Dos más, y ya van seis
Me tiré a otros dos machos nuevos. Va el cuento….
En un comentario reciente, dije «Yo he usado ya a seis, perdonen que no haya contado lo de dos de ellos, pero prefiero coger a escribir». Al punto, mi amiga Tita, a quien sigo en sus relatos desde hace muchos años, respondió «Qué bien vas en tu «destape»», refiriéndose a que desde hace ocho meses decidí ponerle los cuernos a mi marido. Sin embargo, quizá movida porque no pudo contestar a otro comentario con cuántos había cogido a sus 29 años, añadió «Te diré que me tiré a muchos, casi 200, pero a la mayoría no los recuerdo. A veces aflora el recuerdo por alguna extraña razón. Me hubiese gustado escribir, aunque sea unas líneas, sobre todo ellos, así hubiese sido sólo una vez. Más vale que lleves un diario o algo parecido, exclusivamente para esto, así no te pasará como a mí».
Hecho el prólogo anterior, y siguiendo las sabias instrucciones de una persona mayor y de gran experiencia en estos menesteres, voy a relatarles mis nuevas experiencias.
Después de haber salido de compras para buscar lencería que pusiera locos a nuestros maridos y amantes, Laura y yo llegamos a su casa para probárnosla y planear los siguientes ataques. Ya estábamos en lo último de las pruebas, Laura aún posaba con una tanga cachetera y un sostén de seda transparente, cuando tocaron a la puerta de su departamento. Ella vio por la mirilla que era su hermana y le abrió.
–¡Qué seductora estás! –Le dijo su hermana al entrar, cerró la puerta y nos presentó.
–Gloria y yo acabamos de regresar de compras, ¡ven a ver! –le dijo tomándola de la mano para llevarla a su recámara.
–Es que ahí viene Horacio, fue a estacionar el auto –explicó su hermana, tratando de zafarse de la mano.
–¡Que le abra Gloria a tu marido cuando toque! Ven –dijo jalándola.
Me quedé de portera… Dos minutos después, tocó alguien. Vi por la mirilla y supuse que el papasito que posaba adrede para que lo miraran bien era el tal Horacio. Así que le abrí.
–Dígame… –dije sonriendo–. Ya lo miré bien por la mirilla, ¿qué desea? –pregunté haciendo una pose que resaltaba mi pecho.
Horacio se aturdió, se puso rojo, volvió a mirar el número sobre la puerta. Lo tomé de la mano y lo jalé hacia adentro. Se quedó asombrado.
–Es que yo buscaba a mi esposa… –preguntó tartamudeando sin dejar de mirar mi escote.
–¿No le sirve ésta por el momento? –pregunté dando un pequeño giro para que apreciara de perfil lo que le llamó la atención.
–¡Sí!… –y abrió las manos–. Digo, ¡no! –corrigió cerrándolas y bajándolas violentamente.
–¡Qué lástima!, ya me sentía aprisionada por unas manos apasionadas. Qué bueno que no imaginé más viendo esa boca… –susurré, lamiéndome seductoramente los labios e inicié mi retirada– Ahorita le hablo a la suertuda de su mujer.
–¿Sí era Horacio? –preguntó Laura en pantaletas y tomó un comando para ponérselo.
–No lo sé, no lo conozco. Lo dejé confundido en la sala –les advertí, y la hermana salió a ver quién llegó.
–No me digas que no está tu hermana, que tu cuñado tiene visita… –fue lo primero que preguntó Horacio, quizá imaginando que su esposa había estado en la recámara llamándole la atención al esposo de Laura por haberme encontrado con él, según me platicó a los dos días.
–No, ¿por qué dices eso? Gloria, quien te abrió, es amiga de Laura –contestó y aparecimos nosotras.
–Perdón por no presentarme adecuadamente, soy Gloria –dije extendiéndole la mano.
–Mucho gusto, soy Horacio, cuñado de Laura –explicó extendiendo la mano, pero sin estrechar la mía.
–¿Qué gustan tomar? –preguntó Laura.
–Yo te ayudo con el servicio –dijo la hermana–, sirve que veo lo que tienes en el bar.
–¿Te asusté? Para mí fue lo contrario, lo siento… –dije en cuanto ya estaban ellas lejos.
–No, de ninguna manera, también fue lo opuesto para mí, pero me sorprendiste mucho –explicó mirando lascivamente a mi pecho.
