El amor sin concepción
El amor verdadero exige un producto concreto que nos haga recordar para siempre al ser amado. Claro que no siempre es mutuo el deseo, y ni siquiera de alguno, pero, a veces, el producto existe. Van algunos ejemplos que salieron en una charla con Hugo, uno de mis amigos..
Durante varios días noté que mi amigo Hugo tenía semblante triste, coincidíamos en el bus, en el trayecto mañanero hacia nuestras respectivas actividades laborales. La primera vez que coincidimos nos dio mucho gusto ya que habíamos sido amigos en la infancia y, posteriormente, cuando tuvimos que hacer estudios universitarios nos alejamos.
–Hola, Hugo, te he notado triste y preocupado estos días. Si requieres algo, y yo puedo ayudarte, no dudes en pedirlo –dije, pensando en que quizá él tuviese un apremio económico.
–¡Gracias, amigo! En realidad, es algo muy personal y no puedes apoyarme, yo debo resolverlo solo –contestó amablemente, forzando una sonrisa y se volteó hacia la ventana para ver el paisaje.
–Bueno, discúlpame si te molesté con mi ofrecimiento –dije apenado por lo cortante de su respuesta.
–¡No, perdóname tú! Es mi ensimismamiento en el asunto que tengo lo que me hizo contestarte de manera escueta y muy agresiva –sonrió y añadió– Quiero platicar con alguien lo que me pasa, pero no es este el lugar. Te invito el viernes a cenar a mi casa.
El viernes llegué con una botella de brandy y un ramo de flores para su esposa. Olía a un asado delicioso.
–Pasa. Gracias –dijo, y tomó la botella, pero suspendió sus movimientos cuando vio las flores.
–Son para Blanca. ¿Dónde está? –precisé al extenderle el ramo.
–Ella pasará esta noche en casa de su mamá, pidió que la disculparas, pero hizo la cena y me dio instrucciones para servirla –aclaró tomando el ramo.
–Toma asiento, voy por un florero, deténmelo –me regresó el ramo, dio media vuelta y bajó el florero de lo alto de una vitrina para llevarlo a ponerle agua.
–¡Están hermosas! Seguramente le gustarán mucho –aseguró al colocarlas en la mesa de centro –. En realidad, le comenté que te había invitado a cenar para hablar contigo de mí y ella me dijo que nos dejaría solos para no interrumpir ni molestar.
–Pues comencemos… –solicité.
–Primero empezamos a comer –ordenó, tomándome del brazo para encaminarme al lavabo.
Durante la deliciosa cena, platicamos intrascendencias sobre la situación política y los deportes, incluso al lavar los trastes, me tocó secarlos. Después sirvió el café y unas copas de coñac para irnos a la sala.
–Te agradezco que hayas venido –dijo golpeando suavemente su copa con la mía, yo asentí y dije “¡Salud!” –. ¿Cuántos hijos tienes? –me sorprendió con su pregunta pues los conoce.
–Cuatro, ya los conoces –contesté con un ligero tono de reprimenda.
–Sí, pero ¿nunca tuviste uno fuera de tus matrimonios? –insistió– ¿o quizá deseaste otro con alguna mujer distinta?
–Bueno, sin compromisos, es decir, ya divorciado hubo dos mujeres a quienes quise darles un hijo pues deseaban ser madres a sus 35 años, antes de que pasara el tiempo para ellas. Una me rechazó en pleno coito separándose abruptamente de mí cuando le dije “Hoy vas a ser madre” y me moví con más vehemencia. El semen cayó en las sábanas y me sentí triste. Debo aclararte que con ella practicaba el coitos interruptio, saliéndome y derramando mi semilla en su abdomen, la cual ella dispersaba en su piel sonriendo y satisfecha pues siempre he tenido la costumbre de hacerlas gozar mucho produciéndoles múltiples orgasmos. Entendí que sólo me quería para su diversión, pues a la siguiente invitación que tuve me dijo “Ahora sí puedes venirte dentro de mí, me puse un DIU” –aclaró.
–¿Y la otra…? –preguntó.
–La otra fue muy patética. Se trataba de una amiga de la infancia, podríamos llamarle “mi primera novia” ya que nos acariciábamos, besábamos y manoseábamos desde los seis años y dejamos de hacerlo a los diez, cuando se cambiaron pues había fallecido su madre –expliqué con la mirada en la lejanía.
