EL DETECTIVE PRIVADO. (8).
La recuperación de joyas tuvo sus bemoles, pero fue exitosa y sirvió de experiencia. Después me asaltó una duda “familiar”..
RECUPERACIÓN DE JOYAS – MADRE E HIJA. (08).
El ímpetu, la bronca y las ganas de encontrar a ese hijo de puta, tenerlo cerca y hacerle pagar todas las vicisitudes que le había hecho sufrir a Ana, amén de rescatar las joyas robadas, sobraban, la inexperiencia y no saber por dónde comenzar, también sobraba. La idea primordial que me había pasado por la cabeza, era llegar, ubicar la zona, encontrar al tipo y hacerle devolver las joyas, molerlo a palos era lo más liviano que tenía pensado para él.
En ese entonces Colonia no era lo que es hoy, el lugar, si bien es cierto era turístico, apacible, pintoresco, tranquilo y se prestaba para visitarlo por uno o dos días, de hecho, las empresas de turismo ofrecían “paquetes” para pasar uno o dos días en el lugar, tampoco era para “tirar cohetes”. Los lugareños se quejaban del escaso crecimiento del lugar y de las pocas expectativas para mejorar, era verdad, hoy ha mejorado horrores, más, en ese entonces, había leído un artículo que denunciaba la falta de mantenimiento y que el caudal turístico descendía paulatinamente, lo que implicaba una baja notable en los empleos y muchas necesidades.
Digo necesidades y soy un convencido de que, cuando surgen necesidades de índole social (desempleos, carencias, etc.) aparecen muchos de los “buenos” que son solidarios, se ayudan entre sí y extienden esas ayudas, inclusos a quienes no conocen, pero también aparecen los “malos” que tratan de usufructuar esas carencias en beneficio propio. En este caso era en la persona de un comerciante relativamente importante de la ciudad.
El mismo, que solía tener de laderos a dos o tres esbirros mantenidos por él, era el que compraría las joyas. El negocio en sí aún no se había llevado a cabo porque el vendedor pedía una suma acorde a lo que sabía que valían las joyas y el comerciante regateaba ofreciendo mucho menos. Las joyas todavía no se habían visto de modo personal, todo había sido por fotos, si aparecía el dinero, aparecían las joyas, era un dos más dos.
Ja. Cualquiera podría pensar que tenía una bola de cristal y no, no fue precisamente una bola, fue “la ratita”. Apenas desembarcamos en Colonia, me sentí perdido, no sabía por dónde encaminar mis pasos, me di cuenta que no era tan simple como meterme en un bar y preguntar por un argentino, alto, de canas en las sienes y delgado, tampoco podía meterme a preguntar en hoteles, posadas u hostales por un individuo de esas características, aun sabiendo que estábamos en la zona delimitada por la señal que nos había dejado el teléfono.
Por otro lado, al no tener nociones de dónde buscar, me di cuenta que, tiempo precisamente no era lo que sobraba. Me había agarrado un “ataque testicular”, me embalé con los datos que me dio Andrea y arranqué hasta un lugar completamente desconocido. Ni siquiera sabía para dónde comenzar a caminar, se me cruzaban lugares y nombres, el Barrio Histórico, la Plaza de Toros de San Carlos, la Calle de los Suspiros, el Faro. El lugar en sí no era muy grande para recorrerlo a pie, pero en dos o tres horas, se nos venía la noche encima. Llegar apurado al lugar, sin siquiera saber lo que tenía que preguntar me hizo sentir como un “pelotudo importante”, todo caso requería un mínimo de planificación o, al menos, saber por dónde comenzar a investigar y sólo tenía un mapa con un circulo marcado delimitando lugares que, en la práctica, se me hacían enormes para recorrerlos.
Luego de recorrer al tuntún varias cuadras de calles empedradas, algunas con coches antiguos estacionados como parte del paisaje turístico, nos paramos en una esquina del Barrio Histórico y lo único que se me ocurrió fue apoyar la espalda en una pared y comenzar a reír. Andrea me miró y me preguntó con sonrisa pícara: “¿No sabés por dónde empezar?, ¿no?” Tuve que aceptar que tenía razón.
“El tipo no debe ser un santo y para moverse cómodo acá, tiene que haber vivido un tiempo en el lugar, yo tengo un plan para ubicarlo, ¿por qué no vamos a tomar un café en cualquier bar y te explico?” No tenía sentido hacerme el Detective de la película, Andrea parecía saber de qué hablaba y recordando todo lo que me había contado de ella, me di perfecta cuenta de que tenía una experiencia “de calle y de trato con la gente” que yo, ni por asomo. Entramos en una confitería de la zona y nos sentamos a tomar un cortado doble con algunas masas, allí me contó su plan…
- Estuve viendo que hay una Feria Artesanal y en el lugar hay muy pocos turistas, por lo tanto, la recaudación debe ser escasa, creo saber quién es el que maneja la Feria y anda con la “frula” (droga), algo así como un líder. Ésta gente, los Artesanos suelen ver y saber todo lo que pasa en la zona, está “cantado” que, si vos te acercás, no te van a dar ni cinco de pelota, pero… con una chica que conoce el “palo” y es de su “ambiente”, la que además les puede “tirar” unos billetes y gastar en algunas “especias”, van a charlar más abiertamente.
