Echarse un fría (pero no cerveza)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Stregoika.
Capítulo 1
Cindy Paola, joven ejecutiva de la enorme firma de importación de productos químicos Unifarma S.A.
Una belleza.
Delgada como cualquier modelo de pasarela, piel de color impecable, cara falsamente inocente y una cortina negra de pelo brillante.
Pero eso era todo.
Quisiera poder contarles que ascendió a su puesto por inteligencia, pero fue con su culo, la verdad; y con su boca, obviamente.
Había logrado culminar su carrera y su maestría sin pena ni gloria, pero su posicionamiento en tan envidiable lugar lo había conseguido por nada más que estar buenísima.
Era muy conocida aún entre las más bajas esferas de la firma, solo por eso, por estar buena.
Para los hombres por la arrechera que causaba, y para las mujeres por envidia.
Solía vestirse muy elegante, pero no podía evitar verse provocativa.
Si iba en conjunto, la silueta tan bien trazada, si iba en sastre, el culasazo de negra, si iba en minifalda y mallas, esas piernontotas casi pornográficas….
Era el tema de conversación de los empelados arrechos en el mesón del sótano y de las empleadas envidiosas.
Ahora, como se imaginarán, Cindy era una hijueputa.
Sí, una hijueputa.
Trataba a sus subalternos como mierda, en especial a las mujeres.
A los hombres, no los determinaba, pero de las mujeres, se aseguraba que se sintieran como basura si ella estaba cerca.
Yo era mucho menos que un subalterno de Cindy en Unifarma.
Mi puesto era el de Locativas.
El “todero”.
El que llamaban por radio si se apagaba un bombillo, o si una puerta chirreaba, y por supuesto, al que hijueputeaban si algo fallaba.
Cindy era de las que prefería no entablar ni siquiera comunicación directa con los bajos fondos -no fuera a contaminarse -, y ni aún estando a pocos centímetros de uno, ni miraba a la cara cuando definitivamente tenía que decir algo.
Así ese algo fuera un “retírese”.
Solo manoteaba y miraba al vacío.
A mí me lo hacía constantemente, me hacía sentir como si ella fuera un dios teniendo que rebajarse a tratar con una hormiga.
Un día, la mala fama de Cindy se disparó por un rumor de pasillo.
Decían que era la nueva moza de Carlos L., nada menos que el presidente de Unifarma.
El chisme era difícil de creer, no por falta de méritos de Cindy… es que al viejo le gustaban las estrellitas de televisión y esas cosas.
Pero de manera muy dramática, prácticamente fuera de este mundo, iría yo a confirmar la veracidad del cotillo.
El flagor del chismorroteo pasó de “fuego lento” lento a “rostizar”, cuando unas imprudentes – también ardidas – muchachas del aseo no pudieron evitar tapar sus comentarios con la mano tras verla cruzar la sala de juntas.
Cindy las humilló he hizo que las despidieran.
Las chicas bajaron al sótano, centro de reunión de los esclavos.
Una estaba llorando y la otra, furiosa como un león.
Se desató el delantal y lo tiró sobre la mesa.
– ¿Saben que nos dijo la malparida a la que ustedes tanto le miran el culo? Pues que a ella le sobran hombres de verdad, no como nosotras que nos revolcamos con celadores y mecánicos,
<<con quienes yo ¡ni muerta!>> había dicho Cindy.
“Retírese” me imaginé a Cindy sacudiendo la mano, despachándome sin rebajarse a mirarme.
A mí, que tantas pajas me había sacado por ella, y que era su admirador número uno.
Número uno por pervertido, no por otra cosa.
Porque estoy seguro que ninguno de mis compañeros estaba tan necesitado como yo, como para querer verla a cada instante, retorcer los ojos cada vez que la veía por ahí para intentar verle un poco más de lo que le cubría la mini falda, e imaginarse las cosas más traídas de los cabellos en las fantasías que creaba para masturbarme.
“Retírese – retírese”.
“.
ni muerta.
” me hizo mucho eco en la mente.
Capítulo 2
Casi un año después del incidente de las chicas de servicio humilladas y despedidas, una gran comisión de Unifarma fue enviada a un viaje de esos con actividades ridículas que proponen los psicólogos.
Y tan ridículas eran precisamente esas, que los del departamento de personal quisieron que se seleccionaran representantes de todos los departamentos para “integrarlos en convivencia”.