–Sí, recuerdo a una niña a la que preferías cuando iba a sonsacarte. ¡Pero eso no tiene que ver con hacer niños! –reclamó.
–Sí, lo entiendo, pero no me dejaste terminar –expliqué–. Un cuarto de siglo después fue a buscarme al trabajo. No sé como dio conmigo. Me sentí feliz de verla y aunque no era una belleza, me emocioné con los recuerdos. Originalmente fue a pedirme un favor para su hermano Víctor y se lo hice posteriormente, pero mi pregunta inmediata fue expresar “¿Víctor?, pensé que sólo se llamaba Jorge”, y ella me puso al tanto que Jorge ya había muerto, que su padre volvió a casarse y tenía otra familia. Ella y sus dos hermanas vivían juntas, sin haberse casado, incluso seguían vírgenes, cosa que no creía su padre.
–¡Caramba!, qué traumático… –sonrió Hugo.
–Bueno estas cosas las supe poco después ya que comenzó a frecuentarme a mi departamento y al trabajo. El pretexto ahora fue que quería ver a mi mamá, quien había sido gran amiga de la suya. El encuentro fue emotivo, hubo llanto por ambas partes al recordar a doña Elena. Al poco tiempo reanudamos los besos y los abrazos, incluso el manoseo en las tetas que me dejó mamarlas a gusto. Pero cuando le propuse ir a un hotel cuando salí del trabajo, ella se negó como si fuese una quinceañera. Entendí que ella no quería exponerse al embarazo, y menos a la maternidad. Yo estaba deseando hacerla madre, pero me desencanté y fui enfriando el asunto. Vaya, ni siquiera tuvimos coito. Cuando me casé por segunda vez, ella me buscó sólo para reclamarme que me hubiera casado. “Seguro que la embarazaste antes” señaló con un dejo de ira.
–¡Carambolas!, quién entenderá a las mujeres –señaló con un tono de tristeza.
–Hubo otro par de casos, con dos migas casadas, que sólo llevaban control de la natalidad en las pocas veces que hacían el amor con sus maridos, pero no conmigo. Incluso se molestaban cuando me salía de ellas para regarles el ombligo con mi esperma, lo cual era frecuente salvo cuando me aprisionaban con brazos y piernas al darse cuenta que ya eyacularía. Yo les hacía ver el problema que podrían tener si salían embarazadas. “No creo que se dé cuenta que no es suyo”, coincidieron en ambos casos. Una de ellas aseguró “Me gustaría que uno de mis hijos fuera tuyo”. Aunque fueron dos años con una y tres con otra, afortunadamente no pasó nada. Hubo otras tres amigas, solteras, pero también mayores de 35 años quienes, cuando me salí de ellas, se quejaron con tristeza de que no me hubiera venido dentro de ellas. No pregunté por qué, posiblemente sí se cuidaban, pero querían sentir el calor de mi venida, o quizá… –me detuve para no parecer presuntuoso–. Perdón, ya estoy hable y hable, pero eres tú quien me contaría algo.
–No, yo fui quien preguntó y me pareció muy pertinente tu plática, verás por qué… –dijo y en una charla larga me contó que él era infértil, pero que su mujer quería un hijo.
–Pues sí está grave… –fue lo más que se me ocurrió.
–Hace unos días recibí el último dictamen, de muchos más estudios que me he realizado, y el médico me trató con mucha benevolencia cuando le expliqué la amargura de mi esposa, pero me pareció escuchar a mi padre, que en paz descanse, por la calidez y la sinceridad con que me habló –dijo Hugo mirando sombríamente hacia el piso–. Sí, no quiero perder el amor de mi mujer por mi egoísmo, ni tirar por la borda todo lo que hemos construido juntos, ¡quiero que sigamos siendo felices! –gritó Hugo antes de soltar el llanto. Lo abracé durante casi dos minutos que lloró antes de calmarse–. Discúlpame, quiero oír tu opinión sobre lo que traigo en la cabeza.
–No te preocupes, te escucho con atención y, aunque no tengo la capacidad de un profesional en estos asuntos, sí te daré mi opinión de amigo –dije con franqueza y recordé “El calor y la ocasión” que escribí hace tiempo y omití, por el momento el caso, deseando que Blanca, su esposa, no tomara por sí misma y sin avisar la acción relatada ahí.
