El deseo (2a. parte)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
DÍA DE CAMPO. Mañana de mate, sol, pileta, cartas. Cerca del mediodía una picada mientras uno de los chicos empieza con el fuego. Somos cuatro parejas y Doly, que es la mamá de uno de los pibes y dueña de casa. La edad de Doly es un secreto, pero resiste bien el paso del tiempo. Martín no llegó. Y no soy el único pendiente de su ausencia. Mi mujer está atenta al camino.
Después de comer hacemos una caminata. Al regresar nos encontramos con que llegó Martín y está echado en una reposera junto a la pileta. Ay, ay, ay. ¡Qué lindo que es! Hola chicos. Hola. Hola. Mientras ustedes no estaban Doly me atendió a cuerpo de rey, dice. Mi mujer me mira. Qué puta que es esta vieja, me dice por lo bajo. Martín se tira de cabeza a la pileta y Doly detrás de él. Nadan. Los dos son buenos nadadores. Ella empieza a trepar por un costado para salir del agua y él la alza y le da un envión. Ay, qué fuerza que tiene el nene, dice Doly risueña. Hagamos algo porque a esta vieja puta no la tolero más, dice mí mujer. Juguemos vóley, digo, es su especialidad. Yo juego con Martín, dice Doly. Con mi mujer ganamos el primer partido y nos toca contra Martín y Doly que también ganaron. Doly se defiende, Martín juega bien y yo he aprendido a acompañar a mi mujer que es muy buena. En un momento remata violentamente y la pelota da de lleno en el pecho de Doly. Dolita perdóname. Se acerca Martín con un vaso con hielos. Dejame, le dice y le pasa el vaso por los pechos. Mmmm, dice Doly. ¿Te hace bien? Sí, sí. Pasámelo un poco más que me alivia. ¿Así? Sí, así nenito. Bien. Seguimos. El partido se convierte en un duelo entre Martín y mi mujer. Ella tiene más técnica, pero él más potencia. Ay, nenín, no te ayudo nada, dice Doly. No te preocupes Doly, el nene se da bastante maña, dice mí mujer. Si, bueno, pero vos sos demasiado para mí, dice Martín. ¿Te parece? Dice ella. Y, sabés jugar. Vos también. Finalmente ganamos por dos tantos. Nos juntamos en la red. Martín me da la mano. Transpira. Todo el cuerpo transpirado. ¿Me permitís? me pregunta. Te permito. Él alza a mí mujer por las piernas y la coloca a caballito sobre sus hombros. Una campeona, grita. Ella hace tijera con las piernas y aprieta fuerte los muslos y se bambolea. De pronto reclama, bajame Martín, no me gusta. Perdón, dice él y la baja. Ella sale corriendo y se tira a la pileta. Creo que está furiosa.
Al rato Martín y Doly charlan sentados bajo un árbol. Mi mujer con mala cara. ¿Qué pasa? No me gusta el show de esa vieja. Es una caradura. ¿Eso es todo? Sí. No le des bola. Trataré. La tarde se hace noche y llega la cena.
NOCHE. Pizza y cerveza. La joda continúa. Por algún rincón pinta faso. Me lleva el olor. Martín fuma a un costado, Doly con él. ¿Una seca? Dame. Es rico, digo. ¿Quién es rico? pregunta Doly. Martín me mira. Sus ojos de gato se achinan, están rojizos. Che, cómo se ríen acá ¿qué fuman? Ella irrumpe. Pesca el faso y le da un par de secas mortales. Ojo, mirá que es florcita, le digo. No pasa nada. Esto no me hace nada. Nos reímos. ¿De qué se ríen? Apenas termina de decirlo y larga una carcajada. Estamos todos loquitos. Martín se aparta unos segundos que me parecen un siglo. Empiezo a caminar para la casa. Aparece Martín, trae tarta de frutillas con crema en un platito. ¿Dónde vas? No sé. Nos reímos. ¿Querés probar? Me pregunta extendiendo la cuchara con un pedazo de tarta. ¿Está buena? Probala, te va a gustar. Nos quedamos mirándonos. Se me para. Tomá, comela. Abro la boca y el mete la cuchara. Me derrito. Qué rica, le digo. Caminamos hacia donde están las mujeres. ¿Dónde andabas? pregunta Doly. Fui a buscar postre, contesta él y le ofrece. No, gracias, voy a comerlo después, me gusta llevarme el postre a la cama.