–No se diga más por el momento, yo también quiero… –dije retirándome con las nalgonas para ayudarles.
Nos decidimos por unos cocteles, y mientras los agitaban yo fui a la mesita del teléfono y en un postit anoté mi celular. Cuando estaban listas las cuatro copas, yo las puse en una charola y Laura las llevó a la sala.
Una vez que se sentaron, yo repartí una servilleta a cada uno, y cual truco de prestidigitación, el postit apareció en la servilleta para Horacio quien se sorprendió al leerlo y, cuando me volteó a ver, sólo sonreí y le hice una señal de brindis con mi copa. “¡Qué puta me estoy volviendo!”, pensé.
Durante una hora no hubo más y decidí retirarme. Me despedí de beso de cada uno, pero a Horacio, al resbalar subrepticiamente el dorso de su mano sobre mi pecho cuando lo besé en la mejilla, en voz baja le dije: “Háblame”.
Dos días después, recibí una llamada que no iba a contestar por desconocer el número, pero me acordé de Hracio.
–Hola, ¿quién habla? –pregunté y escuché una respiración agitada.
–¿Eres Gloria? Soy Horacio –dijo una voz apagada.
–Sí, soy yo, pero si no puedes hablar alto, márcame después –dije.
–¡Perdón, sí, sí puedo! Lo que pasa es que… No me atrevía…–
–¡Ups! No me digas que eres tímido. Cuando posabas al tocar en el departamento de tu cuñada no me lo pareciste –señalé.
–¡Ja, ja, ja…! No pensé que fuera alguien desconocido –dijo como explicación.
–Pues yo me quedé que me posaras, pero con menos ropa –le solté para ahorrarnos introducciones bobas.
–¡Con gusto! Posaremos uno al otro a ver quién lo hace con menos trapos –lanzó el reto– Tú dices cuándo.
–Mañana, antes que te arrepientas.
–Sí, pero yo digo a dónde vamos… –me advirtió.
–De acuerdo, a las tres en el metro Allende, en la acera norte, pero antes pasamos por un bar o vamos a un lugar que tenga ese servicio –exigí.
Después de comentarios sobre lo que nos queríamos hacer colgamos. Al día siguiente, salí de mi trabajo antes de mi hora habitual.
–¿A dónde vas tan temprano? –me preguntó Mario, mi amante y compañero de trabajo.
–Ni mi marido se pone celoso… –le contesté, lanzándole un discreto beso al aire y me salí.
Llegué con anticipación y no tardó un automóvil en detenerse para que yo subiera. Ya había visto que me hizo señas, además de haber tocado el claxon. Era Horacio. Me subí y enfiló hacia el norte. Pronto estábamos en la zona de hoteles en la salida a la autopista hacia Pachuca, donde desemboca Insurgentes.
–Vamos a ir a un motel de paso. En la hielera traigo lo necesario para ponernos hasta las manitas, si quieres –dijo señalando la hielera en el asiento de atrás.
–Basta un trago de Ron o de Tequila. Lo que deseo es probar algo más espeso… –dije acercándome para sobarle el pene por encima del pantalón.
–Yo tomaré la bebida escurriendo de aquí… –dijo apretándome una chiche.
Con Mario, Ber y Chicles, conocí varios moteles en el Sur, era bueno ampliar mis horizontes. Justamente en una curva, dos kilómetros después del cruce con el teleférico, nos metimos al motel Oasis. Horacio se metió en la villa que le habían señalado. Espejos por todos lados, ¡hasta en el techo!
Al llegar, nos servimos unas cubas mientras nos morreábamos y procedimos a desnudarnos. Primero Horacio frente a mí, porque le pedí que repitiera las poses que hizo frente a la mirilla cuando tocó a la casa de su cuñada.
–Se ven muy cachondas esas poses… ¿Las hiciste para Laura? –le solté la pregunta y me miró sorprendido, lo había descubierto.
–Sí, pero por broma. Aunque es mayor que yo, siempre me ha gustado. ¿Qué tal y en una de esas pega?
–Por lo visto eres muy cogelón… –le dije y me acerqué para meter su pene en mi vaso y se lo chupé al sacarlo.
–Tú te ves más experta en las artes “mamatorias” –dijo tomándome de la cabeza para empujar sus doce centímetros hasta la garganta.
–¡Abusivo! –le dije después de separarme tosiendo.