- Puede ser, aunque eso es peligroso, no sabemos “con los bueyes que aramos”, no quiero ni es lógico que te arriesgues.
- Es el único modo, de lo contrario nos vamos a pasar los días dando vueltas, con el peligro de que el tipo nos descubra por vernos o porque le cuenten y se mande a mudar.
- Está bien, aunque tengo que ver que no te pierdas de vista, me vuelvo loco si te pasa algo.
- Podés mirarme desde otro puesto más lejano, pero no fijes la vista en mí y comprá alguna chuchería o varias, no intervengas ni te metas a menos que haya algún tipo de violencia, una sola acción contra uno de ellos va a generar la reacción de todos contra nosotros. Otra cosa más, por si tengo que demostrar que viajo sola me voy a alojar en una habitación en la Hostería que está a la vuelta de la Feria.
No estaba muy conforme con esto, pero la decisión y el conocimiento de “calle” que me demostró Andrea me convenció, además, lo que me decía era muy cierto, yo no podría ni comenzar a hablar, no sabría ni que decir con ellos. Le di dinero para que sacara la habitación y fuimos a la Hostería de la que hablaba, interpreté que, si alguno trataba de averiguar, efectivamente estaría sola, yo saqué una para mí, como si no la conociera, si o si deberíamos pasar una noche en Colonia.
Le di un dinero que dijo necesitar y salí al rato detrás de sus pasos pues ya sabía adónde iría a detenerse. Estaba excitado porque era una aventura, la primera que tenía con interacción de otras personas, además, para que negarlo, aunque no lo demostraría, tenía, no algo sino bastante miedo, pero, tal como me lo había enseñado el Sensei, “los miedos tienen que existir, vos tenés que vencerlos rápido para lograr tu éxito, ellos nacen para ser vencidos”, eso estaba aplicado en gran parte a lo que enseñaba en los combates, a mí me servía también para estas situaciones.
Cuando llegué a la feria la individualicé enseguida a “la ratita”, tenía puesta una vincha de colores, de su brazo colgaba lo que parecía ser un vestido de bambula o algo parecido y charlaba animadamente con un tipo que parecía mayor al resto de los jóvenes que atendían los distintos puestos. El fulano de pelos largos y pancita cervecera que no era muy alto, sonreía con Andrea y llamó a una chica que estaba sentada en otro puesto. Yo hablaba con la que atendía el puesto en que me encontraba, me quería vender una especie de camisola que tenía en el pecho grabado a mano un colorido “Recuerdo de Colonia” y vi cuando Andrea se abrazaba afectuosamente con la chica que se acercó.
Parecían conocerse y le ofrecieron unos mates, no sólo los aceptó, sino que se sentaron sobre un tablón que oficiaba de asiento contra la pared y continuaron con una charla animada. Vi cómo le aceptaba al tipo un cigarrillo al que le pegó una aspirada reteniendo el humo y se lo pasó a la chica, era evidente que fumaban marihuana, no me gustó, pero eliminé rápido mis pelotudos preconceptos, me quedaba claro que estaba confraternizando.
Ante el entusiasmo de quien me vendía una hermosa gargantilla y me sonreía con complicidad porque yo le había comentado que quería llevarle regalos de recuerdos a mi novia y a una amiga, yo seguí observando los movimientos de Andrea y del entorno que la rodeaba. Vi cuando sacó varios billetes y con el tipo más “veterano” se acercaron a otro, con éste hablaron, “la ratita” le dio el dinero, éste se fue a la parte trasera de los puestos y ellos volvieron a sentarse, pasó un pequeño rato, regresó el “flaco” al que le habían dado el dinero y habló con Andrea.
Me había pasado al puesto contiguo y compré otras chucherías más ante las chanzas de la vendedora anterior y el joven del puesto que ahora trataba de venderme unos cinturones. Finalmente, cuando ya había comprado dos cinturones y un porta-celular hecho de cuero, vi que “la ratita” se levantaba, el tipo le mostraba por señas algún lugar determinado apuntando hacía una calle, luego se despidió de los dos dándole un gran abrazo a la chica con la que se había saludado y salió caminando hacia la Hostería, llevaba dos paquetes chicos en las manos y los bolsillos del jeans abultados.
Yo no caminé detrás de ella, llegué a la esquina contraria y regresé a la Hostería dando un rodeo por distintas calles. Luego, mirando que no hubiera nadie por los pasillos interiores, me dirigí a la habitación de Andrea, me hizo entrar después de golpear la puerta y la vi acomodando sus compras, la sonrisa y cara de triunfo de “la ratita” me dio a entender que había logrado conseguir los datos. No me apuré a preguntarle, ella se acercó para ver lo que había comprado y me dio los cinturones y la gargantilla, “para que quedes bien con tu novia”, -expresó-, el estuche lo descartó, lo demás, anillos, ropa y pulseras, se lo guardó ella.
