El inicio con mi profesora (I)
De tanto mirar, mi profesora me enseña más que matemáticas .
Estoy convencido que aquellas cosas y situaciones que ocurren en la niñez y adolescencia influyen cuando eres adulto; vivo en Santiago de Chile, soltero, sin hijos y con una vida relativamente estable económicamente. Pero, iniciar conversaciones con mujeres me complica, en especial la fase de cortejo y romance. Así, después de bastante tiempo, analizar (nunca fui a un terapeuta) mi comportamiento, y hacer un gran esfuerzo por recordar mi infancia, sobre pasajes de vida que estaban borrados, me doy cuenta que cuando era niño, me fue muy fácil acceder a mujeres, o más bien, fui un muñequito muy accesible para aliviar sus deseos sexuales, sin riesgos, ni problemas, porque siempre he sido reservado y con un círculo social reducido.
Desde pequeño, por el trabajo de mis padres, en casa había libros de biología, del cuerpo humano, con fotografías de hombres, mujeres; adultos, adolescentes y prepúberes desnudos; de aquellos libros me llamaba la atención los pechos de la mujer, desde que sólo eran botones mamarios, sin tamaño, sino que sólo un pequeño levantamiento del pezón, el aumento de volumen, hinchazón de la areola y tamaño, hasta los pechos de mujeres adultas, con areolas y pezones grandes, de embarazadas y, otros hinchados, llenos de leche.
Así, cuando tenía 11 años, cursaba sexto básico, me empecé a fijar en los pechos de mis compañeras y otras chicas de la escuela. Las de mi grado casi no tenían o muy poco; otras, solo tenían levantados los botones mamarios y no eran de mi agrado; me gustaba mirar los pechos de mujer, ya formados, sean pequeños, medianos o grandes, me daba igual. De manera que, más que centrarme en mirar a mis pequeñas compañeras, empecé a fijarme en las profesoras.
Mi escuela era de corte religioso y mi curso estaba formado por 25 alumnos. La dotación docente estaba conformado por ocho profesores, cinco varones y tres mujeres: la de religión, era bajita, morena, un poco regordeta, usaba ropa holgada y no era muy simpática (después supe que era lesbiana); la maestra de inglés, muy pálida y colorina, sin culo ni tetas, además, vestía como varón y la última, mi profesora de matemáticas, Francisca.
Francisca vivía sola en una casa cercana al centro educativo, tenía poco menos de 30 años, aunque parecía más bien otra adolescente o universitaria, soltera, sin hijos, medía alrededor de 1,55 metros, piel clara, contextura media, con tendencia a delgada, pelo castaño, ojos café oscuro, tenía un pequeño culo, bien formado y pechos medianos. Aquella profesora, poco a poco me empezó a atraer.
Me gustaba verla, no me perdía sus clases, tenía buen gusto al vestir, cuidaba su rostro y cabello; aparentaba menos edad, me explicó una vez que de esa manera sentía más cercanía con los alumnos. Usaba anteojos ópticos que le hacían ver el rostro como gata.
Sus clases eran dinámicas e inspiraba confianza. Siempre la miraba a los ojos, hecho que me correspondía y, cuando no le prestaba atención o bromeaba con alguna compañera, me regañaba. Situación que me hacía sentir culpable.
Con Francisca teníamos clases dos veces a la semana, los martes desde las 8:00 a 9:30 horas y los jueves, a partir del mediodía, hasta las 13:30 horas, momento en que todos se retiraban del colegio, porque no había clases en las tardes. Sólo quedaban algunos profesores para revisar pruebas o preparar material de estudio.
En la escuela había calefacción central y un martes de invierno, por problemas eléctricos, los equipos de climatización fallaron. Debimos abrigarnos y Francisca, sólo vestía un sweater blanco, ceñido a su figura y unos jeans grises.
Empezó su clase y yo, como siempre, en los primeros asientos de la sala, prestando atención. Después de un par de minutos, empiezo a observar que sus pezones estaban erectos, al principio veía que parte del sweater, a la altura de los pechos, se levantó levemente, pero siguieron aumentando, logrando distinguir, gracias a sus ropas ajustadas, que los pezones estaban duros, calculaba que debían ser largos. Cuando se percata que sólo veía sus pezones, me puse colorado y traté de evitarla, pero me era imposible no mirar sus pechos. Francisca, en lugar de molestarse, sentía su agrado. Luego, de manera habitual, empezó a llegar a clases con ropa ajustada que permitiera distinguir la forma de sus pechos y el lugar donde estaban sus pezones, que ya de costumbre, se endurecían durante la clase.