–¡Perdón!, me extralimité al sentir los cariños de tu boca –se disculpó y yo tomé otro trago a mi cuba–. Ahora te toca a ti hacer el estriptis.
Dejé mi vaso. Lo empujé hacia la cama para que se sentara y comencé a quitarme la ropa al ritmo de la música ambiental. Primero el saco, luego la falda. Le di la espalda y me desabroché el sostén. Di una vuelta completa para darle un flashazo con mis tetas; boté mis zapatos y luego, otra vez de frente a Horacio, lentamente bajé la pantimedia. Se le saltaban los ojos al puto viendo cómo se colgaban mis chiches… Así que me puse a balancearlas, luego, al ritmo de la música di un par de vueltas.
–¡Pelos, pelos…! –gritó para que me quitara la pantaleta.
Mi pelambre es abundante y los vellos sobresalen de la orilla del calzón. Metí mi mano por arriba y recogí los vellos hacia adentro (este show ya se lo había hecho a mi marido en una de mis múltiples caracterizaciones de mujer de la calle, así que no requerí más imaginación. Luego fui extrayendo por las orillas de la pantaleta el pelambre. ¡Se le hacía agua la boca! Por último, me volteé de espaldas y de pie, empuje la prenda para que cayera, abrí las piernas, deshaciéndome de ella y me agaché hasta el suelo mostrándole la panocha y, como fondo mis tetas colgando; entre ellas él miraba mi cara sonriente. Se puso de pie, me abrazó inclinándose para apretar mi pecho, y con su turgencia me embarró su presemen a todo lo largo de mi raja. ¡Qué rico viaje de glande en mis labios y en mi clítoris!
No hubo más qué hacer sino ir a la cama donde me embistió como sátiro ante una ninfa, ¡qué enjundia! Yo lo tenía encima y en cada golpe de pubis sentía un orgasmo. Yo gritaba “¡Más, puto, más!” y él respondía “¡Toma, toma, Gloria puta!” Cuando vino el derrame de semen él dio un grito y se quedó quieto, pero sentía su fuego acompañado del compás de su pene soltando tres chorros más. Descansamos y dormimos, fue extenuante para ambos…
Al rato, ya descansados, nos servimos más tragos. Tomó el pico de la botella y me lo puso en el pezón para que se remojara de ron y se puso a mamar. Lo acaricié como si fuera una madre amamantando a su niño, además, con la otra mano le movía y apretaba con suavidad las bolas. Varias veces se repitió la toma de pecho, pero ya no se le paró la verga como al principio, ni mucho menos se volvió a venir. Pero sí, yo quedé satisfecha con esa primera cogida.
****
Al siguiente fin de semana, vi que me faltaba algo para completar lo que requería para la comida que pensaba preparas, y así como estaba, sin sostén, con una playera escotada y unos pants fui al centro comercial. En el estacionamiento cubierto salió un auto en reversa golpeando levemente al mío. De inmediato bajó el conductor, un señor un poco mayor que yo y ¡muy, muy guapo! Alto, de cuerpo era fornido, sumamente cuidado en su peinado y, aunque era informal su vestimenta, se veía muy pulcro. Pero cuando habló… sentí que su voz me envolvía y me enamoré de ella.
–¡Perdón, señorita! No sé qué pasó, seguramente fue el “punto ciego” porque yo no vi que viniera alguien –dijo.
–Primera aclaración, no soy señorita. ¿Tiene su seguro en orden? –pregunté.
–¡Claro que sí!, aunque ese golpe no es mayor que unos cuantos pesos. ¿Le parece que le dé dos mil pesos para que no perdamos el tiempo esperando a las aseguradoras? –preguntó sacando su cartera.
–Sí, estimo que con eso es suficiente, si no sale algún daño oculto –contesté.
–No se preocupe, señora. Aquí tiene mi tarjeta. Por si hay algo adicional, llámeme –resaltó la palabra señora mirándome el busto en la playera que marcaba mis pezones y sacó el dinero para ponérmelo en la mano–. Mi nombre es Luis Ortega, para servirle.
–Bueno, espero que no haya algo más. Me llamo Gloria y no le haré perder más tiempo –contesté metiendo mi pecho en el auto para sacar mi bolso.
“Este rorro no se me escapa”, pensé sintiendo humedad en mi vagina. Cuando di la vuelta, “se me cayó el bolso” y me agaché a recogerlo. Esa postura nunca me falla para llamar la atención. Lentamente tomé lo que se había salido del bolso y lo fui metiendo. Luis se quedó parado mirando el espectáculo que le permitía mi escote y cuando estiré la mano para tomar una pluma que estaba cerca de su pie, el reaccionó y se puso en cuclillas para ayudarme.