Basura nueva era.
Yo fui uno de los seleccionados del lumpen de la pirámide, por antigüedad, sobre todo.
Me había ido pervirtiendo progresivamente, y mi obsesión por Cindy había tenido diversos altibajos.
A veces dejaba de gustarme tanto, hasta que la veía con una pinta nueva o cualquier cosa que me hiciera imaginar cosas nuevas.
Ya le había tomado algunas fotos, aunque ninguna digna de espía profesional.
También le había robado algunas cosas, para recordar su perfume, sobre todo.
Nada valioso, sino fruslerías, como caimanes para el cabello que encontraba en su oficina o una pulsera.
Una vez me dejó en su oficina mientras arreglaba una instalación eléctrica y se marchó.
Dejó su bolso.
Yo lo esculqué, y por increíble que sea, no se me ocurrió haber robado, al menos algo valioso, hasta muchos años después cuando conté la historia y precisamente eso me cuestionaron.
Que si no robé dinero.
Pues no.
Yo era un pervertido, no un ladrón.
Cuando metí las manos en su bolso, lo único que buscaba era satisfacer mi morbo por Cindy, encontrar algo de ella muy privado, unos tampones por ejemplo, algo que me excitara… pero no había nada más que un protector.
De resto, papeles y otra carterita pequeña que no abrí.
Pero cuando la miré, acerqué mi cara al interior del bolso y percibí una oleada de su perfume, de tal magnitud que me hipnotizó.
Quedé congelado con la nariz estirada y los ojos cerrados.
Uff… me dieron ganas de meter la verga en el bolso y dejarle un regalo… pero no.
O sí…? Al menos meterla y volverla a sacar, sin dejar nada allí.
Lo hice.
Terminé lo que estaba haciendo y fui al baño de los esclavos a pegarme un pajazo brutal.
Ya era un pervertido de mucho mayor nivel, no solo un mirón fantasioso sino un abusivo.
Para el día del paseo, ya había aceptado mi perversión y vivía con ella cómodamente.
En cuanto a los chismes de pasillo, el que Cindy fuera amante de míster L., ya era cuento viejo.
Lo in era que ya se habían pasado de la raya, que míster L. nunca había tenido una aventura tan duradera, y que Cindy estaba poniendo en peligro el mismo imperio Unifarma.
La muy puta tenía sus artimañas para conquistar el poder y el dinero.
Pero no se puede llegar lejos, ni por talento y mucho menos por puta, sin ganarse enemigos de la misma talla.
Carol Devia Samaniego – ¿Les suena el nombre, como a Investigation Discovery? -, anterior amante de míster L. y tenaz aspirante a la herencia Unifarma, había reaparecido ese año.
Las historias de categoría novelesca acerca de su rivalidad de clase alta eran un deleite en los pasillos.
Carol era otra mamasita, aunque de tipo diferente, al menos de ojo.
Mientras Cindy era una chica fatal, de esas treintonas que todavía parecen de veinte y que quieres vestirla de colegiala para taladrarla como una sonda petrolífera; Carol era del tipo adorable.
Una monita de apariencia debilucha y vocecita de que no rompe un plato.
Además, decían; solía ser muy amable.
Pero, repito: Al menos de ojo.
El viejo míster L. debía tener razones de sobra para haber despreciado, o incluso temido a Carol Devia.
Y las razones estaban por salir a flote y volverse irrefutables ante nadie, para siempre, justo allá en la reserva natural de Chicaque, en el paseito de “convivencia”.
Qué paradójico, integración para aprender a “convivir”, encuentro de arribistas rivales, y palabras ociosas poéticamente castigadas…
Capítulo 3
Se suponía que habría actividades de integración en los prados frente al refugio.
Las mamertas psicólogas estaban poniendo postecitos con globos y cartelitos.
Los empleados se agrupaban en roscas de acuerdo a sus niveles, operativos, de servicios, ejecutivos… en fin.
Pero había una rosquita más: La de los proactivos, que aunque no tenían que estar haciendo nada justo en ese momento, estaban supervisando.
Entre ellas, sobra decirlo; Cindy.
Durante el viaje venía con falda deportiva rosa, chaqueta de sudadera y gorra blancas.
Estaba riquísima.
Pero el viaje había sido particularmente duro y estresante por los embotellamientos en Soacha, y Cindy fue una de las neuróticas que se bajó directo a ducharse y cambiarse de ropa.
