El Calentamiento
Frankie bajaba del bus escolar con la camiseta rota y olor a mentol..
Ahí estaba. En medio del bosque, con un grupo de adolescentes que apenas sabían rebotar un balón y un entrenador que parecía haber sido despedido de siete equipos anteriores. Tyson, lo llamaban. Malhablado, impulsivo, obsesionado con el baloncesto como si fuera lo único entre él y el fin del mundo.
El plan era sencillo: un retiro de calentamiento antes del torneo interescolar. Solo tres días en una cabaña prestada, algunos ejercicios físicos, comidas mediocres y charlas motivacionales.
Solo que no contaban con Selene —una mujer con pinta de ama de casa y aura de semidiosa— que aparecería en escena como si fuera parte del cuerpo técnico.
La primera noche fue tranquila. Mucho arroz, mucho sudor, muchas quejas. Pero entonces, Frankie se despertó a las 3:33 a. m. con un solo pensamiento en la cabeza: “Ese cuaderno no debería estar ahí.”
Estaba sobre la mesa, justo al lado de su camarote. No lo había distinguido cuando se fue a dormir. Un cuaderno negro, sin nombre, cubierto de una película fina de polvo que parecía haber estado allí desde siempre y a la vez, recién colocado.
Al abrirlo, encontró una hoja escrita con letra apurada y tinta seca. Solo decía:
“Frankie: sendero sur, junto al árbol quemado. 11:15 a. m. Solo.”
No había firma. No había explicación. Solo esa indicación. Precisa. Fría. Directa.
A las 11:10 a. m., Frankie salió en silencio de la cabaña, con los zapatos en la mano y el cuaderno bajo el brazo. El aire olía a tierra mojada y carbón viejo. Siguió el sendero sur, esquivando ramas como si lo conociera de antes.
Lo vio desde lejos. Un tronco carbonizado en medio de la niebla, como un dedo negro apuntando al cielo. Y a su lado, una figura.
—Llegaste —. No era agresiva. Era… cansada. Tranquila.
Frankie se detuvo.
—¿Quién eres?
Una mujer. Cincuenta y tantos. Pelo recogido. Abrigo largo. Mirada directa.
—No importa quién soy.
Silencio.
—¿Por qué me dejaste ese mensaje?
Ella dudó. Luego dijo:
—Porque hay cosas que necesitas saber. Cosas que debes saber, tu y tus amigos
Frankie tragó saliva. El cuaderno parecía más pesado. Más real.
—¿Qué cosas? —preguntó.
Ella respiró hondo. Abrió su bolso. Sacó un sobre amarillento. Y se lo extendió.
—Empieza con esto. Pero léelo cuando estés solo. Y no se lo muestres a Tyson. De hecho, no confíes en él.
Frankie lo tomó sin abrirlo.
—¿Puedo confiar en ti?
Ella sonrió. Triste.
—No. Pero eso no significa que vaya a hacerte daño.
Frankie volvió a la cabaña antes de que el sol subiera a tope. Nadie se había dado cuenta de su ausencia. Entró en silencio, se deslizó bajo su cobija, y solo entonces sacó el sobre amarillento del bolsillo del abrigo.
Lo abrió con manos temblorosas.
Dentro encontró varias hojas arrugadas, notas escritas a mano con distinta caligrafía, y fotos. Muchas fotos. Todas de campamentos pasados. Distintas generaciones. Distintos equipos. Pero en casi todas, siempre aparecían Tyson y Selene. A veces jóvenes, a veces casi igual que ahora. En algunas fotos estaban con otros adultos. En otras, apenas visibles entre sombras.
Había una imagen particularmente inquietante: un grupo de chicos, todos desnudos, de pie frente a una cabaña parecida a la actual.
En otra imagen, tomada claramente sin que los jóvenes se dieran cuenta, un muchacho sentado en una piedra, mientras una mujer parecía estar practicándole sexo oral. La fecha: hace cuatro años.
Frankie volvió a mirar la primera foto, donde Selene posaba al lado de Tyson, ambos sonrientes. Detrás de ellos, la misma mujer del árbol quemado.
Las notas hablaban de “protocolos”, de “incidentes pasados”, de “silencios necesarios para proteger a los nuevos”. Hablaban de un juego que no siempre fue solo un juego. De chicos que comenzaron a comportarse extraño… o que simplemente desaparecieron del torneo sin más explicación.
Frankie cerró el sobre con rapidez. Lo escondió entre su ropa. Tenía muchas preguntas y apenas empezaban a formarse.
Pero una cosa era clara: esto no era solo baloncesto. Y él no estaba ahí por casualidad.
Después del almuerzo, Tyson llamó a todos los chicos al claro junto a la cancha improvisada.
—¡Pongan atención, ineptos! —rugió—. A partir de hoy, vamos a hacer esto un poco más… profesional. Así que les presento a la nueva asistente técnica. Algunos ya la conocen. Para los que no, se llama Selene. Y sí, puede que les grite más que yo. Vayan acostumbrándose.
Frankie sintió que se le encogía el estómago. Selene salió de la cabaña con una carpeta en la mano y una gorra mal puesta. Sonreía, pero sus ojos escaneaban al grupo como quien repasa fichas de ajedrez.
Durante el entrenamiento, Frankie no dejaba de observarla. Sus gestos, sus miradas a Tyson, los momentos en que se alejaba a tomar notas en su libreta. Al final de la jornada, la abordó mientras revisaba botellas de agua junto al alijo de equipo.
—Necesito hablar contigo —dijo él, con firmeza.
Selene ni se inmutó.