- El tipo que buscamos suele consumir marihuana y el “flaco” que me presentaron vende la mejor, resultó ser cliente de él y ya tengo la dirección. Al final fue bastante fácil porque la pareja del “líder” es una chica que conocí cuando me movía en ese ambiente, en ese momento era pareja de un amigo de Gerardo. Me comentaron que no la están pasando bien porque hay poco turismo y los que vienen son “gasoleros”, gastan poco.
- ¿Tuviste que comprar droga?
- Compré algo de “hierba” para mí, me encanta fumar para relajarme cuando estoy sola en casa y compré también para ellos dos, no sólo “hierba”, en el “revoleo” compré también algunos “ravioles” de coca, esta noche la van a pasar bien, no te enojes, tomá todo el gasto como pago por la información.
- No me enojo, está todo bien, ya te dije que tenés toda mi confianza.
- No me insistieron para compartir porque les dije que hacía poco que había salido de rehabilitación y ellos respetan eso, hasta me dieron consejos para no recaer. El caso es que ya tenemos la dirección del tipo, eso sí, el “flaco” que me vendió y me dio otra información, me dijo que andaba en tratativas con un comerciante “de cuidado” y estaba por conseguir un buen dinero, se me ocurre que todavía no vendió las joyas.
Le agradecí lo que había hecho y estuve convencido de que Andrea iba a ser un complemento muy importante en lo que yo pretendía lograr como Detective, además supe que todavía me faltaba un “paquete” de cosas por aprender. Nos pusimos de acuerdo en ir a ver la casa donde vivía el hijastro de Ana, la noche se presentaba templada y a nadie le extrañaría que una pareja caminara por la “Calle de los Suspiros”. Podíamos llegar por otro lado, pero había que dar una vuelta enorme ya que la casa, baja, con techo de chapas y en paupérrimas condiciones, estaba al final de esa calle turística.
Decidimos salir después de cenar y “casualmente”, nos “conocimos” en el comedor de la Hostería, la dueña y cocinera del hospedaje nos sonrío cómplice cuando me acerqué a la mesa a preguntarle a Andrea si podía compartir la mesa. Sitio sobraba, porque había sólo un señor más y otras dos parejas en el sitio, quedaban libres casi diez mesas. Nuestra conversación estuvo llena de sonrisas y presuntos “acercamientos”.
Cuando la mujer nos acercó los platos a la mesa, nos preguntó cómo lo estábamos pasando, no fue casualidad, lo hacía con los otros comensales, el caso es que Andrea le preguntó si era seguro salir a caminar por las calles del lugar, “no tenemos mayores problemas de inseguridad, casi nada diría, acá todos se conocen, la zona no tiene mucha iluminación, algo que creo que a ustedes les va a gustar, jajaja, nosotros nos movemos sin miedos y yo les diría que fueran para el lado del Faro, allí es más oscuro, jajaja”, -nos contestó dando por descontado que saldríamos a pasear y se “escaparían” algunos mimos-.
Salimos de la Hostería con Andrea dando saltitos, pero yo iba preocupado, se me cruzaban miles de interrogantes sobre lo que podía pasar al llegar al lugar y le pedí que se quedara apartada, que me esperara en la esquina de la casa que ya habíamos identificado al pasar. “Ni loca, -contestó- soy tu partenaire, me quedo al lado tuyo a morir, te estás haciendo la cabeza desde que salimos de la Hostería, veamos primero que es lo que pasa, después decidimos como actuar”, -afirmó-. Me sorprendió su manera de encarar las cosas, me sonó, “al pan, pan y al vino, vino”, ¡cómo engañaba la ratita!
Por medio de una pequeña ventana que daba a la calle, semi tapada por una cortina que había tenido mejores tiempos, pude ver una iluminación interior y la deducción lógica era que el tipo que buscábamos estaba adentro y por lo que veía afuera no quedaban dudas de que, toda la casa era sólo una habitación precaria…
- Voy a tratar de espiar por la ventana para ver si el tipo es el hijastro de Ana, -le dije y no dejé que contestara-.
Me asomé tratando de que no me vieran de adentro y efectivamente era él, estaba sentado apoyado en la mesa y a su lado tenía una pequeña bolsa negra. Una pequeña toalla ocupaba parte de la mesa frente a él y miraba un brazalete comparándolo con unas fotos que tenía al costado de la toalla. Sacó otra joya más que controló, también la dejó sobre la toalla y guardó la bolsa dentro de una bolsa similar a la de las compras colgada al costado de la alacena. Me sonreí, si yo las buscara, nunca se me ocurriría buscar joyas caras dentro de la bolsa de las compras.