Hugo me contó que llevaba año y medio de análisis y tratamientos, y su esposa cada día estaba más triste, pero resignada a dejar de lado uno de sus más grandes anhelos: ser madre. Expuso que, aunque Blanca le propuso la adopción, él entendía que no era suficiente para las ilusiones que ella tuvo siempre al imaginar su parto, con Hugo a su lado. Yo estuve de acuerdo, pero eso sólo sería un detalle menor, ya que algunas dan a luz completamente anestesiadas y cuando no es así, pocas veces está el padre en la sala de parto. Solamente recuerdan el embarazo por la gran cantidad de molestias que padecieron. Lo que verdaderamente une a los padres es participar en la educación de los hijos, le señalé como bondades de esa opción.
Luego contó la inseminación artificial con semen de un donante anónimo. Hugo y su esposa no querían acudir a un banco de semen, preferían conocer al donante, pero eso traería otros problemas correspondientes a la posibilidad que el donante supiera quién es su hijo. Similares problemas, y quizá aún mayores, tendría si la inseminación no fuera artificial, pero sin duda eso sería parte del encanto de entregarse para ser madre.
–Estamos ante estas dos opciones de inseminación y no sabemos qué conviene más… – dijo y yo me turbé ante la manera en que me miró, no fuera a ser que me veía como donante, fuera inseminación artificial o natural.
–Alguno de tus hermanos…–“No tengo”, interrumpió como si fuese algo que ya habían pensado–, o quién de los cuñados, esposos de tus hermanas, o concuños ¿te parece buen espécimen? –pregunté con temor.
–Sí los hay, y mi esposa acepta que no serían mala opción, pero Blanca se niega a tener relaciones con alguno de ellos –dijo tajante–, piensa que luego podrían sentirse con derecho a fornicar.
–Bueno, cada quien sus costumbres… –señalé y pasé a otra posibilidad con más visos de aceptación–. En ese caso habría que recurrir a la inseminación intrauterina (IIU), pero tendría que ser con ayuda, aceptación y secrecía de tu hermana, si se tratará de tu cuñado; o de la hermana de tu mujer, si se tratara de tu concuño.
–¡No serás experto del tema!, pero esa opción es la más simple. Más cuando el donante no se enterara. ¡Seguramente mis hermanas o las de Blanca sabrán guardar el secreto! Bastaría tener el condón con la carga recién extraída y vertérsela a mi mujer en el útero. ¡Eres un genio! –exclamó.
–No te apresures. Aunque la IIU es un procedimiento de baja complejidad en el cual se introduce una muestra de semen, debes consultar con el médico si se requerirá de alguna parafernalia adicional o si tú, después de verter el semen directamente del condón, le “ayudas” con tu pene a que entre bien –expliqué– así será más completa la ilusión de que es tu hijo.
–Qué bien que platicamos. Yo me estaba haciendo a la idea de que ella buscara “ayuda externa”, de algún antiguo novio u otro hombre que le pareciera atractivo, pero no sabría cómo rumiar con eso a lo largo de los años.
–Hay casos, y no son pocos, donde un padre sabe que su hijo no es de él, pero entiende y lo sobrelleva sin sombras.
–¿Cómo puede ser eso? –me preguntó.
–A veces, la mayoría, sólo es producto de la calentura; otras es la necesidad de la maternidad
Me puse a contar el caso de Roberto con Tita y el amor de Saúl. También el posible cálculo de Adriana y Eduardo para usar a Saúl, el esposo de Tita. Y el caso de la tía de esta que estuvo tan activa que hasta los 90 años en que seguía de cogelona con sus viejos amores con quienes tuvo siete hijos, y ninguno era del marido, pero ella lo supo en el lecho de muerte del cornudo, quien le agradeció su alegría, su familia y su discreción, ya que él era infértil. “¡No mames! ¿Eso es cierto?”, se asombró Hugo. “Pues eso cuenta mi amiga y, dado su historial, le creo”, contesté.
Te contaré otro caso que me tocó verlo, y sentirlo de cerca. Se trata de una mujer que concibió una hija después de dos años de desearla. No sabe si es de su esposo o no, pero eso hizo la felicidad del matrimonio y le conté “El calor y la ocasión”. (Que no había publicado aquí, pero lo subo ahora mismo.)
Escribo este relato porque hoy me enteré que Hugo y Blanca ya estaban esperando bebé. Obviamente no pregunté cómo ni quién. ¡Felicidades!
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