El Encuentro
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Waleran1.
Era un día de esos en que el ánimo decae mientras el viento sopla y los tejados lloran. Todo parecía común, tan común que me aterraba convertirme en parte de aquello. Así, que en un arrebato de valentía decidí aventurarme a salir para gritar en silencio que puedo cambiar. Hacía frío, mucho frío, pero no había marcha atrás.
Tenía las mejillas heladas y el cabello mojado, es curioso pero tenía su encanto. Las calles con gente corriendo como si no hubiera mañana, otros improvisando refugios en los portales. No lo había notado, pero Madrid es surrealista cuando llueve.
No lo había notado hasta que la vi. Parecía esperar algo, miraba al cielo con una sonrisa bajo aquel paraguas transparente. Mantenía mi mirada fija en ella, en sus curvas que gritaban placer debajo de aquel abrigo gris. Era su cabello moreno, sus senos turgentes, y aquella mirada decidida y dulce a la vez las que arrastraron a su lado.
Ho…ola – fue lo único que supe decir.
Hola, ¿deseas algo? – fue tan fría, que congelo el corazón.
Sin darme cuenta había dejado de llover, aunque en aquel camino del Prado los arboles aún parecían desangrarse. Estaba todo tan tranquilo, que por un momento pude ver que llevaba un cuaderno de dibujo bajo el brazo. Yo también dibujo – comenté, intentando contener el tiritar de mi mandíbula. Llevaba siempre un cuaderno de bocetos en un bolsillo, así que sin dudarlo le mostré rápidamente uno de mis tantos bocetos. Guardo silencio por un momento mientras analizaba el dibujo y luego dijo – Ana, puedes llamarme Ana – su voz se había suavizado, parecía sentir algo de admiración por lo que veía.
Yo no dibujo, este cuaderno es de mi marido – se me caía el mundo. No lo había notado, en su rostro se mostraba aquella experiencia que sólo la edad te confiere, una experiencia de la cual yo no disponía. Jamás podría acariciar aquellos pezones deseosos de pasión, aquel cuerpo curtido en mil batallas.
Yo no pretendía… – dije hasta que se me apago la voz, algo dentro de mí odiaba lo que intentaba decir, no quería huir…
– Eres hermosa, tu rostro, tus senos, tus caderas, ¿quieres follar?
Las palabras habían fluido entre mis labios como si de un poema se tratara. En mi pecho se anidaba el galopar de mil caballos furiosos. Sentía como los vaqueros me apretaban la entrepierna. No respiraba, esperaba su respuesta. Pero, ella sólo empezó a caminar, alejándose.
La luna se asomaba tímidamente tras los oscuros parpados del cielo. Yo sólo podía contemplar sus pasos alejándose de mí. Hasta que volteo delicadamente sin mirarme.
Hay un bar en la esquina, ¿vienes? – dijo mientras minoraba el paso.
Llegados al bar, el silencio de nuestra compañía termino. Era un lugar que parecía albergar un sinfín de historias. Tenía una barra en forma de ele, unas seis mesas y una barra. Había un hombre canoso tras la barra de unos 60, parecía ser el tipo de persona a quien ya nada le sorprende. Se encontraba absorto en la máquina de café hasta que ella dijo
– Un café, por favor –
Asintió, como si de un cliente conocido se tratase, parecía todo tan calmado. Hasta que recordé que aún eran las 6 de la mañana. De pronto todo se volvía caótico, pude recordar todo lo que había sucedido estos días. Voy al servicio, ¿vienes? – me susurro al oído, mientras pude notar su mano acariciar sutilmente mi verga. Por un momento mire alrededor, todo el mundo estaba a su bola. No faltaba el típico ludópata que se pasa todo el día en las tragaperras, pero me sorprendió ver a un grupo de hombres de mediana edad jugando a las cartas, mientras pasaban el telediario de la uno en la parte más alejada de la barra. Ese lugar era cálidamente íntimo, como estar en casa.
Bajamos lentamente por la escalera que llevaba al baño. Yo le seguía sin saber cómo terminaría eso hasta que ella me beso. Pude sentir su lengua estrangulando la mía, sus pezones en mi pecho el calor era abrumador. Rápidamente se quitó el abrigo y cerró aquella vieja puerta blanca con la impaciencia que la ocasión merecía. Por un momento la situación se tranquilizó mientras ella se acercaba a mí. Ella había dominado la situación desde el principio así que tome las riendas de la situación. Le cogí por el brazo, y con premura le di la vuelta y empecé a frotar mi verga en sus nalgas. Ella estaba tan excitada que empezó a gemir, éramos como dos animales. Sus gemidos iban en aumento, pero en ese instante no me importaba. De pronto una mujer llamo a la puerta – por su voz diría que rondaba los cincuenta -, pero hicimos caso omiso.
