jorge estaba desesperado y su cuerpo se arqueaba.
Su cara y sus palabras lo suplicaban. Puse su tenso miembro a la entrada de mi chochito y lentamente, arrodillándome con suavidad, me lo introduje por completo. Los dos gemimos y él incluso soltó un pequeño uhmmmm. Puse mis manos sobre sus hombros y, flexionando las caderas con suavidad, empecé a meter y a sacar aquella hermosa polla dentro de mí.
– ¡Qué rico, qué gusto…! -decía yo una y otra vez.
Él solo alcanzaba a abrir los ojos de vez en cuando para ver cómo su miembro se perdía dentro de mi húmedo coño. Mis tetas se movian al compás de aquel magnífico polvo…
Mojé mis labios, pues mi garganta se quedaba sin saliva. El ritmo se fue acelerando poco a poco. Su glande casi salía por completo de mi sexo y volvía a entrar hasta el fondo. Nuestras manos acariciaban nuestros cuerpos y su polla entraba y salía con un ritmo más acelerado dentro de mi chochito.
Se paró de pronto y nos dimos la vuelta, poniéndome yo debajo de él. Le abracé la cintura con mis piernas y él clavó su pelvis contra mi sexo, perforándome más profundo. Sus duras embestidas no tardaron en darme un maravilloso orgasmo, llegando a insultarlo al decirle, cabròn me estas matando, gracias al gusto que me estaba dando.
Al oír mis palabras y fruto de una gran excitación, se corrió con fuerza en mi interior inundándome con su leche. Yo sentí el calor de su semen bañando las paredes de mi vagina. Nos quedamos abrazados unos minutos y unidos.
– ¡Nunca olvidaré tu despedida! – me dijo
– Fue lo máximo ¿verdad? – le contesté yo.
Continuamos abrazados, guardando esas sensaciones de placer en nuestros cuerpos aun ardientes de lo que empezó siendo un simple beso.
Desde entonces no nos hemos vuelto a ver, pero guardo el recuerdo de ese día para siempre. La siguiente vez que hice el amor con mi esposo, no deje de imaginar en todo momento que era Jorge el que me estaba follando. Es tan maravilloso el recuerdo, que voy muy poco al archivo porque siento que mi tanga se volvería a mojar.
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