Me acerqué a Andrea agachándome para pasar por debajo de la ventana y le confirmé que era el tipo, en ese momento fue ella la que no me preguntó, golpeó la puerta con fuerza pidiendo que la ayudaran, “señora, señor, ayúdenme, por favor”. El tipo, seguramente sorprendido, tiró la silla al levantarse rápido, el ruido no pasó desapercibido y la respuesta no se hizo esperar, gritó desde atrás de la puerta, “¿quién carajo es?” … “Señor, por favor, señor”, -repitió Andrea con voz temblorosa-.
Me había puesto a un costado de “la ratita” y alejado de la ventana, estaba dispuesto a golpearlo apenas abriera la puerta, no sabía si estaba armado o tomaría algún tipo de precaución, yo sólo quería “madrugarlo”. “El primer golpe debe ser certero y no debe permitir que el rival se recupere”, -decía el Sensei-.
En la quietud del lugar cada ruido se sentía o, por lo menos, yo los sentía como si fueran alaridos, tendría que proceder rápido y silenciosamente. Me había hecho a la idea de golpearlo en el pecho, el golpe en el esternón, bien afirmado y con la palma de la mano lo dejaría inmovilizado, dolorido y lo impulsaría hacia el interior, allí me sacaría un poco la bronca que tenía acumulada.
No tuve en cuenta la altura del tipo, éste abrió la puerta de forma impetuosa y se agachó para sacar primero la cabeza. Andrea se había retirado un par de pasos y yo me vi obligado a aplicar el golpe entre la frente y la parte media de la cabeza, estaba preparado para golpear fuerte, pero, no fue lo certero que esperaba, la dureza de la cabeza repercutió en mi mano y en todo el brazo, el pinchazo de dolor fue inmediato y lo experimenté desde la muñeca hasta el codo, la contractura fue inmediata y me faltó poco para gritar, no sé cómo hice para aguantar ese dolor repentino.
Mal que mal, el cuerpo del tipo salió disparado hacia el interior de la humilde casa y quedó despatarrado, sentado y apoyado contra una de las paredes, parecía desmayado y yo, creo que por la bronca que traía y por el dolor en la muñeca, me descargué aplicándole una patada de voleo, el empeine se estrelló contra las costillas y quedó doblado sobre un costado sin emitir ningún sonido. Andrea que había entrado detrás de mí cerrando la puerta, tomó las dos joyas que encontró tapadas con la toalla y recogió las fotos.
“Hay sólo dos, las estaba separando, debe tener más ocultas en otro lado”, -me dijo tratando de no levantar la voz-. Todo sucedió rapidísimo, le señalé la bolsa de compras que estaba colgada al lado de la alacena y por el rabillo del ojo vi que el tipo se movía haciendo un movimiento con el brazo.
Ella se cruzaba por delante y vi venir hacia mi pecho un cuchillo que me pareció una daga, la adrenalina y los reflejos estaban funcionando a mil, atiné a empujarla a Andrea que dejó un brazo extendido y yo me corrí a un costado. No era un cuchillo de lanzar y giró dos veces en el aire antes de golpear contra una pared, después de rozarle el antebrazo a “la ratita”.
Reaccioné como una víbora a la que le pisan la cola ante el gritito de mi compañera, salté y una de mis piernas describió un arco, para luego descender con fuerza, el talón se estrelló contra la quijada del tipo aún sentado y así quedó, pero inclinado de costado y apoyando la cabeza en el suelo. El ruido secó, como de una madera que se rompe, me erizó los pelos de la nuca, enseguida me di cuenta que me había excedido, pero me preocupó más Andrea.
El tajo en el brazo no era profundo ni extenso, aunque sangraba bastante, le puse la toalla que estaba sobre la mesa y apreté un torniquete. Estaba seguro que el tipo no se movería y actué enseguida recordando todas las enseñanzas. Le pedí a “la ratita” que no se moviera del lugar y que no tocara nada. Con una camiseta del “fulano” que estaba sobre un catre, limpié la mesa y la silla que había tocado Andrea, levanté el cuchillo que resultó ser un facón largo, muy filoso y con empuñadura de hueso, lo limpié con mi propia camisa, después lo dejé en la mesa sin tocarlo con los dedos.
Luego saqué la bolsa escondida dentro de la otra bolsa y me fijé que estuviera el collar de perlas, parecía estar todo y si faltaba algo era lo mínimo que el tipo habría vendido para mantenerse. La puerta de la casa era antigua, pesada y no tan alta, vi que se cerraba con una tranca accionada por un pedazo de alambre que salía al exterior y se disimulaba en el marco de uno de los costados. Salimos de allí apagando las luces y mirando que no anduviera nadie por las inmediaciones, cerré y luego de bajar la tranca para cerrar le saqué la traba al alambre y ésta se fue hacia adentro.
Regresamos caminando abrazados, como a los cien metros nos cruzamos con otra pareja que parecían matrimonio, pero ni nos miramos. Andrea había pasado el brazo por mi cintura tapando la toalla con mi campera y así entramos a la hostería. Ella no había abierto la boca en todo el trayecto, lo vivido no le había resultado indiferente y apenas estuvimos en el interior de la habitación, preguntó: “¿Qué pasó con el tipo Martín?”, no tuve empacho en contestarle:
- Creo que me excedí con la patada y le partí el cuello, el ruido fue significativo, se lo merecía por todas las que le hizo a Ana.
