El deseo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
INFORMACIÓN. Reunión de mujeres en la cocina el día de mi cumpleaños número 30. Ella escucha lo que luego me contará. Una de las mujeres, no importa cual, dice que le han dicho (o sea, ella no lo vio) que Martín tiene la pija más grande de la ciudad. Cuando ella, mi mujer, me lo cuenta, noto en su tono de voz algo de reparo, pero eso no la detiene. Tiene gana de contarlo. Yo la escucho, luego le digo burlón, y te gusta. Nooo, es muy lindo pero no me gustan los pendejos… Además el que desparrama que la tiene tan grande no es una mujer. ¿Qué? Eso, no es una mujer, es gay. ¿Querés decir que Martín se acuesta con tipos? Parece que sí. Dicen que se coge todo lo que se le cruza. Bueno, eso si le dan bola. Lindo es, digo. Es lindo, dice ella, pero a mí no me gusta. ¿A vos? Me rio. De verdad me río. ¿Cómo me va a gustar un tipo?
A la noche cuando nos acostamos, apago la luz, me doy vuelta y un pensamiento aparece de la nada: la pija más grande de la ciudad. ¿Será tan grande? ¿Larga o gruesa? ¿O las dos cosas? ¡Qué me imorta! Ella se acerca y me acaricia. Qué dura la tenés ¿qué estás pensando? Cogerte, le digo y cogemos. Rápido e intenso.
CURIOSIDAD. Pasaron dos o tres días. No volví a pensar en el tema. Vamos a la playa. Es sábado y está precioso, pleno sol y mucho calor. Yo le propongo ir a las playas del sur. Nunca te gustaron. Porque es mucho viaje, pero hoy vale la pena, nos vamos a quedar hasta tarde. No sé, tengo que hacer. Dale, seguro que van los chicos. Los chicos son algunas parejas amigas. Es verdad lo que ella dice, nunca estoy dispuesto a ir a las playas del sur. Pero hoy se me puso que quiero ir. No sé por qué. Insisto hasta que mi mujer accede. Vamos al sur. Donde Martín es guardavidas. Bueno sí, tengo una cierta curiosidad. Pero no es que haya estado pensando en eso. No, se me cruzó en ese momento y tuve una sensación rara. Como de intriga, o no sé… Quería verlo.
CONTACTO. Bajamos a la playa y nos instalamos cerca de la orilla. Apenas ella se puso a tomar sol, yo empecé a recorrer el lugar con la vista. No lo vi y eso me malhumoró. Pero pensé que podía llegar más tarde. Tomé sol, nos bañamos, llegaron amigos. Che, Martín no está, comenté como al pasar. Ella me miró. Yo le esquivé la mirada. Martín entra a las dos, me contestaron. A las dos estaba en la orilla mirando todo hasta que lo vi aparecer. Una oleada de adrenalina me golpeó la panza. Llegó trotando, pasó cerca de mí sin verme y se metió en el agua como venía. Yo volví donde estaban todos y me eché junto a ella mirándolo nadar hasta que se hizo un punto en la lejanía. Entonces reposé la cabeza en mis antebrazos y dejé que el sol me diera de lleno en la espalda. Era placentero sentir ese calor. Se sumaba al gozo extraño por la atracción de algo desconocido y vedado. Estaba espiando a Martín, pero me avergonzaba. Me avergonzaba, pero no lo podía evitar. Esa contradicción me producía mucho placer. Quería y no quería pensar en lo que estaba pasando. Me entredormí hasta que escuché su voz. Alcé la cabeza y lo ví. Primero vi sus pies, después sus piernas, sus muslos. Llevaba una maya corta. Pasé rápido por su entrepierna. No se notaba nada. Hola. Hola. Tiene un cuerpo bien formado, musculoso y está súper bronceado. ¿Qué tal el agua? Se agachó y puso la palma de la mano mojada en mi espalda. El frío de la mano húmeda sobre el calor de mi piel. Sentí un estremecimiento que aumentó al pasar la vista entre sus piernas y pensar que ella podía darse cuenta. ¿Qué te parece? Fría. Ya sabés que está fría, intervino ella, si te bañaste hace un rato. Podía haber cambiado, me excusé. Me miró seria. Después sonrió. Él se levantó. Tengo que trabajar, si quieren pueden usar las duchas. O lo que precisen. Cuando se fue una de las chicas dijo, che, no se nota nada. Otra, ahh, te estuviste fijando. ¿Qué, vos no? Uno de los chicos dijo ¿de qué hablan? Del pendejo, dijo ella, no se nota que va para los dos lados. ¿En serio? Dicen. Puro chusmerío, dije para cerrar el tema. Y no es tan pendejo, dijo una. ¿Cuántos años tiene? Martín tiene 20. Es un pendejo, dijo ella. Flor de pendejo, dijo otra. Eh, eh, eh, dijo su pareja. Ellas se rieron. Ella no. Ella me miraba. Yo, incómodo, miraba para otro lado. Voy a bañarme, dije y me levanté. Voy con vos, dijo ella y me acompañó. Pensé que me quería decir algo. No. Cuando llegamos me hizo una advertencia, tené cuidado hasta dónde te metés…
