El hombre del auto negro 1/2
Mi vida era tan rutinaria hasta que un día apareció este tipo en su auto..
Les voy a contar lo que me pasó con el hombre del auto negro.
Ese día, era un día como cualquier otro, ya había terminado de limpiar la casa. Mi hijo mayor se había ido a trabajar, y mi hija estaba en la prepa, así que, como todos los martes, me tocaba ir al tianguis a comprar el mandado de la semana.
Me puse una blusa blanca sin mangas y una falda negra que me llegaba un poco más abajo de la mitad del muslo. La verdad, no me encanta esa blusa, me quedaba bastante justa y cada botón presionaba un poco mis senos. Soy medio llenita, lo que algunos llamarían “gordibuena”, y mis brazos se ven regordetes, pero hacía tanto calor que no tenía opción. Cuando me puse la falda… ¡ay!, sentí cómo me apretaba las caderas. Me miré al espejo, me recogí el cabello y no pude evitar fijarme en las lonjitas que apenas contenía la blusa y en cómo la falda marcaba todo. Definitivamente, mis mejores momentos ya habían pasado. Suspiré. Otra vez tendría que cuidarme más. Desde que el idiota de mi ex se fue con su amante, hace más de diez meses, no he tenido ni tiempo ni ganas de arreglarme demasiado. Entre los hijos, la casa, el dinero… todo se me ha ido encima.
Tomé mi bolsa del mandado y la sombrilla, y me fui caminando hacia el tianguis. Son diez minutos, pero con ese sol se sienten eternos. El ruido crecía conforme me acercaba más: música, gritos, gente regateando… todo igual de siempre. Compré frutas, verduras, carne… lo de cada semana. Y mientras lo hacía, pensaba en lo de siempre también: la comida que tenía que preparar, la ropa por lavar, las cuentas acumulándose. Todo tan rutinario, tan… plano.
Y justo cuando regresaba, con la bolsa pesándome en el brazo y la cabeza llena de pendientes, un auto negro se detuvo a mi lado, «Disculpe, ¿para dónde queda el arco?», me preguntó una voz grave.
Me asomé. Era un hombre de unos treinta y tantos… entre unos treinta y seis y treinta y ocho años aproximadamente con apenas algunas canas en el cabello y una barba de uno o dos dias. Definitivamente era más joven que yo. Su mirada me recorrió de arriba abajo, y fue… diferente. Pesada, intensa. Sentí un escalofrío raro. De esos que te ponen alerta, pero también te intrigan. No sé cómo explicarlo, pero entendí al instante que no era solo un desconocido amable preguntando el camino.
No pude contener mi sorpresa.
Mi respiración se aceleró…
En serio, fue imposible no notarlo. Su mirada estaba fija en mí, intensa, medida, mientras una mano permanecía en el volante y la otra… estaba en su miembro, moviéndose con total calma, como si cada gesto estuviera calculado para que yo lo percibiera.
Sentí un escalofrío recorriéndome la espalda, mezcla de sorpresa y un poquito de miedo. Mi respiración se volvió más rápida y no podía creer que estuviera haciendo eso tan deliberadamente. Intenté sostenerle la mirada, pero algo en mí me hacía bajar los ojos, como si un imán invisible me arrastrara hacia esa parte.
Mis dedos se tensaron, una mano sobre la bolsa del mandado y la otra sujetando la sombrilla con fuerza. Y yo ahí, totalmente nerviosa, sin saber qué hacer…
El calor subía por mi pecho, el sudor me bajaba por la nuca hasta la espalda, y sentía un hormigueo recorriéndome la piel. El corazón me latía a mil por hora. Les juro, era confuso, excitante y abrumador al mismo tiempo.
El silencio se hizo presente… y luego él rompió la tensión y me volvió a preguntar: «¿Entonces?… ¿Si sabe hacia dónde queda?».
Su voz buscaba mis ojos, y no pude evitar que nuestra mirada se cruzara fijamente. Mientras tanto, su mano seguía moviéndose, y con los ojos me guiaba hacia esa parte que… bueno, ya saben, estaba dura.
Por unos segundos me quedé hipnotizada. Dudaba de mí misma, pero, la verdad, también me sentí cautivada. Observé cómo movía la mano arriba y abajo, y sí, mi temperatura comenzó a subir.
Y entonces le contesté: «¡Sí!»; solo tendría que rodear, eran un par de calles… y bueno, le dije como llegar, le respondí mientras lo observaba, intentando sonar natural.
Y me dijo: «A ver si no me pierdo, está medio confuso… ¿No hay otro camino más fácil?», me preguntó, sin apartar la mirada, guiándome otra vez hacia… esa erección que se veía tan firme.
Obviamente sus palabras eran falsas, el camino estaba súper fácil, solo tenía que rodear.