Ella me miró cachonda, quería sentirme dentro, pero yo no estaba dispuesto a ponérselo tan fácil aunque fuera algo que yo también deseaba. Así que le quité el jersey y me abalance hacia esos senos cálidos los apretaba suavemente mientras mi lengua recorría frenética su aureola y mi otra mano se introducía en el calor de sus bragas.
Mis dedos se entrelazaban en el ondulado vello que abundaba en su monte de venus hasta llegar a su clítoris, masajeándolo, podía notar su cuerpo estremecerse, estaba húmeda de placer. Sus pezones se erigían rígidos, sus gemidos se habían ahogado, y mi espalda recibía el calvario de sus caricias. Sus curvas sinuosas no eran las curvas de una adolescente, era un cuerpo vívido de experiencia. Nada sobraba era perfecta. Sus nalgas se imponían al final de su espalda con la belleza de la que sólo el placer de mil polvos puede igual. Sus piernas fuertes y marcadas como pilares sobre los que reposaba la más extraordinaria escultura que jamás haya contemplado el hombre.
Sin decir una palabra acaricio mi mejilla y me bajo los pantalones. Sentía mi verga explotar, estaba bañada por aquel liquido pre seminal que hace todo más sencillo. Empezó masajear suavemente el glande con su lengua mientras yo hacía todo lo posible por no correrme. Sus manos masajeaban el resto de mi miembro que parecía estrangulado por la cantidad de venas. Entonces empezó a tragarme, era impresionante que incluso teniendo mi verga completamente dentro su rostro siguiera siendo tan bello.
No me voy a enfadar si quieres follarme la cara – dijo mientras asomaba una ligera sonrisa en su rostro. Entonces le cogí del cabello y empecé a tirar. Ella no quitaba la miraba de mi rostro, le ponía ver lo excitado que me encontraba. Era tal la sensación que estuve a punto de correrme, pero ella en la inagotable experiencia que le precedía lo noto y presionó mi glande hasta que aquella oleada de placer se apaciguó. Haciendo gala de aquellos años que estuve en el gimnasio levantando peso – ya lejanos, de los cuales sólo queda la fuerza y una silueta normal – me puse en cuclillas y la alcé contra la pared.
Le comí el coño de la mejor forma que sabía. Podía sentir los espasmos de su vulva en mi lengua. Era un paisaje impresionante el que tenía ante mis ojos. Aquel coñito tan dulce estaba tan lubricado que supe que era el momento de ir al grano, había perdido la noción del tiempo desde que entramos en aquel habitáculo ya en ruinas. La tome por la pierna y sujetándola en alto me dispuse a concluir aquellos intensos preliminares, empuje mi falo duro y caliente contra sus labios era tal la sensación que mis piernas estaban rígidas y mi respiración era casi inexistente. Podía notar como su calor se apoderaba de mi pene haciéndome olvidar donde empezaba ella y terminaba yo. Mis movimientos le volvieron frenéticos, ella me besaba y gemía ambos sentíamos dolor de tanto placer que vivíamos en ese momento.
Me corro – dijo con tanto placer que parecía sufrir – no pares – entonces parecía que la iba a destrozar de tan fuerte que arremetía contra ella.
De pronto ella me aparto poniendo su mano en mi pecho, quería que le follara el culo. Estaba tan ensimismado que parecía una bestia simplemente le di media vuelta y la puse 20 uñas.
Me costaba introducir mi verga en ella, notaba como su rostro demostraba dolor pero me animaba empujando contra mí. Así que introduje un dedo, luego dos, y sin dar más rodeos, arremetí con mi verga contra su culo. De su interior emergió un grito ahogado por el placer, era tan estrecho que sentía mi verga estrangularse, pero quería morir en ella, mis piernas flaqueaban por momentos, pero se erigían nuevamente ante cada oleada de placer.
Alguien llamaba a la puerta, era un hombre, empezó a vociferar de todo un poco.
Hijos de puta dejen de follar en mi baño – fue lo único que escuche, pero me importaba una mierda. Sólo existíamos ella y yo en ese momento.
Entonces sentí como la presión de un volcán recorrer mis venas hasta llegar a mi verga, a lo que ella respondió cerrando las piernas y arremetiendo más fuerte contra mi pelvis. Se levantó y me besó, por un momento nadie dijo nada sólo nos miramos. Yo no quería que aquello terminara.
Nos vestimos ella me acomodo un poco el cabello y me limpio el sudor que me recorría la frente y el cuello y la espalda. Era tan dulce, abrimos la puerta y lo primero que vimos fue a un hombre muy enfadado. Salimos ignorándole. No estábamos dispuestos a que nos jodiera aquel momento. Al subir el hombre canoso, nos acercó el café. Ella me beso y salió en dirección a la estación de Atocha.
Fue aquella la primera y última vez que le vi, desde entonces suelo caminar por el paseo del prado a las 6 de la mañana, buscándola para vivir otra experiencia como aquella.
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