TENTACIÓN. Cuando el sol empezó a bajar y la gente a irse, decidí darme la última zambullida. Iba para la orilla cuando lo crucé. Voy a cerrar los vestuarios, si querés bañarte te espero. No te hagas problema, si no me baño en casa. Te espero. Como quieras. No te hagas rogar, te lo digo de onda. Gracias, si no me demoro en el mar, voy. Me tiré de cabeza y di unas cuantas brazadas. No quería salir. No quería ir a las duchas. Quería correr a las duchas. No quería. Barrené un par de olas, hasta que una me dejó de nuevo en la orilla. De lejos vi la puerta de los vestuarios cerrada y sentí desilusión y alivio. Caminé hacia donde estábamos instalados y me encontré con que los chicos ya estaban listos para irse. Menos ella. Ella seguía en malla. Te esperaba, me dice. Me seco un poco y vamos. Nosotros nos vamos, se despidieron los demás. Podemos ducharnos acá, dijo ella. Ya cerraron los vestuarios, contesté. Martín nos hace pasar. No vamos a ir a joderlo, no me gusta. Él vino recién a decirme que nos hace pasar. O sea, no es que fui yo a pedirle nada, el pendejo se vino hasta acá e insistió con eso. Dale el gusto. Bueno, juntemos las cosas y vamos al vestuario.
TEMBLOR. Nos vio venir y se adelantó hasta el vestuario. Cuando llegamos ya lo había abierto. Pasen. ¿Seguro no jodemos? Para nada, che. Si yo también me tengo que duchar. Le dijo a ella, ocupá la ducha del medio que sale mejor el agua. A mí, vos la que quieras, voy a buscar mis cosas y vengo. Salió. Ella me dijo, no tardes. Se metió en el vestuario de damas y escuché la ducha. Yo entré al de caballeros, me senté en el banco, saqué mi toalla y mis cosas de tocador y escuché que él estaba de vuelta. Bueno ¿qué tal la pasaron? Bárbaro, de diez. Él se demoraba acomodando sus cosas. Yo me di cuenta que también me demoraba doblando y desdoblando las mías. Pensé, pierdo el tiempo porque él no se saca la malla y yo no me muevo hasta que se la saque porque lo quiero ver. Ay, no. Pero sí. Lo quiero ver desnudo, pensé. Sentí vergüenza, pero seguía ahí, disimulando para no levantarme hasta que él se sacara la malla. Y lo hizo. Dándome la espalda. Y de esa manera salió caminando hacia las duchas. Tenía una buena espalda y un culo potente, de glúteos grandes y firmes. Pero yo quería ver cómo la tenía.
Me desnudé rápidamente y entre la vergüenza por mis pensamientos y la acción del agua en la piel vi mi pija super chiquita y arrugada. La tapé con la toalla por si él se daba vuelta. ¿Qué estoy haciendo? Y estaba haciendo eso, probándome a mí mismo. Experimentando. Sintiendo cosas que nunca había sentido. Pasé delante de la ducha que él ocupaba y otra vez lo vi de espaldas. Colgué mi toalla y me metí en la ducha de al lado. Estaba bajo el chorro cuando lo escucho, ey ¿sale bien? Giro la cabeza y veo la suya mirándome sonriente. Si, le digo, sale bien. Él vuelve a lo suyo. Estoy tentado de hacer lo mismo y asomarme a su ducha. No me animo. Cuando siento que cierra el agua cierro la mía e inmediatamente salgo descolgando la toalla. ¿Ya estás? Pregunta saliendo de la ducha. Se está secando la cabeza y el largo de la toalla le llega al vientre. Lo miro temblando, fugaz. Así en reposo y a vuelo de pájaro como alcanzo a verla, es gruesa. Muy. Y corta. Se pone la toalla a la cintura, yo lo imito. Me arrepiento de no haberla mirado un poco más. A lo mejor mientras nos vestimos tengo otra oportunidad. Nos sentamos a un par de metros uno del otro. Él tiene la toalla amontonada sobre lo que quiero ver. Desde ahí se seca las piernas, los pies. Se para de repente, la toalla se despliega hacia abajo, la levanta como una capa y la deja sobre sus hombros. De ahí para abajo queda completamente descubierto. Parado en pelotas delante de mí. Ahora sí la veo bien. Es de verdad muy gruesa y corta, y así, en reposo, parece descansar sobre los huevos que bailan de acá para allá. No como los míos que son de bolsa corta y quedan pegados, sin movimiento.