La vi llegar a donde hacían los preparativos las de psicología, trotando y saludando a viva voz desde lo lejos.
Era una insoportable centro-de-atención.
Pero mamasita rica, de todas maneras.
Se había puesto un bicicletero azul y camiseta esqueleto blanca.
Cabello en coleta y gorra azul de florecitas tenues.
La pantaloneta de gimnasio era de marca, brillante y de material fino.
Ese culo, qué tentación, qué ganas de dejarse llevar por el descontrol, de permitirle a la lujuria apoderarse del cerebro…
– Que vaya al refugio, lo buscan.
¿si ve que nos trajeron fue para trabajar? – me dijo uno de mis compañeros esclavos.
Fui a la recepción y me encontré con el propio míster L.
Hizo memoria y pronunció mi nombre con duda.
– Sí señor – confirmé.
– no se ofenda, pero ¿Usted sabe abrir un candado? – sonrió el ario y canoso bigotón.
– puedo intentarlo, ni más faltaba – fue mi respuesta más inteligente.
Al cabo de un minuto, míster L. me había llevado a una de las habitaciones.
Me señaló un morral cerrado con candado y me pidió que lo abriera.
“Como afeminado el morral para míster L.” pensé.
– La llave se la ha llevado un duende – dijo, pretendiendo ser gracioso – Apúrese, por favor – agregó.
De pronto sonaron unos pasos acercándose a prisa sobre el tablado.
Sonó la voz de Cindy:
– Carlos… ah ¡ya lo van a abrir! Bueno… ¡vamos!
– Ya va, ya va, dale siquiera un minuto que…
– No, vamos ya que te están esperando para empezar.
Luego noté que se le acercó más para hablarle sin que yo oyera:
– Vamos, déjalo, yo lo he dejado muchas veces solo y nunca se ha perdido nada- volvió a hablar normalmente – ¡vaaaamoos!
– 0K, ¡lo esperamos abajo! – le dijo míster L. a mi nuca.
Se fueron.
Abrí el candado sin mucho problema, me incorporé y cuando iba a salir… “mierda”, pensé.
El muy pícaro de míster L. planeaba quedarse con Cindy: La faldita rosa y la gorra blanca estaban en una sillita en el baño, y yo las había visto con lo último del ojo.
Uff… ¿estarán los cucos también? Se me encendió todo.
Claro que debían estar… a menos claro que la muy puta viniera en el bus sin calzones.
Woooow, con esa rajita al aire, bajo esa falda… perfumando todo… “mierda” pensé otra vez.
Se me estaba saliendo el animal.
No tardaría mucho… solo ir a buscar esos cucos y pegarles una olidita…
Entré al baño.
Agarré la faldita de tenista y la palpé muy excitado.
La olfateé como perro.
Olía a su pefume, a ropa lavada y, sobre todo, a mujer.
El monstruo en mí ya había emergido totalmente.
Mientras me restregaba el reverso de la falda en la cara, sentí un cambio en el peso de la prenda.
Los calzones blancos estaban enredados en ella y de repente cayeron.
Quedé petrificado ante el descubrimiento, con la faldita en las manos a pocos centímetros de mi cara, hincado, mirando el glorioso trofeo ahí en el tapete.
Los cucos de Cindy Paola, sucios… me arrodillé con una lentitud onírica y los agarré como quien ha encontrado la piedra filosofal.
Los extendí delante de mi cabeza.
Eran unos cacheteros blancos con encaje.
Primero deleité la vista.
Los revisé hasta conocerlos muy bien por fuera y por dentro.
Después los exploré con el tacto.
Esperaba hallar algo especialmente húmedo en el parche de algodón que tenía el glorioso trabajo de cubrir la vagina de Cindy.
Pero no había nada especial allí al tacto.
Sin embargo, para el olfato y para el gusto… Uff.
El olor de la cuca de Cindy estaba ahí impregnado para mí, y el sabor apenas perceptible a sudorcito.
De repente me ví ahí comiendo esos calzones y desenfundándome la… alguien entró.
Capítulo 4
Con un reflejo que un gato envidiaría, me incorporé y oculté.
Pero me sorprendí de que la persona que había entrado, estaba siendo más sigilosa que yo.
Me asomé.
Nada menos que Carol.
Inconfundible aún de espaldas.
Estaba agarrando la maleta cuyo candado yo había abierto.
