El Culo de Mi Hermana: Un Vínculo Salvaje
En una noche cargada de deseo prohibido, mi hermana Ana y yo cruzamos un límite que cambiaría nuestras vidas. Lo que comenzó como un juego de miradas en la playa se convirtió en una entrega total, explorando los placeres más íntimos y oscuros en una danza de pasión y tabú..
Era una noche calurosa de verano, de esas en las que el aire parece cargado de electricidad y todo el mundo se siente un poco más vivo, un poco más audaz. Mi hermana, Ana, y yo habíamos crecido juntos en una casa grande en las afueras de la ciudad, pero desde que nos mudamos a nuestro propio apartamento hace un par de años, las cosas habían cambiado. Ella tenía 16 años, yo 25, y aunque siempre habíamos sido cercanos, había una tensión entre nosotros que ninguno de los dos podía ignorar. Ana era hermosa: cabello castaño largo que le caía en ondas sobre los hombros, ojos verdes que brillaban con picardía, y un cuerpo curvilíneo que me volvía loco. Yo, por mi parte, era el típico hermano mayor, atlético gracias al gimnasio, pero siempre un poco torpe con las palabras cuando se trataba de ella.
Todo empezó esa tarde. Habíamos pasado el día en la playa, riendo y jugando en el agua como cuando éramos niños, pero con toques sutiles que no eran tan inocentes. Sus manos rozando mi espalda mientras me ponía protector solar, mi mirada deteniéndose demasiado en su bikini rojo que apenas contenía sus curvas. Al volver a casa, el sol nos había dejado exhaustos, pero también excitados. Cenamos pizza en el sofá, viendo una película tonta, pero ninguno de los dos prestaba atención. Ana estaba sentada a mi lado, con las piernas cruzadas, y yo no podía dejar de mirar cómo su short corto se subía por sus muslos.
«¿En qué piensas, hermanito?» me preguntó de repente, girándose hacia mí con una sonrisa juguetona. Su voz era suave, casi un ronroneo, y sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal.
«Nada… solo en lo bien que lo pasamos hoy,» respondí, intentando sonar casual, pero mi voz traicionó un poco de nerviosismo. Ella se rio, una risa baja y seductora que me hizo tragar saliva.
«Mentiroso. Te he visto mirándome todo el día. ¿Qué pasa? ¿Te gusto o algo?» bromeó, pero había un brillo en sus ojos que me decía que no era solo una broma. Se acercó un poco más, su rodilla tocando la mía.
«Ana, no seas tonta,» dije, pero mi corazón latía con fuerza. «¿Y si te digo que sí? ¿Qué harías?»
Ella se mordió el labio inferior, un gesto que siempre me había vuelto loco. «Pruébame,» susurró, inclinándose hacia mí. Antes de que pudiera pensarlo dos veces, la besé. Sus labios eran suaves y cálidos, y el beso se intensificó rápidamente. Sus manos se enredaron en mi cabello, y las mías bajaron a su cintura, atrayéndola hacia mí. Nos besamos con hambre, como si hubiéramos estado esperando esto toda la vida.
Rompió el beso para jadear: «Dios, esto es una locura… pero se siente tan bien.» Me miró con ojos llenos de deseo. «Llévame a la habitación.»
No necesité que me lo dijera dos veces. La tomé de la mano y la guie a mi dormitorio, cerrando la puerta detrás de nosotros. La luz de la luna entraba por la ventana, iluminando su silueta mientras se quitaba la camiseta, revelando sus pechos perfectos en un sujetador de encaje negro. Me acerqué y la besé de nuevo, mis manos explorando su cuerpo. La empujé suavemente hacia la cama, y ella se tumbó, mirándome con expectativa.
«Quítate todo,» le dije, mi voz ronca por la excitación. Ella obedeció, desabrochando su sujetador y deslizando sus shorts y bragas por sus piernas. Estaba completamente desnuda ante mí, y era la vista más hermosa que había visto. Me quité la ropa rápidamente y me uní a ella en la cama.