Martín termina de secarse dándome la espalda. Ya no me fijo, ya vi lo que quería. Lo que hago es evitar mostrar la mía, me da como vergüencita aunque no creo que él se fije en eso. Ahora yo le doy la espalda a él para vestirme. Che qué cola tenés, no vayas a caer preso… Se ríe. No voy a hablar de mi cola, solo voy a decir que merece su comentario y que cuando lo escuché me turbó. Mucho no me gustó. Pero hice como si no lo hubiera escuchado. Terminamos de vestirnos y salimos. Ella nos esperaba. Estaba muy linda, la piel tostada, el pelo húmedo, su cuerpo envuelto en un pareo. Caminamos los tres hasta el estacionamiento. Chau bonito, gracias por todo. Chau Martín, gracias. No, che, vengan cuando quieran. Nos vemos. El subió a su moto, nosotros al auto. Qué día ¿eh? Todavía hay sol. Maravilloso. Qué atención el pendejo, dijo ella. ¿Martín? ¿Qué otro pendejo hay? No es tan pendejo. Para vos que tenés treinta, no, pero para mí que ya tengo treinta y ocho, es un pendejo. El nene, dije con sorna. Nene no, pendejo. Los nenes no andan por la vida cogiéndose todo lo que se les cruza. Él es un pendejo fifón. Me reí. ¿Y eso? Pendejo fifón, son los que cuando empiezan a coger se creen que en la vida no hay otra cosa. Fifan y fifan y fifan. ¿Y por qué lo decís así? Así, cómo. Con ese enojo. No, enojo no. Simplemente me desagrada. Con nosotros no se mete, y hoy estuvo muy amable. Sí, igual no me cae.
DESEO. Cerveza y porro en el balcón. Una picada liviana. Promesa de buena noche. Estamos los dos inmóviles mirando el cielo, volando. Cada uno colgado en lo suyo. Yo, claro, en todo lo que pasó ese día. ¡Qué pija! Y dormida, no me imagino cómo puede ponerse cuando se calienta. Con razón les gusta tanto a las pendejas. No es eso. Es lindo. Lo imagino como lo vi, desnudo, parado en el vestuario delante de mí. ¿Por qué me habrá dicho lo de la cola? ¿Y a ella qué le pasa? ¿Se habrá dado cuenta que algo raro me está pasando con Martín? A lo mejor por eso es que dice que no le cae bien. Pendejo fifón. ¿Será cierto que se coge todo? ¿Por qué me habrá dicho lo de la cola? ¿Qué pensás? Decimos los dos a la vez y nos reímos. Y nos reímos de no sé cuántas cosas más. Y de nuevo nos colgamos. Y a mí me vuelven las mismas imágenes. Se me está parando. Doy la última seca y me voy a la cama. Ella se queda. Ahora voy. Te espero.
Me desnudo y me echo en la cama boca abajo, sobre las sábanas blancas con la luz tenue que llega del pasillo. Estoy muy relajado, el cuerpo parece de algodón, la cabeza flota. Pienso en Martín. Pero todo es muy tranquilo. Me agrada pensar en él, imaginarlo desnudo en el vestuario, recordar cuando se la miré, la sensación extraña, el cosquilleo. Ahora siento lo mismo. Es un cosquilleo agradable que hace que frote la pija dormida contra la sábana. Me mojo, empieza a endurecerse imaginando el cuerpo de Martín, sus ojos verdes de gato. Paro, bajo. Me aflojo. No me lo permito. Vuelvo a relajarme y estoy adormecido cuando siento caricias suaves en la espalda, en las nalgas, los múslos. Giro y la pija se acomoda hacia arriba. Mmmm, dice ella. A ver cómo está… empieza a pasar la lengua desde la base por todo el tronco. Me calienta. La chupa. Pasa por mi cabeza la idea de chupar yo una pija. La pija de Martín. Que se endurezca en mi boca. Me recaliento y se nota. Cómo estamos hoy, dice ella mirándomela. A ver qué más hay para mí, dice y sube, coloca las rodillas a cada lado de mi cara y dice “Chupá”. Paso la lengua por los bordes, apenas si le toco el clítoris e inmediatamente apoya su concha contra mi boca. Chupala toda. Dejo la lengua afuera y ella se frota. Ay, qué puta que estoy. Se sienta y se seca la concha con la sábana. Se enrosca en mi múslo y se frota despacio echada sobre mí con la cabeza metida a un costado de la mía hundida en la almohada. Pajera, le digo. Muy, contesta a mi oído. ¿Y vos? No contesto.