“mierda, hijueputa, va a robarle algo a Cindy, o a meter algo para intrigar a L”.
pensé Se me arrugó la panza.
Me iban a echar la culpa sin duda alguna, y si me defendía, iba a tener qué decir qué estaba haciendo en el baño.
“Comiéndome los calzones de Miss Cindy, ¿si ve? Soy inocente”.
Qué ridículo.
Pero, antes de entrar a debatir conmigo mismo qué cargo prefería, el de conspirador o el de pervertido; seguí viendo qué hacía la intrusa.
No abrió la maleta, sino que puso en ella, en la mallita de afuera, la de llevar la botella, una cajita.
Contuve la respiración.
La intrusa se dió vuelta y metí la cabeza como un rayo.
Casi muero del susto, juré que me había visto y oí sus pasos hacia el baño.
Pero nunca entró.
Más bien se fué.
Vaya susto.
¿En qué menudo problema me había metido? Yo había sido el último en ver esa maleta con el mismo L.y Cindy de testigos.
Lo que sea que haya puesto en ella Carol, iban a achacármelo… Salí del baño y eché un vistazo.
Era un chocolate.
Una golosina que, se veía muy fina, como traída de otro país.
Tenía una tarjetica, y no bastó más que inclinar mi cabeza para leer perfectamente lo que decía: Felicidades mi gatita.
Se me revolvieron las ideas.
Al menos, ya que no había sido visto por Carol, podía inventar algo para salvar mi pellejo.
Pero tenía que salir de allí cuanto antes.
En marcha… “mierda” pensé.
El tablado era un aliado, porque hasta la caída de un isopo sonaba estrepitosamente.
Alguien venía otra vez, y por desgracia no tenía más opción que volver a esconderme al baño.
A veloces hurtadillas me metí.
Oí un celular, y la voz de Cindy contestándolo:
– Espera, espera… noooo que me esperen que me volví un desastre y quiero cambiarme… nooo… noooo…! A mí me estresa estar toda embarrada.
De malas, al que me pregunte, que me estoy bañando y que me espere… no, no seas boba, tú sabes que no… 0k.
– silencio.
Había colgado.
Cerró la puerta de la habitación y empezó a gimotear a bajo volumen.
Asomé media pupila.
Ahí estaba, dándome la espalda – ¡mamasita!, ese culote ese bicicletero azul brillante… ummm – y untada de barro por un costado, casi completo.
Gimoteaba por renegar, no era buena para sentir la tierra.
Yo, estaba muerto.
Ella iba a entrar al baño, y no había ninguna explicación satisfactoria para ella de por qué diablos yo seguía ahí.
Para mí, era completamente satisfactoria: Estaba comiéndome sus calzones.
Pero ya no tenía ninguna escapatoria.
Solo, quizá, me quedaba, antes de que pasara un segundo más, hacer algún ruido y delatarme, para inventar alguna razón por la que todavía estuviera ahí, alguna historia convincente, y aceptar una culpa menor por dicha historia inventada que la vergonzosa verdad de restregarme sus calzones en la cara.
Listo, salgo en tres… dos… uno… cero! No fui capaz.
Volví a asomar media pupila: Cindy tenía el caramelo en la mano y lo observaba.
Se había girado un poco y casi podía verme.
– esto sí no me lo esperaba – susurró para sí misma.
Se sentó en el borde de la cama y destapó el chocolate.
Se lo metió en su sonriente boca y dio dos bocados.
Parecía muy satisfecha, contenta y felizmente sorprendida.
Masticaba elegantemente sin perder la sonrisa ni el asombro.
Bueno, hasta que me vio.
Su encantadora expresión se desvaneció y se transfiguró en algo muy opuesto.
Al principio, fue miedo.
Pero fue un segundo, máximo.
Para el siguiente, me había identificado y cambió el miedo por ira y odio abrasador.
– ¿Y USTED QUE HACE AHÍ?
Capítulo 5
Cindy estaba muy convencida de su superioridad.
Me hizo sentir que si fuera yo un desconocido con pasamontañas y un cuchillo en la mano, me habría tenido respeto y hubiera conservado el miedo, en vez de perderlo por saber que se trataba de mí.
Se puso de pie y caminó hacia mí, gritándome groserías “de clase alta” que lo hacen a uno sentir todavía peor.
Salí a la luz y me preparé para todo.