–¡Perdón!, no le ayudé porque me quedé embobado –dijo acercando más su cara a mis tetas al recoger la pluma.
–Sí suele pasar cuando me visto así, con ropa de casa… – expliqué
–Dichoso su marido al verla deambular así por el hogar… –expresó sin remilgos.
–Es más dichoso cuando hace calor… –dije seductoramente y Luis se quedó con la boca abierta y extendió la mano para darme la pluma.
Tomé la pluma y la guardé, pero su mano siguió extendida y sus ojos en mi pecho. Seguramente con la mente imaginándome desnuda. “¡Ay Dios, ya se quedó hipnotizado por esto!”, dije y bajé el escote haciendo saltar una teta, aprovechando que mi auto nos ocultaba de los pocos que pasaban. Entrecerró los ojos y me acarició. “Sí, son divinas”, me dijo con el terciopelo de su voz, que lo sentí más agradable que las caricias. Acerqué mi boca a la suya y me besó apretándome la teta. Luego, sin más, se puso a mamar.
–¡Aquí nos van a ver! –dije acomodándome la ropa y poniéndome de pie.
–¿Tienes tiempo? –preguntó.
–Tú eres quien tiene prisa –retobé–. A decir verdad, yo también tengo prisa, me esperan en casa. ¿Qué te parece si el lunes te hablo para ponernos de acuerdo?
–¡Claro que sí!, eres un deseo completo para hacerlo realidad dijo melodiosamente y su voz hizo más humedad en mi panocha.
Compré lo que necesitaba y antes de regresar a casa pasé a un taller de hojalatería cercano a preguntar cuánto me costaría arreglar el raspón y en cuánto tiempo estaría listo el auto. El hojalatero después de verlo, me dijo que serían 500 pesos, pero que, aunque sería rápido, ellos ya iban a salir porque el sábado cerraban antes. Su vista, claro, clavada en mi pecho. “Se lo dejo para que empiece y el lunes en la tarde regreso por él” dije extendiéndole un billete de 500 pesos. Me colgué el bolso con la correa del asa entre las tetas para que resaltaran los pezones. Sus ojos se abrieron más y con el billete en la mano dijo “Puede venir el lunes después de las tres”.
Caminé a casa. Al entrar, después de lavarme las manos, con mucho detalle le conté a mi marido el percance mientras hacía la comida. “Puta, ya vienes calientita” dijo y me quitó la blusa para chuparme las tetas.
–Me suena conocido ese nombre –me dijo entre cambio de pezón a otro–. ¿A qué se dedica?
–No sé, pero mama tan bien como tú… –le contesté acunándolo entre mi pecho.
–Seguramente le vas a hablar para darme un quinto corneador –dijo cargando me para llevarme a la cama.
Sin quitarme la falda, me bajó los calzones y los lamió “¡Están mojadísimos!, y no es sudor”. Se sacó el pene y me ensartó oliendo mi ropa interior. ¡Nos vinimos riquísimo! Se pone muy caliente cuando sabe de mis correrías. Cuando dijo quinto, recordé que Luis sería el sexto, porque el anterior no se lo había contado al tratarse de un cuñado de Laura, su amante.
El lunes, después de haber recogido mi auto, llegué a casa y me encueré completamente pues el calor era intenso. Después de poner el aire acondicionado, en cueros, preparé la cena, me di un regaderazo y me fui a la cama. Saqué la tarjeta de Luis. Vi que decía “Comunicador y locutor”, entonces “me cayó el veinte”. ¡Se trataba de uno de los locutores de una estación cultural! Con razón su voz, además de modulada y seductora, me parecía conocida.
–Hola, Luis, soy Gloria, la del choque en el estacionamiento –dije en cuanto me contestó.
–¡Por fin!, todo el día estuve esperando tu llamada –confesó
–¿De verdad te acordaste de mí? –pregunté.
––¡Claro!, también soñé contigo y me acaricié al recordar la suavidad de tu pecho… –su voz la escuché como si acabara de mamarme.
–¡Ay Dios, qué emoción…! –dije llevando mi mano a la panocha– aunque ya puse el aire acondicionado y me desnudé por el calor, no pude evitar acariciarme al escuchar lo que dijiste.