—Eso suena como algo que podrías haber dicho después de ducharte —respondió sin mirarlo.
—¿Podemos ir a algún lugar más privado? —añadió Frankie, bajando un poco la voz. Selene lo miró, con esa expresión suya que parecía leer más de lo que decía.
—Sí. Acompáñame.
Lo condujo por la parte trasera de la cabaña, cruzaron un pasillo estrecho y llegaron a una puerta con cerradura antigua. Selene sacó una llave de su bolsillo y la abrió con cuidado. Era una pequeña oficina con una ventana angosta, una lámpara de escritorio, archivadores metálicos y una silla plegable.
—Aquí podemos hablar —dijo, cerrando la puerta tras ellos.
Frankie se sentó sin que se lo pidieran. Sacó el sobre con lentitud y lo colocó sobre la mesa.
—Tengo esto —le soltó.
Selene sí lo miró entonces. Breve. Directo. Como si ya supiera lo que venía.
—¿Lo abriste?
Frankie asintió.
—¿Por qué estás en todas esas fotos? ¿Por qué Tyson también? ¿Qué pasó en esos campamentos? ¿Qué les pasó a esos chicos?
Selene suspiró. Se sentó al otro lado de la mesa. Apoyó los codos. Lo miró con seriedad.
—Eso depende de cuánto quieras saber, y cuán pronto estés dispuesto a aceptarlo.
Selene se sentó junto a Frankie y coloco una mano sobre su pierna, lo acarició lentamente, metiendo su mano bajo la pantaloneta de él casi hasta sus testículos.
Frankie no sabía que hacer, así que se quedó quieto.
—Este lugar… no es lo que parece —dijo Selene, sin rodeos. Mientras le agarraba las bolas a Frankie, se las sobaba en círculos de arriba abajo.
—¿Qué es entonces? (dijo el respirando entrecortadamente)
Ella se inclinó hacia él, cruzando su otro brazo por los hombros de Frankie. Lo observó con una mezcla de compasión y evaluación, como si midiera cuánto podía decirle sin quebrarlo.
—Oficialmente, es un retiro deportivo para motivar el trabajo en equipo y mejorar habilidades antes del torneo. Extraoficialmente… es un filtro.
—¿Filtro?
—Aquí traemos a chicos como tú. Alguien vio algo en ti, Frankie. Y no hablo de talento en la cancha. Hablo de otro tipo de intereses.
Frankie frunció el ceño mientras notaba como su pene se iba erectando poco a poco
—¿Qué me vas a hacer?
—No te lo tomes como algo personal. No eres el único.
Se acercó y le beso la mejilla con ternura.
Frankie la miraba.
—¿Y qué se supone que haga yo?
—Disfrutar. Observar. Y sobre todo… confiar ciegamente en mí.
Hubo un silencio denso.
Selene sonrió apenas.
—Eres realmente lindo. Eso ya te hace diferente. Ahora, Desnúdate
Frankie dudo, los nervios lo invadían, pero Selene era una mujer demasiado imponente para él, era alta, con un cuerpo perfecto en el que sobresalían sus caderas, usaba una pantaloneta similar a la que él tenía puesta y sus piernas torneadas eran la admiración de cualquiera. Tenía un rostro precioso de ojos verdes, el pelo castaño recogido que dejaba a la vista unos grandes aros en sus orejas.
Frankie se desnudó, obedeció con lentitud y nuevamente se sentó cubriendo con sus manos su erección. Selene sonriéndole se sentó sobre él, obligándolo a apartar sus manos, su verga se aprisionó contra la vagina de Selene, únicamente separados por la tela de la pantaloneta.
Frankie respiraba agitadamente, sobre su rostro habían quedado los pechos de Selene, ocultos tras su camiseta, ella se movía sobre él como si estuviera cogiendo, pero lento, dándose placer previo, disfrutaba del dominio que ejercía sobre ese chico.
Con un movimiento rápido Selene se quita la camiseta y deja a la vista de Frankie unas pequeñas pero hermosas tetas, firmes. Selene se encarga de acercar sus pezones a la boca de Frankie y lo instruye en como debe lamer y chupar.
Frankie podía sentir la vagina de Selene en su verga, se incrustaba en el medio con cada movimiento y esto le producía un enorme placer. Selene solo sonreía. Un jadeo, y una mancha de semen juvenil empapó la pantaloneta de Selene.
Frankie bajó la mirada, avergonzado.
Levantó la vista hacia Selene, que seguía sobre él, inmóvil, observándolo como si cada segundo fuera una prueba que debía pasar.
—¿Y si me preguntan? —dijo, apenas por encima de un susurro—. ¿Qué les digo a los demás?
Selene acercó su rostro y apoyó una mano firme sobre el de él, un dedo sobre sus labios.
—No dirás nada —respondió—: Estás aquí para ganarte un puesto.
Hizo una pausa.
—Pero si alguien te pregunta de verdad, tráelos a mí.
Frankie respiró hondo. Sintió que había cruzado una linea. Una que, una vez cruzada, ya no le permitiría volver atrás.
—Entonces empiezo a mirar distinto —dijo.
Selene asintió. Ya no sonreía. Ya no se protegía detrás del personaje de asistente técnica.
—Ya lo estás haciendo.
Selene le dio espacio. Frankie recogió su ropa, y caminó hacia la puerta. Antes de abrirla, se volvió una última vez.
—No me gusta mentir.
—No lo hagas —dijo Selene—. Solo… elige bien a quién le dices la verdad.
Frankie salió al pasillo, sintiendo que todo había cambiado aunque nada pareciera distinto.
Y sin saberlo, ya lo estaban observando.
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