MOVIMIENTOS NOCTURNOS. A mí mujer y a mí nos toca dormir en la planta alta, donde hay dos habitaciones, en la otra va Doly; arriba nuestro, en el desván, Martín.
Uff, no doy más, qué mambo, digo. Me desnudo y me meto en la cama. Ella hace lo mismo y ocupa la otra cama.
Pienso en él. No sé qué haría si me busca. Lo pienso y me caliento. Me estoy haciendo la paja. ¿Qué hacés? Pregunta ella. Adiviná. Correte pajero. Se mete en mi cama. Contame. Dice bajito ¿no me vas a contar? La chupa despacio, solo el glande. ¿Recién, te estabas pajeando con él? Sí. Se calla y chupa. Cuando me dio tarta me dijo… me dijo… comela. Eso me enloqueció. ¿Comela te dijo? Sí. Qué pendejo histérico. Sí, juega. Provoca, digo yo. Ella sube mientras me pajea, hasta acomodarse con las piernas abiertas sobre mi muslo donde empieza a pajearse. Te calienta el pendejo. Sí, me emputece, le digo gozando. Me emputece, Martín me emputece. ¿Ah sí? Sí. Se aprieta contra mí y frota con más intensidad su entrepierna en mi muslo. Más. Más. Más. Ya no me pajea, solo se frota y se frota. Qué lindo, qué lindo, qué lindo que es, por favor, dice jadeando. Tensa los músculos, me muerde el hombro, escucho un leve gemido como atrapado en su garganta. Se sacude fuerte desde la cadera y contrae los glúteos y los muslos. De golpe se afloja. Suspira. ¿Qué pasa? Perdón. ¿Eh? Acabé, no lo pude contener. Tranquila, le digo y le acaricio la nuca. Tranquila. Estamos muy calientes. Sí, pero te dejé solo. Estoy hecha una yegua. Empieza a pajearme. Qué día ¿eh? Le digo. Por momentos te vi como con bronca. Será que no me banco a la vieja. Sí, pero también te odiaste cuando Martín te alzó. ¿O te gustó? No me contesta. Empieza a frotarse de nuevo contra mi pierna. Está empapada. ¿Te gustó? Me pajea. Me dio odio, dice. Pero me calentó. ¿Eh? Sí, me calentó. Se pajea más fuerte contra mí. ¿Sí? Se pajea y gime en mi oído. ¿Sí? Insisto. Se pajea, se pajea, se pajea. Me dio odio, no sé.
