Domingo en Chapultepec
¡Calentadota que me puse en el metro! Quiero contarles cómo se me repegó un adolescente muy caliente, quien, hasta el final de mi trayecto, se dio cuenta que yo iba acompañada de mi esposo..
El domingo pasado, mi marido y yo decidimos ir a conocer la línea 3 del cablebús, que recorre el bosque de Chapultepec. Nos levantamos muy temprano al sonar la alarma pues queríamos estar desde las siete de la mañana en la terminal para evitar aglomeraciones. Lamentablemente no hubo tiempo para el mañanero.
Caminamos a la estación del metro, vacío a esa hora el domingo. Subimos, transitamos y bajamos en “Constituyentes” sin contratiempos. Llegamos al cablebús “Los pinos”, Hicimos el recorrido, apeándonos en las estaciones para ver los lugares interesantes. Al retornar, visitamos el complejo cultural “Los pinos”, donde comimos.
Regresamos a casa, otra vez al metro, pero estaba lleno de paseantes que apretujadamente retornaban a casa, como nosotros. No nos tocó asiento, pero sí me tocó y manoseó muy rico un adolescente de no más de 16 años, a juzgar de su apariencia, pero muy bien equipado al sentir en mis nalgas la dureza de sus ganas. Mi marido se alejó un metro o más de mí, separándose de la zona de la puerta, adrede, al darse cuenta que el chico estaba muy emocionado. En cada estación, sentía la punta del glande entre mis nalgas al frenar o arrancar el transporte.
En una de las paradas, al subir más pasajeros, aproveché para dar un giro de media vuelta y quedar frente a frente, más bien, pubis con pubis, ante el chaval, quien se puso rojo de la cara, al sentirse descubierto y quizá retado, que temí se fuera a retirar por lo que le dije, en voz baja y mirándolo cachondamente a los ojos, “Así estaremos mejor” a la vez que le empitonaba el pecho y garganta con mis deliciosas tetas; al menos eso dicen mi amante y mi esposo al referirse a mis chiches. Mi marido abrió la boca de asombro al ver mi reacomodo.
El jovencito bajó la cabeza para sentir mis carnes en su barda y asintió con la cabeza añadiendo cariños a mis tetas “¿O quieres que me separe?” le dije al oído. Como respuesta fue un movimiento negativo con la cabeza, y un repunte en la enjundia notoria del pene que ahora trataba de apuñalar mi triángulo.
No pude evitar bajar mi mano y apretarle el miembro, sintiendo la humedad del abundante presemen que el caliente llevaba derramando en el transcurrir de varias estaciones del metro. Yo estaba también muy caliente, y a punto de bajarle el cierre a la bragueta del pantalón del muchacho para meter mi mano, cuando mi marido se acercó, y empujándome hacia la salida. “En la próxima parada nos bajamos”, me dijo. El chico se puso lívido, y yo tuve que soltarme de la macana de mi amiguito que perdió turgencia de inmediato. “Adiós, putito”, le dije al oído y le di un beso en la oreja.
Salimos del vagón, la puerta se cerró y pude ver su cara pegada al vidrio y la boca abierta y sentí su mirada escurrir sobre mi cuerpo.
–¡Hueles riquísimo, Gloria…! –dijo mi marido recorriendo mi cuello con su nariz–. El escuincle lascivo te calentó riquísimo, seguramente estás mojadísima pues las feromonas se te desbordan… –aseguró mi esposo al darme un beso en la mejilla.
Al llegar a casa, apenas entrando, mi marido me quitó la ropa. Yo me dejé hacer. Él también se desnudó completamente. Encuerada me llevó a la cama. Abrí las piernas y sentí resbalar el pene de mi marido para satisfacer la calentura que cultivé en las aglomeraciones del metro, abusando del adolescente, pues casi todos ellos son muy fáciles de calentar.
–¿Por qué no te trajiste al caliente a la casa? –preguntaba excitado mi marido, mientras me limaba la pepa.
–Además de Mario, ¿te gustaría que me trajera a alguien a la cama, de vez en cuando? –le pregunté ofreciéndole un pezón para que chupara mientras me cogía.
–Puedes hacerlo, pero quiero estar presente, me gusta ver cómo te calientas –contestó y volvió a tomar mi teta.
–Sí, me calentó el mocoso, pero no tanto como para exponerme a coger con un menor de edad –aclaré, aunque sé que, si el menor me calienta mucho, seguramente me lo tiro y lo exprimo con todo…
–¡Te amo, mi esposa puta y caliente! –gritó al venirse, coincidiendo con uno más de mis orgasmos.
¿El chico se recargó en tus nalgas o tú fuiste hacia su pito? Te aseguro que él fue quien inició el caldo. Al menos, desde mis 13 años, era yo quien se acercaba a ellas cuando el bus o el metro iban a reventar. Es las «horas pico» era muy común esta actividad. Mi mamá le contaba a una vecina, recordando sus días de estudiante, cuando el metro costaba un peso, que sufrió mucho en esa época donde «por un peso tenías sauna, masaje y pasaje». Ahora ya cuesta más, pero pasa lo mismo, aunque son más frecuentes las que se quejan y arman un argüende que te bajan del vagón y te llevan a la delegación de policía.
«¿A poco todas las veces sufrió?», le contestó la vecina. Y mi mamá sonrió, pero no dijo más.
Hoy, las veces que viajo en metro, sólo me mantengo tranquilo si es que me aprietan con sus nalgas y las mueven, de lo contrario, procuro moverme del lugar. Pero cuando era adolescente, procuraba escoger las nalguitas donde me estacionaría. Nunca faltaron las muchachas que me gritaban «¡grosero!» y me bajaba del convoy.
Pues yo, como casi todas las mujeres que hemos usado el transporte público, también he «padecido» los frotamientos. Sí, la mayoría de penes en las nalgas, peo también manos que no sé de dónde salen y me aprietan las chiches o me recorren el pubis y las nalgas, más cuando traigo pantalones o mallas. Los estudiantes de secundaria o preparatoria son los más osados, y los dejo que hagan lo que quieran sin prestarles atención, al fin de que no pasan de caricias.
Por otra parte, no he tenido ninguna propuesta, ni siquiera la intención de plática de esos chamacos. Sin embargo, sí de gente de edad similar o mayos a la mía, pero me dan miedo. Una nunca sabe…
Sí, de niños lo hacíamos en el metro, y teníamos mayor receptividad de las muchachas unos años mayores. A mí se me antojaban las señoras nalgonas, pero me mandaban a volar pronto. A veces, «accidentalmente», en algún enfrenón o arranque brusco, llegué a pasar mi cara entre las chiches de alguna pasajera bien dotada, como tú o Ishtar. Al poco rato, me la jalaba recordando la suavidad del pecho de la mujer afortunada (afortunada ella, de tener lindo tetamen).