Ana se incorporó un poco y me empujó hacia atrás, subiéndose encima de mí. «Quiero probar algo,» murmuró, con una sonrisa maliciosa. Se posicionó sobre mi pecho, sus rodillas a cada lado de mi cabeza, y lentamente bajó su cuerpo hasta que su trasero quedó justo sobre mi cara. «Siéntate en mi cara,» le había dicho en mis fantasías, y ahora estaba sucediendo de verdad.
«Oh, Dios,» gemí cuando sentí su peso sobre mí. Su aroma era intoxicante, una mezcla de sal de la playa y su excitación natural. Extendí mi lengua y la probé, lamiendo su entrada trasera con delicadeza al principio. Ella se estremeció y soltó un gemido bajo.
«Sí, así… mete la lengua en mi culito, hermanito,» susurró, moviéndose ligeramente para darme mejor acceso. Obedecí, empujando mi lengua dentro de ella, saboreándola profundamente. Era apretada y cálida, y sus gemidos se hicieron más fuertes mientras yo la exploraba con la lengua, girándola y lamiendo cada centímetro. Sus manos se aferraron a la cabecera de la cama, y sentí cómo su cuerpo temblaba de placer.
«¡Joder, eso se siente increíble!» exclamó, balanceándose un poco sobre mi cara. «No pares… oh, sí, justo ahí.» Continué, alternando entre lamer y succionar, hasta que ella estaba jadeando, su humedad goteando sobre mi barbilla. Después de unos minutos que parecieron eternos, se levantó un poco, mirándome con ojos vidriosos. «Ahora quiero más. Quiero que me folles por atrás.»
Me incorporé, mi miembro duro como una roca, y la posicioné a cuatro patas en la cama. Ella arqueó la espalda, ofreciéndome su trasero perfecto. «Sé gentil al principio,» dijo, mirando por encima del hombro. «Pero luego… dame fuerte.»
Asentí, lubricándome con saliva y su propia humedad. Lentamente, empujé la punta contra su entrada trasera, y ella se tensó un poco. «Relájate, Ana,» murmuré, acariciando su espalda. Poco a poco, entré en ella, centímetro a centímetro, hasta que estuve completamente dentro. Era tan apretada que casi me corro de inmediato.
«Oh, mierda… estás tan grande,» gimió ella, empujando hacia atrás contra mí. Empecé a moverme, despacio al principio, disfrutando de la fricción deliciosa. Sus gemidos llenaban la habitación, y pronto aceleré el ritmo, embistiéndola con más fuerza.
«Sí, fóllame el culo, hermanito… más duro,» suplicó, sus manos apretando las sábanas. La tomé de las caderas y la penetré con pasión, el sonido de nuestros cuerpos chocando resonando en el silencio de la noche. Era sexo anal puro y delicioso, como lo había soñado. Ella se tocaba a sí misma mientras yo la follaba, y sus gemidos se convirtieron en gritos de placer.
«¡Voy a correrme!» anunció, su cuerpo convulsionándose alrededor de mí. Eso fue suficiente para llevarme al límite. Con un gruñido, me corrí dentro de ella, llenándola con mi semen caliente. Sentí las pulsaciones mientras descargaba todo, y ella jadeaba, sintiendo cómo la inundaba.
Después de un momento, me retiré lentamente, y ella se giró, tumbándose de espaldas. «Ahora… quiero que lo pruebes,» dijo con una sonrisa traviesa, abriendo las piernas. Se posicionó sobre mi boca de nuevo, pero esta vez de frente, y dejó que mi corrida saliera de su trasero directamente en mi boca. Era cálido y salado, mezclado con su esencia, y lo tragué, lamiéndola limpia mientras ella gemía de nuevo.
«Eres tan sucio… me encanta,» susurró, bajando para besarme, probando el sabor en mis labios. Nos acurrucamos después, exhaustos y satisfechos, sabiendo que esto era solo el comienzo de algo prohibido pero irresistible.
La noche se extendió en más rondas: besos apasionados, caricias exploratorias, y promesas susurradas de repetir. Ana se durmió en mis brazos, y yo me quedé despierto un rato, pensando en cómo nuestra relación había cambiado para siempre. Era nuestra historia, nuestra fantasía hecha realidad, y no cambiaría nada.


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