–Sí, también yo me estoy desnudando por el calor, pero para recordarte con frenesí e imaginarte sin ropa… – dijo y tuve un pequeño orgasmo escuchándolo: se me escapó un ¡Ah, ah!
–¿Qué… te… pasa…? –preguntó entre jadeos y chasquidos apagados, seguramente del prepucio sin circundar golpeando con su glande.
–Nada… nada… Bueno sí, me metí los dedos hasta donde pude al escuchar tu hermosa voz diciéndome que me recordabas e imaginé que te volvías a ¡acari…ciaaar!, ¡Ay, qué rico! –dije pajeándome.
–¡Sí, sí!, ¡es muy riiicooo! –gritó y vinieron sus jadeos… “¡Qué puto!”, pensé, y seguro que también él pensó lo mismo de mí.
–Creo que debemos guardar algo de ganas para mañana o cuando puedas… –dije oliendo mi mano.
–Sí, tienes razón. Me tuve que embarrar mis ganas en el pecho porque no tengo pañuelo a la mano –confesó.
–No sé tú, pero a mí me calentaste cuando te escuché por primera vez, nunca me había pasado así –le dije.
–Pues yo me calenté al ver cómo se te marcaban los pezones en la blusa, lo demás tampoco me había ocurrido –expresó.
Siguió la charla sobre nuestros gustos y lo que esperábamos. Quedamos de vernos el miércoles en la tarde, en su departamento.
Cuando llegué a verlo, timbré y preguntó “quién” por el interfono. Simplemente contesté “Gloria” y la puerta se abrió. Me metí al elevador, pulsé el número de piso, y al salir de él, Luis me estaba esperando con una copa de vino blanco, helado y burbujeante. Me lo ofreció, chocamos las copas encadenando nuestros brazos. ¡Era champaña! Recorrimos unos metros y entramos a la única de las cuatro puertas que estaba abierta.
–¡Bienvenida! –dijo y me quitó el saco que junto con mi bolsa colgó en un perchero.
–Eso espero, quedar bienvenida, en vivo y no sólo por teléfono –contesté y le di un beso donde sus manos se dieron tanto gusto como nuestras lenguas.
Sin perder el tiempo nos desnudamos entre besos, caricias y admiración por las partes que nos descubríamos. Le modelé girando una vuelta completa, mientras él me sostenía con la mano en alto. “Ahora tú”, le dije levantando más la mano, pero tuve que subirme en un pequeño taburete para que la maniobra no tuviese obstáculos.
–¡Qué buen cuerpo tienes! No es sólo la voz…–dije al soltarlo y fui a sacar mi teléfono de la bolsa.
–¿Qué vas a hacer? –preguntó.
–A dejar constancia de esta belleza, extiende las manos. De lo contrario, no me lo creerá mi marido… –contesté y le tomé cuatro fotos, “las de perfil con las manos abajo”, le ordené. Quedaron estupendas, no había duda que hubo pastillitas azules previas a mi llegada…
–¡¿Se las vas a enseñar a tu marido?! Preguntó asombrado.
–Somos open mind married couple, desde hace un año, y nos va muy bien… –dije dejando de lado el teléfono.
Llenó las copas nuevamente, brindamos, el lo hizo por mi marido. Se sentó, me sentó en sus piernas, su glande, semicubierto por el pellejo, se asomaba entre las mías dejando ver el meato con una gota espesa de presemen.
–Ojalá yo hubiese tenido esa oportunidad que se dieron ustedes… –e inició contándome una triste y breve historia que duró poco más de media botella de la Champaña.
Se trataba de malos entendidos al principio, provocados por los celos entre su exesposa y él hasta ambos, como venganza tuvieron amantes y los reclamos subieron de tono hasta que rompieron irremediablemente. Sin embargo, aún en esas circunstancias, frecuentemente hacían el amor cada vez que podían.
–Pero ¡cómo gozaron los respectivos cuernos que ponían…! – dije como conclusión–. ¿Y si volvieran?
–Una vez lo intentamos, pero ambos somos excesivamente celosos y rompimos de nuevo. Ella ha tenido varias parejas, ahora ya se estabilizó, lleva más de cinco años con él, incluso, desde hace dos años que se casaron no hemos vuelto a tener esto entre nosotros –dijo moviendo su pubis en mis nalgas. Me reí y me puse de pie.