Cuando me acomodó sobre sus hombros con las piernas abiertas y sentí que la concha se apoyaba contra su cuello, tuve un espasmo, de esos cortitos, apreté las piernas y me mojé toda. Pero le dijiste que te bajara. No quise que se diera cuenta. Pero lo gocé, lo gocé como una yegua. Ay, ay, me viene, me viene otra vez. La aprieto por la cintura y ella se frota con fuerza contra mí. Lo odio, pendejo, lo odio ¿qué se cree que soy? ¿una minita? ¿se cree que me va a coger? Lo odio, pendejo, pendejo, me sintió, me sintió, me sintió la concha mojada, ay, ay, me voy, pendejo calientaconchas, me voy, me voy, pendejo… qué lindo sos, pendejo… Ahhh, ahhh, ahhh, se aprieta fuerte, me abraza y con suspiro largo se empieza a relajar. Silencio. Un minuto. Dos. Ay por favor, qué calentura… dice al fin. Mi amor, te dejé solo de nuevo. Soy un desastre. No, no, está todo bien. Me encanta que goces. Gracias
A ver vos cómo venís, dijo y me acarició la pija que seguía a mil. Mmm, esto lo tengo que arreglar. Tranquila. Sí, tranquila, pero te hago una mamadita ¿sí? Sí. Baja despacio y empieza a trabajarla. Lame el tronco, la cabeza, chupetea. Me dice ¿querés darme la leche, putito? Yo estoy por acabar y de repente ella se detiene. ¿Qué pasa? Shhh. Ruido de cama moviéndose. Están cogiendo, dice ella. Esa puta se está sacando la leche con él. De repente me pide, cogeme, cogeme ya. Se pone boca arriba y abre las piernas. Se la pongo, está empapada. Pará. Salgo y ella se seca. La vuelvo a poner, pero apenas la muevo y se vuelve a empapar. Más, reclama, más fuerte, dame fuerte. Le doy con alma y vida pero cuesta, está empapada y la pija me baila. Dame por el culito. Me dice. ¿Seguro? Sí, dame por el culito. Quiero sentirla, que me duela, lo necesito.
Se da vuelta y se clava la almohada entre la piernas. Lo hemos hecho otras veces, de esa manera el culito se alza y se abre y luego mientras la cojo ella frota el clítoris contra la almohada. Me echo sobre ella y le hago chupar mis dedos, luego le meto uno en el culito, dos, muevo y saco. Dale, me dice, ya está, meté la pija mi amor. Le meto la pija despacio y la voy abriendo, se devora la pija y el grito; aprieta los dedos, muerde la sábana, se afloja lentamente y le entra un poco más. Más, dice, más, más, cógeme más, rompeme el culito, dame, dame, dame, dice y levanta la cadera para que le entre toda, toda. Arremeto y voy al fondo con un golpe seco de mis caderas. La pija queda clavada bien adentro y ahí la muevo despacio. Fuerte, te dije fuerte. Dice ella. Cogeme fuerte. Necesito que me cojas fuerte, fuerte, fuerte. Saco y pongo con fiereza. Eso, eso, dame, dame, sacame la basura que tengo en la cabeza, sacámela toda a pijazos, así, así, así. Lo odio, lo odio, lo odio, lo odiiiiiio, dice en voz muy baja para que solo yo la escuche mientras la aplasto contra la almohada y ella se mueve con desesperación para que su clítoris busque satisfacción en el roce. Soy una puta, una puta, una puta, repite como un mantra. Soy una mierda, una mierda, una mierda, una mierda. Cogé, cogé, cogé, pendejo, pendejo, pendejo, sacame este pendejo de la cabeza, mi amor, sacámelo.
No doy más, su calentura se mezcla con la mía y en cada pijazo que le doy siento que los penetro a los dos, que los cojo a los dos, que yo también lo odio, lo odio porque lo deseo, lo odio porque ella lo desea, lo odio y lo cojo y la cojo y me viene, negrita, me viene, Martín, divino, te cojo, te cojo, te cojo. Dice ella, o fui yo. Y le clavo de un sacudón la pija hasta el fondo del culito y grita y pide, dame pija pendejo, y se la muevo despacio, hundiéndome en lo más profundo de su cabeza y se lo digo, te gusta putita, cómo te gusta mi pija mocha. Vos me gustás, pendejo lindo, qué lindo sos, pendejo, qué lindo cogés, qué bien, qué bien, dice y mueve las caderas para rozar su clítoris y pide pija, que me voy, me voy.
Y me viene, tiemblo todo y largo la leche en su culito, en el culo de Martín y soy él que la coje y me lo cojo y me estoy yendo toda la leche, la lechita, pendejo, dame la lechita, y se aprieta contra la almohada y la aplasto con todo mi peso, y dice, ya, ya, ya, ya está mi amor. La saco, todavía dura. Se abraza a mí. La acaricio. Una lágrima. ¿Qué pasa? Nada, ya está, dice. Y dormimos sin pensar qué seguirá.
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