Ojalá la ejecutiva se hubiera descompuesto y me hubiera sacado un ojo con la uñas, eso hubiera hecho las cosas más llevaderas para mí.
Pero en vez de eso, dijo claramente que me metería a la cárcel por abusivo, por pervertido… quizá se figuró que yo esperaba que se desvistiera.
Entonces agregó lo que era típico en ella.
– “la clase de personas como usted, no pueden aspirar más que vigilantes, aseadoras y mecánicos, y si no; criminales”.
Cuando estuvo a un paso de mí, dejó de hablar.
Evidentemente sintió algún dolor, como una punzada.
Me miró fijamente pero ya no tenía fuerzas ni para odiar.
Había tenido el entrecejo fruncido pero la tensión se le estaba desplazando hacia la parte inferior de los ojos.
Su expresión estaba cambiando al terror.
Le cedieron las rodillas.
Las extremidades le temblaron como si fuera una muñequita de trapo sacudida por una niña que juega bruscamente.
Luego tosió una vez, como si con muy pocas fuerzas intentara expulsar algo, pero era demasiado tarde para reaccionar.
Hasta los ojos se le habían descentrado y habían pasado de odiarme, a suplicarme, y finalmente a no enfocar nada.
Las rodillas le cedieron más y tuve que agarrarla.
Vaya manera de tenerla finalmente en mis brazos.
Seguía haciendo movimientos que intentaban desesperadamente ser tos, pero no daban ni la primera cuota.
Cayó.
Convulsionó por unos treinta segundo más, hasta llegar a un siniestro clímax de agonía destacado por un estertor sonoro y aterrador.
Exhaló con fuerza hasta la última gota de aire que tenía dentro, haciendo vibrar la lengua hasta quedar vacía y atragantarse con ella.
Recogió el cuerpo entero, y después de unos segundos más, se quedó completamente quieta.
El único movimiento que había era una ligera espumilla que le salía de la boca.
Cindy Carrión acababa de morir envenenada.
No creo que, de todas las personas que han existido en el planeta en todas las épocas, muchas puedan decir que han visto caer muertas a sus pies a las personas que más los habían humillado, en el momento pleno de una de las humillaciones.
Los pensamientos me volaron.
Actividad de la empresa cuya fortuna disputaba la hermosa difunta: Farmacéuticos.
Nada difícil conseguir un poco de Cianuro de potasio en la forma apropiada para ser puesta en un chocolate.
Responsable: Carol Devia Samaniego.
A quién culparían más allá de toda duda razonable: A mí.
No tenía escapatoria… o sí? En el piso había aún un buen pedazo de chocolate, esponjoso y tentador.
Lo tomé en mis manos, pero más ideas vinieron a mi mente.
Volteé a ver los calzones que hacía cosa de tres o cuatro minutos me había estado metiendo a la boca.
No solo era la peor hija de puta que había conocido, sino la hija de puta más sexy y deliciosa que había visto, y qué ganas le había tenido siempre.
Al fin, estaba a solas con ella para hacer lo que quisiera, pero no exactamente en las circunstancias que había fantaseado.
Pero… que Cindy estuviera muerta no tenía que ser necesariamente un obstáculo.
Es decir, yo también lo estaba, por las trágicas coincidencias sucedidas que, invariablemente me inculpaban, y la imposibilidad de defensa delante de un imperio de dinero y poder… “ al que me pregunte, que me estoy bañando y que me espere” recordé.
Tenía tiempo para jugar un rato con lo que más había deseado en toda mi vida, y que tenía ahí servido para mí.
Maldita bruja, murió humillándome.
Recuerdo incluso que dijo: <<con quienes yo, ni muerta>>.
Pues, pensé “Te equivocaste, Linda ejecutiva.
” y me lo empecé a sacar.
Capítulo 6
Ya lo había decidido, y sin pensar mucho.
Si yo no tenía salida y sí un poco de tiempo… La aprecié por unos segundos, esbelta, hermosa, deseable como nunca.
Le acomodé gentilmente el cabello, pues tenía mechones desordenados y arrugados pegados a la baba que hacía un segundo había parado de salir.
La limpié.
La puse boca arriba y le estiré los brazos y piernas.
La cargué a la cama.
Aún olía delicioso.
Le masajeé el rostro con delicadeza, y logré quitarle en buena parte la expresión de horror.
– qué hijueputa tan DI-VI-NA.
– me dije a mí mismo.