–Es natural que con esa voz tan seductora, cualquiera se enamore de ti, ¿cómo evitaría ella los celos? Ven lléname el útero con tus palabras… –le dije poniendo mi pubis peludo en su boca y abrí mis piernas.
Él, de inmediato entendió y lamió mis labios, metió lentamente su lengua en mi vagina y, al parecer, le gustó el sabor de mi marido que se puso a sorber como si de helado se tratara… “Estás deliciosa”, “Qué vellos tan suaves y aterciopelados tienes”, “Sabes a hembra deseosa de amor” “Tus labios interiores se abrieron como ala de mariposa”, “Este capullo de amor es una delicia” y más cosas me decía, mientras yo quedaba envuelta en una nube de orgasmos causados por su voz y por su lengua. ¡Me vine a chorros y Luis bebió todo lo que derramé! Pude tomar dos fotos donde Luis se veía afanado, con los ojos cerrados y la nariz cubierta de vellos, y se las mandé a mi esposo con el texto “Ya empezamos”.
Luis dejó de hacerlo cuando sonó el timbre de la respuesta.
–¿Qué pasa? –preguntó.
–Nada, es mi marido… –dije y le mostré la respuesta: “Te amo puta, Gloria”
En ese preciso momento llegó otro más que Luis leyó primero “Ordéñalo mucho, quiero disfrutarte bien servida, mi amor” y se veía la verga de mi marido perfectamente enhiesta.
–¡Ja, ja, ja…! Hagámosle caso a tu marido, hermosa tetona –dijo, y me cargó; chupándome el pecho, me llevó a la recámara.
Sí, lo hizo muy bien y sacó de mí todo lo puta que soy al pedirme cómo me pusiera, al alabarme las tetas cuando cabalgué en él y al susurrarme putita al oído cuando, yo en cuatro sentía que entraba en mi culo. Cada palabra, alabanza, petición y grito de admiración que entraba en mis oídos era lubricante en mis orificios. Mientras Luis hablaba yo me derretía, literal, la sabana quedó empapada por mis jugos y nuestro sudor.
Pero el descanso también estuvo muy bello. Nos sentamos a comer algo muy rico que él preparó con esmero. No me pregunten qué respondió cuando le pedí las recetas ni lo que él pensaba de las próximas elecciones. ¡Todo era música para mis oídos! Me sentí envuelta por su voz una y otra vez, qué bueno que yo no traía ropa, pues pude sentirlo a flor de piel. Durante esa plática casi acabamos con dos botellas de vino. Fuimos a reposar en la cama y dormí casi dos horas.
–Creo que ya debo marcharme, es tarde –dije y tomé mi teléfono para para pedir un taxi.
Luis evitó que marcara y se abalanzó a mi pecho. Tomé otras fotos más que envié con el texto “Al rato llego”. Mi marido contestó “No parece, es difícil soltarte de allí”.
–Espera un poco, le voy a mandar un saludo de agradecimiento a tu esposo –dijo Luis y me abrió las piernas para cogerme de frente y mamarme las tetas mientras descargaba los “saludos”.
Al terminar, le chupé el falo para dejárselo limpio y le volvió a crecer, ¡al parecer, el Viagra
Cuando llegué a la casa, le dije a Miguel, mi esposo. Hazme lo que quieras, estoy muy cansada, pero comienza por el saludo que te enviaron, dije quitándome las pantaletas con la lefa que había escurrido y me levanté la falda para que me chupara la pepa, lo cual hizo con mucho deleite, mientras yo lamía mis pantaletas con sabor a Luis y escuchaba en mi interior las palabras que me dijo cuando yo le limpiaba el pene: “Eres linda, putita chichona”.
Se ve que si disfrutaste la seducción, ya te reconociste como puta, pero no es así, no cobras ni lo haces con cualquiera. Los escoges, así sea en pocos segundos pero tú decides con quién y cuando. La segunda parte está deliciosa. Mis recuerdos vinieron en cascada
Conocí a un tipo que tenía una voz de ensueño, era locutor de Radio Educación, de la misma edad que yo, bueno, sólo nueve meses menor que yo. No pocas veces me pajeé escuchándolo y decidí tener algo más con él. Pude conocerlo tras la ventana de la cabina. Se trataba de un señor con el pelo colocho (rizado) de consistencia atlética. No estaba mal, pero no me movió su persona, sin embargo, con su voz yo enloquecía. Llegué a soñarlo haciéndome el amor, diciéndome versos sobre cada una de las partes de mi cuerpo que él me usaba. Al segundo sueño, quedó decidido para mí, yo me tiraría a ese señor.