- ¿Y ahora, de qué nos “disfrazamos”? Tengo un lío en la cabeza que no te puedo contar, se me mezcla un miedo enorme por todo lo que pasamos y todo lo que puede pasar, con una “calentura” que no esperaba, estoy empapada, nunca me pasó nada igual
- Vos no viste nada y yo tampoco, espero que no lo encuentren hasta pasado el mediodía y lo de la “calentura” lo podemos solucionar enseguida, a mí me pasa igual, debe ser la adrenalina. Lo único que me preocupa son tus amigos, ellos sabían que buscabas a este tipo.
- Por ellos olvidate, lo que menos quieren es que la policía meta sus narices en su hábitat y contestar interrogatorios, nadie va a abrir la boca.
- Mejor así, dejame verte el brazo, de paso decidimos que hacer. Podemos dormir acá hasta mañana temprano en que nos tomamos el primer aliscafo o catamarán o ahora nos tomamos un auto hasta Montevideo y volvemos desde allí, esta opción no me gusta mucho, son casi ciento setenta kilómetros y llamaríamos mucho la atención
- Lo del brazo no es nada, ya paró de sangrar, fue un tajo chiquito, hago unas vendas con la blusa que compraste y listo, menos mal que estabas vos para salvarme, esa te la debo y no hay rotura de culo que lo pague, aunque me palpita el “chiquito” queriendo abonar ya la primera cuota, jajaja.
- Romper te lo voy a romper a como dé lugar, pero me siento para la mierda porque hice todo mal y te expuse a mis idioteces por mis broncas enquistadas, salió más o menos bien casi como por “suerte de principiante”, el golpe que le di al tipo estuvo mal calculado y casi me rompo la muñeca, después no controlé su nivel de inconsciencia, no lo revisé luego de que cayó y lo desatendí para buscar las joyas, ni siquiera te puedo echar la culpa por haberte cruzado entre el tipo y yo, mi reacción ante tu herida fue excesiva, si hubiese tenido que interrogarlo por algo, me cago en los datos que podría obtener, además, si hubiera sacado un arma de fuego, ninguno de los dos contaba el cuento.
- Mirá el lado positivo, lo podemos contar y eso es lo más importante. Servirá como experiencia, a mí tampoco me encantó correr una aventura detectivesca y quedar con un muerto a cuestas…
Andrea me decía esto mirándome con cara de gata en celo y destrozaba la blusa que yo había comprado anteriormente, con una pequeña tijera que sacó de su mochila le hacía un tajo a la prenda y tiraba haciendo fuerza con ambas manos. Los ojos le brillaban y se le habían puesto “achinados”, quizás por la falta de los lentes que los agrandaban, en conjunto con las ganas de pija que la superaban.
Me dio dos tiras de la prenda y me pidió que me vendara la muñeca, bastó con que las tomara en mis manos para arrodillarse delante de mí. Ni el broche del jeans, ni el cierre, ni el pantalón en sí, ni el bóxer, nada se le resistió y se escuchó clara su exclamación cuando bajó mis prendas más allá de las rodillas y tuvo mi verga en sus manos, “¡mierda, nunca te puedo agarrar “dormido”!…
La primera penetración le produjo una arcada, pero no tardó en recuperarse para seguir intentando, fue cuando recordé que le gustaba que le empujara la cabeza con las manos y mis dos manos aferraron su cabecita loca de cabellos lacios a hice fuerza con una sola de ellas. Gimió con la sorpresa y con el placer inmediato, sus ojos lagrimeaban cuando levantaba la vista y yo le cogía la boca con ganas mientras con una sola mano se aferraba de mi nalga.
Con la otra había aflojado su pantalón, noté sus movimientos raros para bajárselos y perder la mano en su entrepierna, imaginé que la bombachita o la tanga había sido sólo un pequeño escollo que sus ganas dejaron pronto de lado. El orgasmo no se hizo esperar, apoyó la nariz en mi pubis y tembló como poseída mientras trataba de absorber una carne como si pudiera estirarla. Yo tenía desde hacía un rato su culito chiquito entre ceja y ceja y aguanté la acabada.
Dándose cuenta que así no iba a hacer que me derramara, retiró despacio la boca y se incorporó tomando mi verga con su mano empapada, hasta la muñeca tenía brillante de sus jugos, me llevó un poco a los saltitos hasta la cama y aprovechó a que no decayera la erección moviendo la mano mojada sobre el ariete. Antes de subir se desnudó, yo hice lo mismo y luego se puso arrodillada mostrando el culito y la cara de emputecida predispuesta a gozar con la enculada.