Le acaricié el rostro y sin el menor recelo, le besé los labios.
Se me paró.
La acaricié de pies a cabeza, por encima del bicicletero y la camiseta esqueleto.
Acerqué la cara a todo su cuerpo para escanearlo con mi olfato.
De haberla visto por casi tres años en traje elegante, tenerla ahí embarradita me parecía muy romántico.
Besé su ombligo.
La próstata me daba pulsaciones.
Bajé la mirada y descubrí que tenía una erección sin precedentes.
Yo no era circuncidado, pero aún así el glande se asomaba casi todo.
Le empecé a quitar la ropa.
Debajo de su fino y brillante bicicletero tenía una tanga, azul también, aunque más oscuro.
Qué gloriosas nalgas, redondas y prolijas.
Las besé.
Ese vientre, ah… ese vientre pequeñito que se elevaba como una pista hasta empezar las costillas y después… esos senos erectos con orgullo.
Le besé desde las rodillas hasta el pubis.
Le chupé al calzón, qué morbazo.
El olor a panocha sudorosa por la actividad física estaba en su punto, y me lo sorbí todo.
Me le puse encima, le chupé las tetas y metí su boca en la mía.
Le lamí los dientes y la comisura de los labios – por si se lo preguntan: El cianuro que ella había ingerido, ya había reaccionado y convertídose en otra sustancia, sino, no estaría muerta -.
Le corrí la tanga a un lado y la penetré.
Uff… ahí estaba yo, dándole verga a Cindy Carrión… qué delicia! Perreé como loco.
En un arrebato de descontrol, me puse de pie y la llevé al sillón que había al lado.
Me senté y la puse de frente sobre mí, con algo de esfuerzo, claro, y lo seguimos haciendo.
Me encantaba tragarme su aroma de mujer irresistible mientras le bombeaba y le masajeaba sus perfectas nalgas.
También le pasaba las palmas de mis manos por toda la espalda.
Le daba verga mientras soportaba su peso.
Su cabeza colgaba al lado de la mía y sus cabellos me cubrían.
Sus brazos estabas tendidos a los lados de sí en la posición más azarosa que la caprichosa gravedad había querido.
Estaban retorcidos.
Gemía con locura.
Su teléfono sonó.
Ahí estaba el mundo afuera, creyéndose normal, con las actividades de mierda planteadas por las psicólogas, mientras yo le daba verga a una ejecutiva muerta.
La sola idea me hizo venir.
Me descontrolé en temblores y gemidos al tiempo que le proporcionaba a mi amante sin vida chorros calientes de espeso semen.
Mientras terminaba de experimentar ese descomunal orgasmo, le apreté a Cindy la espalda con las manos y hundí mi cabeza en su cuello.
Qué expereincia tan sublime y hermosa, más allá del entendimiento de cualquiera.
Ya solo daba saltitos ridículos dentro de ella y a pesar de las ricas pulsaciones, ya había dejado de eyacular.
Tomé aire y besé el hombro de Cindy.
Seguí amasando su espalda y me escuché mascullar:
– gracias.
Después de un corto rato de éxtasis, la volví a poner sobre la cama con delicadeza.
Mi intención era despedirme, perdonarla y perdonarme, y comerme el pedacito de chocolate.
Pero cuando me vi de pie junto a ella en la cama, supe que quería más.
El teléfono había dejado de sonar.
Puse el pedacito de chocolate cerca para el caso de tener que tragarlo de emergencia.
Le di la vuelta a mi diosa, la puse de costado con la colita asomada sobre el borde de la cama.
Me puse de rodillas y empecé a comerle el ojo del culo.
Desde que le halé la tanga y le miré su oscuro asterisquito, no resistí comerlo.
Le besé los pliegues al rededor de la rica abertura, le metí la lengua hasta donde entró – bastante, lo que me indicó que Cindy practicaba el sexo anal – y chupé como muerto de hambre.
Sostenía sus nalgas abiertas con las manos mientras me ahogaba mamándole el culo a la ejecutiva.
Me encantaba pensar en todas las veces que la había visto en falda cortísima y que había y había fantaseado con su ano.
Especialmente con su ano.
Ahora estaba chupándoselo.
Ya empezaba a sentirse bien fría.
Terminé la sesión de lengua con un profundo y ruidoso beso negro.
Lo tenía otra vez más duro que un puño, y la enculé.