Actualmente, soy de estatura media, delgado, piel pálida y ojos verdes; podría decir que atractivo. En ese tiempo, era de los más altos de la clase; a esa edad comienzan a bullir las hormonas y algunas compañeras ya se fijaban en mí. Cuando jugábamos, con intensión, tocaban mis piernas, brazos, pecho y bromeaban con que me estaba saliendo vello en las piernas; a su turno, me pedían que tocara sus piernas hasta sus muslos para comprobar lo suaves que eran, o bien, las abrazara por detrás, mientras apoyaban sus traseros en mi entrepierna; también, me preguntaban cuál de ellas me gustaba, yo decía que ninguna, aunque una compañera, Carla, me agradaba por lo cariñosa. Además, ambos éramos los mejores alumnos del curso.
Todos estos juegos duraron un par de meses, hasta que Francisca, se dio cuenta que en los breaks nos acariciábamos con Carla, nuestra profesora pegó un grito y tuve una dura reprimenda verbal. Pero a ella, no le dijo nada.
Así, el jueves siguiente de aquel incidente, Francisca llegó como vestía habitualmente. No me dirigió palabra, sólo le hablaba a Carla, a quien felicitaba, destacaba su inteligencia y que sería una gran profesional. Toda aquella atención provocó mi envidia y en cierta medida, rabia.
Cuando poco faltaba para terminar aquella clase, la profesora se despide de los alumnos y me dice: Diego, quédate en la sala que debemos conversar.
En ese instante pensé lo peor, que me castigaría por estar «jugando» con Carla, o bien, mandar a llamar a mis padres, sólo sabía que no sería nada bueno.
Cuando finalizó la clase y los alumnos se retiraron, me acerqué temeroso hasta su escritorio, sentada, me mira sobre sus lentes, con cierto desdén, dice:
– Diego, tenemos que hablar seriamente, pero no aquí, acompáñeme.
Salimos de la sala, yo tras ella camino a la Sala de Profesores; casi al llegar al salón, saca unas llaves, pero en lugar de abrir la sala, abre la puerta del baño de profesoras, que estaba ubicado a un costado. Al abrirlo, me quedo esperando afuera, toma mi mano y me hace entrar.
Francisca cierra la puerta con llave y activa el cerrojo que cambia el letrero exterior de «disponible» a «ocupado», apoya su espalda en la misma puerta, bloqueándola, con una voz dura y bastante seria me dice:
– Diego, no es correcto el comportamiento que tienes con tus compañeras, son unas niñas, no debes tocarlas y jugar como lo hacen, este es un colegio religioso y esas actitudes no son acordes con la Institución.
Yo no sabía qué decir, callado, solo estaba con la cabeza gacha, por la culpa que me provocaba.
– También, he notado que en lugar de prestar atención a mis clases, tomar apuntes y participar, dedicas el tiempo a mirarme los pechos, ¿Te gustan acaso?
Yo casi sin voz y gran vergüenza, le dije que si.
– Habla más fuerte que no te escucho, ¿Qué?
– Si, me gustan profesora.
– Que te gusta qué?
– Me gustan sus pechos profesora.
– No se dice así, di, me gustan tus tetas Francisca, me gustan tus tetas calientes.
Así que le dije:
– Me gustan tus tetas Francisca.
A lo que responde, ¿y qué más?
– Me gustan tus tetas y tus duros pezones.
Se puso colorada, tal como la vez en que me sorprendió mirándola. Cambió su voz, un poco más amable y melosa:
– Me agrada lo que dices, ¿y qué te gusta más? mis tetas o mis pezones?
– Tus pezones porque parecen chupetes.
– Ahhh, si (Le cambió la voz que después con el tiempo, reconocí que era su voz de caliente) Entonces me los vas a tener que chupar. Acércate. Me abraza y me pega a ella.
– Que lindo eres Diego, tienes una cara de niño bueno y eso me gusta, como a ti te gustan mis tetas.
Francisca se agacha un poco para besar mis mejillas, una , luego la otra, repitiendo la operación; luego se aparta, me mira a los ojos, se acerca nuevamente y ahora sus besos eran en las comisuras de mis labios, que provocaban un hormigueo.
– Que ricos son los besos, ¿cierto Diego? Ahora tú.
Empiezo a repetir sus acciones, beso sus mejillas, la orilla de sus labios,salvo que ella empieza a pasar su lengua por mis labios, luego gira un poco la cabeza y me da un beso en la boca, con su lengua abre mi boca y empieza a jugar con la mía, baja sus brazos hasta mis caderas que toma de manera firme, apoyando su entrepierna contra mi y se roza de un lado a otro.
Francisca estaba bastante acalorada, su cara estaba sonrosada, su frente con brillo, producto de las gotitas de sudor que empezaron a bajar y se mezclaban con nuestros besos, que ahora eran salados. Me aparta de su cuerpo, con un brazo empieza a desabrochar su blusa, aparece un brasiere blanco, suelta el broche central del corpiño, liberando un par de pechos de tamaño medio, un poco caídos, por el peso, con areolas rosadas anchas, al igual que sus pezones, como deducía durante clases.
