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Heterosexual, Masturbacion Masculina, Sexo con Madur@s

El Inicio De Un Perverso 3

Esta es la tercera parte del relato de cómo me fui haciendo un perverso, en esta ocasión les cuento como conocí las chaquetas y cómo aprendí más a coger con Reyna, mi primer chica, la narizona que era la mujer de mis sueños… húmedos..
Aprendiendo más con la narizona

Después de haber probado las mieles del sexo, yo quería volver a coger con alguna chica. Andaba ansioso, desesperado más bien, porque tiraba los espadazos al aire, pues no sabía cómo masturbarme y sentía la necesidad de una buena panocha. Varias veces me encontré a Reyna en la calle, platicábamos en voz baja y me daba pena mencionar el asunto, hasta que yo creo que por lástima, me dijo una tarde:

—¿Quieres hacerlo otra vez?

—Sí —le respondí, con desesperación—, ¿tú también quieres?

Ella sonrió con ternura.

—Espérame mañana en la tarde en la finca de café que está cerca del arroyito, por donde está el árbol de mango, yo llegaré como a las cinco.

—Sí, ahí te espero —le dije sonriendo—, no me vayas a dejar esperando.

Ella solo sonrió y me guiñó un ojo, se fue para un parque y yo me quedé mirando cómo se movían sus nalgas al caminar, ya me estaba saboreando cuando una voz me sacó de mis pensamientos.

—Chulas nalgas tiene la Reyna, ¿no, Mano?

Era Pascual, un vecino que había llegado en su bicicleta si que yo lo notara por estar embobado.

—Es mucha vieja para ti, Mano —volvió a decir —. Déjamela a mí, que ya le traigo unas ganas…

Yo sentí unos celos enormes por lo que había dicho, pero tenía razón, a sus 28 años, fácilmente de daría una buena cogida a Reyna, llenando su raja con varios centímetros de carne y vaciando varios mililitros de esperma, cosa que a mí aún me faltaba; no le dije nada por no regarla, pero me alejé de ahí bien encabronado.

Al día siguiente, salí de la escuela y me puse a hacer la tarea en mi cuarto, sin que mi madre se diera cuenta, porque saldría a las cuatro y media con el pretexto de que iba a hacer tarea de equipo a casa de un compañero. Terminé rápido y me fui a bañar, apenas eran las tres y media, yo quería que llegara la hora de mi cita, pero el reloj avanzaba en cámara lenta. Hasta que por fin dieron las cuatro y media, le dije a mi madre que iría a casa de un compañero, salí tratando de disimular mis nervios y di un gran rodeo, para que no me vieran entrar a la finca, la cual estaba llena de árboles frondosos, pero solo había un árbol de mango grande, que hacía mucha sombra, llegué y me subí a las ramas del árbol, ya que se extendían hasta casi tocar el suelo. Esperé unos minutos que se me hicieron eternos, pero por fin vi que Reyna apareció con una toalla grande enrollada dentro de un morral. Me bajé del árbol cuál chimpancé cuando ve un plátano, sin embargo, lo que yo había visto era una papaya.

—Pensé que no vendrías —me dijo—, pensé que te iba a dar miedo.

—¿Cómo no? —le respondí—, si tengo un chingo de ganas de hacerlo otra vez.

—Ven —me tomó de la mano y nos fuimos entre unos matorrales—, no hables muy fuerte, porque no nos vaya a escuchar alguien que pase cerca.

Ese día ella llevaba un pantalón de mezclilla y una camiseta verde, tendió la toalla sobre la hojarasca y yo de inmediato le quite la ropa, ella solo reía, porque me costaba trabajo sacarle el pantalón, cuando quedó completamente desnuda, me saqué el pantalón como de rayo, con todo y la truza, la playera que traía, ni supe cómo me la saqué. Me subí sobre ella y buscaba la entrada de su raja, pero no la encontraba, me puse de rodillas entre sus piernas y con mis dedos abrí su panocha, apunté mi tripita en su entrada y empujé como pude ya estando otra vez sobre ella, esta vez no necesité ayuda, enseguida le dí con todo, besaba sus chichitas, que para mí eran enormes, ella gemía y se movía levemente, mientras que yo le daba como cajón que no cierra. Me besaba en la boca y en ese momento, para mí era la mujer más hermosa del mundo, sentía que la amaba, quería que ese momento fuera eterno. Pero mi calentura no me permitió seguir mucho tiempo, me llegó el orgasmo, si es que se le puede llamar así, sentí que estaba tocando el cielo, la besé, me quería comer sus labios, acariciaba su piel, quería recorrer todo su cuerpo con mis manos. Era como si no existiera nada más que ella, hasta que la última gota de mis fluidos salió. Después me quedé inerme, ella me pidió que me bajara, sacó un pedacito de tela y se limpió la cara, el sudor de su cuerpo y por último la panocha. Después me limpió a mí, pasando por mi cara el trapito y me llegó el olor de sus jugos y los míos impregnados en la tela, era delicioso ese aroma, lo que hizo que se volviera a poner dura la mini verga que yo tenía, ella al ver eso, me la agarró y me la jugueteaba, me empezó masturbar, sentía su mano suave acariciando mi pene y en cuestión de minutos, volví a escupir ese juguito que me hacía sentir tan rico cuando salía. Había aprendido que las “chaquetas” también me podían llevar al cielo. Me limpió nuevamente con el trapito y se empezó a vestir.

—Tu tío me pidió que te enseñara bien —me dijo en voz baja, pero sonriendo—, porque vas a coger con una de tu edad y no quiere que estés todo pendejo.

Guardó la toalla y se fue por dónde había venido, yo me fui por el lado contrario, tal como me había dicho ella. Lo que me dijo, me dejó pensando, tanto que olvidé la libreta que llevaba para disimular que había ido a hacer tarea, por lo que tuve que volver después de unos minutos y al ver el sitio donde habíamos cogido, se me paro otra vez el pito y por primera vez, me masturbé yo solito.

Para no aburrirlos, en el siguiente capítulo les cuento cómo probé una de mi edad.

Espero sus comentarios y sus reacciones, gracias.

23 Lecturas/18 agosto, 2025/0 Comentarios/por Picazoo
Etiquetas: compañero, escuela, madre, orgasmo, parque, sexo, vecino, verga
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