Le gustaba “duro”, pero yo quería que la sintiera más y le pedí que se tendiera boca abajo y se abriera sus “nalguitas” con las manos, movió sus caderas aceptando y sabiendo lo que venía, mordió la almohada. Lo primero que entró fue… mi lengua, el gemido de satisfacción por esto que no esperaba me sonó a un concierto sinfónico y me brindé a la acción.
Incursionaba con “la sinhueso bucal” tratando de meterla lo más que podía en el asterisco pedigüeño y, a la vez, los dedos índice y medio de mi mano sana incursionaban en la vagina dilatada que pedía más. El orgasmo que le provocó este trabajo coordinado que le brindaba, en un principio, pareció moderado, pero me llevó a retirar la lengua de forma apresurada pues “pellizcó” la punta con el fruncimiento de su esfínter, se movía y golpeaba la almohada con una de sus manos gimiendo con la boca incrustada en ella.
Mi respuesta fue con mi mano invertida y cuatro de mis dedos se incrustaron en su orificio “normal”, acusó el ingresó, pero no dejó de temblar y estos temblores y contracciones se incentivaron cuando apreté el clítoris con mi pulgar. Seguí así y ella comenzó a calmarse, aunque no la dejé descansar, sus jugos lubricaron, merced a mis dedos, su culito y mi glande. Se tensó al esperar el “pijazo” y le “desarmé la estantería” pues comencé a entrar despacio haciéndole sentir cada centímetro del miembro.
Sentía la sedosidad de su recto y, sin dudar, que ella sentía las venas y la dureza de la verga que la penetraba, no pudo aguantar esto sin hablar y sin tratar de empujar sus caderas al encuentro de una mejor y más rápida penetración… “¡No, Martín, por Dios, me estás matando, metela toda, el placer me ahoga!”. Siempre me había dado mejores resultados esto con las “veteranas”, se enloquecían cuando me tomaba todo el tiempo con sus oquedades anales.
Con Andrea dio un resultado similar pues, una vez que llegué a meterla toda, incrementó sus movimientos de caderas apretando y soltando mi verga con sus músculos interiores. Me sorprendió y me gustó algo que no esperaba, la mitad de la verga entraba en un lugar dilatado y acostumbrado, pero la otra mitad parecía que estaba rompiendo una virginidad y eso lo sentía ella y me lo hacía sentir a mí, la vez anterior, apurado por meterla toda ante su pedido, no lo había notado.
“La ratita” se desmadejó por esto y me tuve que afirmar con una mano en su hombro para que no me “desmontara” mientras los dos tomamos el mismo ritmo de la “cabalgada”. Mucho no pude aguantar pues giró su cuerpo y quedamos situados en una “cucharita mejorada”, esto porque pasó una pierna sobre mi muslo y me quedó el culito en mejor posición y disposición.
La mano lesionada quedó cerca de su cabeza incrustada en la almohada y me despaché a gusto. Los orgasmos fueron coincidentes, pero yo no me movía tanto ni gemía incoherencias apretando la boca en la almohada llena de saliva. No podía parar de temblar ni de tener contracciones y la dejé que se fuera calmando sin salir de su interior, ya un poco repuesta me dijo con voz temblorosa:
- Tu madre habrá sido una santa, pero vos sos un hijo de puta, me hiciste sentir un placer que no se puede definir.
- A mí me encantó, pero me limité a darte lo que parecías pedir.
- Me gusta que me hagas la cola, pero esto fue… fue… no me sale decir lo que fue, lo que sí sé es que mi culito encontró a quien pertenecer por siempre, jajaja, eso sí, desde ahora quiere sentirte siempre así, conquistando el terreno de a poco, ¡ufff, me da escalofrío de sólo pensarlo!
- Jajaja, estás loquísima, no digas más porque se pone dura de nuevo y te lo vuelvo a romper.
- No mi cielo, tené un poco de piedad, estoy destruida, fueron muchas emociones, ni ganas de levantarme para ir al baño tengo y mañana tenemos que madrugar para salir de “raje” de acá.
- Tenés razón, más vale no tentar a la suerte.
A mí no había que insistirme mucho y ella, luego de abrazarme, tardó muy poco en dormirse. En la mañana salió temprano, se despidió de la mujer y se fue a la terminal fluvial, yo lo hice unos quince minutos después y la señora de la Hostería me dijo con cara de pícara y sonriendo: “la chica salió hace un rato, se la notaba un tanto cansada y usted no está muy católico que digamos” … “Jajaja, no me cuente, me hizo caminar un rato largo, pero, “tanto va el cántaro a la fuente”, veremos qué pasa en Buenos Aires, aunque quizá allí no me conozca”, -le contesté un tanto compinche-.
El viaje fue tranquilo y tardamos un poco más porque el catamarán que tomamos no era el “Hidroalas”, llegamos sin problemas y al salir del puerto, subimos al coche que había dejado en el estacionamiento portuario y me fui directo a una Clínica privada dónde antes nos atendíamos mi padre, mi madre y yo, hablé directamente con el Director y prontamente nos atendieron las heridas, lo mío, luego de las radiografías, necesito de unos masajes para reubicar los tendones de la muñeca y una inyección antiinflamatoria local, conjuntamente con el vendaje acorde.