Sí, cayó fácilmente. Pero casi a tirones tenía que sacarle las palabras que fuesen más allá de los gemidos cuando cogíamos o me besaba. Fue triste para mí, pero seguí por muchos años escuchándolo gustosamente y pensando “Si así me hubieses hablado cuando me penetrabas, aún estaríamos dándonos caricias mutuas, papacito”. No hubo segunda vez, aun cuando me lo pidió varias ocasiones.
Me dio tristeza cuando supe de su muerte, por la pérdida de una gran persona, indudablemente. Me hubiese gustado llorarlo, como lloré a Roberto, pero esa relación no dejó raíces..
Pensaba publicar lo que pasó, pero es muy poco lo que tengo en apuntes y no hay lo que este espacio vende, sólo frustración.
Gracias por tu ánimo. Tienes razón, escojo a quien seducir, pero cuando lo estoy haciendo me siento una manipuladora que sólo los quiero para fornicar, por eso me dogo «puta» a mí misma.
Lástima que tu experiencia con ese locutor, a quien todavía alcancé a escuchar algunas mañanas con su programa infantil, y que los pódcast están ya al alcance de todos en la página de la radiodifusora. También me gustaba su voz. Quizá, a pesar de tu experiencia en esa época, y a causa de tu deslumbrante belleza, se quedó mudo ante ti. Le hubieras dado una segunda oportunidad.
Tengo una amiga a quien así le ocurrió con su profesor de prepa. Siendo ella una profesionista muy exitosa y hermosa fue una mañana a seducir a su exprofesor, y le dijo al oído que quería hacer el amor con él, rematando «Si no es contigo hoy, será con otro, pero será». El profesor, al parecer, se quedó anonadado al verla desnuda y sólo quería contemplarla e ir despacio, pero ella se lo montó de inmediato y él no se vino, además de que ya no tuvo erección suficiente. El caso es que la señora con quien vivía se lo había ordeñado seis veces en la noche anterior. Ella lo supo por esta mujer dos años después, cuando platicaban (sin saber que lo conocía) y le contó que vivió un tiempo con él (dio santo y seña) y diariamente eran unas cogidas intensas.
¡Así de fácil es cuando se está bien dotada del frente! Doy fe. En unos días más haré mi primer trío con dos nuevos hombres (no son tan nuevos, están muy usados) a quienes convencí con las mismas armas que tú: Les gustaron las fotos, aunque están algo caídas, se ven agradables si se saben lucir.
El primero que cuentas aquí, me pareció fantoche, pero, al parecer es eficaz, sabe hacer su trabajo. El segundo, me pareció que te metió un sueño con su labia y el tono de voz. Sí me ha ocurrido que escucho a una persona y me agrada la voz, pero me desencanto al verla o tratarla..
Te deseo éxito en tu primer trío. Verás que te divertirás mucho (Así será, si es en quienes pienso, según los comentarios en otros relatos).
¡Eres un encanto! ¿Cómo decirte que no?
¡Ja, ja, ja! ¿Verdad que sí?
¡Ah, caray! A mí no me ha ocurrido entregarme sólo por una voz. Entiendo que una foto te mueva las hormonas, que alguien sumamente inteligente te atraiga para hacer un hijo, que unos versos te comiencen a aflojar la entereza; pero una voz… ¡Ni que fuera un cantante guapo!
¡Ja, ja, ja! Ya te mandé los datos de la estación y los horarios. Búscalo con Internet.
¡Gloria. eres fuego! Te confieso que desde la primera vez que aceptaste que te gustaría coger conmigo, me emocioné. Después, cuando me enviaste por correo una foto posando como vaca, con las ubres libres y una sonrisa que se antojaba lamer tal como Mario lo describió, preguntándome qué día quería conocer a esa vaquita, grité como él «¡Yo también quiero probar la luna con halo de carmín, no sólo probar los soles morenos que se mostraban apuntando al colchón, sino inseminarte en esa posición!
Me cumpliste el sueño como si hubieses sido la Gloria de mi fantasía. Tuve una repetición y un cuarteto inolvidables.
Tú haces feliz a cualquiera cuando tienes ganas. Sigue así, pero no te olvides de los amigos…
De ninguna manera te olvidaré…