Y yo, bueno… bajé la mirada, y sí, ahí estaba él, mostrándome con total descaro como lo movía lentamente de un lado a otro. El calor subió un poco más. No sabía exactamente qué sentía; era una mezcla de algo sucio y excitante. Apreté los labios y miré a ambos lados, por si alguien se acercaba. Lo hice justo a tiempo, porque había unas personas a unos metros.
Di un paso al frente y me coloqué frente a la ventanilla del copiloto, bajando un poco más la sombrilla para que nadie pudiera ver lo que pasaba, ni siquiera estaba segura del porque lo había cubierto con mi sombrilla, supongo que fue un impulso o más bien me había gustado.
Le volví a responder: «Es que tiene que rodear porque hoy se puso el tianguis», le expliqué, mientras la gente pasaba detrás de mí, y mis ojos seguían clavados en esa parte que… no podía ignorar.
Mientras lo observaba, mil pensamientos cruzaban por mi cabeza. ¿Esto estaba pasando de verdad? ¿A mí? Tenía cosas que hacer, responsabilidades, comida que preparar, ropa por lavar… y aún así, no podía apartar la mirada.
Y lo admito, se me antojó…
Mi pulso estaba acelerado, el corazón golpeando el pecho. Había pasado más de diez meses sin nada, diez meses conteniéndome, sin un roce, fingiendo que no necesita sentir esto. Y ahora, él… un desconocido con solo una mirada me hacía temblar por dentro.
No es que no tuviera oportunidades, pero no me interesaban esas «oportunidades».
Mi cuerpo reaccionaba sin pedirme permiso, mi respiración se agitaba, el calor me subía por el cuello, mis manos sudorosas. Intentaba convencerme de que estaba mal, que debía irme… pero había algo más fuerte que la razón. No sé exactamente que me hizo sentir ni por qué no me fuí… Él hizo eso, tan pervertido y tan morboso y aún así me quedé.
Finalmente, intenté sonar natural: «No hay pierde, solo tiene que rodear…», le dije, intentando mantener la calma.
Él, recorriéndome con la mirada, me mandó un beso. Un beso cargado de ese deseo sucio, de ese morbo que me hizo estremecer por completo.
Entonces me dijo: «Se ve que tu bolsa está pesada. Si quieres, te doy un aventón a tu casa…».
Pasó a hablarme de «usted» a hablarme de «tú», agarró confianza el muchacho y no sé si me molestó o me gustó.
En fin…
Me quedé congelada. Tragué saliva y dudé por un momento. Miré de nuevo a ambos lados y apreté mis labios.
«Solo si quieres», dijo mientras me volvía a dirigir con su mirada hacia su miembro.
«Si no, no hay problema. Lo digo porque el calor está fuerte…» y me lanzó un guiñó, ese guiño no sé que me hizo sentir, pero fue como un impulso.
Me quedé pensando…
Nadie me esperaba en casa, mis hijos regresarían tarde…
Y a veces, aunque me pesara admitirlo, había noches en las que la soledad se mezclaba con el deseo, y me costaba contenerlo. Y después de tanto tiempo sola…
Además él había logrado que me sintiera deseada como hacía tiempo no lo hacía, sí, de un modo morboso, pero no sé por qué, eso me gustó.
«Ok…» dije finalmente. «Pero solo a mi casa y ya. No quiero quitarte mucho tiempo», le dije eso, pero no era cierto.
Abrí la puerta y subí, nerviosa, tratando de disimular la emoción.
Le pedí que subiera el vidrio, por que el sol quemaba.
Pero no era solo el sol… también quería ocultarme de mis vecinos chismosos, evitar miradas curiosas, y sus vidrios polarizados eran perfectos para eso.
Lo vi sonreir, subió el vidrio y arrancó.
Comenzamos a avanzar lentamente y me preguntó: «Entonces… ¿por dónde?», con ese tono seguro y calmado.
Y en el momento en que arrancó, lo miré con calma, y no era feo, pero tampoco tan guapo, tenia un buen cuerpo, se notaba que se ejercitaba y su aroma, ese aroma tan varonil me envolvió, no sé si solo era él o su perfume, pero definitivamente me gustó.
Yo le indiqué el camino, aún nerviosa, con el corazón latiéndome fuerte. No pude evitar que mis ojos volvieran a buscarlo… sí, su erección. Y, claro, él lo notó. Sabía exactamente lo que estaba provocando en mí.
«¿Te gusta lo que ves, verdad?», murmuró, sin apartar la vista del camino.
Y ahí estaba yo, con las mejillas ardiendo, tratando de entender por qué no podía dejar de mirarlo, había algo en él que me atrapaba: una seguridad, una calma que se sentía peligrosa, y que de repente me hizo sentir cosas que hacía tiempo no sentía.