Lo de Andrea, a pesar de que ella decía que no era nada, implicó abrirle la herida, limpiarla y coserla con cuatro puntos de estética, la zona se había hinchado y enrojecida amagaba con una infección, también tuvieron que inyectarla con antibióticos y antiinflamatorio, además de vendarla de manera profesional. La dejé a Andrea en su piso y yo subí al pent-house, allí me puse a ver las joyas rescatadas, no sabía cuales faltaban, pero las que me interesaban a mí, estaban.
El baño me relajó y pedí comida en un delívery, mientras esperaba la llamé a Candela, se le notó la alegría cuando atendió el teléfono y yo me sentí bien, la había extrañado y no tardó en preguntarme dónde había estado. Le conté sin mayores detalles, le dije que había viajado a Colonia en Uruguay y que tenía una sorpresa para Ana, entendió en parte lo que le quería decir y no preguntó más.
Le dije que, más o menos a las cuatro de la tarde pasaría por la mansión y le pregunté si quería acompañarme, que luego de allí iríamos a la Clínica en el horario de visitas de la tarde-noche. La idea le encantó y me hizo una pregunta que liberó un poco mis “ratones” … “¿Cielo, podemos decirle a mamá que nos acompañe?, le conté de la mansión y ya sabés como es, jode y jode con eso de conocerla, me pidió que te preguntara”.
Descarté enseguida la idea que me vino a la mente imaginando a esos dos culos “familiares” juntos en una misma cama. Le dije que sí, que las pasaría a buscar después de dormir una linda siesta y luego de cortar la comunicación, tuve que atender al chico del delívery tratando de disimular el bulto que se notaba en mi pantalón. Duró poco, me afirmé en la idea de no “mezclar la hacienda” y me dispuse a almorzar para luego dormir un poco.
Las pasé a buscar a eso de las cuatro de la tarde, me estaban esperando y no dejaron que bajara del auto, parecían hermanas las dos rubias cuando salieron de la casa, vestían camperas de cuero, blusas y polleras negras de listones, la de Candela un poco más corta, la de Gloria más de “señora”, pero las dos calzaban botas negras de caña alta de tacón alto, mi fetiche preferido y los “ratones” corrieron enloquecidos por mis neuronas.
Apenas entró en el auto Candela se prendió a mi boca para darme una bienvenida y, de reojo, pude notar que Gloria se sonreía, que sus ojos brillaban y que se mordía el labio inferior, para disimular habló primero…
- Me contó Candela que tenés una mansión espectacular y tuve ganas de conocerla, espero que no te enojes con tu suegrita “chusma”.
- Para nada suegra, ya te habrá dicho Candela que yo no la uso, tampoco soy de mostrarla, pero está siempre en condiciones para usarla. En realidad, pensé en venderla, aunque no lo hice por varios motivos, primero, era la casa de los “viejos”, segundo por el personal que dicen que son y actúan como mis “madres postizas”, algo que verdaderamente me demuestran y tercero porque hoy por hoy es impensable cobrar lo que vale.
- También te quedó lo de tus tíos, ¿no?
- Sí, pero la casa de mis tíos la tengo alquilada, lo único que vendí es un departamento que tenía la tía Alicia.
- ¡Qué lástima!, las veces que nos habremos reunido allí con tu tía para jugar a la canasta, era un lugar especial e íntimo. -Esto lo dijo con doble intención que nosotros dos entendimos y le seguí el juego-.
- Sí, muy especial, yo lo usé mucho cuando estudiaba porque me quedaba más cerca de la Facultad.
- ¡Ja, me imagino las chiquillas que habrás llevado a ese lugar!, -expreso mi novia, medio en serio, medio en broma-…
- Chiquillas, nunca fueron allí para estar conmigo, sólo iban señoras para estar con mi tía, allí conocí a tu madre y a Elena y a Margarita y otras que no recuerdo el nombre y algunas veces yo también jugué a las cartas, siempre me ganaban, jajaja.
- Hablando de Elena, me enteré que salió del hospital y desapareció de todos los lados conocidos, nadie sabe para dónde se fue. -lo dijo Gloria como al pasar, pero los ojos le brillaban más, seguramente recordando las tardes de gritos, gemidos y orgasmos-.
- Era de esperarse…
- Los voy a sacar de la charla, -dijo Candela-, ¿me podés decir por qué tenés una mano vendada?
- Porque el día antes de viajar a Colonia, practicando quise probar de romper unos ladrillos con el canto de la mano, evidentemente no estuve lo suficientemente concentrado y le pegué mal, se me produjo un esguince, pero no hay nada roto, ya fui a la Clínica porque se estaba hinchando, me sacaron placas y me dieron analgésicos y antiinflamatorios con inyecciones intramusculares, -me salía natural mentir o cambiar un poco las verdades y no me afectaba-.