Ella me acaricia los huevos mientras sigue pajeándose. Yo pienso en él, pienso en él y me late la pija. Pienso que son sus dedos los que me acarician. Pienso que me estoy calentando con Martín. Martín, pienso y se me pone insoportablemente dura. Estoy recolgado, en otro mundo, con otra persona. Vuelvo cuando la siento a ella apretándose más contra mí y gimiendo. Qué pajera que estás. Si, si, repajera. ¿Y vos? No contesto. ¿Y vos? Insiste. ¿Y vos? Yo también, digo entre suspiros. También ¿qué? Le gusta hacerme hablar, arrancarme lo que quiere escuchar. También estoy repajero. Se pajea en mi múslo, ahora más fuerte. Por dios, otra vez estoy empapada. Y mirá vos cómo la tenés, dice tomando mi pija y pajeándola. La dejo. Pienso en él. Es hermoso. No puedo estar pensando eso. Sí puedo porque lo es. Es hermoso. Me gustaría acariciarlo. Su cuerpo es firme, su piel parece suave. Quisiera tocarlo, despacio. Lamerlo. ¿Qué pensás? Me corta ella. Nada. Decime qué pensás, insiste pajeándose, pajeándome. Que estamos repajeros, digo. No, decime qué pensás. Nada. Decilo. Nada. Se baja de mí. Se seca la concha y se sube de nuevo, ahora a caballito. Me gusta así, seca, quiero sentirla. La conozco, eso lo hace cuando está muy caliente. La quiero toda de golpe. Acomoda la cabecita y la hace entrar. Va despacio porque la dejó bien seca. Dame, dice. Toda. Empujo y ella se queja. Así, dice, fuerte. Ay, ay, así, que duela. Empujo fuerte y ella mueve la cadera y le entra toda. Se amaca, suave, me coge. Más. Más. La dejo que coja y vuelvo a volar. Pienso en él. ¿Cómo cogerá? Es hermoso. Esa pija gruesa sí que debe doler. Se coge todo. Todo. Ella se dobla sobre mí y mete su cabeza en la almohada. Se mueve más rápido. Decime, me dice en la oreja. ¿Qué? Decime, no seas hijo de puta, dice cogiendo más fuerte. ¿Qué? En qué pensabas cuando te pajeabas. Decímelo. Nada.
Empieza a cogerme más suave, más suave. Decime. Me coge solo la cabeza, apenas. Decime. De repente se sacude rápido, decime, decime, decime. Parece a punto de venirse. En él. Le digo y siento un inmenso goce. En quién, insiste ella y me coge rápido y sosteniendo el ritmo. Me enloquece. En quién. En quién. En él. Decilo, decilo, decilo. Decilo hijo de puta, decilo que te re-cojo. En… Martín, en Martín, en Martín, digo casi gritando. Ella goza como yegua, se la hunde y se sacude arriba mío, se aprieta contra mí, me lame la oreja y dice ¿En quién? No te escuché. En Martín, digo con un sonido gutural, una voz que no reconozco. En Martín. Pendejo, dice ella casi en un hilo de voz. Pendejo creído, subiendo el volumen. Pendejo, qué lindo que es, casi gritando. Pendejo fifón, pendejo, pendejo, pendejo, dice sin parar y cogiendo como una locomotora y yo repitiendo Martín, Martín, Martín. Y el sonido del polvo que se va es a dos voces, Martín, pendejo, pendejo, Martín, hermoso, lindo, como cogés, te agarro y te revuelco, pendejo fifón. Y acabamos como animales gimiendo, gritando, bufando. Cogiéndonos al pendejo, a Martín. Los dos.
Luego la calma. Ni una palabra. Como si nada hubiera sucedido.
¿Quedará así?
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