Yo no sabía qué hacer, porque nunca había tocado a una mujer semidesnuda. Tomó una de mis manos, sujetó el dedo índice y del medio, los acercó a su areola que estimulaba; a medida que la rozaba, empezaron a levantarse pequeños granitos y su pezón que estaba algo levantado, se empieza a alargar hasta tomar un tamaño como de la primer falange del dedo meñique. Me mira con cara congestionada y me dice «chúpame las tetas», toma mi cabeza que acerca a un pecho y pone mi boca cerca de su pezón, lo empiezo a chupar, se sentía suave, mientras más lo chupaba, se estiraba y con mi lengua lo empujaba contra el paladar, como cuando quieres sacar leche.
Francisca hablaba, pero esas palabras no eran para mí, sino que se hablaba a ella.
– Que ricas están mis tetas, mira como las chupa, me gusta que lo haga fuerte, que toque mis pechos, que alargue mis biberones…
– Me tienes caliente hijo de perra.
Esa frase me asustó, pero luego comprendí que le gustaba hablar sucio.
– Mira como me tienes de sudada y caliente, ¿te gustan mis tetas?
Dejé de mamar su pecho, el pezón estaba largo, rojo y brilloso con mi saliva, para decirle:
– Si, me gustan tus tetas, mirarlas, rozarlas, chuparlas.
Nuevamente Francisca toma mi cabeza y la acerca al otro pezón. Mientras succionaba, me daba besos en las orejas y metía su lengua, sus manos acariciaban mi espalda, el cuello o el pelo.
– Que rico me chupas las tetas, sigue así bebé, cómete las tetas de tu profesora, son para ti, me calienta que me mires las tetas en clases, me calientas pendejo maldito…
– Sabía que no me había equivocado contigo, tienes cara de niño bueno, de aplicado para sentir rico. ¿Te gusta tocar a tu profesora, te gusta chuparle las tetas? No vuelvas a jugar ni tocar a tus compañeras, quien tienes que tocar es a mi…
– Siente como me has dejado.
Toma mi mano y la pone en su vagina, pero entre la ropa interior y el pantalón, estaba húmeda.
– Mueve tu mano, siente lo mojada que estoy y tú eres el culpable. El culpable de dejarme toda mojada.
Saca mi mano y ahora la deja entre su cuerpo y el calzón, la empieza a bajar hasta tocar directamente su vagina; primero sentí su piel que raspaba y después, más abajo, la piel suave, húmeda y resbalosa, como con babas, hace que mueva mi mano de un lado al otro, mi palma quedó en el lugar donde raspaba y mis dedos directamente en su vagina; como dirigía con su mano mis movimientos, metió mi dedo medio en su vagina, yo sentía un hoyito mojado y lleno de pliegues.
De esta manera, me tenía chupándole un pecho y moviendo mi mano en su vagina, llegó un momento en que movía de manera fuerte su pelvis contra mi mano, me quita su pecho y besa fuertemente, mete su lengua en mi boca hasta donde alcanzaba, movía mi mano de manera frenética en su vagina, lo que duró un par de minutos. Después, me dejó de besar, la miro y estaba congestionada, la respiración agitada, los orificios nasales dilatados y con mi dedo aún inserto en su vagina; me dice:
– Mira cómo me has dejado.
La veo colorada, traspirada, con los pezones largos, duros y rojos producto de toda la succión. Saca mi mano de su vagina, la veo y está con una especie de líquido viscoso, entre transparente y blanquecino, parecía como si fuese clara de huevo, que me hace comer; no tenía olor, sí un sabor algo ácido pero dulce, como de fresas. Dentro de su agitación dice:
– Quiero, quiero que me…, quiero que …, quiero que no juegues con tus compañeras, quiero que me hagas esto, quiero que quieras estar nuevamente conmigo; sé que te gusto, pero no le digas a nadie para que sigamos jugando y no creo que me quieras ver triste al no poder jugar contigo. Me da un fuerte abrazo y vuelve a besar, metiendo su lengua en mi boca, compartiendo el sabor de su flujo, que quedaba en mi boca.
Francisca ordena mi ropa, pone la oreja en la puerta y cuando no escucha ruidos, me hace salir del baño con mi bolso y cierra la puerta.
Me retiro del colegio con la mente llena de pensamientos, disfruté, me gustó lo que hice con Francisca, no sabía que pasará la próxima clase, pensé en Carla, si era igual que Francisca. No podría volver a tratar de igual manera a mis compañeras. En ese momento no sabía qué hacer, lo único claro que tenía, es que me gustó. Por eso decidí callar.
Hasta ahora.
Este es mi primer relato y comienzo de la historia.
Cualquier comentario o apreciación será muy bienvenido, mi correo es [email protected]
Que tengan buenos sueños y pajas!
Uf rikisino