- Vos no ganas para las Clínicas, una vez el brazo y ahora la muñeca, menos mal que te curás rápido.
- Estoy obligado suegra, tu hija me exige muchos mimos y tengo que tener las manos en condiciones, jajaja.
- No habrás estado haciéndote el valiente en Colonia, ¿no?…
- Para nada cielo, llegué a un arreglo conveniente con el tipo y me traje las joyas, no sé si faltan algunas, pero el collar de perlas naturales que era de mi madre y le regalé a Ana estaba, era lo que más me interesaba.
- ¿Un collar de perlas naturales?, ¿de cuantas vueltas?, -preguntó Gloria interesada-.
- No tengo ni idea, miren ustedes, las joyas están en esa bolsa negra y el collar en un estuche.
No les faltaron reflejos ni manos para tomar la bolsa y ver lo que había adentro, yo sabía que no eran pavadas ni simple bisutería. Los ojos de ambas se abrían asombrados cuando observaban las joyas y Gloria no pudo evitar un grito de sorpresa cuando abrió el estuche y vio el collar de perlas, tenía tres filas de perlas que llegaban hasta casi la nuca cubriendo todo el cuello y lo terminaba un broche de oro.
- ¡Nene, este collar debe valer más de cincuenta mil dólares y me quedó corta, el brazalete ni te cuento, parecen diamantes y junto a las otras debe haber una fortuna acá!…
- Y sí, me imagino, mi madre recibía los regalos de mi padre y él no se andaba con chiquitas, no era como yo que le compré a Candela un simple collar artesanal, jajaja, pero no se lo doy porque me avergüenza.
- Ya me lo estás dando, me basta con saber que pensaste en mi cuando lo compraste, yo no me fijo en esos valores materiales.
- El paquetito está en la guantera, sacalo y si no te gusta, otro día te regalo algo mejor.
La miré bien cuando sacó el colgante, ni punto de comparación con la joyería que habían visto, pero estaba finamente trabajado, lo miró, se lo colocó y dio un gritito de alegría arrojándome a mis brazos para besarme, ni problemas que me hice porque había estacionado frente al portón de entrada principal que en ese momento abría uno de los chicos de la Seguridad.
- ¡Mierda!, -casi gritó Gloria impactada-. Es una sorpresa detrás de la otra, primero ese portón, luego el camino bordeado de árboles y parques, jardines y la casa se ve imponente.
- No sabés lo que es adentro mami, lujosa por dónde la mires, habitaciones de ensueño, la galería cubierta es una belleza, la pileta enorme, árboles, plantas y una paz que no se paga con nada.
- Tenés que invitarnos en el verano.
- Salvo unos quince o veinte días en que pienso irme a una isla del Caribe acompañado de una rubiecita empresaria, voy a pasar todo el verano metido acá, vos podés hacer lo mismo con el Embajador, habitaciones sobran y mis “madres postizas” se van a sentir en la gloria.
- Pará, pará, te tomo la palabra, ¿adónde pensás llevarme de vacaciones?
- Yo quiero Caribe, el lugar elegilo vos, tenés tiempo.
Después de los saludos y los abrazos, Candela se llevó a la madre a recorrer y conversé con Graciela, le di las joyas y le dije de irnos en un rato a verla a Ana, “a verla solamente no, tenemos que ir a buscarla, me acaba de avisar que ya le dieron el alta y me está esperando desde hace una hora, como me dijiste que venías le avisé que la pasábamos a buscar, si no ya estaría acá después de tomarse un auto” … -Contestó Graciela-, las risas no asaltaron a los dos, sabíamos que no iba a aguantar tanto tiempo en el hospital, estando allá iba a estar más nerviosa y acá podría hacer el reposo que quisiera. Las llamé a mi novia y a mi suegra y les avisé lo que íbamos a hacer, “¿qué piensan hacer ustedes?”, -pregunté-
- Nos quedamos hasta mañana, quiero ver bien el lugar de día, -contestó Gloria apurada-.
- ¡Mamá, ni siquiera preguntaste!
- Tu padre está en Paraguay por una conferencia, vos acá o allá te ibas a quedar con Martín, yo no quiero quedarme sola en casa y si las chicas me prestan unas zapatillas para moverme más cómoda, les preparo la cena. -Le dijeron que tenían para prestarle calzado cómodo y decidí yo-.
- Listo, no se hablé más, mi habitación está preparada, elegí una vos y nos vamos mañana después del mediodía.
No me jodía para nada que se quedaran, por otro lado, tenía razón, en la mansión o en el pent-house, Candela y yo lo íbamos a pasar juntos. En la “pelea mental” entre el ángel bueno y el malo se me volvió a cruzar por la cabeza aquello de unificar los dos “culitos familiares”, creo que hasta se me asomaron los colmillos, pero, ante la posibilidad de quedarme sin el pan y sin la torta, opté por lo seguro y que Gloria, llegado el caso, que se “matara a dedos”, jajaja.
Continuará… GUILLEOS1 les agradece comentarios.
Cada relato mejor que el anterior.