Perreé por uno minutos y sentí ganas de venirme otra vez, pero pensé que el tiempo se acababa, y también quería hacérselo por la boca.
De seguro no me quedaría tiempo para recuperarme otra vez, así que solo me quedaba una venida.
Se lo saqué de su gloria de culo y con un poco menos de delicadeza que las veces anteriores, le di la vuelta.
Ahora era la carita la que se asomaba sobre el borde del colchón.
Le metí los dedos en la boca, la abrí un poco y se la metí.
Pero su lengua estaba en una posición muy rara, así que tuve que acomodársela con dos dedos.
Le dí por la boca como un loco.
Le estrujaba las tetas y le metía los dedos en la cuca mientras le bananeaba esa garganta.
Mi cara de placer debió ser increíble.
Terminé.
Le puse una mano sobre la cabeza para dar mejor el perreo final.
Por ser la segunda venida, no eché mucho semen, pero eché.
Tenía el corazón a mil y perdía fuerzas.
Se lo tuve que sacar.
La boquita se le cerró y empezó a escurrir un delgado hilo de semen de la comisura.
Yo le besé el otro lado de la boca y le susurré
– has sido un ángel conmigo.
La puse en la posición más digna posible y me acosté detrás de ella un rato.
Fue hermoso.
Fué el sexo más intenso que tuve en la vida.
Tomé el chocolate en mi mano.
Capítulo 7
Se me hizo agua la boca, por saber que venía la textura y el sabor del chocolate.
Pero otra vez las ideas me detuvieron.
Ya que moriría e iba a dejar a todos aburridos y asombrados, decidí dejar algo más todavía.
Tomé su teléfono y me hice varias fotos con ella.
Una de mi pene en su boca, otra de mi lengüeteándole el ano, y otra chupándole la vagina.
Fué en ese juego, tan divertido que se me pasó el tiempo y el mismo Carlos L. entró a sorprenderme.
Me lancé sobre la golosina de la salvación pero con la punta de los dedos, la tiré accidentalmente bajo un mueble.
Cuando estaba yo ahí intentando frenéticamente alcanzarla, varios compañeros de la empresa me sujetaron.
Carol Devia hizo algo ordinario.
No obstante se volvió famosa.
Hizo algo típico de novelas policiales que todavía tenía algo de salida en el mercado de los medios.
Fue condenada según las ridículas leyes de mi país, y al tiempo fue entrevistada por escritores para hacer su historia, documentales y artículos.
Y si eso le pasó a ella…
Yo tuve la misma suerte, pero multiplicada por dos o tres y con un agregado singular: No fui condenado.
Carol Devia se gozó completamente la historia de sexo entre la difunta Cindy y yo, y aprovechó para alimentar el morbo de la prensa, diciendo “Fue una perra incluso ya muerta”.
De esa manera, dio una versión de lo sucedido que encajaba completamente con la mía y me benfició enormemente.
A ella la juzgaban por homicidio, a mí solo por depravado.
El vuelco de atención sobre mí fue multitudinario.
Las fotos del celular de Cindy se filtraron y el escándalo pasó a ser de talla mundial.
Los pequeños grupos activistas en pro a la libre sexualidad aprovecharon para alzar la cabeza y gracias a mi historia, crecieron mucho.
Muchísimo.
Me visitaron periodistas de varios países donde la lucha pro necrofilia se acrecentaba.
En cuestión de semanas tuve ofertas para exiliarme, y después de una fuga de película – esa, es otra historia – estoy aquí.
Carlos L. tuvo la desgracia de que a su amante la mataran y violaran en el país con la justicia más cagada del mundo.
Tuvo que salirse de lineamientos y buscar justicia por su propia cuenta, pero primero el estado y después los grupos activistas, me dieron protección.
La prensa negativa obligó a que Unifarma fuera dividida en más de dos empresas que adoptaron nombres nuevos, intentando no arrastrar la depravación que había manchado a Unifarma.
Todo el asunto, tanto para Carol como para mí, pasó del odio del público al rápido olvido.
Tan pronto como un grupo terrorista usó un arma nuclear en Siria – que desencadenó la tercera guerra mundial-, el infierno se desató en el planeta y la doble moral se le devolvió a la gente en la cara.
Por la enorme probabilidad de no vivir otro día, todas las personas, en especial aquellas que juzgaban a las otras personas, sacaron de la represión a relucir sus lados oscuros, varios mucho, mucho peores que el mío.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!