Mientras conducía, no pude evitar clavar mis ojos en esa parte, quería tocarlo y él al notarlo, me dijo: «no tengas pena», como invitándome a hacerlo, y yo, no pude resistirme más y mi mano… bueno, ya saben, se fue hacia esa dureza que me pedía ser tocada. Así que lo hice, lo envolví delicadamente con mi mano. Y él ni siquiera se inmutó, al contrario, sonrió.
Y yo, bueno, seguí. Empecé a mover mi mano, despacio y ¡Dios!, era tan intenso. Cada palpitar suyo me recorría entera y sentí cómo el calor subía como una ola, cómo me humedecía sin darme cuenta.
Y no les voy a mentir, y tampoco quiero entrar en muchos detalles, no les voy a decir que la tenía super grande y todo eso; no estaba mal, lo que sí, es que la tenía de un buen grosor. En fin…
Mientras él manejaba con firmeza, su otra mano comenzó a tocarme también, recorriendo mi pierna, deslizándose con lentitud por debajo de la falda. El silencio se llenó de respiraciones entrecortadas y un calor que no venía del sol ni del motor… estaba todo dentro de ese auto, entre los dos.
Y me dijo: «Qué buenas piernas tienes», mientras me acariciaba lentamente y sentí que sus dedos querían descubrir cada rincón de mí.
Yo… bueno, no pude resistirme. Me dejé llevar, como si todo lo que me había contenido durante más de diez meses comenzara a desbordarse de golpe. Comenzó a mover sus dedos, y yo abrí un poco las piernas. Me hizo estremecer.
Y mientras todo eso pasaba dentro del auto, afuera el mundo seguía girando; personas caminando, gritos, claxons y nadie sospechaba de lo que sucedía dentro de ese auto negro. Él me miraba con esa seguridad, con esa calma peligrosa, y yo sentía que cada mirada era una invitación a cruzar un límite que no debía cruzar.
Mientras nos seguíamos tocando lo seguí guiando, ya nos estábamos acercando, pero no lo estaba llevando ni al Arco ni a mi casa. Lo estaba llevando a un lugar apartado, uno donde nadie pudiera vernos. Y él al notar el lugar al que nos estábamos acercando, solo a unos metros; sonrió, había entendido todo.
Lo había dirigido a un terreno en el que había una construcción que nunca se terminó, a las orillas de la colonia.
Era un buen escondite.
Al fin llegamos, con la calentura cada vez más palpable, estacionó el auto, apagó el motor y nos miramos fijamente unos segundos, no dijimos nada.
Yo me sentía tan nerviosa y él tenía ese fuego y ese deseo en sus ojos y me encantó que me mirara así y de repente sus manos volvieron a mí con urgencia. Me jaló hacia él, y sus labios se encontraron con los míos con una pasión que me hizo temblar. Me dejé llevar, sin resistirme, sintiendo su fuerza, sus dedos rozando mi piel… me estaba manoseando completa, me desabrochó la blusa y metió sus manos, me chupó los pezones, los saboreaba y me dejé, todo mi cuerpo reaccionaba sin permiso.
Su aliento caliente contra mi cuello me recorría por dentro y yo no podía evitar estremecerme ante todo eso. Cada contacto me encendía más, cada roce intensificaba la tensión que corría por todo mi cuerpo provocando que mi respiración se acelerara más y haciendo que me mojara cada vez más.
Le correspondí con besos, explorandolo con caricias, sintiendo el vello de sus brazos, dejándome envolver por su aroma y sintiendo esa erección cada vez más húmeda.
Cuando finalmente me relajé un poco, él me miró con esa mezcla de misterio y deseo y me dijo: «Echa el asiento hacia atrás, quiero que estés cómoda.»
Yo lo hice, aún nerviosa y sin saber qué esperar, pero antes de que pudiera decir algo, volvió a mí… Volvió a deslizar su mano entre mis piernas, me hizo abrirlas más y se abrió paso, me metió los dedos, siguió moviéndolos con una calma que parecía calculada para enloquecerme. Y yo ya estaba toda mojada.
Sus labios se fundieron con los míos y nuestras lenguas se entrelazaron con pasión. Cada beso, cada movimiento, era una descarga que me atravesaba desde el pecho hasta la espalda, encendiendo algo que ya no podía contener.
Su aliento cálido rozó mi cuello, me lo besaba y me estremecí. Todo mi cuerpo reaccionaba a su contacto como si lo esperara desde hacía meses. Sentí que el aire me faltaba, que el tiempo se disolvía en esa sensación que crecía sin descanso.
Aumento el ritmo y no dejaba de besarme. Hasta que, de pronto, algo dentro de mí se soltó, se abrió como una ola que me recorrió entera. Nos volvimos a mirar fijamente y de repente me dijo: «¡Estás bien rica!».
De por sí ya estaba al límite, una mezcla de vértigo, placer y sorpresa me recorría sin que pudiera detenerlo, temblaba y jadeaba sin parar y cuando dijo esas palabras, mi cuerpo se tensó, la respiración se quebró, me cubrí la boca con una mano, tratando de contener mis gemidos y con la otra buscaba desesperadamente algo a qué aferrarme; me sentí cada vez más perdida, desesperada, me puse toda loca. Me vine… me quedé suspendida en ese instante, perdida, completamente rendida al placer que me consumía.
Era demasiado, pero no quería que terminara.
Al cabo de un momento, retiro su mano de entre mis piernas.
Yo me quedé un momento disfrutando de cada segundo, con los ojos cerrados, intentando recuperar el aire. Sentía el pulso en la garganta, en las piernas, en cada rincón de mi piel.
¡Fue delicioso!
Estaba temblando, sudorosa, con el corazón totalmente desbocado y la mente completamente vacía.
Loca y viva.
Tan viva como no me había sentido en mucho tiempo.
Lo miré, todavía respirando con dificultad, y antes de pensarlo lo besé. Fue un impulso, una necesidad. Lo besé con fuerza, con hambre, con la urgencia de quien se niega a volver a la calma.
«Qué rico…» le susurré sin poder evitar la sonrisa.
Él me miró con una expresión entre divertida y satisfecha.
Y me preguntó: «¿Te gustó, mami?» con esa picardía en su voz, me había encantado y se lo dije toda excitada, aún con el pulso desbocado.
Entonces lo miré, con ese deseo que se rehúsa a apagarse y le dije que era mi turno, también quería complacerlo. Me incliné un poco hacia él y no les voy a mentir, sentí como se me hacía agua la boca.
Pero antes de que pudiera continuar, me detuvo con una mano firme y me preguntó: «¿En verdad quieres complacerme?» con ese tono bajo, seguro, que me desarmaba.
Sus ojos tenían algo distinto, una chispa de misterio y algo perverso que encendía aún más la curiosidad. No supe qué responder de inmediato. No sabía qué era lo que pensaba pedirme, pero… después de todo lo que acababa de sentir, no podía negarme.
Le respondí que sí, respondí intentando sonar segura, aunque por dentro me temblaba todo.
Él sonrió y noté una sonrisa leve, pero cargada de algo que me hizo contener el aliento.
Una promesa, quizá.
O una advertencia.
La incertidumbre me invadió, esa mezcla deliciosa de miedo y deseo que me hacía sentir al borde de algo nuevo.
Abrió la puerta y bajó del auto. Lo vi caminar hacia mi lado, con esa calma segura que me tenía completamente atrapada. Y yo toda nerviosa, con la incertidumbre. Pude imaginar lo que me pediría y la verdad no sé si hubiera accedido, creo que en ese momento no me sentía lista para eso.
Abrió mi puerta, me miró y de nuevo el silencio se sintió denso, eso no duró mucho por qué con una voz firme y una sonrisa torcida en su rostro, que trató de disimular, me dijo: «¡Date la vuelta y ponte en cuatro!».
Mi corazón se aceleró nuevamente. La duda creció, casi estaba segura que quería darme por atrás, y parece que él vió en mis ojos lo que estaba pensando, pero antes de poder decirle algo, él lo aclaró: «Tranquila, no quiero sexo anal, quiero algo más… es casi eso, pero no por completo».
Yo no entendía, ¿Es casi eso?… ¿Que quería decir con eso?… Y por supuesto le dejé saber mi duda, le pregunté: «¿Como que casi eso? ¡No entiendo!…». En verdad que no entendía lo que quería decir y hacer.
Y me respondió: «Quiero disfrutar de esas nalgas tan ricas que se te ven, quiero embarrarte toda mi verga y que recibas mi semen en tu culo. La verdad al verte con esa falda tan ajustada, no tienes idea de cuánto me hiciste desear eso.»
Sus palabras tenían una mezcla de descaro y sinceridad. Y me sorprendió, no imaginé que eso fuera lo que quería. Y aun así, me estremecí al oírlo.
Yo le dije que estaba bien, que lo hiciera, pero mientras no me penetrara por atrás, todo estaría bien y se lo aclaré, además él me había hecho venirme tan delicioso y quería qué él también la pasara bien.
Así que me bajé del auto, me paré frente a él, lo miré, lo besé y le lancé un guiño. Me di media vuelta y ajusté mi posición sobre el asiento tal como me pidió. El silencio se llenó de tensión mientras lo sentía recorrerme con la mirada, intensa, devorándome.
Y con su excitación subiendo, me dijo algo con lo que comenzaría a tomar acción: «¡Qué rica te ves con esa faldita mami!». Me lo dijo con un tono que mezclaba morbo, deseo y admiración.
¿Ya se están imaginando lo que sigue?…
Esperen la segunda parte.


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